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viernes, 26 de septiembre de 2014

identidad

Los obstáculos en la búsqueda de la identidad


INFOnews - ‎viernes‎, ‎26‎ de ‎septiembre‎ de ‎2014
Puedo ser hija de desaparecidos, pero el resultado del ADN me lo dieron por teléfono. En ese momento a mí se me vino el mundo abajo, se me derrumbó. Pensé en no vivir más, es desesperante no saber quién sos. De pronto me sentí sola, sin familia, de un momento a otro. Es duro. Lo que sentís es que ya no sos parte de nada, pero a la vez querés seguir siendo parte de eso que eras. Decidí cerrar la persiana porque no sé cómo seguir. Cuando me encontré diciendo delante de mi hijo que no tenía ganas de vivir, me di cuenta de que buscando mi pasado me estaba perdiendo el presente”, declaró en revista Veintitrés.

La voz de Mary suena firme. No parece la voz de alguien que hace siete años sabe quién no es. No es la hija de los padres que la criaron como hija biológica, que le dieron amor, la educaron, pero le ocultaron su verdad.

Esta historia, y otras similares, están relacionadas con la lucha solitaria, desigual y profundamente angustiante que llevan adelante aquellas personas que dudan de su identidad, creen ser hijos de desaparecidos pero el examen que se realizan en el Banco de Datos Genéticos arroja resultado negativo, o de exclusión, como lo llaman en la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad).

Aunque no se conocen y no tienen tanta repercusión mediática, los casos negativos de búsqueda de identidad son muchos más que los positivos. Y, por supuesto, abarcan un universo mucho más amplio que el de los presuntos hijos de desaparecidos, a la sazón los nietos que durante tantos años están buscando las Abuelas de Plaza de Mayo.

Las historias que cuentan ante Veintitrés son distintas, crecieron de manera diferente, pero en todos los casos existe un común denominador, una sola palabra que se transmite personalmente pero que atraviesa el teléfono, las computadores, el chat, el whatsapp y todos los métodos con los cuales nos comunicamos con ellos. Y esa palabra es angustia. Una profunda angustia mezclada con dolor. El dolor de no saber.

“Yo contra mis padres, ya fallecidos, no tengo rencor. Ellos se hicieron cargo de mí durante veinte años y me criaron como pudieron, como su hija, y a su manera me dieron amor”, confiesa Mary, que vive en Córdoba. La historia que le contaron cuando ella interpeló por su identidad dice que nació en Rosario, más precisamente en Granadero Baigorria, en el hospital ahora llamado Eva Perón, sospechado de ser un lugar donde nacieron bebés en cautiverio. Empezó a dudar a los 12 años, cuando escuchó una conversación de compañeras de colegio que comentaban que ella era adoptada. Empezó a mirar fotos, a buscar parecidos, y se dio cuenta de que ella no pertenecía a esa familia. Pero no fue sino hasta los 21 años cuando en una discusión familiar, entre gritos, su madre aceptó que eso era verdad. “Esperaba que me lo negara, tenía esa esperanza todavía, pero me dijo: ‘Sí, sos adoptada, ¿y qué?’. Me fui corriendo a hablar con mi padre, que ante la evidencia decidió contarme lo que él llamó la verdad. Que no podían tener hijos, que tenían un conocido que les habló de un hombre que tenía un quiosco en la puerta del hospital de Granadero Baigorria. Que una noche los llamaron y les dijeron: ‘Está la nena’. Fueron, entró mi mamá con esta persona de Rosario y me sacaron del hospital con una mujer que mis padres decían no saber quién era. Luego esa mujer se bajó del auto. Fue en el año 1977”.

Después de eso, una vida de mentiras, una vida que no era de ella, no era de nadie. “Me hice el examen de ADN en el año 2007 y te aseguro que eso fue un quiebre en mi vida. Tenía muchas expectativas pero el resultado negativo me volteó anímicamente, por eso no seguí la búsqueda. Le transmití esa angustia a mi familia, luego de que me dieron el resultado llamé angustiada a mi marido, y se preocupó tanto que empezó a llamar a amigos y a vecinos para que vinieran a casa y se aseguraran de que estaba bien y no fuera a hacer ninguna locura”.

Mary tiene una partida de nacimiento trucha, firmada por el médico Bernardo López Avellaneda. En 2007, este médico salteño concedió una entrevista a un medio cordobés en la cual reconoció haber firmado actas de nacimientos falsos a fin de reemplazar la identidad de hijos de desaparecidos. Poco después lo ratificó ante la Justicia. López Avellaneda ya falleció y se llevó varias verdades.

Mariela, también de Córdoba, tiene una partida firmada por el mismo médico, que le reconoció a ella misma que no era hija biológica de las personas que la habían criado. “Mi partida de nacimiento dice que nací a las 11.30 del día 21/5/1977. A pesar de que él reconoció este hecho, se lo investigó pero ni él ni la partera declararon en la Justicia. Por eso me fui hasta Carlos Paz, a la casa de este médico. Me reconoció apenas me vio, y eso que no me veía desde que yo tenía 6 años, porque él iba a comer a casa, de visita, era amigo de la familia. Le lloré y le supliqué que me dijera quién soy. Me prendí de sus pantalones, y le pedí que me dijera quién era mi madre biológica. Me dijo que a él no le correspondía decirme… cómo pueden ser tan hijos de puta… Entonces me calmó diciéndome que fuera con mi mamá adoptiva, que le preguntara y que si ella no me lo decía, él me diría la verdad. Cuando lo volví a llamar, porque mi mamá se negó a decirme, me dijo ‘jodete, no me molestes más’, y me cortó”.

Cuando tenía 13 años, Mariela fue dejada en la casa de su tía, hermana de su madre adoptiva. En ese lugar, por ejemplo, no sólo la trataban mal sino que la obligaban a comer separada del resto de la familia, una vez que todos los demás habían terminado su comida. Su hermano adoptivo, cuando vivían juntos, les pegaba tanto a ella como a su madre. Sin embargo, fue por él que se enteró de su adopción irregular. Él también era adoptado. Un día, cuando tenía 30 años, la citó en un bar, le mostró las partidas y le dijo que lo sabía porque los padres siempre lo hablaban delante de él. “Salí corriendo a lo de mi tía, donde estuve viviendo muchos años, y le pregunté por qué no me habían dicho nada. Viviendo y todo con ella, mi madre, demoré una semana en enfrentarla. Hasta que vinieron unas tías de visita y la encaré. Me lo volvió a negar, hasta que mi tía le dijo: ‘Basta de mentir, ya es tiempo de que le digas toda la verdad’. Se largó a llorar y decía: ‘No quiero que me la saquen’. Yo le prometí que no me iba a ningún lado, pero que me dijera la verdad. Y me contó que ellos no podían tener hijos, que los llamaron de Villa María para ir a buscar un ‘paquete’, que era yo, y por quien dicen haber pagado. Cree recordar que fue una casa o clínica clandestina. Lo que me dijo es que mi madre biológica no quiso tenerme porque pertenecía a una buena familia y no estaba bien visto que fuera madre soltera. Pero la que sabe mi verdadero origen es la partera, pero no me dice quién es. Y la conoce, porque una vez me dijo: ‘Dejate de joder con la partera, ella no se dedica más a eso porque el marido está muy enfermo’. O sea que ella sabe quién es, tiene una amistad, pero no me dice nada”.

La situación de Mariela se complica más porque vive con su madre adoptiva. Pero aun así cree que en algún momento no tendrá más remedio que judicializar la situación para poder seguir con la investigación sobre su origen. En su caso, luego de la confesión de su hermano y su madre, Mariela concurrió a la sede de Abuelas de Plaza de Mayo en Villa María. Le dieron fecha para extraerle la muestra en noviembre de 2007. Al mes tuvo el resultado y le dio negativo. “Me dijeron que lo mío queda en el banco de sangre y que lo van a ir comparando con otras familias a medida que entren las pruebas. Una vez que me dio negativo, Abuelas no intervino más. Entonces yo seguí la búsqueda por mi cuenta. Fui a programas de televisión, hice una movida grande en Villa María en el 2008, imprimí afiches grandes y volantes con mi foto. Los pegué por varios puntos de la ciudad, fui a las radios, y hasta di una conferencia de prensa. Se presentó una chica que podía aportar alguna prueba, pero nos tenían que hacer un ADN gratuito, para lo cual yo tenía que denunciar a mi madre, pero en ese momento no quise llegar a eso. Viviendo con ella, eso es complicado”.

Mariela tiene miedo de quedar en la calle y, aun peor, que la denuncia contra su madre adoptiva no aporte nada concreto y termine por complicar aún más su vida. Pero la verdad anda dando vueltas por algún lugar de Córdoba. El Estado le brinda elementos, como la Conadi y la Unidad del Ministerio Público Fiscal especializada en casos de apropiación de niños durante el terrorismo de Estado, que coordina Pablo Parenti (ver recuadro).

Hay otros casos, como el de Cristian, que están en el límite. “Yo me enteré que era adoptado en el año 2011. Como supuestamente nací en el año 1982, podría ser hijo de desaparecidos, así que me hice la prueba de la cual todavía no tengo los resultados. Aunque sospecho que habiendo pasado ya varios meses y no haber recibido todavía la devolución, es probable que el resultado sea negativo”. Vale decir que son casi inexistentes los casos de apropiación del año ’82, pues según los abogados y organismos el grueso de los casos se concentra en los primeros años de la dictadura instaurada en 1976.

“Tengo una adopción irregular, lo que a mí me cuentan es que me fueron a buscar a Misiones, primero a mí y luego a mi hermana, que no se pudo hacer el ADN porque ella nació en el año ’84, y el Banco Nacional de Datos Genéticos no toma muestras de esos años, sino hasta el ’83. Al enterarme de esto, quise saber mi identidad y me presenté en la fiscalía de Parenti, y ahora la causa se encuentra en el juzgado 10, de Ercolini. Relacionada con mi caso, hay una persona denunciada en Misiones, ligada al sindicato de sanidad. Mi partida está firmada por un médico policial, también sospechado de delitos de lesa humanidad”, agrega Cristian, cuyo caso parece estar más relacionado con el tráfico de bebés que con la apropiación ilegal durante la dictadura. “En realidad, existen tres hipótesis; una es la apropiación (que ahora con la prueba de ADN estaríamos descartando), el tráfico sería la otra, pero también podría relacionarse con el robo de bebés”. Cristian, con menos angustia pero con la misma ignorancia sobre su origen que Mariela y Mary, continúa su búsqueda.

“Era muy evidente que era adoptada, o al menos que no era hija de quienes decían ser mis padres. Yo tengo rasgos orientales y ellos no. Nada que ver. Sin embargo en ese momento yo lo negaba, no me lo cuestionaba”.

Mariana interroga desde sus ojos grandes, como asombrada. El mismo asombro que arrastra desde aquel día que tuvo que asumir lo que siempre sospechó. “Yo tuve que hacer esto casi obligada, por una cuestión familiar. Me separé del padre de mis hijos de manera conflictiva. Él me acusó de tener trastornos de personalidad porque no sabía quién era. Fue así que tuve que hacerme la prueba de ADN. En ese momento sentía bronca por tener que pasar por eso”.

A pesar de haber llegado a su ADN casi de manera obligada, la duda perseguía a Mariana. “Yo de alguna manera lo sabía, lo intuía, pero no preguntaba. Yo crecí en la casa de quienes dijeron ser mis padres hasta los 9 años. Después me mandaron a vivir a otra casa, de una familia que tiene parientes desaparecidos… Viví ahí hasta los 18 años, pero nunca supe por qué yo tuve que vivir con ellos. Lo que a mí me decían era que estaba triste, que los preocupaba, y que por eso era mejor que cambiara de aire y viviera con esta gente. Ellos siguen teniendo miedo, no quieren hablar y no me dicen cuál es mi origen”.

Dados sus rasgos, Mariana llegó un poco más lejos, pues logró que su ADN también lo compararan con muestras en poder del Equipo de Antropología Forense, pues hay al menos tres ciudadanos de origen japonés desaparecidos. Tampoco con esos exámenes pudo dar con su verdadera identidad.

Para lograr profundizar la búsqueda, nos relata Pablo Llonto, abogado que actúa en juicios por delitos de lesa humanidad, “es necesario que los involucrados judicialicen el caso, que hagan la denuncia. Sólo de esa forma se podrán dar los pasos correspondientes. Por ejemplo, para lograr ampliar la búsqueda a las muestras que existen en el Equipo de Antropología Forense tiene que haber un pedido expreso del involucrado, y tiene que estar además fundamentado”. Ese fue el caso de Mariana, pues a ella se la comparó con tres ciudadanos desaparecidos que eran de origen japonés. En uno de los tres casos no se pudo determinar, no es ni negativo ni positivo, es indeterminado. Tal vez el peor resultado para este tipo de exámenes.

“A mí esa forma de vida me parecía normal –relata Mariana–, eso de ir a vivir a otra casa, venir los fines de semana a visitar a quienes supuestamente eran mis padres. Los fines de semana venía gente a mi casa que no eran amigos, pero compartíamos mucho tiempo. Eran compañeros de mi papá, pero luego me di cuenta de que no existía entre ellos una amistad profunda. Los hombres, recuerdo, estaban armados”.

Lo poco que pudo saber Mariana sobre quienes la criaron es que su padre tenía una empresa, Prodimo, que funcionaba adentro del Hospital Naval. “Tuvo que disolver la empresa en el año ’83. Nunca supe por qué. Él llamaba a la gente que trabajaba ahí ‘ingenieros’. Pero las veces que yo fui a ese lugar, cuando era pequeña, sólo vi a una secretaria. Nunca supe a qué se dedicaba esa empresa”, cuenta.

La partida de nacimiento de Mariana está tan adulterada como las demás. “No es una partida de nacimiento común. Figura que nací en Palermo pero estoy anotada en San Luis, en la que figuran dos testigos que acreditan mi identidad. Tampoco me enteré jamás quiénes eran esos testigos. Ese documento dice que nací el 27 de octubre de 1976, pero que me anotaron el 3 de diciembre de ese año. No figura el nombre de la partera ni de ningún médico, sólo la firma de los testigos”.

Decidida a buscar su verdadera identidad, un día Mariana recibió una visita inesperada en su casa. Un supuesto amigo de la familia, a quien ella no veía hacía muchos años, se le presentó “preocupado” por su situación. Se trataba de Ricardo Martínez, una persona que en el personal de Prefectura figuraba como enfermero naval durante los años de la dictadura pero que, como muchos, se dio de baja en el año ’83. La “preocupación” de Martínez por Mariana llegó al punto de pedirle que se cuidara, que tenía hijos y cosas para perder. ¿Una amenaza? Puede ser. Todos los elementos podrían indicar que todo el movimiento en la casa de los padres de Mariana podría asemejarse al accionar de una patota.

Otro personaje oscuro ligado a la infancia y la vida de Mariana es el médico Osvaldo Di Ció. Este profesional, que exhibe su currículum por Internet, es médico y docente de la Universidad de Buenos Aires. En octubre de 1969 ingresó al Hospital Naval Pedro Mallo donde ejerció durante 31 años. Además de su matrícula expedida por la UBA, Di Ció tiene otra de la Armada. Se presenta como traumatólogo pediatra. Mariana siempre se preguntó por qué nunca la llevaron con ese pediatra. Tal vez haya sido mejor. Años después se enteró que Osvaldo Di Ció atendió a otra chica, también presuntamente apropiada, y abusó de ella, según le contó la propia víctima.

Son testimonios angustiantes, de vidas duras. Pero son la prueba concreta del dolor que vivió y aún vive este país. Un dolor que sólo se mitigará el día que todos recuperen la memoria, el día que se sepa toda la verdad, el día que todos los apropiados sientan que se hizo justicia. Sólo tres palabras para mitigar tanta angustia: memoria, verdad, justicia.

Un caso similar que involucra a la madre de Astiz

El bebé había nacido cerca de la medianoche del 8 de marzo de 1977 en una clínica clandestina y fue entregado al día siguiente. El matrimonio compuesto por Carmen Ángela Orellano y Mario Guido Capelli lo recibió y procedió a inscribirlo en el Registro Civil de Mar del Plata, según reveló el lunes 22 de septiembre el diario Página 12. A treinta y tres años de aquel hecho, la persona adoptada se enteró y desde entonces desconoce su verdadera identidad. El examen de ADN también le dio negativo. Quien entregó la criatura fue una partera llamada Armonía Baquero de Rosenthal, pero no fue ella la gestora de la entrega. Por estos días, el titular de la Fiscalía Federal número 2 de esa ciudad, Pablo Larriera, pidió elevar a juicio la causa que tiene como principal implicada a María Elena Vásquez, conocida como “Chichita” y madre del marino Alfredo Astiz. También Capelli y Orellano están acusados de ser coautores penalmente responsables por los delitos de retención y ocultamiento de un menor aunque se defendieron diciendo que “no habían pedido el bebé”. Larriera ya probó la participación de Vásquez. De ahí su seguridad al pedir el enjuiciamiento.

Opinión

Complicidades

Por Rodolfo Yanzón

Abogado en causas que investigan delitos de lesa humanidad

Las investigaciones por apropiación de chicos nacidos durante el cautiverio de sus madres, secuestradas por la última dictadura, no sólo abrieron la posibilidad de conocer parte del entramado represivo y las conexiones del poder militar con sectores de la Iglesia, terratenientes y empresariado, sino de conocer más en detalle el sistema preexistente de apropiación de niños bajo formas de “adopciones legales” en el que han participado jueces, miembros de la Iglesia y sectores de poder económico. A partir de la existencia del Banco Nacional de Datos Genéticos pudo avanzarse en la restitución de identidad de personas víctimas de la dictadura, que les permitió conocer sus orígenes y la posibilidad de construir vínculos familiares. Pero también han sido numerosas las presentaciones realizadas por quienes, dudando de su identidad, no dieron con las muestras existentes, lo que no ha descartado que fueran hijos de desaparecidos, pero que ha planteado la duda de saber el modo en que el Estado puede hacerse cargo de una problemática que va mucho más allá del accionar represivo y que guarda relación con estructuras de poder que, por décadas, han utilizado la falsedad y la ilegalidad como medio de obtención de chicos. Un sistema que, además, ha contado con la participación de religiosos –sobre todo monjas–, con los que se pretendió justificar cristianamente la faena criminal. Bajo ese sistema, entonces, se ha eludido la ley para retroceder al siglo XIX en el que las cuestiones de familia eran exclusivas del poder eclesiástico, mientras terratenientes y sus aliados militares miraban para otro lado.

Los pasos a seguir

Todas aquellas personas que tienen dudas sobre su identidad pueden concurrir a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), que hoy coordina Claudia Carlotto (foto). Allí reciben asesoramiento y contención, y se los orienta sobre los pasos a dar. También son los encargados de dar los resultados de los exámenes de ADN. Por lo general, la devolución de los estudios de ADN es realizada por el equipo de psicólogos que trabaja para la institución.

Los pasos que se dan son los siguientes: primero se exige la prueba documental (partidas de nacimiento y cualquier otro elemento), se investiga la adopción y se asesora a las personas que lo necesiten. La Conadi no tiene facultades para citar testigos, pero sí puede asesorar judicialmente a quienes lo soliciten. Este organismo creado en 1992 por ley de la Nación integra también la Red Nacional por el Derecho a la Identidad, que acerca a las provincias todo el trabajo de Abuelas y de la Conadi para lograr la identificación de personas.


La Unidad Fiscal que conduce Pablo Parenti tiene por objeto recopilar y centralizar las denuncias por apropiación de menores. Surgió como medio para agilizar los trámites judiciales. Antes, Abuelas o los familiares se presentaban directamente en el juzgado a hacer la denuncia. Ahora van a la fiscalía de Parenti, y allí se inicia la investigación y se reúnen las pruebas.

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