¿Quiere usted vivir 100 años?
El País - septiembre de 2014
Cuando el investigador y educador
de Minnesota (EE. UU.) Dan Buettner indagaba en 2009 en las causas de la
longevidad en determinadas zonas del planeta, viajó hasta la isla de Icaria, un
pequeño emplazamiento con olor a romero ubicado al sureste de Grecia donde la
esperanza media de vida es de 90 años, cifra que no alcanza por sí solo ningún
país del mundo (el más longevo es Mónaco, con 85). Buettner se reunió entonces
con uno de los pocos médicos de la región, Ilias Leriadis, que tomaba
relajadamente una copa de vino mientras iluminaba el misterio:
“Nos levantamos tarde y siempre
dormimos siesta. Yo no abro la consulta hasta las once de la mañana, porque
nunca hay visitas antes. ¿Has visto algún reloj por la calle? No hay. Y si los
ves, están rotos. No tenemos costumbre de consultar la hora. Cuando invitas a
alguien a casa, puede aparecer a las diez de la mañana o a las seis de la
tarde”. En Icaria, no existe la demencia senil y hay un 20 % menos de cáncer
que en el resto del país.
También conocemos perfectamente
el efecto que la alimentación, el deporte, el consumo de tóxicos o la
contaminación ambiental tienen sobre nuestro organismo. Lo verdaderamente
asombroso y revolucionario reside en una nueva certeza: los hábitos saludables
pueden alterar nuestro ADN, que hasta hace bien poco parecía algo sagrado. Si
en la biología el siglo XIX fue el de la evolución y la genética y el XX el del
ADN, el actual pertenece a una nueva disciplina científica, la epigenética.
Los hábitos saludables pueden
alterar nuestro ADN, que hasta hace bien poco era sagrado
Según Manel Esteller, máximo
investigador en la materia y director del programa de Epigenética y Biología
del Cáncer del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, el estrés
genera cambios hormonales y en los neurotransmisores, capaces de alterar nuestros
genes.
¿Pero de qué modo? “Hasta ahora,
considerábamos las células como meras lectoras pasivas de un manual de
instrucciones, el ADN, que les dictaba cómo comportarse. Hemos cambiado este
modelo rígido por uno más flexible.
El manual se lee con tachones o
subrayados (las marcas epigenéticas) que afectan a la palabra o a párrafos
completos”, explica Teresa Roldán, catedrática de Genética y directora adjunta
de Investigación en la Universidad de Córdoba. Estas marcas no alteran el ADN,
pero sí su manifestación.
Como ilustra Nessa Carey,
directora de la farmacéutica Pfizer, el ADN sería el equivalente a la tragedia
Romeo y Julieta, de Shakespeare, y la epigenética, el proceso que convierte la
obra en una representación de teatro clásico o en una película moderna con
banda sonora heavy. Podemos activar y desactivar genes a través de nuestro modo
de vida. Aquello de “no lo puedo evitar, lo llevo de serie” ha dejado de surtir
efecto. Porque alguien podría espetarle, y con razón: “Pues cambia tu propia serie”.
Como una partida de póker
El comité científico de Life
Length, empresa española que comercializa la tecnología para la medición de
telómeros (extremos de los cromosomas) nacida al amparo del Centro Nacional de
Investigaciones Oncológicas (CNIO), estima que la longevidad de un individuo
depende en un tercio de su genética y en dos tercios de sus hábitos.
“El genotipo es solo el punto de
inicio, como los 1.000 euros que te dan para una partida de póker. Si juegas
mal, los pierdes rápido. Si no fumas, haces ejercicio, duermes bien, no eres
obeso y controlas el estrés, es probable que te duren más tiempo”, explica
Stephen J. Matlin, consejero delegado de la compañía.
El médico José Francisco Tinao,
director de la clínica Medicina Integrativa, apunta en la misma dirección: “Al
poder modular nuestra genética, nos convertimos en dueños de nuestro propio
destino”. La lucha hábitos versus ADN carece de sentido. Ambas cosas van
unidas. Y el eslabón se llama epigenética.
Con un análisis genético puedo
saber si un paciente es propenso a tener resistencia a la insulina, en cuyo
caso vigilaré su consumo de azúcares para prevenir la diabetes”, cuenta Elisa
Blázquez
La genetista Evadnie Rampersaud,
de la división de Epidemiología Genética de la Universidad de Miami, publicó en
2008 un estudio en el que documentaba cómo en una comunidad amish de
Pensilvania no existía el sobrepeso, a pesar de que muchos de sus componentes
eran portadores del gen que lo condiciona. Demostraron que este quedaba
desactivado por el constante ejercicio físico de los individuos, que tienen
prohibido por su religión usar vehículos y máquinas de motor.
“Cuando damos un paseo o salimos
a caminar, no solo quemamos calorías, también modificamos la actividad de los
genes en el hipotálamo y desactivamos el efecto de aquel que nos abre el
apetito”, asevera Jörg Blech, biólogo, bioquímico y autor del libro El destino
no está escrito en los genes.
Actualmente, existen 450.000
personas centenarias declaradas en todo el planeta y distribuidas mayormente
entre Estados Unidos y Japón. El ritmo de crecimiento de la esperanza de vida
es de dos años más por década. Sin embargo, para el doctor Tinao esta evolución
se debe al desarrollo social y económico. “La tecnología médica va por delante
de la educación en prevención a los ciudadanos. ¿No será mejor evitar el
infarto de miocardio que someterme a tres bypass?
Stephen J. Matlin, deLife Length,
se pregunta: “¿De qué me sirve llegar a los 100 años si los siete últimos los
pasaré en una cama? En este país, la esperanza de vida es alta, de 82, pero nos
falta ganar en calidad. No es lo mismo cumplir los 50 de cualquier modo que
hacerlo como George Clooney”. El proceso de envejecimiento, según los expertos,
empieza a los 30 años.
Si usted acepta que no es George
Clooney, pues no tiene ni su tiempo ni su dinero pero sí las mismas ganas de
convertirse en centenario con vitalidad y poderío, ¿qué debe hacer? ¿Buscarse
unos buenos padres? La genética, sin duda, influye en la longevidad.
Pero vayamos a lo que sí puede
controlar. “Realizar ejercicio, comer fruta y verdura en abundancia, no fumar y
consumir alcohol con moderación prolonga la vida humana una media de 14 años”,
ha publicado la doctora Kay-Tee How, especialista en epidemiología, en la
revista médica PLoS Medicine.
A esta lista habría que añadir
decenas de condicionantes, todo aquello que hace bien a nuestro organismo,
desde el lugar donde habitamos (vivir rodeado de zonas verdes reduce en un 40 %
la probabilidad de desarrollar sobrepeso) al cariño con que nos colman en la
infancia (un célebre estudio del neurólogo Michael Meaney y el farmacólogo
Moshe Szyf apunta a la posibilidad de que las neuronas de las personas que han
sido desatendidas en su infancia presenten marcas biológicas que las acerquen a
la depresión o al suicidio en la vida adulta).
LA MEJOR HERENCIA NO ESTÁ EN LOS
BANCOS
Si los cambios epigenéticos se
heredan o no es algo que aún falta por estudiar con rigor. Algunas
investigaciones con plantas así lo sugieren. De ser así, entraríamos en una
nueva etapa donde el ejercicio que haga hoy determinará la expresión genética
de sus nietos. Y será usted no lo que come, sino lo que comió su abuela. En
este sentido, los hábitos de la madre durante los tres primeros meses de
embarazo se dibujan determinantes. Pero la revista ‘Nature’ advierte: “No
criminalicemos a la madre por conductas cuya influencia en su hijo aún no es
segura, como ya se ha hecho con el alcohol: un consumo muy moderado no afecta
al feto ni al niño una vez nacido, pero las madres se sienten culpables con un
sorbo de vino”.
Comer como dicte su genotipo
De todos los hábitos
determinantes en la longevidad del ser humano, el más estudiado es la
nutrición, que incide directamente en la aparición de enfermedades
cardiovasculares, osteoporosis, obesidad y en algún tipo de diabetes. La
especialista Elisa Blázquez, de la clínica Medicina Integrativa, desvela que en
las zonas más longevas del mundo las dietas suelen ser vegetarianas, aunque no
considera imprescindible este cambio de hábito para llevar una vida saludable.
“La nutrigenética o nutrición personalizada es el futuro.
Gracias a un análisis genético,
yo puedo saber si un paciente presenta una predisposición mayor a tener
resistencia a la insulina, en cuyo caso, vigilaré su consumo de azúcares, o una
predisposición a desarrollar enfermedades cardiovasculares, entonces le
recomendaré medidas dietéticas como aumentar el consumo de grasas Omega-3,
mientras que la detección de un gen como los UCP1, conocidos como genes
ahorradores, indica la necesidad de aumentar la actividad física para favorecer
el gasto calórico”, enuncia.
El panel de genes que se suele
analizar en estos casos asciende a 16 y su conocimiento ayuda a regular sus
efectos a través de algunas pautas nutricionales. “Es imposible determinar el
grado exacto de influencia que tienen las dietas a la hora de frenar
enfermedades a las que somos propensos por genética, pero con ellas estás
comprando más boletos para no desarrollarlas”, asegura la nutricionista, que
añade que uno de los genes más estudiados es el de la leptina, que controla el
nivel de saciedad. “Si existen alteraciones en él, como a veces ocurre con las
personas que comen de forma compulsiva, conviene aleccionar al paciente sobre
cómo comer despacio y masticar mucho”, precisa.
La prueba genética se realiza con
una simple extracción de saliva. “Estos análisis son una herramienta muy útil
para determinar la presencia de mutaciones que conllevan una alta probabilidad
de desarrollar una enfermedad, como las que afectan a los genes BRCA1 y BRCA en
el cáncer de mama”, apunta
Emilio Lecona
, doctor en Bioquímica y Biología
Molecular e investigador en el CNIO. Cuando esto ocurre, Elisa Blázquez
prescribe una dieta antiinflamatoria (fruta, verduras, vegetales…) que no burla
la dolencia, pero sí mejorará la calidad de vida del paciente en caso de
desarrollarla.
Aclaremos que la responsabilidad
de cada epigenoma individual acaba siendo, en última instancia, un compromiso
de la comunidad: una ciudad o pueblo ha de ponerse de acuerdo en muchos
aspectos cruciales para aumentar la longevidad de sus lugareños. Porque, ¿en
qué gran urbe occidental se puede ir andando al trabajo sin correr el riesgo de
ser atropellado? El sedentarismo pasa factura a nuestros genes: solo el 19 % de
la población mundial reside en un país desarrollado, pero el 46 % de los nuevos
casos de cáncer se diagnostican precisamente en esos lugares.
Un nuevo horizonte farmacológico
“La epigenética tiene una gran
influencia en múltiples aspectos de nuestra biología, como el proceso de
envejecimiento y el origen y mecanismo del cáncer”, explica Emilio Lecona. En
cuanto al primero, Manel Esteller revela: “Morimos con semejantes genes a los
que nacimos, pero nuestro epigenoma ha cambiado, se ha distorsionado.
La epigenética es muy importante
en el envejecimiento. ¿Un modificador que alargue la vida? Parece que es el
caso en algunos modelos de seres vivos, pero necesitamos continuar con la
experimentación”. Carlos Buesa, fundador y director general de la farmacéutica
española Oryzon, centrada en dianas epigenéticas, proclama: “Estamos
desarrollando una investigación de vanguardia en la enfermedad de Alzheimer, de
una especial relevancia en los estadios avanzados de envejecimiento”.
De los 300 tipos de cánceres que
existen, bastantes tienen orígenes epigenéticos, por lo que podrían ser
tratados a la luz de esta nueva farmacología, mucho menos agresiva que la
quimioterapia. Y si un trauma infantil deja una huella en nuestro cerebro para
complicarnos, lustros después, la vida adulta, ¿por qué no usar fármacos
epigenéticos que inhiban la metilación, proceso de activación o desactivación
de los genes? ¿Hay esperanza para las infancias perdidas? Lo mejor de este
campo, como anota Nessa Carey, es que todo está aún por descubrir. Al fin y al
cabo, hablamos de algo que verdaderamente importa: robar unos años más a la
vida. Y que sean buenos años.
Cinco de los lugares más longevos
del planeta
MELIDE (ESPAÑA): libres de
colesterol
Este tradicional pueblo gallego,
ubicado en A Coruña, cuenta entre su población, de 17.500 habitantes, con 18
centenarios. Desde Servicios Sociales del Ayuntamiento lo atribuyen a una dieta
escasa en el pasado y a mucho trabajo en el campo. “Aquí no existía el
colesterol”, subrayan. Tampoco hay contaminación directa, debido a la ausencia
de fábricas. Y los ancianos del lugar aún recuerdan la amabilidad del que fuera
médico del pueblo. “La dispersión geográfica en Galicia ha contribuido a que
caminemos mucho”, añade una melidense. De hecho, es una de las comunidades
autónomas más longevas del país.
ISLA DE OKINAWA (JAPÓN): soja y
reflexión
Aquí viven las mujeres más
longevas del mundo. No existen los obesos. Gran parte del mérito se lo lleva la
gastronomía japonesa (bendita soja), a la altura de la mediterránea. Es una
comunidad muy espiritual que enarbola la bandera del slow food: coma lento, sin
grasas ni calorías. La tasa de enfermedades cardiovasculares es seis veces
inferior que en Estados Unidos.
PENÍNSULA DE NICOYA (Costa Rica):
la vitalidad del campo
Maíz, frijoles, yuca y leche son
los cuatro pilares de la dieta de los ancianos de esta península bañada por el
Pacífico, calificada como ‘zona azul’ (lugar longevo del planeta) por National
Geographic Society. No hay gimnasios, pero la gente trabaja en el campo hasta
el final de su vida. Según Luis Diego Murillo, médico de la región, el
aislamiento de Nicoya ha frenado la contaminación.
LOMA LINDA (CALIFORNIA): caminar
para vivir
Se trata de una comunidad de
adventistas cien por cien vegetariana, que según National Geographic Society
destaca en el mundo por su longevidad. El sábado hacen una jornada de
desconexión en la que solo importan “la familia y el espíritu”. Además, adoran
las nueces y disfrutan de largas caminatas por el campo. No fuman.
ICARIA (GRECIA): un té muy
especial
Aparte de la ausencia de relojes
mencionada en el reportaje, la dieta de esta isla griega se antoja clave para
la longevidad: el consumo de grasas saturadas de carne y lácteos es minímo.
Suben y bajan veinte colinas al día y beben, al final de cada jornada, un té de
montaña de hierbas endémicas. No hay establecimientos de comida rápida.
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