¿Todos somos "pop
stars"?
INFONews - domingo, 17 de
agosto de 2014
La aparición de las redes
sociales trajo un nuevo universo en el que todo es susceptible de ser expuesto:
pensamientos, sentimientos, miedos y hasta los detalles más ínfimos de la vida
cotidiana. La clásica preguntita que rebota en la red de redes “¿En qué estás
pensando?” suena, al parecer, como una invitación irresistible a responder.
En Facebook todos somos
celebrities. El fenómeno que se dio desde la explosión de las redes sociales
abre el juego de mirar y ser mirados aparentemente sin tapujos. Como si
hojeáramos una revista de farándula en la peluquería, nos enteramos no solo de
qué comieron, con quién salieron, o dónde prefieren pasar una tarde nuestros
“amigos”, sino también de sus sensaciones más profundas.
La psicóloga Nadia Vitale explica
que todas las culturas y sociedades a lo largo de la historia marcan ciertos
parámetros que indican qué cosas son “aceptables” para mostrar. Cuando la
mirada del otro se posa sobre aquello que se supone que no debería ser
expuesto, nos genera sensación de pudor. ¿Esta nueva era en la que todo está a
la vista trae consigo el fin del pudor? Para Vitale la respuesta es que no: el
alud expresivo en la redes no necesariamente tiene que ver con el fin de la
vergüenza ni con una auténtica liberación.
Para ella, las redes sociales
vuelven más laxas ciertas barreras de la exposición porque permiten escondernos
detrás de identidades virtuales. Ahí, a pesar de la verborragia y la profusión
de imágenes, no mostramos “todo”, sino que, precisamente, tenemos la
posibilidad de elegir qué poner a la vista. “Las identidades virtuales son
construidas. Aunque parezca que se trata de pura espontaneidad, existen filtros.
Si bien hay sobreexposición, también hay una decisión de qué exponer: se
seleccionan fotos que nos muestran de determinada manera, o publicaciones que
van en una determinada dirección. En general lo que se muestra tiene más que
ver con los ideales de lo que queremos ser que con la naturalidad”.
Para ella, la sobreexposición en
redes sociales no implica el fin de la intimidad, sino todo lo contrario, con
una posibilidad de seleccionar cuidadosamente cómo queremos aparecer frente a
los otros: divertidos, despreocupados, relajados, o como sea. Los “Me gusta” de
la comunidad a la que queremos “pertenecer” validan continuamente nuestros
alter-egos virtuales del mismo modo que la mirada de los otros lo hace fuera de
las redes.
En este sentido, tanta exhibición
parece más una puesta en escena que nos permite hallarnos a gusto con una
imagen proyectada. Para Marina, de 35, el límite es claro: su vida en Facebook
y Twitter es sumamente activa, y la interacción es constante. Sin embargo,
jamás permite que aparezca una foto etiquetada en su muro sin su
consentimiento. “No me gusta cómo me veo de perfil, entonces no dejo que pongan
imágenes mías así. No quiero que la gente me vea de cualquier manera”, dice,
como quien se debe a su público. Hay que decirlo, el rol de la audiencia es
fundamental en este juego de espejos.
¿De dónde viene este deseo de
expresar todo? La exposición muchas veces surge del mismo círculo vicioso de la
virtualidad. “Nos vamos acostumbrando a interactuar con la ‘protección’ que nos
da lo virtual, y cada vez es más el tiempo que pasamos ahí. Entonces, los
vínculos reales se empobrecen, generando una sensación de soledad, que a su vez
busca suplirse en ese otro universo donde ‘compartimos todo’”, dice la
psicóloga.
¿Doble vida?
“Mi ex ponía siempre cosas re
lindas de nosotros en su muro. Hablaba del amor y sentimientos profundos, pero
cuando yo le quería contestar por mensaje privado algo de eso, no me respondía.
Incluso cuando mi mensaje llegaba segundos después de su publicación y se notaba
que lo había visto”, cuenta Alejandra, de 22.
Para Vitale, hay una disociación
importante entre el mundo real y el virtual. En este último se muestran cosas
que en el cara a cara de los vínculos no. “Es como si no se conectaran esos dos
espacios. Una cosa son los límites de aquello que genera pudor en las redes y
otra lo que lo hace cara a cara. A veces la sobreexposición en las redes choca
con la realidad porque no se traslada, queda solo en el universo virtual.
Además, virtualmente está más habilitada la fantasía. Lo real tiene límites que
se hacen presentes y chocan con las identidades construidas en lo virtual”.
En este sentido, al igual que la
legislación en materia de redes sociales –que todavía presenta muchas lagunas–,
las reglas de los vínculos también parecen desdibujarse cuando se trata de
mundos virtuales. Franco, de 45, cuenta que es “súper fiel” a su pareja, pero
ha tenido algún affaire virtual con una conocida de Facebook. “Yo no lo
considero una traición, es algo que queda ahí. Tampoco me molestaría si mi
novia histeriqueara con otro por chat, siempre y cuando no pase de ese ámbito”,
dice.
Hay vida (¡sí!) detrás de las
selfies
Al otro lado de la pantalla,
todavía hay cosas que quedan para la intimidad. Lucía, de 32, postea casi todo
lo que hace desde que se levanta hasta que se acuesta. Sin embargo, cuando
llega a casa, le gusta grabarse cantando canciones de Shakira y simular que
está en un recital de rock, algo que jamás compartiría con sus contactos de
Facebook porque, dice, se moriría de vergüenza.
“Hay placeres que nos guardamos
para nosotros porque si no quizás hasta dejarían de ser placeres. En una época
en la que todo está expuesto, hacer algo fuera de los cánones de lo que creemos
aceptable, o interesante para nuestro círculo social, algo que incluso nos
parezca ridículo, puede ser muy liberador”, dice la licenciada Vitale.
Vivir como una pop star ante el
asedio de los paparazzi puede resultar agotador o generar una presión sobre
cómo queremos que nos vean. Sin embargo, el juego que invita a comentar y
compartir todo ejerce en estos tiempos una seducción irresistible. El tiempo
dirá si es solo una moda pasajera o se trata de un nuevo modo de vida en el que
cada uno tenga tantas versiones de sí mismo como fanpages. Mientras tanto,
¿posteo, luego existo?
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