El humor en el trabajo es
divertido,pero cuidado con los malentendidos
La Nación - agosto de 2014
El hombre -vestido de impecable
jacquet- se detiene en la parte superior de la soberbia escalera de mármol
blanco. Desde allí domina el espectáculo que abajo ofrecen las decenas de
invitados a la gala. Sólo cuando de un vistazo confirma que todas las miradas
están posadas en él, con aplomo inicia su descenso. Imprevistamente trastabilla
y comienza a rodar por los escalones. Luego de una breve exclamación de
sorpresa, el público estalla en carcajadas. El cuerpo del hombre -unos
instantes antes erguido y poderoso- parece ahora el de una marioneta
desarticulada que adopta las posturas más grotescas durante su caída. Al llegar
al escalón inferior se detiene y permanece tendido, inerme. Una delgada línea
de sangre corre por su frente. El estupor se apodera de los presentes. Las
sonoras risotadas dejan paso al más profundo de los silencios. Tras un instante
eterno, el mayordomo va en su auxilio. Con el rostro desencajado no tarda en
hacer el anuncio más temido: "¡El señor está muerto!"
Es imposible determinar en qué
escalón de la clásica escena anterior la comedia devino tragedia. Así es el
humor. Hay una fina frontera que separa lo gracioso de lo grave; un sutil velo
que divide la broma simpática y bien intencionada de la burla sarcástica y
ofensiva. El humor es poderoso como instrumento para reforzar la amistad y
aflojar tensiones, pero también puede ser el arma más destructiva.
Como toda forma de expresión, el
humor tiene sus aristas. En primer lugar contiene un fuerte componente
cultural: las distintas maneras de valorar hacen que lo gracioso para algunas
culturas -ya sean éstas nacionales, generacionales, profesionales o de otra
naturaleza- resulte ofensivo para otras. Algo que en ciertas situaciones parece
cómico puede dejar de parecerlo ante una variación del contexto.
Un ejemplo reciente lo ofrece la
polémica -en ambos países- provocada por el baile que unos jugadores de la
selección alemana de fútbol dedicaron a sus colegas argentinos. Para algunos se
trató de una broma inocente -típica en el ambiente del fútbol- de un grupo de
jóvenes influidos por la alegría del triunfo. A otros les hizo recordar una de
las páginas más oscuras de la historia de Alemania y de la humanidad. Así de
contradictorias pueden ser las percepciones cuando del humor se trata.
La diferencia de apreciación se
explica porque -cuando el humor se apoya en la broma o cargada- alguien adopta
una posición de superioridad. Mientras una parte actúa de bufón, la otra se
convierte automáticamente en punto. Cuando se da el retruque (cosa no siempre
posible), los roles se invierten. Si por diferentes causas bajan las
inhibiciones sociales pueden aflorar viejos resentimientos, y la dinámica se
puede expandir hasta el descontrol.
El canto de Brasil decime qué se
siente., pegadizo, alegre y repetido hasta el hartazgo por los hinchas locales
durante el último Mundial, es un ejemplo de los potenciales riesgos de la
cultura humorística de la cargada. A medida que los equipos nacionales fueron
superando rivales, el ambiente de excitación fue creciendo más y más. Junto con
el entusiasmo subieron de tono las bromas y el contendido de los cánticos que
las escuadras se dedicaban mutuamente. A veces llegaron a bordear la xenofobia,
sin que los fanáticos lo advirtieran aturdidos por el carácter chistoso de sus
expresiones.
El chiste sexista es otro ejemplo
del uso del humor para fastidiar a un grupo social diferente. Según sostiene
Sigmund Freud, el chiste es un juicio que juega. Su carácter juguetón lo
aliviana y lo hace aparecer inofensivo, sin perder por eso su efecto valorativo
y burlón. Quien repite chistes machistas denigra a la mujer refugiado bajo el
amparo del humor. Por eso, si la persona afectada reacciona, el bufón no
tardará en lanzar: "¡Pero, querida, si fue sólo un chiste!", lo que
presupone el inmediato perdón del agresor. Si persistiera en su disgusto, un
punzante: "¡Qué falta de sentido del humor!" sería el siguiente dardo
al que se vería expuesta. Un doble ardid de pasmosa eficacia que, fácilmente,
puede ser extendido a cualquier otro grupo estereotipado.
Mediante la repetición
sistemática de estos simples mecanismos, el chiste, la cargada o la burla se
convierten en artefactos potentes de discriminación. El lugar de trabajo no
está libre de sus amenazas. Pero no se trata de renegar de la alegría, sino por
el contrario de tomar conciencia del enorme poder de lo cómico. Se trata de
ejercitar la prudencia y la empatía para detectar en qué escalón lo divertido
se transforma en doloroso. De esta forma podremos aprovechar, sin temor, todo
lo valioso que el humor tiene para ofrecer en favor de la integración de las
personas.
Profesor de Comportamiento Humano
en la Org. del IAE
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