La desigualdad amenaza la
prosperidad económica
El Cronista - septiembre de
2014
Esta semana, la economía
estadounidense ganó algunos aplausos. El Foro Económico Mundial (WEF) publicó
su último informe sobre los países que se considera que están creando
“prosperidad sostenida”. EE.UU. saltó al tercer lugar, detrás de Singapur y
Suiza. Esto marca un rebote desde el período posterior a la crisis, cuando cayó
al séptimo lugar.
Esto es muy gratificante, al
menos para Washington. Lo que es realmente interesante, sin embargo, no es la
clasificación pública de las naciones, sino el debate sobre la desigualdad de
ingresos en EE.UU. y en otros lugares.
Hasta hace poco, el WEF no le dedicaba
mucho tiempo a este problema. Pero en la reunión anual de este año en Davos, el
centro de estudios independientes reveló que sus miembros élite, como los
directores ejecutivos de empresas multinacionales, ahora consideran que la
desigualdad es el principal riesgo que enfrenta el mundo. Por primera vez
figura en la lista.
Desde entonces, el WEF ha
reflexionado calladamente sobre si se debería hacer hincapié en la desigualdad
al medir la competitividad nacional y su potencial de crecimiento. Si un país
(como EE.UU.) se está polarizando, en otras palabras, ¿sería menos probable que
crezca?
“Creemos que es importante
incluir el tema de la desigualdad de ingresos en cómo evaluamos los países”,
dice Jennifer Blanke, economista del WEF.
En muchos sentidos, ésta es una
medida sensata. Pero el problema que acosa al WEF es que la investigación
académica es limitada - y no hablemos de la falta de consenso - acerca del
tema. Lo que está claro es que desde la crisis económica mundial de 2008, las
tasas de crecimiento occidentales han sido decepcionantes; tanto es así que los
economistas como Lawrence Summers temen que Occidente se enfrenta a la
aparición de un “estancamiento secular”.
Lo que es evidente es que la
desigualdad ha crecido en las últimas décadas en EE.UU. y muchos otros países
ricos. El problema no es sólo que la riqueza se ha concentrado en pocas
personas. La desigualdad salarial ha aumentado, también: Alan Blinder,
economista, señala que entre 1979 y 2012, los salarios reales crecieron a una
tasa anual compuesta del 2,8% para el 1% más rico de los estadounidenses; se
mantuvieron estables para los trabajadores de ingresos medios, y cayeron para
el 20% más bajo.
Pero lo que es menos claro es
cómo - o si - están vinculadas estas dos tendencias. Hasta hace poco, la
mayoría de los líderes empresariales y economistas, sobre todo en EE.UU.,
asumió que la desigualdad era sólo un subproducto del capitalismo. Por lo
tanto, ya que estimula la innovación y la competencia, se pensaba que la
desigualdad de resultados elevaba las tasas de crecimiento en lugar de
bajarlas.
Ahora, algunos economistas
disputan esa teoría. El Profesor Blinder, por ejemplo, sostiene que, dado que
la desigualdad socava la capacidad de los pobres para invertir en la educación,
eso menoscaba la productividad general. El economista Joseph Stiglitz ha
esgrimido argumentos similares, al igual que los investigadores de la Harvard
Business School.
Mientras tanto, un debate aparte
está burbujeando en la Reserva Federal sobre el impacto de la desigualdad en el
gasto del consumidor. La preocupación es que, visto que los ricos gastan un
porcentaje menor de sus ingresos que los pobres, en términos relativos, la
economía ha marchado a paso lento porque los ricos están ahorrando y no
gastando sus ganancias.
También existe el espinoso tema
de la cohesión social y de la estabilidad política. Los economistas no les han
prestado tradicionalmente mucha atención a estos temas en EE.UU., pero Standard
& Poor's bajó recientemente su previsión de crecimiento para EE.UU. - y en
concreto citó temores de que la creciente desigualdad conducirá a un
estancamiento político y a la desconfianza, y que por lo tanto desangrarán el
crecimiento.
Se trata de una acción inédita en
el mundo de las agencias de calificación. Sin embargo, es un argumento que
parece tener sentido. Y otras voces empresariales se están haciendo eco de
estas preocupaciones, incluyendo la derecha; Alan Greenspan, ex presidente de
la Reserva Federal de EE.UU., quien se considera a sí mismo como un devoto
libertario republicano, ha citado la desigualdad como la “más peligrosa”
tendencia que aflige a EE.UU.
Por supuesto, no está claro cómo
esto concuerda con el hecho de que EE.UU. se ha desenvuelto mejor en varios
aspectos que muchos otros rivales en el período post-crisis. Pero el otro gran
problema es la escasez de información. Es difícil encontrar estadísticas
transfronterizas fiables sobre la desigualdad salarial, y ni hablar de las
estadísticas acerca de la riqueza. “Simplemente no tenemos los datos”, admite
Blanke.
Eso no significa que el WEF (u
otros) deban evitar el tema. Por el contrario, precisamente porque todavía se
ignora tanto, es necesario que se realicen más, y no menos, estudios. Pero
posiblemente la mayor contribución que grupos como el Foro Económico Mundial
pueden ahora aportar es la más simple: hablar en voz alta acerca de la falta de
información y forzar a los gobiernos a recopilar mejores datos sobre la
desigualdad en EE.UU. y en otros lugares. Especialmente, si el nivel de desigualdad
sigue creciendo - algo que ahora parece ser un apuesta sensata - aunque difícil
de medir.
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