Rompecorazones
INFOnews - jueves, 18 de
septiembre de 2014
Ya no son niños, ni jóvenes. Y
vamos a decirlo antes de comenzar: aunque se las retoquen y las escondan, los
dos peinan algunas canas. Pero sus devotas hasta eso les perdonan: así son los
romances eternos. Sus voces están allí, sin edad alguna, y su encanto,
inoxidable y más vivo que nunca, asegura la revista Cielos Argentinos
Uno, Ricardo Arjona,
guatemalteco, ya pasó los 50, y el otro, Luis Miguel, puertorriqueño
nacionalizado mexicano, acusa 44. Hijo de un cantante y una actriz, “Luismi”
grabó 31 álbumes, y a los 15 ya había ganado su primer Grammy. Vendió tantos
discos como habitantes hay en Filipinas, o pacientes con trastorno bipolar, o
víctimas de la Segunda Guerra Mundial: se estima que son 100 millones de
copias.
El primero, el guatemalteco,
escribió canciones para dos telenovelas, y una calle de su pueblo y una sala de
una biblioteca de la universidad de San Carlos, en Guatemala, llevan su nombre.
Cuando le preguntan por su ocupación, se encoge de hombros: “Yo no me considero
nada: ni poeta, ni cantante”, dice. “Hice canciones, me gustó, conseguí
cómplices, y sigo en esto”.
El segundo interpreta siempre lo
que otros escriben. En 2015 llegará a los 40 años de carrera, grabó temas para
películas de Disney, fue el latino mejor pago en Las Vegas –gana, afirman sus
íntimos, 60 millones de dólares por cada gira–, su nombre figura en la avenida
de las estrellas de Hollywood a la par de los de Madonna y Elvis Presley. Hizo
un dúo con Frank Sinatra, grabó para los Juegos Olímpicos y tiene su propio
vino –el “Único, Luis Miguel”, un cabernet sauvignon–.
Uno encuentra la adrenalina
haciendo paracaidismo y parapente. El otro, en conquistar a nuevas mujeres.
“Hay mujeres bellas en todas partes del mundo”, confiesa Luismi, pícaro, galán
de América.
Los padres de Arjona trabajaban
de maestros en una escuela donde él luego fue profesor y también, de joven, el
futuro rompecorazones fue una gloria del básquet en su país. Aunque lo tilden
de liviano y romántico, aunque le digan que sus metáforas parecen jingles
publicitarios y su público no preste atención a sus temas, llegó a hacer letras
tan controvertidas que lo investigó el FBI por el pánico tras los atentados del
11 de septiembre de 2001.
La vida de uno, el guatemalteco,
es equilibrada y familiera. Arjona dedicó un tema a su mamá –“Mi novia se está
poniendo vieja”–, y gracias a una composición de su padre ganó el primer
concurso estudiantil musical a los 12 años –dijo que era suya, una mentirita;
para superar la culpa, dice, escribió su primera canción–. Poco antes de la
muerte de su madre, inauguró una escuela de arte en la misma aldea donde se
conocieron sus padres cuando eran docentes. El día de la muerte de su mamá
Nohemí, le escribió las palabras más emotivas de su carrera: “Jamás escuché de
la boca de mis padres frases como ‘Tienes que ganar’ o ‘Tienes que llegar
primero’. Solo se remitieron a dejarme ser testigo de las tantas y tantas veces
que le ganaron las batallas a la vida, hasta que la muerte se los llevó”,
apuntó. “Los vi vencer al presupuesto una y otra vez desde que me asiste la
razón con los métodos más inverosímiles jamás vistos y siempre sin quejarse.
Jamás los vi pretender ser mejor que nadie, pero jamás los vi rendidos ante
nada”.
La vida privada y familiar de
Luismi, en cambio, aún desconcierta a los periodistas. Tantos rumores se
vertieron sobre él que hasta lo dieron por muerto. Dos veces. Una, en 2010, la
morgue de Los Ángeles recibió el cuerpo de un oriundo de Oaxaca, México,
llamado Luis Miguel, muerto en un accidente de autos, pero solo coincidían en
el nombre. La otra, un rumor que se viralizó este año en la web y marcó
tendencia en Twitter. Dice que leer las cosas que inventan sobre él le resulta
divertido. Lo vincularon sentimentalmente hasta con una princesa, Stéphanie de
Mónaco.
Su familia también es un enigma:
su madre desapareció en 1986, y poco se sabe de ella –hay quienes arriesgan que
está internada en un neuropsiquiátrico en Italia–. De su padre, Luis Rey, quien
fue su primer manager, se dice que lo castigaba. Y algunos hasta rumorean que
la neumonía que se lo llevó en 1992 fue producto de un contagio de HIV. La
única vez que el músico habló de él fue para decir que descubrió, con el
tiempo, muchas cosas de su padre que lo sorprendieron. Eso fue todo.
La vida de uno es una sucesión de
giras, grabaciones y conciertos. Solo su disco “Romance” vendió más de ocho
millones de álbumes, recibió 50 discos de platino, es un éxito hasta en Malasia
y Singapur, y se transformó en el disco de mayor venta en menos tiempo de la
historia.
La última gira de Luismi, por
ejemplo, llamada “The Hits Tour”, donde voló por América y Europa, le demandó
dos años para completarla: 220 fechas donde no hubo butaca alguna sin una fan
en estado de ardor. Furor total.
La vida del otro equilibra su
profesión con la familia. Uno dice que está casado con su carrera, y una de las
pocas biografías editadas sobre él, se titula, a tono, “El solitario”: “Uno se
casa con una carrera y entonces difícilmente se casa con una mujer”, explica el
bolerista más convocante del mundo. “Es una carrera muy absorbente”.
El otro, jura que su oficio más importante
es ser padre. Luego, atrás, la música. “Hacer de padre es lo que más me gusta”,
confiesa Arjona, progenitor de tres hijos. Lo que más extraña: ir al bar, beber
café y leer un libro. Y que nadie lo jorobe. La celebridad le pesa. A Luismi,
lo hace volar.
Luis Miguel rara vez recibe en
persona los premios, y más raramente aún da una entrevista. Su vida privada,
como dijimos, es una pila de rumores sin confirmar. Desde peleas con su padre
hasta internaciones en el hospital que van desde posibles cirugías hasta
análisis de ADN para desmentir paternidades, desde bacterias en los pulmones
hasta complicaciones de cirugías. Arjona, en cambio, da notas hasta a medios
nuevos y pequeños, y habla sin tapujos de su vida doméstica, de política y de
lo que le venga en gana al periodista. Luismi pone límites: “De la vida privada
no hablo”. Y se acabó. Dice que después que su familia y sus ex lo dañaron,
ahora se protege. Tiene puntos sensibles para eludir. Aracely Arámbula, la
actriz, ex pareja y madre de dos de sus hijos –él tiene tres: Michelle (fruto
de su amor con Stephanie Salas), Miguel y Daniel–, lo llamó Correcaminos:
“Evade sus deberes como padre escondiéndose detrás de puertas y
guardaespaldas”. Este año le reclamó nada menos que 60.000 dólares al mes de manutención.
Con lo que gana, dice ella, es poco.
Luismi viaja con una maleta sólo
con corbatas. Vuela cientos de veces al año y aún así tiene miedo al avión como
cuando era chico. A Arjona los viajes le abrieron su carrera. Y, de hecho,
bautizó su último disco “Viajes”. “Todos los discos son verdaderamente un
viaje, un viaje que dura tres años desde que terminaste el anterior, porque
viene un proceso de desintoxicación del estudio, de la guitarra, del piano”,
explicó él en la presentación. “Esta vez fue una experiencia fantástica porque
el más beneficiado fue el autor, irónicamente el más olvidado en estas
historias. La posibilidad de irme a lugares como Tailandia, China o Japón sin
lugar a dudas abre una ventanita que me recordó la ventanita que se abrió
cuando me fui de este país (Guatemala) por primera vez, a ciudades de Argentina
o México. Abrí un espectro de un mundo que nunca había visto”. De hecho, su
carrera internacional la arrancó desde lo más bajo: cantando por moneditas en
la calle Florida, de Buenos Aires.
Luismi dice que su carrera se
basa menos en experiencias y más en retos. Ese es el combustible que lo hace
seguir. “Me reto a mí mismo”, explica. La envidia, dice, la convierte en reto,
a ver si eso que tiene el otro y a él le falta, se le puede contagiar. Le gusta
más competir consigo mismo.
Admite que, de vez en cuando,
hace alguna maldad. Travesuras, digamos. Como poner un pescado en un auto o
trasladar el colchón de un amigo al baño en un cuarto de hotel. Dice que el
destino es una suma de suerte y preparación. “La soledad es buena. Pero la
desolación es mala. Yo conviví con ambas”, revela Luis. Si seguía su
inclinación de niño, podía haber sido insatisfecho y rencoroso. Dice que la
gente se descarga a través de sus canciones. Afirma que toda su carrera, las
canciones y cada paso que da, tienen que ver con las mujeres. No escribe ni
sabe leer música. Asegura que su mejor herramienta para hacer discos es la
intuición. Cuando le interesa algo, es como una esponja. Para ser su amigo,
dice, él necesita hacerle unas pruebitas. A ver si está con él por la fama o
por su amistad. A cambio, él es leal.
A pesar de que hoy es un padre
doméstico, un león dormido, Arjona también tiene sus travesuras encima. “Cuando
me casé, tenía a mi hija y fuimos a Las Vegas. Perdí todo en un casino. Luego
usé la plata de mi esposa y terminé ganando. No creía en el matrimonio porque
es un recurso que espanta. Pero me había tomado unas cervezas y estaba
contento. Me casé en cinco minutos y me divorcié en siete años”, afirmó.
Ambos son autocríticos. Por
demás. “Soy la persona que se juzga más duro sobre sí misma”, cuenta Luismi.
“Soy exigente”. Arjona coincide. En su último disco participaron seis
productores, y él estuvo coordinando todo para dar unidad y coherencia musical
a sus 14 canciones. “Fue un vía crucis lograr que todas fueran a un mismo
lugar”, explicó. “Es el disco más difícil que haya hecho en mi carrera. Soy
muy, muy, muy exigente, ojalá no lo fuera tanto. Soy terco, testarudo”.
De Arjona dijeron que era
sinónimo de monotonía musical. Que era un poeta frustrado. Que siempre hace la
misma canción. Y que es la persona que más veces emplea el oxímoron –dos
significados opuestos– en castellano. En las redes sociales, de cada cien
grupos en defensa del músico, hay uno que le sale al cruce con nombres que lo
dicen todo: “Un mundo sin Arjona”. “"Somos parte del millón que no puede
escuchar a Arjona”, escriben los militantes anti-Arjona. Los colegas también
desenfundan el cuchillo: el músico Fito Páez dijo que los 35 Luna Park a lleno
total de Arjona en 2010 eran un síntoma de “aniquilación cultural” de la
Argentina –el propio Arjona respondió a Páez que él formaba parte de esa
aniquilación cultural–.
Y el cantante mexicano Alejandro
Filio fue mucho más duro aún: “Existen ciertos requerimientos técnicos para
hacer música. Los artistas que componen canciones y no tienen noción de la
rítmica y la métrica no van a lograr versos bien estructurados y, por lo tanto,
tampoco canciones bien construidas. Es el caso de Arjona”.
Él, por su parte, dice que es
todo cuestión de gustos. “La música no pertenece a las competencias de
atletismo, donde se miden las capacidades contra reloj, es un asunto de gustos
y emoción”, explicó cuando conoció los comentarios de Páez. “Ante los cinco
sentidos de cualquiera que los tenga exactos, sus comentarios no serán más que
un alarde melancólico, visceral y resentido de alguien al que solo le queda
hablar”.
Entre sus defensores está el
mítico Leo Dan, quien lo definió como un gran decidor. “Sus versos son muy
actuales. Arjona ha descubierto ese algo, y su timbre de voz”, declaró. Y
Sandro aceptó encantado participar en una canción a dúo con él. A los que lo
acusan de pop prefabricado, él desenfunda letras donde refiere desde un
atentado terrorista en Madrid hasta la homosexualidad reprimida. Dice que
prefiere no opinar en sus canciones. Sólo narrar. “Ser espectador te abre un
panorama más grande que te permite ver mejor la historia”, dice Arjona.
A Luismi, por su lado, le
llovieron críticas. En su última visita a la Argentina, los medios lo acusaron
de hermético, de tener poco tacto con las fans, de cantar a reglamento y, lo
que es aun más grave, de estar quedándose sordo.
Un año atrás, cuando los
desastres meteorológicos azotaron Acapulco, la ciudad bandera de Luismi, lo
acusaron de no poner un peso para las víctimas ni para reparar daños. Ni
siquiera dar condolencias a los que perdieron todo –después del enojo, envió,
según dicen, dos aviones con alimentos para los damnificados–.
En Medellín, en 2013, a Luis
Miguel lo criticaron porque no cantó los hits y se fue sin saludar. Le han
dicho que está más gordo. Que no sonríe como antes. Y que su apodo de “El Sol”
ya no brilla en todo su fulgor. Que ya no canta, cacarea. Y que disfraza de
novedad discos que son más de lo mismo. Él se pasa las críticas por debajo de
la mesa, y sigue viendo la vida color bikini azul. Entre sus colegas, tiene
defensores confesos. El dominicano Juan Luis Guerra dijo que tenía una de las
mejores voces del bolero. Barbra Streisand confesó que le encanta escucharlo.
Julio Iglesias lo puso en el cielo: “Es un chaval con un talento descomunal”.
El propio Frank Sinatra dijo: “Este chico tiene una voz única”. Y el tenor
Luciano Pavarotti colocó la frutilla de la torta: “Su garganta –dijo el
italiano– es un Stradivarius”.
Y así es, mis amigos. Arjona y
Luismi peinarán canas, cosecharán críticas y dividirán las aguas. Pero que no
haya dudas: las fans seguirán siendo aliadas incondicionales, eternamente
enamoradas, amantes secretas más allá de toda distancia. Esperando que ellos les
toquen una vez más la serenata sin tiempo que sus maridos nunca lograron
cantar. Y las fieles fanáticas en la Argentina nuevamente seguirán construyendo
el míto de la seducción eterna de sus ídolos.
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