Los Estados Unidos y Rusia
redoblan la apuesta
Il Resto del Carlino -
miércoles, 20 de agosto de 2014
No fueron los intereses
materiales, sino su percepción ideológica la que entre 1945 y 1947 empujó a
soviéticos y norteamericanos a una Guerra Fría que duró 42 años, pero los
primeros se beneficiaron de la segunda. Desde 2009 los estrategas del Pentágono
aspiran a poner una cuña en el “vientre” euroasiático de Rusia, para dividir su
imperio. Para ello buscan el dominio sobre los gasoductos que se entrecruzan
entre Europa y Asia y, de paso, asegurar el predominio de Exxon y Chevron.
Cuando Truman y Stalin acordaron
en Potsdam, en junio de 1945, el derecho a vivir dentro de “fronteras seguras”,
el jefe soviético se sintió autorizado a extender su poder en Europa Oriental y
el Cáucaso y los norteamericanos se escandalizaron. Del desentendimiento nació
una desconfianza perdurable que cimentó el predominio económico de EE.UU.
Entre 2011 y 2012, la tolerancia
de Vladimir Putin ante las “primaveras árabes” hizo creer a Barack Obama que
Siria caería pronto, sin contar con que el apoyo ruso a Bashar al Assad
prolongaría la guerra, lo que a su vez alentó el crecimiento del islamismo
radical. Kurdos y yihadistas exportan ahora el petróleo que antes extraían los
estados nacionales. Ya veinte años antes los norteamericanos interpretaron la
momentánea debilidad rusa como aquiescencia para la expansión de la OTAN en
Europa oriental.
El ingreso de los nuevos aliados
a la Unión Europea vino más tarde. A su vez, cuando Vladimir Putin obligó en
noviembre pasado a su colega en Kiev, Viktor Yanukovich, a rechazar la
asociación con la UE, tampoco previó el golpe de Estado conducido por Washington
que raudamente aprovecharon las corporaciones occidentales, para apropiarse de
los fósiles ucranianos. Por eso reaccionó invadiendo Crimea, aunque luego
reconoció a Petro Poroshenko como el presidente de Ucrania electo el 25 de
mayo. Estados Unidos impone sus intereses económicos con la retórica de un
imperio religioso universal; Rusia lo hace con la de un imperio nacional.
La Unión Europea, en tanto, sufre
de obesidad. La absorción de diez estados de Europa oriental y del sur en la
década pasada sólo agrandó sus problemas. Su principal escollo sigue siendo
Inglaterra: con ella como miembro es imposible unificar Europa, porque sus
intereses atlánticos y poscoloniales impulsan la división del continente, pero
sin ella es imposible la unificación europea.
Entre 1981 y 1995, Helmut Kohl
tuvo en François Mitterrand al interlocutor privilegiado que necesitaba para
ganar la Guerra Fría, unificar Alemania y el continente, aunque ambos se
equivocaron al crear el euro sin políticas impositivas y financieras comunes.
Angela Merkel, en tanto, se ha quedado sola y tironeada por los vaivenes del
Este y el Oeste por su propio éxito económico y político. Alemania es
indudablemente occidental, pero del Este depende para abastecerse y vender, y
este dilema carcome su influencia internacional.
En este contexto las sanciones
económicas promovidas por Estados Unidos y la Unión Europea están afectando más
a los europeos que a Rusia. En el desorden, los oligarcas ucranianos han subido
tan exageradamente los impuestos a la producción y transporte de hidrocarburos
que las propias corporaciones occidentales que controlan el negocio en el país
están prefiriendo invertir en el Golfo de México.
La guerra en el Este de Ucrania
ya ha causado 1500 muertos, y más de 800.000 desplazados y refugiados, de los
que cerca de 700.000 huyeron a Rusia. Cuando el ejército de Kiev emprenda con
apoyo norteamericano la ofensiva final contra los rebeldes y el número de
víctimas civiles se multiplique, Putin deberá optar entre dejar a Kiev aplastar
a los rebeldes o intervenir militarmente. ¿Puede Rusia invadir Ucrania sin
provocar un choque frontal con Estados Unidos? En las Siete Hermanas, las
torres donde funciona la cancillería en Moscú, no descartan emplear la fuerza
militar, para proteger a la minoría rusa. Para ello han concentrado 20.000
hombres y masiva artillería en la frontera oriental de Ucrania, pero esperan a
que EE.UU. esté embretado en otros escenarios. Entre tanto, Rusia provoca y
distrae con maniobras psicológicas como el amague con 280 camiones que
transportarían al Este de Ucrania “ayuda humanitaria” sin control de la Cruz
Roja.
Cinco años de cancillería federal
en la pequeña Bonn (1969-74) bastaron a Willy Brandt para llevar, en 1975, a 33
países europeos, EE.UU. y Canadá a la Conferencia de Helsinki de la que salió
la Declaración sobre Paz, Seguridad y Derechos Humanos en Europa. Todos los
intereses fueron contemplados y los combates que siguieron respetaron los
acuerdos fundamentales. A Alemania cabría ahora renovar su rol componedor.
Vladimir Putin se lo requiere cotidianamente y Angela Merkel hace malabarismos
para que desde Washington y (sobre todo) Londres no le cambien el libreto, pero
no basta con ser campeón del fútbol mundial para poder fijar reglas de juego
duraderas para el Viejo Continente.
La Primera Guerra Mundial estalló
en 1914 y tuvo efectos que perduraron por 75 años. Un cuarto de siglo después
del fin de la Guerra Fría una nueva era de las tinieblas amenaza a Europa.
Petróleo y gas se pueden vender en la paz y en la guerra, pero una nueva
conflagración apagaría las luces en todo el mundo. ¿Quién se anima a saltar
desarmado de las trincheras para estrechar la mano de su adversario?.
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