Como en Hollywood: los latinos
que viven en la terminal de ómnibus de Río de Janeiro
LaNacion - lunes, 23 de
junio de 2014
Es un caos. Miles de personas
corren de un lado hacia el otro. Preguntan por las puertas de embarque y
revisan sus pasajes una y otra vez. Él, sentado de una de las áreas de
descanso, con muy pocas pertenencias a su alrededor, no espera nada. El tiempo
no lo condiciona. Sólo está en su nuevo -aunque temporario- hogar: la Terminal.
Pero no, no se trata del
entrañable personaje hollywoodense Viktor Navorski, oriundo de Krakozhia e
interpretado por el actor Tom Hank; sino de Juan Carlos: un chileno, de 33
años, que llegó a la ciudad maravillosa luego de cinco eternos días en un
colectivo de larga distancia. ¿Dónde vive? Aquí, en la estación central de
ómnibus. Como él, son varios los latinoamericanos, entre colombianos, chilenos
y argentinos, que llegaron al Mundial Brasil 2014 y optaron por pasar las
noches entre las ruidosas corridas de los viajantes, que por estos días se
multiplican.
Cerca de las 12 del mediodía, en
el lugar indicado, no hay nadie. El amplio espacio, decorado con césped
artificial, cartelería mundialista y un amplio LCD para transmitir los
partidos, está delimitado por una cinta que prohíbe el ingreso. "¿Por qué
vienen tantos periodistas a ver esto? La gente acá está bien, no vive en malas
condiciones", increpa Victoria, nacida en Colombia hace 28 años, al equipo
de canchallena.com. Ella estaba sentada en uno de los bancos cercanos, como
otros tantos. "Lo abren a las 12. Ahí entramos y ya nos quedamos hasta las
8 del otro día", explica, ya con un tono más amable.
Victoria y su marido, Mauricio,
son oriundos de tierras cafeteras, pero viven en Rosario, Santa Fe, desde hace cuatro
años. Ella estudió antropología en Colombia y acaba de terminar el primer año
de medicina en la Argentina. Él, en cambio, es dueño de una carpintería. Pero
la llegada del Mundial les despertó el deseo de viajar para vivir de cerca su
gran pasión: el fútbol. No tienen tickets, tampoco mucho dinero para gastar. Es
por eso que, desde hace 10 días, se alojan en la Terminal Novo Rio, venden
artesanías para enfrentar los gastos y se ajustan a una economía cerrada: entre
10 y 20 reales por día.
"Fuimos los primeros en
llegar. Este lugar estaba sólo para ver los partidos. Al ver que nos
quedábamos, y para que no estuviésemos incómodos en las sillas, nos empezaron a
dejar dormir por las noches. Al principio éramos tres o cuatro, pero se empezó
a correr la bola y hoy, durante las noches, esto está lleno", recuerda
Victoria, quien, al igual que varios, aclara que "dormir aquí es
gratuito", no como se "rumoreaba". Además, explica cuál es la
mayor ventaja: "El baño, que es gratuito, y la ducha, que con cinco reales
pasan varios".
Juanca Gaitán es de San Lorenzo,
provincia de Santa fe, y viajó durante nueve días a dedo para estar en la Copa
del Mundo. Se vino, literalmente, con lo puesto: un conjunto de gimnasia viejo
de la selección, una mochila desfondada y un diccionario Español-Portugués.
Osito, como lo conocen sus amigos, no está muy al tanto del Mundial. Eso parece
ser lo de menos para él. "Vine a despejar un poco la mente. Los pibes del
barrio me ayudan, pero sólo son palabra", explica, mientras rompe en llanto,
en diálogo con este medio. La tristeza tiene un porqué: hace más de un año que
no ve a sus dos hijos.
Cuidador de autos en su ciudad,
el poco dinero con el que cuenta le alcanza para moverse en transporte público
breasileño y para comer en los restaurantes populares, donde un plato de comida
cuesta sólo un real. Hoy, luego de varios días en la playa -donde la policía
despierta a quienes duermen a la intemperie a primera hora del día-, Osito
pasará su primera noche en la Terminal. "Dormí sólo dos horas, a las cinco
te levanta la policía", sostiene, apoyado en una columna y acomodándose su
largo -pero no tan bien mantenido- pelo.
Otro numeroso grupo, que mira
atento el partido entre Italia y Costa Rica, se lleva la mayor atención. Son 10
argentinos que se conocieron en Brasil. Un cordobés toma la voz cantante de
esta "familia", como le gusta llamarla. Se llama Juan Pablo Giménez,
tiene 35 años, trabaja como repartidor de delivery, pero para costearse el
viaje vendió su moto en nueve mil pesos. "La regalé", se lamenta.
Con dos mil pesos menos que le
dejó a su hijo de 12 años, llegó en micro a la ciudad Maravillosa. Primero se
alojaron en una favela, donde pagaban 50 reales por noche, pero no tardaron en
irse a la playa de Copacabana. El frío y la incomodidad los fueron llevando de
a uno hasta este lugar. Ninguno tiene entradas y hacen changuitas para enfrentar
los altos precios del Brasil mundialista. Algunos hacen malabares, otros venden
cervezas en la playa y los demás sólo pasan el tiempo.
Pero en el traslado hacia este
lugar, también hubo otro factor importante: el miedo. "Hay noches que se
ponen fuleras. No todo brilla en esta ciudad. Si tuviese un techo y una lugar
para dejar las cosas, me quedo, pero tenemos que estar todo el tiempo cuidando
las cosas. Siempre hay uno que se tiene que quedar mirando. Si no,
desaparecen", confiesa Juan Pablo, que aún no se fue porque le falta
dinero: "El pasaje me sale 490 reales y no tengo plata. Estoy viendo si un
amigo me hace la gamba y después se lo devuelvo".
La relación entre quienes viven
bajo el techo de la terminal fue de peor a mejor. "Al principio, con los
chilenos estaba todo mal. Después se dieron cuenta que nosotros teníamos
nuestro carácter", dice el cordobés, quien también revela que aquí se
hospedaron algunos de los hinchas trasandinos que ingresaron a la sala de
prensa del estadio Maracaná y que fueron detenido: "Les dieron 24 horas
para que se vayan del país", agrega.
Aunque todos coinciden que el
lugar es muy tranquilo para hospedarse, Victoria asegura que hace unas noches
se vivió "el único episodio de violencia": dos chilenos discutieron y
casi inician una pelea con armas blancas. "Por suerte, no llegó a mayores.
Saben que si hay problemas, nos pueden echar a todos", finaliza.
Juan Carlos sigue sentado,
cuidando sus cosas, viendo el tiempo pasar. Está feliz porque "eliminar a
España es un logro muy grande". Tantos días de viaje desde Copiapó,
"la tierra de los mineros", no han sido un sufrimiento para él. Por
suerte, ya está en su nuevo hogar: la Terminal.
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