¿Por qué tantos asocian al Caribe
con el Paraíso?
La Nación - sábado, 6 de
septiembre de 2014
Las islas del Caribe a menudo son
descritas como "el paraíso", aunque no siempre fue así. ¿Qué nos dice
esto de la región y del Edén en el imaginario popular?
Mar azul, Sol cálido, playas
interminables de arena blanca.
Estaba en Antigua, pero no
exactamente disfrutando la belleza suave bajo el balanceo de las palmeras.
Estaba en cama en una habitación, con la temperatura del aire acondicionado
fija en "ártica", sufriendo con el virus más extraño que haya tenido
jamás.
Acostada en un pozo de sudor
febril pensé: ¡bienvenida al paraíso!
Mientras mis articulaciones me
dolían y mi cabeza retumbaba, se me ocurrió que estaba reviviendo una escena
histórica, aunque con una diferencia crucial.
En el siglo XVIII, no habría sido
raro que una europea como yo estuviera en la misma situación: luchando contra
un virus en estas mismas islas; pero ella no habría estado de vacaciones, ni
consideraría al lugar como el Edén.
Mientras pensaba en esta
complicada relación, un amigo más versado en asuntos religiosos que yo me
recordó algo obvio: el paraíso bíblico, el que persistió durante varios siglos,
no era una playa sino un jardín.
Lo que pasa es que con el tiempo
se le fueron añadiendo elementos al paraíso. Además del esplendor libre de
pecado prelapsariano, empezó a estar asociado con ese asunto más laico de la
riqueza, así que la localización del paraíso se tornó en una cuestión seria en
la Edad Media.
Esa nebulosidad es parte del
encanto: el paraíso tiene que estar a la vez al alcance y un poco fuera del
alcance. Está en algún lugar pero no se puede señalar en un mapa.
El Libro de Génesis dice que el
jardín o huerto está plantado al oriente o mirando al este en Edén, y los
primeros pensadores cristianos -como San Agustín- creían que era cierto.
Sin embargo, en la época
medieval, eso le empezó a molestar a los cartógrafos. ¿Dónde quedaba el
paraíso? ¿En qué lugar del mapa lo ponían?
A medida que las técnicas de
navegación mejoraron en el siglo XV, las embarcaciones españolas y portuguesas
empezaron lentamente a incursionar en aguas misteriosas muy lejanas.
Lo que encontraron no era muy
disímil al exuberante paisaje descrito en Génesis, con árboles y flores,
arroyos frescos y aire perfumado. Cristóbal Colón y los muchos que le siguieron
exaltaron la belleza natural de las islas.
Pero pronto aprendieron que no
habían llegado al paraíso. Empezaron a padecer extrañas dolencias americanas,
mientras que los nativos y los africanos forzados a trabajar en el Caribe
cayeron presa de enfermedades traídas del otro lado del Atlántico.
Pronto, los primeros relatos
edénicos sobre las Indias Occidentales quedaron atrás y dieron paso a debates
teñidos de una dimensión moral sobre el carácter de los nativos y los criollos.
Sin embargo, para el siglo XIX
los románticos y, más tarde, los victorianos, habían transformado la imagen del
océano. Había dejado de ser un refugio de monstruos marinos y pasado a ser una
alegoría a los estados emocionales internos.
El poeta británico Byron le
cantaba loas al "éxtasis en una costa solitaria" y Moby Dick, de
Melville, no era un monstruo sino más bien un símbolo del esfuerzo para
entender la fe y la mortalidad.
Las actitudes hacia las playas y
el mar también estaban cambiando.
Los viajes al extranjero en
buques de vapor eran menos riesgosos y, en casa, las costas locales se estaban
convirtiendo en una fuente de placer sensual.
En el Caribe, mejoras en la salud
pública hicieron que las islas dejaran de ser tan peligrosas. El aire marino pasó
a adquirir una cualidad medicinal: la gente creía que podía aliviar síntomas de
enfermedades como la tuberculosis.
Las islas tropicales se
transformaron en un lugar para el descanso y la recuperación de enfermedades.
De repente, los lugares en los que
se temía la muerte empezaron a ser considerados vivificantes, sobre todo cuando
se les comparaba con las ciudades industrializadas de países como Reino Unido y
Estados Unidos.
Un estadounidense enfermizo que
había pasado un tiempo en la ciudad de Trinidad en Cuba escribió en 1860 sobre
"las influencias restaurativas de su clima delicioso".
Cuando llegó el siglo XX, los
buques de vapor empezaron a llevar turistas de Europa, EE.UU. y América Latina,
forjando el camino de la naciente industria vacacional. La llegada de la era de
los vuelos comerciales no hizo más que solidificarla.
Complejos con todos los servicios
incluidos empezaron a multiplicarse en las islas a partir de la década de los
60, permitiéndole a la gente pasar una semana bajo el Sol, con todas sus
necesidades atendidas, dándoles a los que no lo eran una idea de lo que
imaginaban era la vida de los acaudalados.
Una vez más, el Caribe se
transformó completamente: del miedo y la muerte, a la relajación y
rejuvenecimiento... pero ¿paraíso?
La cuestión es que así como la
idea del Caribe cambió, también lo hizo el concepto de paraíso.
En vez de la redención prometida
por la religión, la gente ahora busca una más secular, en la que las riquezas
espirituales e incluso las materiales ya no se encuentran en la posibilidad de
retornar al jardín del Edén sino, al menos hoy en día, en la oportunidad de
apagar el celular.
Es por eso que el uso de la
palabra paraíso es un poco desconcertante.
Sin su ancla espiritual, flota
por ahí, tropezándose con diferentes significados.
Pero la idea de que el paraíso se
puede comprar lo torna en una mercancía; no es que los viajes al Caribe sean
malos, pero así como los cartógrafos de la Edad Media, terminamos tratando de
encontrarle un lugar al paraíso.
Tal vez eso sea un error. La idea
del paraíso perdido alberga la posibilidad de poder volverlo a encontrar...
quizás en nuestro propio jardín trasero.
Por Carrie Gibson
Carrie Gibson es la autora de"Empire's
Crossroads: A History of the Caribbean from Columbus to the Present Day".
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