García Márquez, el escritor
cubano
Deutsche Welle - junio de 2014
La impronta del colombiano
Gabriel García Márquez en el pueblo y la cultura de Cuba lo convierte desde su
primera visita a la isla en un ídolo inolvidable, un símbolo internacional que
los cubanos sienten como propio.
El título no es una confusión, es
un hermoso equívoco que los escritores y lectores cubanos repiten con orgullo.
Una anécdota, de la que existen muchas versiones (el colombiano Luis Fayad, por
ejemplo, contó la suya en un homenaje que recientemente hiciera la embajada de
Colombia en Alemania a García Márquez), refiere que, en un paseo por La Habana
Vieja, “el Gabo” (así le llaman en la isla incluso quienes sólo han leído sus
libros) decidió entrar a una imponente librería en los bajos del Palacio del
Segundo Cabo, sede del Instituto Cubano del Libro. Uno de los custodios, quien
había visto muchas veces por la televisión al colombiano, al verlo entrar lo
saluda con admiración: “Nos honra su visita, señor García Márquez”, a lo cual
responde el recién llegado: “Llámeme Gabriel, hombre, eso de señor no va
conmigo”. Cuando lo ve alejarse, otro custodio, casi un adolescente, le
pregunta a su compañero quién era “ese viejito tan agradable”. La respuesta es
contundente: “Es un gran escritor cubano que vive en Colombia”.
Se impone primero resaltar que
García Márquez en muchas oportunidades comentó que si bien era cierto que en
México se sentía como en casa; que en Colombia, pese a su larga estancia en el
exilio, lo envolvía ese hálito de quien va por caminos que le pertenecen, cada
una de sus estancias o visitas a Cuba adquirían la connotación especial, única,
de lo entrañable. Allí, otro de los cuestionamientos que más lo persiguieron en
vida, estaba su gran amigo Fidel Castro, pero también estaban sus amigos
cubanos, escritores como él, sus colegas fundadores de la Escuela Internacional
de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y algunos de los periodistas
latinoamericanos con quienes, en la década del sesenta, trabajó en los tiempos
fundacionales de la agencia cubano/latinoamericana Prensa Latina.
La cubanía adquirida
En un encuentro en México a
inicios de los años noventa, cuando le pregunté porqué cedía siempre sin
pensarlo los derechos de sus libros para distribución exclusiva en Cuba, García
Márquez respondió: “Ustedes los cubanos, además de leer mucho, saben leer
bien”, y comenzó a recordar anécdotas de lectores de sus libros: un campesino
de Cienfuegos, al centro del país, que le escribió para decirle que él tenía
una abuela igual a la Úrsula Iguarán de Cien años de soledad; un obrero de la fábrica
de nickel de Nicaro, en el oriente de la isla, que se le acercó en un evento en
La Habana para comentarle que la historia de su madre y su padre tenía muchas
cosas en común con la de Florentino Ariza y Fermina Daza en El amor en los
tiempos del cólera; una estudiante de séptimo grado que le escribió para
contarle que la profesora de historia exigía a los alumnos leerse El general en
su laberinto y que, gracias a ese libro, ella había visto a un Bolívar de carne
y hueso más asequible que el Bolívar de mármol o cobre de las estatuas que
normalmente enseñaban en otras escuelas; o un periodista opositor que, durante
una recepción en la embajada de España, se atrevió a preguntarle si era cierto
que el modelo de dictador para El otoño del patriarca había sido Fidel Castro,
a lo que García Márquez respondió: “¿Y tú qué crees?”, “pues que sí”, contestó
el periodista, “ahí tienes tu respuesta”, dijo entonces el colombiano.
Lo indudable es que los cubanos
tuvieron el privilegio de que cada uno de los libros del nobel colombiano
circularan en Cuba en el mismo momento en que se presentaban en otros sitios
del mundo, con la exclusividad de que las tiradas eran de decenas de miles de
ejemplares, a un costo bajísimo en pesos cubanos, propiciando así que esas
novelas ingresaran a todas las bibliotecas personales de millones de cubanos.
Indudable también, por cotidiana, resultó la presencia del Gabo en la mayoría
de las inauguraciones del más importante evento cultural en la isla: el
Festival Internacional de Cine Latinoamericano de La Habana. Y quienes ya se
habían acostumbrado a su presencia en los eventos literarios internacionales
convocados desde Casa de las Américas en las décadas del 60 y el 70, lo vieron
asistir no sólo a eventos literarios o culturales, sino también a hitos
históricos como la celebración de fechas nacionales encabezadas por su amigo
Fidel Castro o como la trascendental visita a Cuba del papa Juan Pablo II en
1998.
A las enseñanzas que ofreció como
profesor en los talleres de guión cinematográfico a los que asistimos
escritores cubanos de distintas generaciones, y al empuje que
internacionalmente le dio a varios de los más destacados narradores que conoció
en la isla, empezando décadas atrás por el ensayista y novelista Manuel Pereira
y terminando con la novelista y actriz Wendy Guerra, a quien consideraba casi
una hija, se suma la ayuda que concedió a opositores y expresos políticos o
escritores disidentes para que pudieran salir del país, siendo el caso más
notable el del novelista Norberto Fuentes.
Lector apasionado de lo mejor de
las letras cubanas, al conocernos y saber que me había criado en Santiago de
Cuba, me preguntó: “¿Has leído El pan dormido, de Soler?”, refiriéndose a una
imprescindible novela del fallecido escritor santiaguero José Soler Puig, uno
de los grandes novelistas cubanos. “Es una de las más originales novelas que se
han escrito en América Latina”, agregó.
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