Inversores a la caza de nuevos
WhatsApp
El Mundo - septiembre de 2014
¿Tiene sentido invertir en una
empresa cuya única actividad es participar de los beneficios de otra compañía,
y cuya sede social está en una dictadura en la que el sistema jurídico se
encuentra absolutamente escorado contra los inversores extranjeros? Más aún:
¿es prudente poner el dinero en esa estructura que no está en ninguno de los
grandes índices (el MSCI y el FTSE) ni en los que invierten las instituciones
financieras reguladas, como fondos de pensiones?
La respuesta que ha dado Wall
Street a ambas preguntas es un rotundo sí. Y de ese modo es como Alibaba, el
gigante chino de internet, logró el 19 de septiembre la mayor OPV de la
Historia de Wall Street y, encima, una apreciación del 38% solo en el primer día
de cotización.
La explosión de Alibaba sólo es
el último episodio en el boom de las redes sociales y de internet en las
bolsas. Un boom que algunos han comparado a la situación de 1999, cuando la
llamada burbuja de las puntocom estaba en pleno auge. Era la época en que una
empresa como Pets.com, que teóricamente iba a vender artículos para dueños de
mascotas, valía 64,3 millones en Bolsa tras su primer día de cotización pese a
que no tenía un modelo de negocio y, en su primer año de actividad, sólo su gasto
en publicidad había superado en 18 veces a todos sus ingresos. La empresa cerró
10 meses después de su OPV.
El 40% del capital de Pets.com
era propiedad de Amazon. Hoy, esa tienda on line vale 117.000 millones. Pero su
PER (el número de veces que el beneficio está contenido en el precio de la
acción) es de 532. Porque Amazon tiene unos márgenes tan mínimos que a menudo
pierde dinero. Sin embargo, le beneficia la fiebre de las redes sociales y de
lo que el consejero delegado del gigante industrial General Electric, Jeff
Immelt, ha calificado como «el internet de las cosas», es decir, la aplicación
del software y servicios on line a actividades tradicionales, desde el
transporte (Uber), hasta el almacenamiento de datos (Dropbox), o las ventas
minoristas. El español Iñaki Berenguer, fundador de la empresa neoyorquina de
servicios on line a otras compañías Klink, resume esta filosofía citando a uno
de los mayores fondos de capital riesgo del mundo, Andressen Horowitz: «El
software se está comiendo al mundo».
Y ahí entran los fondos de
capital-riesgo. Que juegan un papel importante en la burbuja, aunque no tienen
nada que ver con la Bolsa. Esos fondos entran en el capital de start ups sólo
con la intención de esperar a que esas empresas sean compradas por otras más
grandes. Así es como Snapchat, una app que permite mandar mensajes que se
borran automáticamente, ha sido valorada a casi 7.000 millones. «El objetivo es
repetir el éxito de WhatsApp», explica Berenguer, en alusión al servicio de
mensajes por el que Facebook pagó 13.800 millones en marzo.
Como señala Ángel Ubide, senior
fellow del centro de estudios Instituto Peterson para la Economía
Internacional, de Washington, «los fondos invierten mucho en empresas de nueva
creación porque, si aciertas con la que gane, con el Amazon y el Google o la
Apple del futuro, estás entrando en una empresa que va a ser líder de un
mercado». Claro que esa situación en la que una nueva tecnología provoca un
boom de empresas y de inversiones es uno de los paradigmas de las burbujas
financieras detectados por Charles Kindleberger en su clásico Manias, Panics
and Crashes.
Todo eso va regado por una
liquidez infinita, por la creciente migración de capital de la renta fija a la
renta variable, a medida que la economía de EEUU coge impulso, y por las
operaciones masivas de autocartera realizadas por las empresas de ese país en
los últimos tres años. La consecuencia es que Wall Street ha agregado 5,5
billones de euros -algo más de cinco veces el PIB español- desde que, hace justo
dos años, la Reserva Federal lanzó su última oleada de compra de bonos, según
la gestora de fondos californiana Whilsire Associates. Pero esa subida se
concentra en las redes sociales y en la biotecnología. Es difícil negar que en
esos sectores hay un recalentamiento. Claro que la actitud de las autoridades
monetarias de EEUU es que debe ser la regulación financiera, y no la política
monetaria, quien se encargue de frenar el exceso de riesgos.
ptopixPero lo complicado es saber
si se trata de una burbuja con todas las letras, y si su eventual pinchazo a
medida que la Reserva Federal empiece a subir tipos alrededor de mediados de
2015 sumirá al mundo en otra recesión, como pasó con las puntocom en 2000. Con
el agravante de que esta vez el margen de maniobra monetario y fiscal de las
grandes economías mundiales es mucho más reducido (y en el caso de la Eurozona,
prácticamente agotado) que entonces.
El mercado, desde luego, rechaza
de plano la idea de una burbuja. Como explica a MERCADOS Mark Zandi, economista
jefe de Moody's Analytics -la división de esa empresa que no se dedica a la
calificación de crédito, sino a consultoría, el asesoramiento y los servicios a
empresas y entidades financieras-, «no creo que haya una burbuja significativa
en los activos de EEUU en este momento. Algunas partes de la renta variable y
la renta fija están sobrevaloradas, y las financieras de coches han relajado
significativamente sus estándares. Pero yo no creo que haya una amenaza seria
al conjunto de la economía». Según Zandi, «el endurecimiento de la política
monetaria por parte de la Fed debería quitar parte de la presión en esos
sectores con acciones de altos vuelos. E, incluso aunque esas industrias se
peguen un buen tropezón, no son lo bastante grandes para causar otra recesión».
Así pues, podemos estar
tranquilos. Claro que una de las características de las burbujas es que no se
las ve venir. Un ejemplo: el 11 de agosto de 2007, uno de los máximos
responsables de trading del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers,
Matthew Rothman, dijo a The Wall Street Journal que esa semana «habían
sucedido, a lo largo de tres días consecutivos, acontecimientos que los modelos
decían que sólo podían pasar una vez cada 10.000 años». Trece meses y cuatro
días después, Lehman Brothers quebró.
La crisis de 2008, sin embargo,
también cambió las cosas. Por ejemplo, las autoridades han limitado la
capacidad de las instituciones financieras para apalancarse. Y, después de
2000, endurecieron los requisitos para las salidas a Bolsa. Eso hace que, según
el mercado, esta burbuja sea menor y tenga una base más sólida. Como explica
Mónica Vidal, de Arcano Group, «la principal diferencia entre el boom de
valoraciones de tecnología a finales de los 90 y ahora es que las compañías que
cotizan a valoraciones tan altas son las que utilizamos todos los días».
Sin embargo, no deja de ser menos
cierto que el tamaño de estas empresas ha adquirido proporciones excepcionales.
Si Google, Alibaba, Facebook, Amazon e Ebay decidieran formar un país a partir
de su capitalización bursátil, la economía resultante sería la decimosexta del
mundo. La nueva nación, además, se convertiría en la quinta potencia de la
Eurozona con un PIB de más de 800.000 millones. El de España, por ejemplo, es
de un billón y el de Portugal, apenas llegaría a ser una quinta parte de
Internetlandia.
Para llegar a estas ingentes
cantidades, la mencionada Amazon se ha revalorizado más de un 2000% desde su
debút en Bolsa en 1997. Google ha ganado más de un 1000% en sus 10 años en el
parqué y Facebook, que generó muchas dudas en su estreno hace dos años, ya ha
doblado su valor.
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