Gorka Larrabeiti
Remite la vuvuzela y Sudáfrica vuelve a la sorda rutina. Después de la algarabía informativa del Mundial, en Sudáfrica abren los ojos y se encuentran con esos tristes monstruos arquitectónicos vacíos que dejan todos los grandes eventos (recuerden la isla de la Cartuja de Sevilla después de la Expo, el Fórum de Barcelona o la Expo de Zaragoza).
Sudáfrica se gastó 2.000 millones de euros en hacer cinco nuevos estadios y en renovar otros cinco antiguos. Tres de ellos servirán para lo que ya servían, o sea, para el rugby; otro hará de cajón de sastre y albergará todo aquello que genere fondos, desde conciertos a bodas, funerales o reuniones evangélicas. Quedan seis con los que no se sabe qué hacer, pues nadie ha querido gestionarlos. Pelotazos urbanísticos que dejan carcasas que cuestan 16 millones de euros al año de mantenimiento en un país que tiene graves problemas de luz y electricidad en muchas barriadas. Muchos de esos edificios construidos para que se vieran más que para que se usaran no eran necesarios del todo: bastaba con arreglar otros ya existentes. La FIFA llegó a amenazar en el caso de Ciudad del Cabo con degradar la categoría de la sede a menos que se construyera un estadio completamente nuevo. La "calma" volvió a Sudáfrica el mismo domingo. Hubo ataques racistas a tiendas de extranjeros en Cape Flats, Wellington, Paarl, Franschhoek y Klapmuts. 70 extranjeros se refugiaron en la comisaría de Policía de Mbekweni en Paarl; otros 22 lo hicieron en Wellington. El periódico Die Burger informaba de que la policía de Nyanga aconsejaba a los extranjeros, principalmente somalíes, abandonar esa ciudad.
Después de que Sudáfrica haya gastado 38.000 millones de dólares en el Mundial, Danny Jordaan, el director del Comité organizador, afirmaba que el lunes después de la final se sentiría una especie de nostalgia "después de una gran fiesta". Una resaca tal vez producida por la borrachera de 93.000 millones de dólares que se han inyectado en el PIB. Economía drogada. Jordaan anunciaba sin embargo que "si tuvieran que celebrarse unas Olimpiadas en África, Sudáfrica sería el país indicado para hacerlo". Blatter, presidente de la FIFA, apoya la idea. No sería de extrañar que en 2020 vuelvan a sonar las vuvuzelas: ahora de modo olímpico. África es el mercado más contendido. De momento, a la vuvuzela espectacular le va ganando el silencio chino.
El reino mágico Eduardo Galeano Pacho Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice que el fútbol es un reino mágico, donde todo puede ocurrir. El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.
Insólitos fueron los diez estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Suráfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar en uno de los países más injustos del mundo. Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del fútbol imponen, no proponen. Tienen costumbre. Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el basquetbol, el tenis, el béisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El fútbol, no. Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj, para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: el error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est. Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del fútbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo. Algunos resentidos llegamos a sospechar que el pulpo era un corrupto
Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un fútbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.
Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania. De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana. De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania. Como América Latina, África exporta mano de obra y pie de obra. Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un portero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que habría dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no.
Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas. Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena.
Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.
Insólito fue que el campeón y el vicecampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas. En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un fútbol jugado para impedir que el rival juegue.
En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron la Marsellesa en Suráfrica. Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.
Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.
Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus. Al fin se hizo justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida
Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. Él comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba.
El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado y hasta calumniado por algunos resentidos, como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto. Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida. España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de fútbol. Casi un siglo esperando.
El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su fútbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta. Él prueba que a veces, en el reino mágico del fútbol, la justicia existe.
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía "Cerrado por fútbol". Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado 64 partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia. Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardíacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el fútbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de esas que hacen bailar a los muertos, suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.
Balones en crisis En cada Mundial un nuevo balón es el protagonista del juego. En Sudáfrica le ha correspondido al Jabulani.
Los nuevos balones cumplen los márgenes que marca la FIFA e incorporan nuevas tecnologías en materiales, fabricación y acabado. Todos los balones son verificados antes de ser aprobados. Y, a pesar de ello, son criticados por porteros, seleccionadores y jugadores. Algunos tachan al Jabulani de balón escurridizo, imposible, con trayectorias imprevisibles y sólo bueno para pases cortos. Capello lo ha calificado como "el peor que he visto en mi vida" y se ha llegado a hablar de efecto Jabulani. Todo ello a pesar de que las normas de la FIFA intentan garantizar que los balones tengan una cierta ligereza junto a un buen control. Pero, ¿qué puede haber de cierto en las críticas? ¿las normas actuales garantizan que los balones no hagan extraños? Y ¿son las trayectorias erráticas una característica del Jabulani? El Jabulani, con sus 440 gramos, se encuentra en la parte alta del rango de pesos permitido al balón (420-445g). Además, se caracteriza por un bote uniforme, una gran redondez y por una nula absorción de agua, con lo que su peso no aumenta en campos mojados, ni con la lluvia.
Respecto al Teamgeist del Mundial de Alemania en 2006, ha reducido los paneles de 14 a sólo 8 y evita las costuras con un sellado térmico. El Teamgeist demostró tener mejores coeficientes de sustentación al girar en los lanzamientos con efectos frente a los balones tradicionales de 32 paneles. Esto implicaría un mayor peso de los efectos. Faltará conocer los resultados del Jabulani, que quizá también sean elevados. El nuevo balón incorpora rugosidades para evitar ser un balón demasiado liso y difícil de controlar que podría presentar problemas aerodinámicos. Sabemos que los balones padecen una crisis aerodinámica, en torno a los 80 kilómetros por hora. Si la atraviesan durante el vuelo hacia portería pierden velocidad, mientras empeora la penetrabilidad o Cx. Aunque parezca raro, esa zona de crisis les hace aumentar súbitamente la resistencia al avance mientras disminuyen la velocidad. Es debido a un cambio súbito de envoltura. La capa de aire que los envuelve cambia de turbulenta a laminar, mientras el Cx pasa de ser ligeramente superior a 0,2 a situarse en torno a 0,5. Cuando esto se produce cerca del portero es difícil que éste pueda adivinar la trayectoria que tomará el balón. También se han descrito trayectorias erráticas en balones chutados con la puntera y sin giro. En ellos es difícil conocer la trayectoria precisa que tomará el balón, pero a falta de mayores estudios aerodinámicos nada hace sospechar que el Jabulani sea más propenso a trayectorias erráticas que sus predecesores.
Ante la eliminación de Inglaterra, Capello ha manifestado que "es inexplicable que no se use la tecnología", refiriéndose a la implementación de un sistema de aviso de franqueo de la línea de gol. El Jabulani nace abierto a incorporar este tipo de tecnología en el momento de ser aprobada. El fútbol no se caracteriza por ser un deporte de cambios súbitos y frecuentes en sus normas. Pero analizando la investigación aplicada en estos últimos años es injusto sentenciar que no se usa la tecnología. Las normas siempre van a ir por detrás de la tecnología, que ya existe.
Xavier Aguado Jódar es Biomecánico del deporte, Catedrático de la Universidad de Castilla-La Mancha
"Hay más alegría ahora que en 1950" LUIS UBIÑA Defensa uruguayo en los Mundiales de 1966 y 1970 El ex futbolista uruguayo Luis Ubiña, capitán de la selección que alcanzó las semifinales en México 70.-
El lateral derecho Luis Ubiña (Montevideo, 1940) fue el capitán de la última selección uruguaya que alcanzó las semifinales de un Mundial, en 1970. Ahora espera ansioso en Montevideo a que sus paisanos repitan la gesta.
Pregunta. ¿Cómo es posible que de un país con tres millones de personas haya dado tantas selecciones mundialistas?
Respuesta. Esa es difícil de contestar porque ahora han desaparecido los potreros. Hasta hace 20 años en Montevideo había una canchita cada dos manzanas. Ahora, donde había una canchita han construido un edificio. Pero igual siguen saliendo jugadores. A lo mejor los padres llevan a sus hijos a los clubes porque es una buena salida económica. Nosotros jugábamos porque nos gustaba. Jugábamos descalzos y en la calle. Ahora te ven jugando en la calle y te llevan preso.
P. ¿La reputación violenta del futbolista uruguayo coincide con la realidad?
R. Es injusta. Yo jugué 20 años en Uruguay y sólo vi quebrar a uno: al Cococho Álvarez. En mi época eran fuertes, no malintencionados. Fuertes como el Mono Gambetta, como El Negro Obdulio Varela... ¿Me entiende? Eran gente especial. Con mucho genio. Se hacían respetar por los compañeros y por los rivales. El Mono te pegaba una patada y te pedía perdón. Yo mismo jugaba fuerte pero sin mala intención. El Tito González de Peñarol y Montero Castillo eran otros casos. Pero nunca quisieron quebrar a nadie. ¡Montero Castillo iba fuerte porque su temperamento lo hacía buscar la pelota con vehemencia y por eso lo ponían!
P. ¿Cuál es el mejor equipo uruguayo después de 1950?
R. A mí me encanta esta selección de Tabárez. La estoy disfrutando deportivamente y como uruguayo. Los chiquilines están llenando las plazas y las calles. Se llena todo de coches y de banderas. Estos muchachos le están dando una alegría muy grande al pueblo. Yo en 1950 en el Maracanazo tenía diez años y la gente no estaba tan contenta como ahora. ¡No se puede cruzar ni la calle! ¡Hay que ver que están representando a tres millones y medio de habitantes nada más! Estamos luchando contra Holanda que tiene 15, contra Italia que tiene 60, contra España y Argentina que tienen 40... Ahora que digo España me acuerdo que camino de Inglaterra en 1966 jugamos un amistoso en el Bernabéu y tuve el gusto de marcar a Gento.
P. ¿Iba rápido?
R. ¡Como una víbora! Rápido como el diablo. Después comimos sardinas. ¡Qué buenas que están las sardinas en España! En Uruguay son en lata.
P. ¿Qué le gusta de este Uruguay?
R. Que Tabárez hizo un muy buen grupo humano de obreros deportivos. Tienen hambre de triunfo: los jugadores, salvo Forlán, son casi todos de equipos chicos. El mundo no los conoce todavía. Y Suárez puede convertirse en un gran jugador. Lo conozco desde que tenía 13 años en Nacional.
P. ¿Cuál es el jugador más querido?
R. Si se hace una encuesta gana el Loco Abreu.
P. ¿Y la selección con más potencial?
R. La de 1990. Estaban Francescoli, Alzamendi, Rubén Paz, Rubén Sosa, Perdomo, De León... Nunca reunimos tantas figuras. Tal vez les faltó suerte, preocupación, unión...
P. En 1970 salieron a buscar a Brasil. ¿Por qué se sentían tan seguros?
R. Los titulares de ese equipo vivíamos y jugábamos en Montevideo, en Nacional y Peñarol. Estábamos compenetrados. Si Rocha no se hubiera desgarrado en el debut el partido habría sido distinto. Rocha era el Forlán de entonces. Entrabas a la cancha y sabías que ibas 1-0.
P. ¿Qué momento recuerda de ese partido?
R. Una pelota que fue a sacar Montero Castillo. Chocó con Pelé y yo fui y le dije algo y se me volvió y me dijo: "Yo te parto la pierna". Siempre fui muy hincha de Pelé y después de ese partido más todavía.
P. ¿Cuál era el jugador más difícil de frenar en Brasil de 1970?
R. El negro. Te descuidabas y te hacía un gol o un pase de gol. Nos fuimos calientes. Pero cuando pierdes contra Pelé, Rivelino, Tostao, Gerson... Lo que es feo es perder cuando estás igualado con el otro. Pero no sólo se pierde por motivos deportivos: a nosotros en México nos cambiaron la sede. Teníamos que jugar en el estadio Azteca y nos mandaron a Guadalajara. Viajamos toda la noche a Puebla y al día siguiente a Guadalajara. No nos dejaron ni practicar en la cancha antes del partido: nos fuimos todos a la cama a dormir. Y en Inglaterra también nos provocaron: jugamos el partido inaugural contra Inglaterra, que iba de rojo, y estábamos por salir a la cancha y el árbitro nos obligó a jugar con camisetas blancas. Recuerdo que el técnico le decía al árbitro: "¿Cómo nos vamos a cambiar la celeste si somos campeones del mundo?". Entramos y el juez inglés nos arrancó la cabeza. Y contra Alemania también nos dieron en la cabeza. No sólo los jugadores juegan al fútbol. Los puntos también se juegan en las oficinas.
P. Dice Pablo Forlán que después del partido contra Alemania se encontraron al árbitro en el túnel y le pegaron.
R. Puede ser. Salieron los uruguayos...
Cuando seguíamos el fútbol por la radio Mi padre fue un maestro en el arte de la narración radiofónica de un partido de fútbol, tenía un don. Eran los tiempos anteriores a la televisión. En todo caso, en el estadio, por la radio o por la tele, adoraba este deporte DANIEL ALARCÓN (publicado en el país España)
Como la mayoría o prácticamente todos los niños que vivían en los años cincuenta en Arequipa, Perú, mi padre, Renato, estaba obsesionado con el fútbol; a diferencia de muchos de ellos, le apasionaba tanto retransmitir el partido como jugarlo. Todos los domingos iba al estadio con mi abuelo, y en el descanso se aproximaba al palco de prensa, se asomaba e intentaba oír los comentarios. Los hombres de radio le impresionaban; nunca les faltaban las palabras. Los lunes, los periódicos locales mostraban gráficos de los goles marcados el día anterior, y mi padre los estudiaba, recordaba las jugadas tal como las había visto y pensaba en cómo habría narrado él los preliminares, el disparo, el vano intento de pararlo del portero y el impacto del balón contra el fondo de la red. De noche, se dormía relatando partidos en su cabeza, partidos en los que jugaban sus héroes, los chicos de los equipos locales, el FC Melgar, o el Piérola, o Alianza San Isidro. Pasaba los sábados en el campo que había tras el colegio, con un micrófono conectado a un altavoz diminuto, relatando los partidillos que jugaban los de unos cursos contra otros. Allí empezó a construir su reputación, empleando la voz para añadir cierto glamour a lo que no eran más que unos partidos de barrio corrientes y molientes. Los jugadores reaccionaban ante sus barrocas e ingeniosas descripciones del partido y mejoraban la calidad de su juego.
Poco después, mi padre empezó a actuar en concursos locales, entre ellos uno que se celebró en el teatro municipal de Mollendo, con todas las entradas vendidas. Improvisó un partido imaginario entre su adorado Melgar y el Universitario, los odiados rivales de la capital, Lima. Cuando, en su narración del partido inventado, el Melgar marcó un gol, la gente dio vítores y lo celebró con tanto entusiasmo como si el gol hubiera sido real. Mi padre recuerda ver al público, unos 300 hombres, mujeres y niños que gritaban puestos de pie, y no acabar de creérselo. La gente se abrazaba, daba palmas. ¡Golazo! Bajó del escenario y fue donde estaba su tío Juan Castor llorando, orgulloso.
Si todo esto parece muy fantasioso, hay que recordar cómo se vivía el deporte en los tiempos anteriores a la llegada de la televisión, antes de las omnipresentes repeticiones de jugadas y la posibilidad de ver los momentos destacados de los partidos en Internet. En Perú, a principios de los años cincuenta, si uno no estaba en el estadio viendo el partido en persona, tenía que representárselo en su cabeza, inspirado por la hábil narración de un locutor de radio. Aprendía a verlo, a imaginárselo.
El fútbol no es fácil de contar, desde luego, con su campo tan grande, su velocidad y lo imprevisible de sus jugadas. Los mejores jugadores suelen ser los que se mueven de manera más inesperada, los imaginativos, los que se van muy lejos de su posición cuando se lo exige su instinto. ¿Cómo describir un hábil pase rápido con la parte exterior del pie, o a un defensa que pierde el equilibrio, engañado por una finta sutil, casi imperceptible, de las caderas? Y eso no es más que parte del problema: cualquier descripción de un partido para la radio tiene que ser precisa y al mismo tiempo global. Se narra la jugada, pero también lo que puede venir a continuación: no solo quién tiene la pelota, sino también dónde están sus compañeros de equipo, sus adversarios, las distintas posibilidades.
He pensado mucho en aquella noche del teatro municipal. Quizás es imposible reproducir la inocencia de una multitud capaz de dar gritos de entusiasmo mientras un niño en el escenario describía un partido imaginario y un gol también imaginario. Son otros tiempos. Los goles están devaluados como moneda de cambio, por supuesto. En 2010 podemos verlos todo el día: los goles marcados en las ligas de Japón, Bélgica, Paraguay o Ghana; goles de volea, de cabeza, autogoles, goles que parecen accidentes o que son obras de arte, y a mitad de camino entre las dos cosas. Podemos ingerir una dieta constante de goles, pero todo eso está tan lejos del deporte que jugaba mi padre y del que se enamoró cuando era niño, tan lejos del deporte que narraba, que es totalmente irreconocible. Esa noche, mi padre convenció al público de que el partido que estaba describiendo era real; y en un partido de verdad, los goles son la excepción, y casi siempre llegan por sorpresa. El público gritó y celebró aquel gol inventado por un simple motivo. Les tenía tan cautivados con el partido que, cuando lo contó, fue algo inesperado.
Mi padre era un estudioso del arte de narrar el fútbol, y todos sabían que tenía un don. No mucho después le invitaban al palco de prensa en el estadio los domingos; de vez en cuando incluso le daban un micrófono al chico. En 1956, el legendario locutor Óscar Soto Solís dejó Arequipa para probar suerte en la capital; y Radio Continental, la emisora más poderosa en el sur de Perú, se encontró de pronto sin su voz emblemática. Al cabo de unos meses habían encontrado sucesor: mi padre. Dos años más tarde, había pasado de narrar partidos de barrio a transmitir en directo desde el estadio del Melgar todos los domingos. No tenía más que 14 años.
Mi padre y yo hemos pasado muchas horas hablando de fútbol. Cada vez que se me quedaban pequeñas unas botas, él me recordaba que en su niñez jugaba descalzo. Si necesitaba un balón nuevo, me decía que sus amigos y él se fabricaban el suyo, con gomas, periódicos y calcetines viejos. Me gustaba oír esas historias, hacían que el deporte me resultase más especial. Cuando era niño, estaba obsesionado con el fútbol, como mi padre; a diferencia de él, crecí en un lugar en el que no podíamos ir al estadio todos los domingos, donde no había posibilidad de contacto con futbolistas profesionales, ni en persona ni en televisión ni, desde luego, en la radio. En realidad, no vi un partido de fútbol bien jugado hasta el verano de 1986, cuando nuestra empresa local de televisión por cable nos dio Univisión durante un mes. Me preparé leyendo recortes de prensa que me enviaban mis primos desde Lima, con perfiles de jugadores, predicciones sobre los equipos y, por supuesto, gráficos de goles famosos. Los estudiábamos juntos. Luego empezó el campeonato, y vi todos los partidos.
Mi padre trabajó en Radio Continental durante cuatro años, hasta que sus estudios se lo impidieron. Hacia 1960, Soto Solís regresó de Lima; la leyenda local nunca alcanzó el éxito que esperaba en la capital. Era el momento idóneo para que mi padre dejara el trabajo. El veterano locutor recuperó su puesto y mi padre dedicó toda su atención a la universidad.
Por supuesto, cuando oigo a mi padre contar sus historias de la radio, siento nostalgia por algo que nunca viví. Puede que escuchar un partido en la radio no sea una experiencia más rica que verlo por televisión, pero de lo que no cabe duda es de que son dos experiencias diferentes. Si el hecho de ver solo las jugadas destacadas, los goles, distorsiona nuestra concepción del fútbol, quizá el antídoto sea un partido bien narrado en la radio: nos permite ver partes del juego a las que no prestaríamos atención. Un buen locutor se da cuenta y nos las relata: el espacio entre los centrocampistas, un portero peligrosamente descolocado, un delantero frustrado que espera con impaciencia el balón.
Para cuando llegó la televisión a Arequipa, mi padre ya se había ido a vivir a la capital para continuar su educación. Hace no mucho le pregunté sobre ello; sobre esa transición, sus repercusiones sobre el deporte y sus consecuencias en la imaginación de los aficionados. Estaba acordándome de aquellas 300 personas del público en el teatro municipal de Mollendo. Con la televisión, aquella velada habría sido imposible.
¿Algo se perdió?
Mi padre se lo pensó, pero no demasiado. Al fin y al cabo, le gustaba el deporte. Le gustaba estar cerca de donde transcurría la acción. Y, sobre todo, confiaba por completo en su capacidad de transmitir ese amor, independientemente del medio: "Si hubiera habido televisión en aquella época", dijo, "por supuesto, yo habría trabajado en la televisión".
Daniel Alarcón es escritor peruano. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Saramago nos dejo obligaciones pendientes Mercedes Rodríguez García
El escritor portugués y Premio Nobel de Literatura José Saramago murió el pasado 18 de junio a los 87 años de edad. En sus últimos días —increíblemente alargados— accedí a su blog en busca de referencias sobre su novela Una balsa de piedra camino de Haití, edición solidaria que se vendió en Europa a solo 15 euros, como parte de un programa de ayuda a las víctimas del terremoto.
Se trataba de la segunda iniciativa del Nobel portugués, pues ya lo había hecho en 1999 con Centroamérica tras el paso del huracán Mitch, al donar los beneficios de su relato El cuento de la isla desconocida: “Porque todos tenemos una obligación”, aseguró su autor.
Precisamente por estos días de la Copa Mundial 2010, en Sudáfrica, me acordaba de sus quejas aparecidas en una publicación argentina en junio de 2006 , a tenor de que el fútbol poseyera más propagandas que los libros: “Mal andan las cosas si resulta necesario estimular la lectura, porque nadie necesita estimular el fútbol, que tiene detrás una fabulosa operación de propaganda”.
Otra evocación al novelista nacido en Azinhaga, una pequeña aldea ubicada a 120 kilómetros al noreste de Lisboa, la tuve por los días cercanos a la fecha límite de presentar el último recurso disponible a los abogados para los Cinco cubanos acusados de terroristas y prisioneros en cárceles de los EE.UU.
Entre los centenares de escritos sobre el tema, buscaba algo original con que iniciar un artículo, cuando encontré una carta publicada en dos periódicos británicos (The Guardian y The Independent) para conmemorar el 10º aniversario del arresto del grupo, conocido como “Los Cinco de Cuba”.
Entre unas 130 figuras del mundo del arte y la política que suscribían el documento abierto clamando “justicia” por el caso de los antiterroristas cubanos —juzgados como espías por el gobierno de EE.UU.—, estaba la de José Saramago junto a otros nueve Premios Nobel.
La misiva califica de injusto el juicio al que fueron sometidos los Cinco cubanos, critica la negativa a facilitarle una visa a Pérez y a otras de las esposas por varios años, y la restricción de las visitas de los familiares, reducidas a una vez por año.
¿Todo esto lo convertía en un verdadero comunista? No sé. Lo que me consta es que se autotitulaba un comunista hormonal: “Mi cuerpo contiene hormonas que hacen crecer mi barba y otras que me hacen comunista”, reiteraba el hombre militante de ese Partido del que nunca renegó en su activa vida política y como subdirector del Diario de Noticias, hasta 1976. Y este compromiso es evidente en parte de su producción, que incluye 17 novelas, cinco obras de teatro y numerosos relatos, poemas y crónicas.
Fue una de estas novelas, El Evangelio según Jesucristo, la que le hizo trasladar su residencia de Lisboa a Lanzarote, en 1992. Se trató de un exilio simbólico motivado por la decisión del gobierno portugués de impedir la candidatura de esta novela a un premio literario europeo, por considerarla “herética”.
Para ese entonces, Saramago ya había publicado obras de la talla de Memorial del convento (su primer gran éxito, que llegaría a los 60 años), El año de la muerte de Ricardo Reis e Historia del cerco de Lisboa. Luego vendrían Ensayo sobre la ceguera (llevada al cine en el 2008) y Todos los nombres, publicada poco antes de que se le concediera el Premio Nobel de Literatura, en 1998.
Sobraron a Saramago capacidad y voz crítica, Saramago la continuó, cualidades que exhibió hasta el final, tanto en sus novelas como en sus artículos periodísticos o en su blog, en el que acostumbraba a comentar sobre los diferentes temas de actualidad.
Una recopilación de las mejores entradas de este último, en las que flagelaba al capitalismo, al consumismo, al Papa y a George W. Bush, fue publicado el año pasado bajo el título de “El cuaderno”.
En una entrevista con BBC Mundo celebrada para marcar la ocasión, Saramago reconoció que ya no le quedaba mucho por vivir: “Me pueden quedar tres o cuatro años de vida, quizá menos”, anunció en aquella oportunidad.
Creo en todos los gestos del viejo Saramago. Si tuviera el poder de Dios, lo resucitaría. Dentro de las innumerables e importantes campañas de solidaridad que se han iniciado en el mundo, las del portugués nunca rondaron lo simbólico, como casi siempre sucede. Y, al otro, día, el olvido.
Como sobre el pasado no se puede hacer nada, Saramago actuó sobre el futuro y siempre halló buen momento para probarlo. Lo descubrí en el blog, en sus comentarios en torno a esa “balsa de piedra” con que remonta la catástrofe sufrida por Haití como consecuencia de los terremotos del 12 y 20 de enero pasado.
Como decía John Donne: “Ningún hombre es una isla, algo completo en sí mismo; todo hombre es un fragmento del continente, una parte del conjunto”. Y a todos, como a Saramago, nos asiste esa obligación.
Lo siento hoy más que nunca cuando el peculiar sonido de las vuvuzelas puede que aplaste la noticia de su muerte.
Lo siento cada vez que a Adriana, la esposa de Gerardo, le niegan el visado, alegando que podría ser una amenaza para la seguridad, una posible terrorista o una inmigrante ilegal.
Con todas estas obligaciones pendientes nos dejó Saramago. Ahora hace calor, y escribo apretándome los labios para que no se me escape un sollozo que empañe el display de mi PC, y ante el cual discurro al mundo jugándose varios partidos decisivos para la sobrevivencia humana.
“DEPORTE SOCIAL…” Ps. Franz Rivera Mansilla Se entiende por DEPORTE SOCIAL como la práctica de actividades físicas - deportivas y recreativas orientada a la población en su conjunto, sin discriminación de edad, sexo, condición física, social, cultural o étnica; promovedoras de salud, preventoras de enfermedad, generadora de situaciones de inclusión y adecuados estilos de vida.
Entendiendo al Deporte como un ámbito propicio para el desarrollo humano integral; se hace propicio la implementación de planes socio-deportivos orientados a cubrir y descubrir diferentes facetas del deporte social: juegos deportivos, deporte provincial, inclusión social, deporte para la salud, etc.
Los “Planes de Deporte Social” establecen los lineamientos de política deportiva en las instancias pertinentes (local, distrital, provincial, regional y nacional); incluyendo programas y proyectos, diseñados para diferentes sectores sociales.
En muchas partes del mundo, consideran el DEPORTE como excelente oportunidad para la formación integral de toda una población, un medio óptimo para tener salud, una estrategia ideal para crear fuentes laborales y una herramienta legitima para reducir o menguar riesgos y amenazas sociales de nuestros tiempos, influenciadas por efectos de la pobreza (delincuencia juvenil, pandillaje, violencia familiar, etc.)
El deporte se constituye en un agente promotor de calidad de vida, de salud, de educación y organización de la población; además de un factor que se inserta sin inconvenientes en los lineamientos de economía y el empleo Hoy en día, más que nunca, ha de evaluarse el deporte teniendo en cuenta su importancia social, consolidando una herramienta que motive a los integrantes de una sociedad a que cuiden su salud (participación social). Todo lo mencionado es una perspectiva IDEAL en nuestro medio, pero REAL en otras sociedades.
Lo REAL en el Perú es el desinterés o escaso interés por explotar las potencialidades que ofrece el deporte en beneficio de una comunidad; así mismo, el desinterés o poco interés por parte de la población en adoptar adecuados estilos de vida, cerrándose de esta forma el circulo y circuito de conformismo, indiferencia y sedentarismo.
Quienes toman decisiones políticas y manejan partidas presupuestales para beneficiar y desarrollar una sociedad, no soslayen la importancia del deporte como agente de DESARROLLO SOCIAL (SDP).
|