De Mao a Alibaba
El País - lunes, 22 de
septiembre de 2014
Menos de cuatro décadas han
transcurrido desde la muerte del presidente Mao a la emergencia de un
gigantesco conglomerado empresarial chino en Wall Street, con el nombre de uno
de los protagonistas de uno de los cuentos de Las mil y una noches que más estimula
los recuerdos infantiles: Alibaba, el de los 40 ladrones. Este recorrido es una
representación bastante exacta de la aceleración del tiempo histórico en el
gigante asiático que practica ese oxímoron denominado “comunismo de mercado”.
El consenso de los expertos
subraya cuatro tendencias centrales en estos primeros tres lustros escasos del
siglo XXI: el debate entre seguridad y libertad (en beneficio de la primera)
después de los atentados terroristas de septiembre de 2001, en EE UU; la Gran
Recesión que comenzó en 2007, para salir de la cual se ha producido la mayor
intervención pública global de la historia; la ola de cambios (progresistas) en
América Latina; y el ascenso de China, que no sólo ha sacado a 400 millones de
sus ciudadanos (más de la tercera parte del total) de la pobreza, sino que ha
empezado a constituir un nuevo centro de poder en un mundo multipolar. Durante
este tiempo China ha reivindicado el importante papel que pueden jugar las
empresas y los bancos de propiedad pública para dirigir el crecimiento, en
contra de los dogmas económicos dominantes en otras partes del mundo. Son
hechos, no interpretaciones.
A nivel macroeconómico, el
gigante asiático se halla en un momento de transición. Continúa creciendo por
encima del 7% anual acumulativo (llegó a hacerlo a tasas de dos dígitos), pero
las autoridades pretenden pasar de un modelo de crecimiento cuantitativo, con
grandes costes en desigualdad, infierno ambiental e inseguridad alimentaria, a
otro en que mezclen cantidad y calidad. Para ello se han dotado de un arsenal
de 60 reformas, mediante las cuales tratarán de que las fuerzas del mercado se
equilibren con las del Estado: presencia de propiedad privada en los grandes
sectores industriales públicos (energía, telecomunicaciones, alimentación…),
infraestructuras y, sobre todo, liberalización del sector financiero, con
concesión de nuevas fichas bancarias y control de la banca en sombra que tanto
ha emergido y que, en otras partes del mundo fue la principal protagonista de
la crisis que ha asolado al planeta. Ello se mezcla con la tendencia hacia la
urbanización del país (que unos mil millones de chinos vivan en ciudades en el
año 2020), con lo que ello supone de incentivo para la construcción y para la
demanda y el consumo interno.
Los movimientos en el sector
empresarial son aún más espectaculares. Ha pasado ya casi una década desde que
la empresa pública Lenovo sorprendiese comprando la división de ordenadores de
IBM, mostrando que China no era tan sólo ese país al que se acude en busca de
mano de obra barata, con gigantescas desigualdades, escasos derechos sindicales
y costes de producción más baratos. La salida a Bolsa de Alibaba, un gigantesco
holding de comercio electrónico (controla ocho de cada 10 pedidos online en el
interior del país) refuerza los cambios que se están experimentando. Su
capitalización bursátil superó en un sólo día a la de Amazon o Facebook, es el
doble que la de McDonald’s y mayor que la de tres gigantes españoles
—Telefónica, Repsol e Iberdrola— juntos.
Pero Alibaba no es una excepción.
Hace semanas, temiendo que la hegemonía de este gran holding se incrementase,
otros tres millonarios chinos se alinearon para crearle una competencia
adecuada. El mayor grupo inmobiliario del país (Wanda), el principal motor de búsquedas
del país (Baidu) y la sociedad líder en redes sociales con varias plataformas
(Tencent) se han unido para evitar el monopolio de una empresa que con el
dinero obtenido en la Bolsa de Nueva York puede encontrar financiación para
expandirse, por ejemplo, por Europa y EE UU. Otro ejemplo: de los cinco mayores
fabricantes mundiales de smartphones, tres son chinos y compiten con Apple y
Samsung.
Mientras Alibaba se estrenaba en
Nueva York, el presidente Xi cortejaba al primer ministro indio, Modi. El conjunto
de los dos países supera con mucho la potencia de los otros grandes países de
ese club de los emergentes (junto a Brasil, Rusia y Sudáfrica) conocido bajo el
acrónimo de BRICS.
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