EL MUNDIAL AL PIE DE LA LETRA
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Argentina y Alemania encabezan
casi todo. Dos selecciones que se han enfrentado consecutivamente en finales de
copas mundiales, 1986 y 1990, tienen potestad sobre cualquier partido. Mandan.
La historia pesa, desde luego que pesa. Quien crea que estas camisetas no salen
al campo avaladas por la memoria se equivoca. Argentinos y alemanes no solo son
potencias, ejercen su poder y por lo general saben controlarlo. A eso en el
fútbol se le llama competitividad, y en este caso quizá estemos frente a dos de
los competidores, junto con Italia, más furibundos del fútbol mundial.
Argentina por esa personalidad canchera de sus jugadores que les obliga a
buscarse la vida por medio mundo, y Alemania por esa genética ganadora,
incansable. Estos cuadros pueden invadir Maracaná.
Brasil llega a su copa en medio
de grandes dudas, la más seria como país y la menos grave como selección. Aquí
es donde cobra gran sentido aquella frase de Menotti que decía: “El fútbol es
lo más importante de lo menos importante...”. Este es el caso de Brasil.
Política y socialmente, el tiempo decidirá si este campeonato, tan aplaudido
por los brasileños en el momento de su candidatura, pasa factura. El fútbol
aprovecha los estados de ánimo de las naciones, pero también los sufre. Es un
juego que depende de la alegría, huye de las penas. Y Brasil es un especialista
en ello. Sin embargo, su selección no alcanza a motivar a su pueblo. No tiene
samba, perdió el carnaval. A remolque, Scolari diseñó un equipo que se aleja
cada vez más del jogo bonito. La denominación de origen del “scratch” corre el
riesgo de fracasar aturdido por tanta presión. Está obligado a ganar, como
siempre, sí, pero en este caso el triunfo de Brasil en el mundial es casi una
hipoteca apalancada al gasto que su gobierno debe justificar ante su pueblo.
Croacia inaugura el mundial
jugando en Sao Paulo contra Brasil y, además, es rival de México. Por ello ha
cobrado tanta relevancia en la prensa nacional, pero su verdadero protagonismo
en el mundial no se basa en ello, sino en la enorme calidad que tiene como
equipo. Los croatas pueden ser una de las grandes sorpresas de Brasil 2014.
Croacia es una selección donde la mayoría de sus jugadores, entonces
infantiles, vivían en una zona que la guerra terminó decidiendo a quien
pertenecía. Modric y sus amigos salen muy jóvenes de los Balcanes, y cuando
regresan, les confirman su nacionalidad: no eran yugoslavos. Eso explica la
poca integración que Croacia ha tenido como equipo. A pesar de ello, en Francia
1998 fueron terceros. De Croacia se dice que es un equipo de individualidades,
es verdad. Cada uno triunfa por su lado, suelen vestirse de selección y
desconocer la consonancia de sus apellidos: Modric, Pranjic, Strinic, Milic,
Rakitic, Presic, Kovacic, Ilicevic, Vukojevic, Mandzukic, Olic, Jelavic o
Rebic. A Croacia y sus hijos, que la raspan, les hacía falta un primo y un
hermano que les llamara por teléfono y los familiarizara con su enorme talento.
Modric y Rakitic, que llegan como campeones europeos de clubes, se encargarán
de eso.
D Nunca falta un grupo como el
“D”, en esta ocasión al “D” le ha tocado la buena suerte de ser el Grupo de la
Muerte. Esa definición tan futbolera que explica, como un trance, el paso a la
ronda de octavos entre tres equipos apocalípticos y Costa Rica, a quien, con
todo respeto, dejaremos al margen del análisis. En realidad el grupo de la muerte
está formado por inmortales. Coinciden en el “D” Italia, Inglaterra y Uruguay,
tres campeones del mundo, algo nunca visto. Cuando nos preguntamos cómo se
construyen equipos campeones la respuesta no debería ser tan complicada, lo
importante es darle prioridad al fútbol sobre el tiempo, porque los años pasan,
pero el buen fútbol permanece, trasciende y es hereditario. La Squadra Azurra
es en sí una regla internacional. Esta vez la teoría de la competitividad
empieza con un veterano de 35 años (Pirlo), un delantero golfo (Cassano), otro
esquizofrénico (Balotelli) y una pandilla repelente dirigida por un
desconocido. Aún del escenario más surrealista los italianos saben hacer
patria. Cesare Prandelli inventó la primera Italia que se defiende con el balón,
un caso para la antropología del fútbol.
Inglaterraes un caso distinto.
Triste caso el de los ingleses que, necios en sus rancias tradiciones,
compitieron entre ellos hasta olvidarse de Europa refugiándose mar adentro en
los campos medievales de la Premier. Finalmente son isleños, los últimos
ermitaños del balón. Brasil 2014 no parece el paralelo ideal para que la
realeza del juego recupere sus pergaminos. Inglaterra mendiga del United,
Chelsea, Arsenal, City, Liverpool, pero mantiene a otras selecciones cuyos
jugadores se vuelven grandes en la isla. A los admiradores de la Premier, los
más globales, valdría preguntarles si esta liga imperial no ha perdido
territorio renunciando a su selección y engrandeciendo otras. Demasiados
foráneos, pocos nativos. Mourinho, Pellegrini, Wenger, en su momento Benítez;
árabes, rusos y estadounidenses en los consejos directivos y el pago por
derechos de transmisión en Asia, hacen de este campeonato un oasis
internacional y, al mismo tiempo, un desierto nacional.
Al final, un buen grupo de la
muerte no es mortal si en él no está Uruguay. Los uruguayos por debajo de la
camiseta traen el pellejo celeste. La piel de un uruguayo es un tapiz
simbólico. Llevan la nacionalidad tatuada, empeñan el lomo. Entre la garra
charrúa y el centenario, hay suficientes fantasmas para recordarles con quién
juegan y de dónde vienen. No reniegan de su pasado ni quieren parecer otra
cosa, atacan o defienden como les enseñaron en casa, con la terquedad uruguaya
y el arrebato criollo. El uruguayo viene de otro siglo, es el jugador ideal
para equipos históricos.
España no solo llega como campeón
mundial, lo hace siendo también bicampeón y subcampeón europeo a nivel de
clubes. Al título de Champions League conseguido por Real Madrid derrotando al
Atlético, debemos sumar el título de la Europa League ganado por el Sevilla. El
fútbol que domina Europa puede dominar el mundo. España nos ha ido convenciendo
de modificar el significado de ganar, por lo menos en el fútbol, donde
conjugamos mal el verbo. España venciendo a Alemania, Holanda e Italia en tres
finales consecutivas, dejó una huella aún más profunda por su forma de jugar.
Este equipo firmó un pacto de sangre con la pelota, pero no es esta su
principal seña de identidad. Sus futbolistas y entrenadores, antes Aragonés,
hoy Del Bosque, lograron mantener algo que en cualquier caso de éxito es muy
fácil perder: la selección española patentó la humildad. Y lo ha hecho en
condiciones extremas, levantando los títulos más importantes del mundo y frente
a equipos imbatibles. La selección española multicampeona, define con lujo las
palabras grupo, unión, educación y categoría.
Nunca desde su primer título
(Viena), España ha mostrado síntomas de debilidad. No se intuye en su entorno
un solo detalle negativo, típico de los equipos que caen en las garras de la
fama y la ciencia ficción. Porque ya se sabe que a los ganadores empedernidos,
la sociedad suele convertirlos en héroes que al primer vuelo sin instrumentos,
propio del género humano, pierden la capa, las alas y los superpoderes. Un
equipo de futbolistas que gana con semejante respeto por todas esas cosas en
las que creen como personas, no solo es un campeón, es quizá la mejor expresión
de liderazgo que, en épocas de medios de comunicación masivos e instantáneos,
podemos tener.
Falcao fue la primera víctima,
hace pocos días se despidió, y a sus 28 años, es probable que no volvamos a
verlo jugar un mundial. Menisco, cartílago, rótula y ligamentos: rodilla. Una
organización más peligrosa para los futbolistas que la FIFA y la UEFA juntas.
La de Falcao se rompió. “Crash”. Fue en un partido de papeleo. Dieciseisavos de
copa francesa frente a un equipo que no existe en Wikipedia, el Chasselay.
Durante una jugada que el delantero repite 1000 veces, recepción, enganche,
pique corto. Lesiones como la de Falcao suceden un martes cualquiera donde no
tendría que ocurrir nada. Perdió Colombia, Brasil, América y nosotros. Porque
Falcao iba a ser de las estampas cotizadas. Un jugador muy querido que heredó
los rasgos del viejo goleador sureño. Tiene algo de Batistuta, Zamorano y
Salas. Es natural, simple, clásico. Viene de esa rama de arietes tenaces,
rematadores totales, de los que atacan para sobrevivir. Igual marca un gol de
barbilla que de costilla. Invencible en el cuerpo a cuerpo, infatigable y
sufrido. Brasil 2014 contra Grecia, Costa de Marfil y Japón era un grupo
perfecto pare él. Porque además, Colombia tiene un cuadro de largo recorrido,
alegre y entrañable, de los que se vuelven el segundo equipo de todos. La pérdida
de Falcao no fue colombiana, fue mundial.
Ganar en un mundial puede ser muy
subjetivo. El fútbol moderno depende de los nuevos formatos de televisión, de
una exposición constante que permita lucir cada tres días el patrocino, fijar
objetivos, rentabilizar derechos, multiplicar taquilla, generar impactos cada
72 horas, inundar de seguidores las redes y distribuir emociones. El fútbol
moderno exige jugar dos veces por semana. No importa el torneo ni el lugar,
ganar o perder. Lo que hoy se busca es movimiento. Viajar, estar presente
miércoles y sábado, jueves y domingo: competir. De lo general a lo particular,
el crecimiento de un fútbol se mide por su liga, sus equipos, sus jugadores,
entrenadores y su selección. Las grandes selecciones llegan abatidas por un año
minado. “El calendario es muy apretado, desde septiembre jugamos miércoles y
domingo, miércoles y domingo... y al acabar, tenemos el mundial. No es una
sorpresa que haya tantas lesiones y habrá más. En otros países no hay un ritmo
tan alto”. La frase pertenece a Xabi Alonso, un caballo de hierro. Cuando
Alonso estornuda al Madrid le da gripa, imprescindible como pocos en su equipo
y selección. No hay queja en las declaraciones de Alonso, pero aclara el drama
de los países europeos y sus figuras en estas fechas cuando llega el mundial.
Holanda es probablemente el
equipo peor tratado por los mundiales. Las grandes selecciones en la historia,
aquellas que han marcado una línea en el tiempo, han tenido un equipo de
referencia, cuando mucho dos. La Naranja Mecánica se formó con las piedras del
Ajax. La primera vez que el fútbol se amotinó alrededor de una idea fue con el
Ajax y la Holanda de 1974. Cuando los defensas empezaron a atacar, logrando
superioridad de hasta tres jugadores en zonas prohibidas del campo. Pasaron
casi 14 años para que los delanteros defendieran y, así, a finales de la década
de 1980, encontramos al Milán de Sacchi. Un equipo italianísimo que presionaba
en todos lados hasta que la pelota llegaba por Baresi y Maldini a los
holandeses: Rijkaard para Gullit, Gullit para Van Basten y gol.
Catorce años después, como si
fuera un ciclo vital, España y el Barça patentan ambas fórmulas y dominan el
fútbol de clubes y selecciones ganando Eurocopa, Mundial y dos Champions en
cuatro años casi con la misma generación de jugadores. Todos reconocibles con
la pelota y sin ella, en su club o con su selección. El triunfo que el fútbol
le debe a Holanda se lo ha dado a otros con las revolucionarias fórmulas
holandesas. Y aunque los holandeses no hayan tenido el reconocimiento que una
copa mundial ofrece, la verdad es que de la escuela holandesa descienden todos
los jugadores y equipos modernos.
Iniesta decidió el último
mundial, su estampa forma parte de la memoria colectiva en este juego. Aquel
derechazo contra Holanda en Johanesburgo fraguó un nuevo campeón, España. El
nacimiento de Andrés Iniesta como figura mundial explica parte de los misterios
del fútbol. En este deporte hay linajes y el de Iniesta empieza con Platini. Patriarca
de una raza que terminará pariendo grandes futbolistas. Porque Francescoli
desciende de Platini, Laudrup de Francescoli, Zidane de Laudrup y Andrés
Iniesta desciende de Zidane. Esta es una de las grandes dinastías del juego.
Hombres de diferentes nacionalidades identificados por una forma común de
entender el fútbol como la última de las bellas artes. El superhéroe moderno
tiene el tamaño de una pulga como Messi, o bien, puede tener el rostro pálido e
introvertido en el frágil cuerpo de Iniesta, un personaje cuajado en un equipo
con gran sentido de la belleza y la responsabilidad social.
Joao Havelange, a pesar de sus
casi 100 años de edad, sigue representando uno de los poderes fácticos más
tenebrosos al interior de fútbol. “Lo que había que robar, ya está robado y se
ha gastado”. Haciendo referencia a la inversión del gobierno brasileño en la
Copa Mundial, la cita es una de las grandes frases del año. No por cierta y
oportuna, sino por su autora. Joana Havelange, nieta de Joao, hija de Texeira, y
directora ejecutiva del Comité Organizador de Brasil 2014. Otra prueba
viviente, pública y comprobada, de hasta dónde llegan las dinastías en las
cúpulas que dirigen el fútbol mundial. Que el abuelo y padre de Joana hayan
sido expulsados de la FIFA y estén siendo investigados por corrupción, no ha
impedido en ningún momento a la familia Havelange, mantener poder y control en
el interior del organismo, es decir, mantener el negocio. La guapa Joana, una
joya para el expediente, no solo involucra al gobierno, sino al Comité y a la
propia FIFA, conscientes en todo momento de lo que hace falta para organizar un
mundial en estos países: robar y gastar.
Käiser remite a Beckenbauer, y
Beckenbauer a liderazgo. Hay un retrato en la mesita de noche del fútbol: la
foto de Beckenbauer (1970) con el brazo amarrado al pecho, jugando dislocado
una semifinal de mundial. Casi una foto de familia. Pero el fútbol ha cambiado
tanto que el álbum familiar de los mundiales ha migrado a los archivos
digitales. Las redes sociales mandan, pero duran poco. Son tan espontáneas como
breves. Las nuevas generaciones apenas saben quién fue Beckenbauer. Aquella
escena del Käiser envuelto en un esparadrapo en el Estadio Azteca, nada tiene
que ver con el nuevo concepto del futbolista. Hoy el marketing busca
“futbolistas modelo” antes que un modelo de futbolista. En ese aspecto, como en
muchos otros, los nuevos medios han empeorado el deporte. Generando falsos
ídolos y olvidando a los auténticos.
Lionel Messi es sin ninguna duda
el mejor jugador del mundo. Aun en días de Cristiano y su escultórica
Champions, Messi es el único futbolista que nuestra época puede proponerle a la
de nuestros abuelos. Messi no reclama un sitio en la historia junto a Di
Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona, lo ocupa. Y si el fútbol avanza con Messi,
Messi debe hacerlo con el fútbol y en esa evolución, la humanidad le exige
ganar un mundial. Casi nada. Una de las grandes injusticias que cometemos como
aficionados es comparar jugadores a través del tiempo. Como ya hemos comprobado,
el fútbol no es el mismo, cambia cada día. Pero aun así pensábamos que Ronaldo
era el sustituto de Pelé. Que Matthäus era el de Beckenbauer, Van Basten el de
Cruyff, Zidane el de Platini y, por supuesto, Messi el de Maradona. Comparar es
algo que obsesiona a los aficionados de antes y ahora, en ambos casos una
pérdida de tiempo porque el fútbol, como el deporte en general, está hecho de
eso, de tiempo.
Que en épocas de Pelé los
espacios eran inmensos y la marca muy floja es cierto. Igual que en la nuestra
cualquier jugador con tres pulmones y motor turbo inyectado es figura. Antes se
corría menos y hoy el que no corre no juega. Pero la evolución del juego no
tiene que ver con el estado físico, al contrario, cualquier crac de aquellos
años habría triunfado aquí. Si algún daño causan las nuevas tecnologías al
fútbol, es que todo aquello que no puede verse en Youtube parece que no existe.
Videos de Di Stefano y Pelé no abundan, quedan los relatos de padres y abuelos,
al aroma de un buen café y un puro para mirarlos, recrearlos. A esta
transmisión de imágenes, el fútbol, la llama memoria, hoy aniquilada por el
streaming que ofrece una nueva leyenda cada semana. A ese ritmo desapareceremos
también a Maradona, y Messi terminará peleando en internet contra sí mismo.
Maradona, como Pelé, no puede
quedar fuera de cualquier análisis que se haga de un mundial. Ambos forman
parte del logotipo, son indivisibles, aunque la FIFA no lo quiera. Para
entender lo que significó Maradona para millones de personas, hay que viajar a
la ciudad de México el 22 de junio de 1986. Minuto 51 al 54; antes del Gol del
Siglo y “La Mano de Dios”, el fútbol conocía todas las respuestas, llegó
Maradona y cambió las preguntas. Sucede con las personas que se la juegan. En
el primero arrancó una pelota del cielo y en el segundo, acarició la tierra.
Cuando alguien es capaz de detener el tiempo, la vida lo castiga con
inmortalidad. Jamás volvimos a saber de Maradona, ni siquiera él pudo
encontrarse. Cadena perpetua, encerrado en tres minutos de su vida. Fue un
momento tan perfecto que 28 años después seguimos esperando otro igual. Pocos
goles han tenido tantos efectos secundarios. Hoddle, Reid, Sansom, Butcher,
Fenwick y Shilton quedaron marcados. Se habló de Dios. Argentina recuperó las Malvinas.
La FIFA enfrentó un caudillo. Maradona distorsionó los esquemas del
superhombre, exorcizó a Clark Kent.
Un tipo bajito, cebado,
irregular, con la frente marchita y la boina del Che era el verdadero Superman.
Pero su deterioro no coincide con los argumentos de la ciencia ficción. Es un
verso del realismo mágico, tan latinoamericano como morir de risa y vivir del
hambre. Llevó al fútbol a continuar su búsqueda, a compararlo eternamente, a
ser convicto de su sombra, de sus jugadas, de su amor por el balón. Tenemos que
olvidar a Maradona. El tiempo nos persigue en otro junio, en otro mundial. Hoy
debemos aprender a despedirlo, con la duda de un adiós injusto, pero
obligatorio. En aquellos goles quedará la angustia de saber que los momentos
que pudieron cambiarnos la vida ya los vimos, que a las personas que retaron al
tiempo ya las conocimos. Maradona puede irse tranquilo, escribió esta historia
con cariño, lo seguirán nombrando, como a las personas que supieron querer al
fútbol.
Neymar lleva en la espalda el
número 10. Así lo decidió Brasil, un peso descomunal. Neymar es el 10 en el
mundial que debería ser de Messi. Vaya duelo. La torcida buscó entre las
paredes la sombra de Garrincha y encontró a Neymar. Un boceto de crac
silueteado con grafiti. La clásica figura brasilera ahora viene con estampa
punk, cuenta de Twitter, Facebook y club de seguidores incorporada. Justo lo
que exigía el mercado. Sin el trazo de los años ni el barniz de la experiencia,
parece un futbolista que en poco tiempo pinta bien. Como todo recién nacido su
cadena genética incluye el código de barras: do Nascimento. Siempre descienden
de Pelé. Hasta que un día la madurez los arranca del árbol genealógico y
terminan en el suelo junto a Ronaldinho, Robinho y una lista de niños prodigio.
Esta regla confirma dos teorías:
los futbolistas brasileños nacen, después se deshacen. Al cumplir 18 años el
gobierno brasileño exentó a Neymar del servicio militar: “Representa mejor a la
Nación en el campo que en otro sitio...”, dijeron. A ese tipo de derechos y
obligaciones se acostumbró un joven a quien la prensa acusaba de individualista
cuando marcaba tres goles por partido, o de poco decisivo, cuando en lugar de
marcar los pone. A simple vista se trataba de un fenómeno para Youtube, otro
jugador de gambeta por tag. Pero en Neymar se intuía un compromiso más allá de
las redes sociales, cierta garra y sentido colectivo poco común en los de su
barrio. El juego de Brasil bajo la presión de un pueblo que siempre le exige el
título, se libera con el descaro de Neymar.
El mundial encuentra la letra “Ñ”
dentro de las palabras sueño y niño. El fútbol es el generador de sueños más
grande que se haya inventado, y de todos los grandes niños del Mundial, hay uno
en particular que cambió la historia. Suecia, junio de 1958, sin transmisión en
vivo ni tv a color, la final de la Copa del Mundo da la vuelta a la tierra.
Viaja en barco. Las cintas de 8 mm y las fotografías del partido llegan a todos
los redactores de prensa, que impactados, miran cómo un delgadito y frágil niño
negro había intimidado a vikingos, sometido a Escandinavia. Brasil ganaba su
primer campeonato mundial. Aquella noche nace la magia, el jogo bonito, y nace
también la figura de un niño, tiene 17 años, lo llaman Pelé. El fútbol no había
hecho más que empezar. La historia de Pelé, el niño que sale de un barrio
humilde para volverse Rey, se vuelve con el tiempo un patrón de búsqueda. A
partir de ese día encontrar al sustituto en las favelas, las barracas o las
praderas africanas forma parte del sueño que alimenta al fútbol. La teoría de
Pelé se comprueba años después. Cuando un tímido niño argentino que manejaba la
pelota entre el lodo y los charcos de un potrero como nadie había visto jamás,
aparece en televisión con voz suavecita y entrecortada: “Mi primer sueño es
jugar en el mundial y el segundo salir campeón con Argentina...”. Es el famoso
sueño del pibe, Maradona desde luego fue otro niño que cumplió el suyo.
Ozil representa la nueva
tecnología del fútbol alemán. Una selección bien armada, embarnecida por
jugadores de Champions como Reus, Müller, Gotze y futbolistas vertebrales, como
Neuer un portero con toda la pinta de los clásicos. Hummels, un central con
kilometraje ilimitado, salida espigada y emotiva llegada. Schweinsteiger o
Khedira, mitad fortaleza y mitad pelotón y Özil, escandaloso talento,
silencioso jugador. El viejo tanque alemán hoy se mueve con tecnología Mercedes
Benz, GPS y dirección asistida. Alemania no es aquel equipo sorprendente y
juvenil que cautivó en Sudáfrica, ahora es una institución moderna, pero
regulada por su viejo método de competencia. Los últimos dos años con la
Bundesliga representada en Europa por Bayern y Dortmund, destapan a uno de los
grandes favoritos. Y la figura de Özil, aunque apagada en su reciente paso por
la Premier, sigue representando esa idea que hoy nos hace ver a los alemanes
como un equipo de enorme elegancia. Un fútbol más ligero, con defensas de gran
clase, mediocampistas que tallan la jugada y los típicos atacantes
contundentes. Alemania se cambió al feng shui, pero la calidad histórica de sus
jugadores soporta casi cualquier sistema.
Piojo Herrera, como todos los
técnicos de la Selección Nacional Mexicana, se vuelve el blanco favorito de los
medios. La figura del entrenador en México responde a una consecuencia
histórica, toda victoria necesita un “Pípila”. De oscuro corporativo y camisa
blanca recién sacada del celofán, comparece en las conferencias de prensa.
Donde a pesar de su último desliz, quejándose de la sorpresiva alineación de Bosnia,
que consideró una “marranada”, suele ser conservador. Sin abandonar el casco
urbano que lo formó en Atlante y “Neza” como jugador de barrio, ofrece casi
siempre la sinceridad del hombre común que enfrenta su realidad todos los días:
hay que levantarse a trabajar.
Herrera confirma que en tiempos
del cólera es el técnico ideal para México. Mantiene el mentón apretado propio
de una mandíbula callejera, espalda recia, hombros cargados y el típico abdomen
del exfutbolista incómodo dentro de un traje sastre. Responde sin complejos
mientras contesta con la naturalidad metropolitana del hombre de fútbol.
Herrera es el único que sabe a dónde llegará la selección con los jugadores que
México le ha prestado. Se la entregaron golpeada dentro de un saco y con mucha
vocación intentará rescatarla. No parece, pero Miguel es un filósofo filoso.
Domina el lenguaje popular que tranquiliza masas y convence con léxico juvenil
al jugador en cortito. Es un orador excepcional. Entiende las concesiones de la
selección como producto y soporta las obligaciones deportivas que exige su
profesión. Sin saberlo aceptó cuatro puestos: mercadólogo, psicólogo,
comunicólogo y técnico en fútbol. Tiene mérito el asunto porque, aún rodeado de
tanta gente, es un solitario del fútbol mexicano. A lomo como el Pípila, carga
con televisoras, federación, bufones y patrocinadores, ese pandemónium
comercial de cada cuatro años.
Quinto partido es lo que lleva
cuatro años buscando el mercado mexicano. Es increíble, pero el índice de
crecimiento del fútbol según la Federación Mexicana, Televisa y Televisión
Azteca, se mide por llegar a los cuartos de final. El famoso quinto partido.
Todo México quiere un buen mundial, pero al margen del orgullo, no todos nos
ponemos de acuerdo en para qué nos servirá. Ante el deseo, es necesario alertar
las consecuencias del éxito. Aun sin alcanzar el quinto partido, México ha
logrado despertar el interés “posmundial” de los mercados europeos. Sería bueno
que el fútbol mexicano se pusiera de acuerdo en si esto es malo o bueno. Porque
el último proceso que se cierra contra Israel, tuvo como estigma al “europeo”.
Quedó claro que mientras más mexicanos jueguen en ligas de excelencia, la
selección y su complicada agenda sea quien más lo resienta. Terminaron al borde
del exilio. Visto y comprobado, el juicio del Azteca fue sumario. El traslado
del “europeo” en pleno campeonato para jugar en el DF, Phoenix, Pasadena o
Chicago, pesa. Es incómodo para el jugador y más incómodo para el equipo que lo
contrató. Aquí es donde empieza la triste confusión, porque la consecuencia
inmediata del buen mundial, es la venta de cuatro o cinco futbolistas por
varios millones a equipos que compiten en la Champions o la Europa League.
Hablamos de los 30 mejores equipos del mundo, y ese tipo de equipos, necesitan
a los jugadores a tope y todo el año. El célebre caso de Vela trata de esto.
Ningún futbolista que tenga que cruzarse seis veces el Atlántico en una
temporada será tomado en cuenta por su club. Perderá el puesto al primer tirón
y frente al primer canterano que lo sustituya.
Ronaldo, Cristiano Ronaldo,
pertenece a una selección que, a diferencia de Argentina y Brasil, no está
entre las favoritas. En eso le lleva ventaja Messi, su gran competidor para
convertirse en la figura de mundial. Ronaldo, sin embargo, es un animal de
competencia. No cree en las desventajas. Costaba imaginar un mundial sin
Cristiano Ronaldo, costaba creerlo y costaba dinero, porque además de un
futbolista arrasador, es un impactante fenómeno social. A Portugal se le iba a
extrañar poco, pero a él no. Cristiano por sí solo es un país. Tiene más
seguidores en su cuenta de Facebook —83 millones— que Portugal habitantes, 11
millones. Un dato que confirma la influencia del jugador en este planeta
dividido entre sus fanes y los de Messi. Ambos futbolistas muy lejos de
cualquier otro. Brasil 2014 tendrá entonces su duelo de cracs, un atractivo
gratuito para aquellos que mientras avance el campeonato se vayan quedando sin
equipo.
Cristiano carga otra condena, esa
etiqueta lasciva que impone el plan de negocios a los jugadores de corte GQ.
Diamantes, Lamborghinis, bíceps, tríceps, cuadríceps, sesiones fotográficas,
portadas eróticas y desnudos con todas las responsabilidades y obligaciones de
símbolo sexual. A la opinión deportiva le sigue costando entender esa doble
carrera, duda del futbolista tuneado y no le concede un nicho dentro de los
clásicos. Aunque uniformado de futbolista sea el conjunto de órganos y hormonas
mejor entrenado, le seguirán llamando CR7, un mote demasiado ajeno al género
romántico del fútbol. Argentina no sería considerada favorita sin Messi, pero
Messi no sería tan bueno si detrás de él no existiera el Portugal de Cristiano
Ronaldo.
Ojalá sean varios los mexicanos
que al terminar Brasil 2014 se sumen a los que siguen en Europa, si es así,
puede decirse que México tuvo éxito. Hay quien envuelto en la bandera se niega
a verlo, pero la exportación de jugadores al territorio de la UEFA es el
principal índice para medir el crecimiento.
Samuel Eto’o es África, el mejor
ejemplo para explicar un continente que ha incorporado a la historia de los
mundiales grandes historias personales. Hoy Samuel Eto’o maneja un Bentley,
viste Príncipe de Gales, lleva bastón con empuñadura de marfil, esclava de
diamantes y pasea un Golden Retriever por Kensigton, el barrio más caro de
Londres. La trayectoria de Eto’o, Leganes, Madrid, Mallorca, Barça, Inter,
Aznhi y Chelsea, representa perfectamente la colonización que el fútbol ha hecho
de África. Una nueva forma de dominio sin ambiciones territoriales que
aprovecha los espejismos reflejados por el juego. Todos los niños quieren
escapar como Samuel Eto’o. Premier, Serie A, Bundesliga, Ligue 1 o Liga,
rastrean cada año al nuevo futbolista descalzo que a costo cero, deje con el
tiempo kilos de euros en sus canteras. Europa olvidó pelear por minerales en
África, ahora vende jugadores. Los pule, domestica y convierte en material de
exportación. Del viejo Samuel, más gentleman que nativo, queda muy poco
Camerún. Siempre anárquico, Eto’o ha mantenido un pulso civil con su selección
nacional y cualquier reglamento que le impida gozar de privilegios dentro y
fuera del campo cuando juega para ella. Un constante complot frente a
entrenadores, compañeros y dirigentes como el de Eto’o, hace de las africanas
selecciones insurgentes, con vestuarios permanentemente amotinados y luchas
entre tribus. Desde Roger Milla no ha existido un equipo africano tan unido
alrededor de un futbolista, Milla, un anciano pionero, fue el patriarca que
Eto’o nunca ha querido ser. México va a enfrentarlo en el mundial. La selección
puede ganarle a Camerún, pero perder contra Eto’o. Así se explica la promesa
inconclusa del fútbol africano en los mundiales. Lleno de talentos, brujos,
guerrilleros y futbolistas indomables.
Tri, así bautizó México a su
selección nacional, un mote totémico. En partidos decisivos como los de un
mundial, falta táctica y sobra nervio. Cuando el fútbol entra en trance se
vuelve ejercicio: correr luchar, respirar. Y deja de ser deporte: pensar,
medir, mover; la razón del juego. El mundial mezcla remedios que hacen del
fútbol un mexicanísimo mejunje. Intereses, dinero, presión, disputas,
televisoras, medios, patrocinios, ilusiones, pactos. El jugador mexicano de
selección nacional vive un ambiente nocivo. Aún contra rivales inferiores
sufre, no se siente parte, como dicen, poniéndose “la verde”. Ese tejido social
que para unos representa la patria, para otros negocio, espectáculo,
influencia, o todo junto. ¿Quién puede definir exactamente qué significa la
selección? Se discute tanto el motivo que nuestro futbolista acude aturdido por
orgullo u obligación. Nueve de cada 10 aficionados consideran que al jugador le
falta corazón, “huevos”, y le sobra plata. Un análisis civil. Pero el fútbol
hace mucho que depende de otros factores menos viscerales. Correr, sudar y
facturar lo hace cualquiera. Para trascender en este juego se necesita parar,
templar y mandar. Poner la pelota al suelo, razonar cada jugada. Eso en un
estadio colérico gritando “puuuuuuto”, con el mercado angustiado por su modelo
de negocio, la autoridad acordonando el Ángel (de la independencia) y el
periodista defendiendo su programa, no es fútbol. En los próximos tres partidos
frente a Camerún, Brasil y Croacia, los futbolistas mexicanos deberán jugar por
ellos, por su carrera, su familia, y por nadie más.
UEFA no tiene jurisdicción alguna
sobre el mundial, Brasil 2014 es territorio de la FIFA, casi un coto privado de
Blatter. Hoy la distancia entre la FIFA y la UEFA es abismal porque sus poderes
son cada vez más opuestos. Blatter gestiona la política del compromiso público,
y Platini, la inversión del capital privado. Conforme crece la Champions, van
quedando menos motivos para defender al mundial como el evento más importante
que tiene el fútbol. Quizá sea el que más se espera, cuatro años son muchos,
pero no el que mejor se juega. Cuando a horas de arrancar el torneo hay
técnicos que no han repetido el mismo cuadro dos veces seguidas o aún no
definen al portero titular, no podemos esperar gran cosa. La Copa del Mundo es
una marca sólida, pero la Champions es cada vez más institucional. En Europa
del mundial empieza a hablarse una semana antes, siguen con la resaca de la
temporada. Es importante, pero cada día lo siguen menos y algunos como los
grandes clubes, Madrid, Barça, Milan o United, creen que sus eliminatorias
estorban más.
Vela es el único futbolista sobre
la tierra que, estando en perfectas condiciones y durante la mejor etapa de su
carrera, no quiso jugar un mundial. Lo que darían Falcao o Ibrahimovic por
estar en su pellejo. Carlos Vela pertenece a una generación a la que han
llamado frágil, exquisita. Típico juicio del Azteca, estadio de lamentaciones.
Si no triunfas con la selección nuestro gran templo te condena: perdedor,
traidor. No se ha entendido todavía la culpa que la selección nacional es capaz
de provocar en el futbolista mexicano. Seguimos creyendo que por encima de la
selección no hay nada. Que vivir de ella y para ella es el único objetivo del
jugador profesional. Falso matriarcado. La selección, hace falta que
insistamos, es otro equipo de fútbol “privado”. Utilizado como generador de
ingresos que, en su caso, tiene licencia para explotar comercialmente el nombre
de México, sus colores, himno, escudo y protocolo oficial. Esa transacción en
complicidad con Blatter (suizo) funciona mejor o peor dependiendo del país.
Pero en México se ha llevado hasta las últimas consecuencias. Al grado de
parecer chantaje. Porque ninguna tierra usa a su selección como latifundio de
una empresa. Ni el futbolista que niega uniformarse de niño héroe es enemigo de
la patria. En ocasiones todo lo contrario, sería caudillo del cambio. Con el
tiempo Carlos Vela quizá se arrepienta, o con el tiempo quizá su caso pueda
volverse un valiente manifiesto. Para algunos, los futbolistas mexicanos tienen
la obligación de morir por la selección en el mundial, y para otros, tienen la
oportunidad de levantar el nombre de México, pero lejos de él. Jugar por una
selección “privada” no lo hará peor ni mejor mexicano. Triunfar en Europa como
uno de los nuestros, quizá sí.
Web, ahí quedará archivado Brasil
2014, en la infinita web de nuestra era. Asistimos al primer mundial de las
redes sociales. De las redes sociales al alcance de la mano. El mundial cabe en
un iPhone, un iPad. El mundial es portátil. Una maravilla. Todo lo que Messi,
Crsitiano, Neymar o quien sea, hagan durante el mundial, Twitter y Facebook lo
multiplicarán por un millón. Escandaloso. El juego de fútbol al que le ha
costado escapar de grandes dictadores, hoy parece dominado por la tiranía del
“me gusta” o la democracia disfrazada del “compartir”. Millones de usuarios en
todo el mundo asisten a la digitalización del circo romano, pulgar para arriba
o pulgar para abajo, el poder de un clic convierte al aficionado en César;
después de un siglo, finalmente el fútbol está en sus manos.
Xenofobia, racismo,
discriminación; estas son tres de las grandes cicatrices con las que carga el
fútbol actual. Y aunque en el mundial, siempre en un ambiente festivo y
cordial, no suelen aparecer este tipo de manifestaciones, el fútbol experimentó
durante la última campaña cómo un estadio de fútbol es capaz de convertirse en
un nido de provocadores. Escondidos tras el anonimato que ofrece una multitud,
existen personajes lúgubres. En este caso, las nuevas tecnologías y las redes
sociales han mejorado el deporte funcionando como una herramienta de búsqueda y
captura, de denuncia civil. El mejor ejemplo lo hemos visto con el caso de Dani
Alves. Cuando Alves decidió comerse frente al mundo el plátano que le habían
lanzado al campo, sabía muy bien la reacción que desataría. Alves, además de un
excelente jugador, es un especialista en comunicación. Junto a Neymar, otro fenómeno
de los nuevos medios, es probablemente el futbolista que mejor se maneja en las
redes sociales. Para explicarlo de alguna forma, son sus propios gabinetes de
prensa. Al margen del terrible detalle, el caso del plátano acompañado del
mensaje: “Todos somos macacos”, se convirtió en una de las campañas más
exitosas que el deporte ha tenido en su lucha contra el racismo. Son millones
de euros y muchos los espacios en medios que la FIFA y la UEFA, incluso el COI
y una larga lista de patrocinadores, han utilizado para denunciarlo y
detenerlo. El racismo en el deporte, dentro y alrededor del campo, es una de
las grandes batallas de Blatter y Platini. Sin embargo, ninguno de sus
esfuerzos en comunicación para concientizar jugadores y aficionados, ha logrado
el éxito que sí alcanzaron Alves y Neymar con una respuesta espontánea,
inmediata y meditada. Se comprueba que el futbolista no solo es el
protagonista, es el medio y, ahora, también el mensaje.
Yashin jugó tres mundiales, 1962,
1966 y 1970. Otro portero, Antonio Carbajal, jugó cinco, 1950, 1954, 1958, 1962
y 1966. El irlandés Pat Jennings, el inglés Peter Shilton y el italiano Dino
Zoff, encabezan la lista de veteranos en la historia del mundial, y con 36
años, Gianluigi Buffon jugará el quinto consecutivo: Francia 1998, Corea-Japón
2002, Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. La portería sigue siendo el
rincón más antiguo del campo. Estos hombres nacieron porteros y morirán
porteros. Pero vivir como portero explica sus marcas. La estadística los fundirá
en acero. Algo tienen los porteros en esas manos que tranquilizaron o
emocionaron a muchos, hasta el punto de cuidar el sueño de un país. Dormirlos,
mecerlos. Acurrucarlos para siempre entre esos clásicos suéteres de portero,
del guardameta entrañable. Una posición paternal. Casi una secretaría de
Estado: ser portero de selección nacional. Porque los porteros, sin importar el
cuadro, son un poco padres o hermanos mayores. Se entrenan para líderes.
Cuidan, protegen, enseñan. Quizá por eso viven tanto. Se vuelven patrimoniales,
heroicos, son monumentales. Los tipos diferentes, el muchacho loco, el jugador
valiente. Se nace portero, se vive portero. Como Yashin, el primero de los
jugadores, el último de los futbolistas. Más que profesión es una raza: la de
portero. Son madera de cuadro. Sobre sus lomos sostienen títulos, levantan
historias, amasan afición porque se quedan, siempre están. Todos abandonan,
pero ellos permanecen ahí, en los museos del mundial, inventariados como
murallas, fortalezas o castillos. El portero es el alma de un equipo, su
capitán. Deportistas con vocación de solitarios. Los guardianes del campo, los
cuidadores del sueño, nuestros familiares, nuestros porteros.
Zagueros, defensores, escudos,
contenciones, durante los últimos meses del campeonato europeo los sistemas de
protección vencieron a los métodos de ataque. El fútbol del Real Madrid y del
Atlético de Madrid sometió a equipos como el Bayern y el Barça, representantes
de un fútbol que vive en el barrio opuesto. Los triunfos de Simeone y
Ancelotti, técnicos de moda, no fueron artísticos, fueron justos. Escuetos.
Abrumados por el drama del Atlético, un equipo que funcionó como adhesivo para
todos los equipos guerreros, y por la resonante Champions del Madrid, capaz de
escucharse hasta en la Muralla China, nos olvidamos que el fútbol perdió un
amigo, perdió el balón. Hace cuatro años el Inter de Mourinho, rudo y
contragolpeador, se convirtió en el estilo dominante a semanas de empezar
Sudáfrica 2010. Pero fue perecedero. Cuatro años después vuelve a triunfar el
fútbol de las tácticas de “garra”. Con impecables organizaciones entre líneas.
Luchas colectivas. Atacantes solidarios en defensa propia. Brazaletes de
capitán bien apretados y un discurso en el interior del vestuario, que por fundamentalista,
termina convenciendo al jugador de dar su vida al compañero. A pesar del
triunfo de Mourinho en 2010, España ganó el mundial porque detrás de ella
existía una civilización. En 2014, con el Barça sepultado por el Atlético y el
exquisito Bayern de Guardiola prisionero del Real Madrid, no quedan apóstoles
del balón; se avecina otra guerra santa.
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