De brasas que alimentan en el
desierto y llamas purificadoras en San Juan
EFE - martes, 24 de junio
de 2014
Los rituales son tan ancestrales
como la propia existencia del ser humano y tan vinculados a la vida y a la
muerte que, en un mismo día, se puede pasar de festejar una comida en el
desierto preparada sobre brasas y tierra a saltar sobre unas llamas que dicen
adiós a lo viejo y reciben a lo nuevo.
El fuego marcó la segunda jornada
de la Ruta BBVA en Paracas, en el departamento de Ica, en la costa de Perú, en
la que los expedicionarios conocieron la "pachamanca", un plato
típico de ese país que combina tres elementos (piedra, tierra y fuego), y,
horas después, sobre la arena de Playa Yumaque, saltaron sobre una hoguera con
motivo de la noche de San Juan.
La "pachamanca"
("olla de tierra", en quechua) combina diferentes carnes (alpaca,
cerdo y pollo) con papas, yuca, camote y maíz, cocinados sobre un lecho abierto
en el suelo y piedras calientes y tapados de nuevo con tierra y piedras.
Este largo proceso, que implica
trabajar el hueco desde la noche anterior y, una vez puestas a calentar las
piedras con las brasas, abarca unas cinco horas (dependiendo de la cantidad de
comida), fue vivido como una auténtica fiesta por los ruteros que llegaron
hasta la finca "El Milagro", situada en pleno desierto de Paracas.
Ningún integrante de la
expedición esperaba hallar, tras caminar por unas dunas impresionantes bajo el
sofocante calor, una carpa levantada en su honor en medio del desierto por Bernardo
Roca Rey, el propietario de estas 500 hectáreas, en las que ha logrado "el
milagro" de adaptar cultivos tradicionales, como la quinua y la uva, a las
condiciones climáticas de la zona.
Al jubilarse, este periodista,
perteneciente a la familia propietaria de El Comercio, decidió cumplir su sueño
de tener un vino propio, al que ha denominado "Vino de las arenas" y
que es una fusión de varias influencias.
"Usamos la uva luna negra,
de Perú, y la moscatel de Alejandría, que también es del desierto, después de
que probé un vino de Málaga hecho con ella. Me dije que si hacía vino alguna
vez en el desierto tenía que ser así", explicó este emprendedor, quien
confesó que el secreto de su producción es "que está regada con agua del
oasis".
Una pequeña acumulación de agua,
llamada Pozosanto, es la que permite que se den tanto el cultivo de quinua como
el de la vid (uva de la que saca vino y pisco) y que ahora Roca haya presentado
ante la Ruta BBVA su primera cosecha.
"Mi intención no es hacer un
vino industrial, sino un vino 'boutique', artesanal, que cuando escuchemos que
la gente habla de la magia del Perú piense en nuestro vino", aseveró.
Los ruteros, acostumbrados a las
incomodidades del campamento y sudorosos por la caminata atravesando las dunas,
disfrutaron de una comida desconocida para la mayoría de ellos y aprovecharon
la presencia de músicos locales para seguir quemando energías después de comer,
bailando como si de un ritual se tratase.
Quizá los chicos, a su manera,
daban las gracias a la tierra por lo que esta les había dado, algo de ese
"vínculo atávico" con la "pachamama" que les había
explicado Isabel Álvarez, socióloga y directora de Apega (Sociedad Peruana de
Gastronomía), al hablar de antiguas civilizaciones antes de disfrutar de la
"pachamanca".
Y como el ritual de la comida
estuvo tan unido al fuego, la conclusión del día fue la perfecta, con la
celebración de la noche de San Juan.
Papeles con cosas malas para
eliminar y con deseos para cumplir que se lanzaron al fuego; descripción de las
costumbres de celebración en varios países del mundo; saltos acrobáticos sobre
la hoguera... fueron las formas en que el campamento instalado en Playa Yumaque
festejó la noche más larga del año en el sur del mundo.
Nacer y morir, caer y levantarse,
terminar y volver a empezar, etapas que se van cumpliendo y que permiten
continuar el camino de esta vigésima novena edición de la Ruta BBVA.
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