El ahorro sí importa…
Forbes - viernes, 29 de
agosto de 2014
Para ser claros, si el ahorro es
el origen del crecimiento sostenido, su aniquilación es la semilla del desastre
económico.
El miércoles pasado criticamos en
este espacio el artículo del portal de la revista Foreign Affairs (“Print Less
but Transfer More: Why Central Banks Should Give Money Directly to the
People”), publicación del que ha sido considerado el centro de estudios más
influyente en materia de relaciones exteriores de Estados Unidos: el Council of
Foreign Relations. Expusimos la falacia de los economistas de las corrientes
predominantes –el keynesianismo y el monetarismo, que nos venden la idea de que la economía necesita más
consumo para emprender la recuperación, llegando ya al extremo comentado de
proponer regalar dinero en masa.
Dijimos que es un sinsentido
querer resolver una crisis provocada por el exceso de deuda, consumo y crédito,
con dosis cada vez más elevadas de la misma “droga”, que con el tiempo surte
menos efectos, pero tiene peores resacas.
Aquí es oportuno que
profundicemos en el concepto del ahorro. Éste, para el “mainstream”, no tiene
un objetivo de crecimiento del poder de compra futuro de los agentes
económicos. De ahí que consideren que la inversión esté en función solo de la
tasa de interés, que “entre más baja, más la propicia”.
Este error de los keynesianos
deja de lado que es el mercado libre el que debe hacer que las tasas de interés
bajen, y que la causa de esto sólo puede ser la abundancia de ahorro. La teoría
de la Escuela Austríaca de Economía es la que explica todo esto, y por ende, la
única capaz de diagnosticar el desorden económico en el que nos encontramos y
de proponer sus soluciones reales.
Para los “austríacos”, los tipos
de interés –gracias al ahorro, descenderán hasta el punto en que la preferencia
temporal de los agentes los orille a optar por gastar sus ahorros en vez de
invertirlos. Lo mismo aplica en sentido opuesto: la salida de ahorradores y sus
recursos ocurrirá hasta el punto en que las tasas suban, y la gente comience a
preferir ahorrar y obtener una utilidad –y por tanto mayor poder de compra
futuro, que gastar su dinero.
Por supuesto, esto parte de la
base de que es indispensable también un sistema de dinero honesto, no
gubernamental ni monopólico, en el que el mercado sea el que determine la tasa
de interés. Sólo la libre voluntad de las personas en el mercado, es la que nos
mandará el mensaje correcto de las condiciones y preferencias de los agentes
económicos.
Una vez que se entiende este
punto, podemos darnos cuenta de que ninguna “Junta de Gobierno” o “Comité de
Mercado Abierto”, por muy “notables” o brillantes que sean sus miembros, puede
ser capaz de decidir qué nivel de tasas es el adecuado para la economía.
Moverla en un sentido u otro es, sin lugar a dudas, manipular una de las
variables más importantes para la toma de decisiones de ahorro e inversión, y
por tanto, de crecimiento económico.
Claro está que el sistema en que
vivimos hoy no está ni siquiera cerca del crecimiento sostenible: no hay
mercados libres, la tasa de interés la decide un monopólico banco central y el
dinero que tenemos en las manos, es fíat, ficticio, sin respaldo en oro y está
siendo creando de forma masiva mientras lee estas líneas. Por primera vez en la
historia de la humanidad, este fenómeno está ocurriendo a escala global, y no
hay ningún mayor banco central del orbe que no esté expandiendo su base
monetaria.
Así pues, las corrientes
económicas predominantes están recurriendo a la única receta que se conocen: a
cada tribulación económica la medicina es elevar el gasto público, bajar los
tipos de interés y expandir el dinero en circulación. Punto.
Reducir artificialmente los tipos
manda la señal errónea a los agentes económicos de que hay abundancia de
ahorro, y se les orilla así a tomar de decisiones equivocadas de inversión que
conducen a crecimiento insostenible. Todo porque no se trata de ahorros reales
sino de exceso de dinero creado de la deuda. El círculo vicioso crece en
espiral, y cada vez que ocurren, las crisis tienden a ser más severas y
requieren más droga para sobrevivir, yendo de una burbuja a otra.
La consecuencia última y más
grave, es que en este proceso la señal que se manda es: gaste, gaste, gaste.
Los ahorradores son aplastados y, los inversores, orillados a buscar amparo en
lo que consideran es más o menos un refugio para su capital, inflando de nuevo
burbujas en mercados de bonos, índices bursátiles, etc. El dinero creado no es
neutral, siempre buscará un camino a seguir. En su momento así ocurrió con la
burbuja de las “punto com” a finales de los ’90; luego, con la inmobiliaria,
que al reventar, nos tiene en las condiciones actuales.
Para ser claros, si el ahorro es
el origen del crecimiento sostenido, su aniquilación es la semilla del desastre
económico.
Hay quien se atreve a decir que
se debe inflar nuevas burbujas, y de hecho, es justo lo que está ocurriendo. La
desesperación los está empujando a proponer ahora, como aludimos al principio,
regalar dinero para expandir la demanda. El curso económico, por lo tanto, es
en picada. Mientras no entendamos que sin ahorro no hay crecimiento que pueda
durar, lo mejor es seguir buscando “salvavidas” financieros reales, pues a este
ritmo, una nueva Edad de las Tinieblas es más que posible.
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