Don Roberto, el 'gaditano' que
despertó a Escocia
El Mundo - domingo, 21 de
septiembre de 2014
La tumba de Robert Bontine
Cunninghame Graham amaneció desierta este jueves. No hubo homenajes, ni gaitas,
ni siquiera una ofrenda floral. Sólo los más avezados en la historia escocesa
sabrían que allí, en un islote del Lago Menteith, reposan los restos de una
figura crucial en el referéndum independentista que se celebraba ese día. Se
trata de un político de origen andaluz, apodado Don Roberto, que fue el primer
presidente del Scottish National Party (SNP), el partido que impulsó la
consulta. Es el gaditano que despertó a Escocia.
Así, en la penumbra histórica, ha
permanecido la figura de Don Roberto (1852-1936) desde su muerte. Y eso que la
biografía de este híbrido de político, literato y explorador es digna de una
novela de su camarada Joseph Conrad: fue gaucho en Argentina, minero en El
Bierzo, amigo de Buffalo Bill... Sólo ahora, en pleno renacer del
independentismo, un puñado de compatriotas ha logrado que se recuerde su
legado: en 2012, el Parlamento escocés le homenajeó en el 160 aniversario de su
nacimiento.
Mediodía del jueves. Mientras las
urnas de su país se llenan de votos, un escocés posa junto al acueducto de
Segovia con el retrato de Don Roberto y el gorro tradicional de su patria. No
es cualquiera: se trata de Robin Cunninghame Graham, uno de los contadísimos
descendientes del líder nacionalista, que falleció sin hijos. Hoy, el
sobrino-bisnieto del fundador del SNP ejerce de portavoz y guardián de las
esencias de su ilustrísimo antecesor.
-¿Qué habría pensado Don Roberto
del referéndum?
-Le habría encantado. Me lo
imagino haciendo campaña como loco en Twitter, en la prensa...
-¿En qué bando?
-A favor del sí. ¡Por supuesto!
Pese a su impecable pedigrí
nacionalista -y su nacionalidad escocesa- Robin no pudo votar el jueves. Hace
seis años que se mudó a Segovia, la ciudad de origen de su mujer. Por eso, le
tocó vivir desde la distancia una jornada histórica con la que Don Roberto
siempre soñó.
Aunque la lejanía no era tanta,
ya que España era la nación adoptiva de su tío-bisabuelo. Descendiente de una
abuela gaditana, Catalina, hablaba castellano a la perfección, con un
característico acento andaluz. Tanto le apasionaba este país que a veces
presumía de haber nacido en la Península. En sus 83 años de vida visitó su
segunda patria en docenas de ocasiones, incluida una alocada expedición por
tierras galaico-leonesas para localizar una vieja mina romana de oro.
Pero su prioridad era Escocia.
Don Roberto, el primer diputado británico que se declaró socialista, fue
nombrado presidente fundacional del SNP en 1934. Nadie fue más firme que él en
la defensa del autogobierno escocés, aunque empleara un tono calculadamente
burlón: «Quiero un parlamento nacional, para gozar del placer de saber que mis
impuestos se derrochan en Edimburgo en vez de en Londres», bromeaba.
La historia de Don Roberto,
descendiente del rey Roberto I de Escocia, arranca en Cádiz en 1816. Una
mañana, el almirante Charles Elphinstone Fleeming, un cuarentón amigo de Simón
Bolívar, pasea a caballo en los alrededores de la catedral gaditana. Sin
querer, salpica de barro a una chica que sale de misa con su madre. Cuando
desmonta para disculparse, se queda encandilado por la joven, Catalina Paulina
Alessandro, con quien se casará poco después.
El militar británico y la rica
gaditana tienen cinco hijos. La menor, Anne-Elizabeth, se casa con un militar,
William Bontine, con quien tiene tres hijos, a los que educa a caballo entre la
cultura escocesa y la española. El mayor de ellos, nacido en 1852, se llama
Robert: es el futuro Don Roberto, nieto de gaditana.
El pequeño Robert aprende
castellano de su madre y nunca olvida sus raíces ibéricas: visita Cádiz,
frecuenta a sus primos andaluces... También pasa larga temporadas en la Isla de
Wight con su abuela, que le pega su acento andaluz. «Es una lástima que no se
conserve ninguna grabación de su voz», se lamenta John C. McIntyre, de la
Universidad de Strathclyde, máximo conocedor los vínculos de Don Roberto con el
mundo hispánico.
Robert se forma en Harrow, uno de
los colegios más exclusivos de Inglaterra. Cumplidos los 18, afronta al dilema
de todo aristócrata británico: ir a la Universidad o alistarse en el Ejército.
Pero él lo resuelve a su manera: decide marcharse a la Pampa argentina, donde
se reinventa como un gaucho. Allí es donde le ponen el apodo de Don Roberto,
que mantendrá hasta la tumba.
Al joven escocés le apasionan los
caballos, la vida al aire libre, la libertad de las infinitas llanuras... Pero
también sufre la dureza de una vida seminómada y cuajada de peligros. Para
defenderse, Don Roberto, avezado esgrimista, aprende el uso del facón, el
tradicional cuchillo gaucho. Y, tras un lustro de aventuras, decide regresar a
su país.
A los 26 años, anuncia a su
familia su inminente matrimonio. Les cuenta que la novia es Gabriela de
Balmondiere, una actriz de 19 años de origen chileno. Pero todo era una ficción
orquestada por los novios: en realidad, la chica se llama Carrie Horsfall, es
hija de un cirujano de Yorkshire (Inglaterra) y ambos se conocieron en París,
donde ella se había refugiado tras huir de casa.
Gabriela es tan aventurera como
su marido. Juntos viajan a Texas, donde traban amistad con Buffalo Bill y
sobreviven a ataques de apaches. También peregrinan por Latinoamérica: México,
Argentina, Paraguay... Sus visitas a las misiones jesuitas del país guaraní
inspirarán su libro Una Arcadia desaparecida (1901), que décadas después será
el pilar de la película La Misión, interpretado por Robert De Niro.
En 1883, ya cumplida la
treintena, Don Roberto hereda el patrimonio familiar y vuelve a Gran Bretaña.
Azuzado por la miseria que vio en sus viajes, decide meterse en política. Se
alista en el ala izquierdista del partido liberal y, cuatro años después, consigue
su escaño en la Cámara de los Comunes.
El éxito no aplaca su instinto
guerrero. Recién investido diputado, participa en una marcha por la autonomía
irlandesa en la Plaza de Trafalgar de Londres. El acto acaba en disturbios y el
joven diputado es enchironado durante seis semanas por enfrentarse a la
policía.
No será su único escándalo:
también es el primer diputado en declararse «socialista», el primero al que
expulsan de los Comunes por usar palabrotas (dijo damn, el equivalente a
maldito)... En 1888 participa en la Segunda Internacional y poco después
pronuncia en Calais un discurso tan incendiario que las autoridades francesas
le arrestan: reclama el sufragio universal, la nacionalización de la tierra, la
jornada laboral de ocho horas, la ruptura con la Iglesia Anglicana...
Harto de la templanza de los
liberales, en 1888 funda el Partido Laborista Escocés. Se trata del embrión del
actual Partido Laborista británico, máximo defensor del no a la independencia.
Es decir, el poliédrico Don Roberto presidió los dos partidos que este jueves
lideraban ambos bandos del referéndum escocés: primero a los laboristas, luego
a los nacionalistas.
El aristócrata no logra revalidar
su escaño en las filas laboristas. Desengañado, se vuelca en la literatura:
firma más de 30 libros y frecuenta a Oscar Wilde, Thomas Hardy, HG Wells, Ezra
Pound, Lawrence de Arabia... Sus desventuras incluso inspiran una obra de
teatro de George Bernard Shaw, La conversión del Capitán Brassbound. Eso sí, el
Nobel avisa en el prólogo que tuvo que diluir las extravagancias del
protagonista para que el trasunto literario de su amigo Robert resultara
creíble.
«Don Roberto emprendió tantos
proyectos en su vida que la gente le consideraba un diletante», explica el
cineasta Les Wilson, quien dirigió un documental sobre su figura para la BBC
(2008). «Fue un personaje complejo: un aristócrata que se sentía más cómodo
entre los obreros que entre la gente de su clase. Por eso, mucha gente
influyente no le tomaba en serio... Nadie como él encarna el cliché de que la
realidad supera a la ficción».
El hiperactivo escocés no tarda
en plantearse nuevos retos. Un día recuerda que en los textos de Plinio el
Viejo ha leído sobre la existencia una abundante mina de oro en El Bierzo. Tras
largas pesquisas, logra localizar el lugar junto a su esposa. Como habría
intuido cualquier persona sensata menos él, hace tiempo que todo el metal
precioso ha sido esquilmado de la zona. Pero él convirtió este fracaso en un
divertido texto: Una página de Plinio (1912).
El falso jeque
Don Roberto también aprovecha
para recorrer su segunda patria junto a su esposa. Ella comparte sus
inquietudes literarias: amiga de Emilia Pardo Bazán, escribe una biografía de
Santa Teresa de Ávila, traduce Don Juan Tenorio al inglés... Él aprovecha para
compadrear con los literatos de la época: Azorín, Baroja, Pérez de Ayala...
Estos zigzagueos por la península
le sirven de lanzadera para sus frecuentes viajes a Marruecos. En 1897, se
empeña en visitar Tarudant, una ciudad perdida del Atlas prohibida a los
infieles. Pero las dificultades sólo alimentan la ambición de Don Roberto, que
se hace pasar por un jeque pese a que apenas chapurreaba el árabe. De nuevo,
acaba enchironado.
El infortunio le golpea duramente
en 1906. Su adorada Gabriela fallece prematuramente, a los 45 años, víctima de
una enfermedad pulmonar por su adicción al tabaco. Don Roberto cava la tumba
con sus propias manos en el islote de Inchmahome, en el Lago Menteith, donde él
será enterrado tres décadas después. Nunca dejará de visitar la lápida para
meditar y fumar un pitillo en memoria de su amada.
Su siguiente desafío es hacer
campaña contra la Primera Guerra Mundial. Vueve a fracasar, pero con su nación
amenazada por el conflicto opta por alistarse al Ejército. Las autoridades le
nombran coronel y le encomiendan una misión: viajar a Sudamérica para comprar
caballos de guerra con la sabiduría acumulada durante sus años de gaucho.
En la posguerra, decide regresar
a la política. Desilusionado con el laborismo que contribuyó a fundar, se mueve
hacia el independentismo. En 1928, funda el izquierdista National Party of
Scotland, que en seis años se integra en el recién nacido Scottish National
Party. Así, el respetado Don Roberto se convierte en el primer presidente del
SNP, el partido que hoy lidera Alex Salmond, el político que ha impulsado la
celebración del referéndum.
Su nacionalismo no es excluyente.
Jamás regatea elogios a sus adversarios del sur de Gran Bretaña: «Los enemigos
del nacionalismo escocés no son los ingleses, porque siempre han sido gente
generosa, rápidos en su respuesta cuando lo exige la Justicia», asegura en más
de una ocasión. «Nuestros verdaderos enemigos están entre nosotros, nacidos sin
imaginación».
En 1936, emprende un último
peregrinaje hacia Argentina. Lo hace en contra del consejo de sus médicos, que
le ven demasiado frágil para un trayecto tan largo. Tienen razón: el 20 de
marzo muere de una neumonía en el Plaza Hotel de Buenos Aires. Hasta el
presidente de la República, Agustín Pedro Justo, acude al homenaje nacional que
le dispensan los argentinos.
Días después, su cuerpo viaja
hasta Inchmahome, donde hoy reposa junto a su mujer. Allí recibe un homenaje de
sus compatriotas, aunque su figura cae en el olvido en cuestión de meses. «Mi
tío-bisabuelo era demasiado de izquierdas para los nacionalistas, demasiado
aristócrata para los laboristas... Nadie reivindicó su legado», se lamenta
Robin junto al acueducto.
Hoy, sin embargo, se muestra
ilusionado ante la recuperación de su memoria a raíz del referéndum. Y eso que
el resultado de la consulta no ha sido el sonoro sí que Don Roberto el gaditano
habría deseado: «Estaría muy decepcionado por el resultado pero, a la vez, ya
estaría pensando qué hacer en el futuro», dice. «Si algo demostró durante su
vida es que no se dejaba derrotar por las dificultades».
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