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domingo, 17 de agosto de 2014

humor

El humor en el trabajo es divertido,pero cuidado con los malentendidos




La Nación - ‎ ‎agosto‎ de ‎2014
El hombre -vestido de impecable jacquet- se detiene en la parte superior de la soberbia escalera de mármol blanco. Desde allí domina el espectáculo que abajo ofrecen las decenas de invitados a la gala. Sólo cuando de un vistazo confirma que todas las miradas están posadas en él, con aplomo inicia su descenso. Imprevistamente trastabilla y comienza a rodar por los escalones. Luego de una breve exclamación de sorpresa, el público estalla en carcajadas. El cuerpo del hombre -unos instantes antes erguido y poderoso- parece ahora el de una marioneta desarticulada que adopta las posturas más grotescas durante su caída. Al llegar al escalón inferior se detiene y permanece tendido, inerme. Una delgada línea de sangre corre por su frente. El estupor se apodera de los presentes. Las sonoras risotadas dejan paso al más profundo de los silencios. Tras un instante eterno, el mayordomo va en su auxilio. Con el rostro desencajado no tarda en hacer el anuncio más temido: "¡El señor está muerto!"

Es imposible determinar en qué escalón de la clásica escena anterior la comedia devino tragedia. Así es el humor. Hay una fina frontera que separa lo gracioso de lo grave; un sutil velo que divide la broma simpática y bien intencionada de la burla sarcástica y ofensiva. El humor es poderoso como instrumento para reforzar la amistad y aflojar tensiones, pero también puede ser el arma más destructiva.

Como toda forma de expresión, el humor tiene sus aristas. En primer lugar contiene un fuerte componente cultural: las distintas maneras de valorar hacen que lo gracioso para algunas culturas -ya sean éstas nacionales, generacionales, profesionales o de otra naturaleza- resulte ofensivo para otras. Algo que en ciertas situaciones parece cómico puede dejar de parecerlo ante una variación del contexto.

Un ejemplo reciente lo ofrece la polémica -en ambos países- provocada por el baile que unos jugadores de la selección alemana de fútbol dedicaron a sus colegas argentinos. Para algunos se trató de una broma inocente -típica en el ambiente del fútbol- de un grupo de jóvenes influidos por la alegría del triunfo. A otros les hizo recordar una de las páginas más oscuras de la historia de Alemania y de la humanidad. Así de contradictorias pueden ser las percepciones cuando del humor se trata.

La diferencia de apreciación se explica porque -cuando el humor se apoya en la broma o cargada- alguien adopta una posición de superioridad. Mientras una parte actúa de bufón, la otra se convierte automáticamente en punto. Cuando se da el retruque (cosa no siempre posible), los roles se invierten. Si por diferentes causas bajan las inhibiciones sociales pueden aflorar viejos resentimientos, y la dinámica se puede expandir hasta el descontrol.

El canto de Brasil decime qué se siente., pegadizo, alegre y repetido hasta el hartazgo por los hinchas locales durante el último Mundial, es un ejemplo de los potenciales riesgos de la cultura humorística de la cargada. A medida que los equipos nacionales fueron superando rivales, el ambiente de excitación fue creciendo más y más. Junto con el entusiasmo subieron de tono las bromas y el contendido de los cánticos que las escuadras se dedicaban mutuamente. A veces llegaron a bordear la xenofobia, sin que los fanáticos lo advirtieran aturdidos por el carácter chistoso de sus expresiones.

El chiste sexista es otro ejemplo del uso del humor para fastidiar a un grupo social diferente. Según sostiene Sigmund Freud, el chiste es un juicio que juega. Su carácter juguetón lo aliviana y lo hace aparecer inofensivo, sin perder por eso su efecto valorativo y burlón. Quien repite chistes machistas denigra a la mujer refugiado bajo el amparo del humor. Por eso, si la persona afectada reacciona, el bufón no tardará en lanzar: "¡Pero, querida, si fue sólo un chiste!", lo que presupone el inmediato perdón del agresor. Si persistiera en su disgusto, un punzante: "¡Qué falta de sentido del humor!" sería el siguiente dardo al que se vería expuesta. Un doble ardid de pasmosa eficacia que, fácilmente, puede ser extendido a cualquier otro grupo estereotipado.

Mediante la repetición sistemática de estos simples mecanismos, el chiste, la cargada o la burla se convierten en artefactos potentes de discriminación. El lugar de trabajo no está libre de sus amenazas. Pero no se trata de renegar de la alegría, sino por el contrario de tomar conciencia del enorme poder de lo cómico. Se trata de ejercitar la prudencia y la empatía para detectar en qué escalón lo divertido se transforma en doloroso. De esta forma podremos aprovechar, sin temor, todo lo valioso que el humor tiene para ofrecer en favor de la integración de las personas.


Profesor de Comportamiento Humano en la Org. del IAE

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