Los bancos se quedan al margen
del negocio de fusiones tecnológicas
El Cronista - agosto de 2014
Es época de fusiones en Silicon
Valley. Según Mergermarket, en el primer semestre de este año, se concretaron
más de u$s 100.000 millones en operaciones de tecnología. Las cifras para el
segundo semestre probablemente sean aun superiores. El recuento de fin de año
incluirá la adquisición de WhatsApp por parte de Facebook en u$s 19.000
millones, la compra de Micros Systems por parte de Oracle en u$s 5.300 millones
y una entrada significativa del tímido Apple, que acordó la compra del
fabricante de auriculares Beats por u$s 3.000 millones.
En medio de este escenario, falta
un elemento: los bancos. Los bancos de inversión acostumbran obtener grandes
comisiones cuando los clientes corporativos absorben otras empresas. Pero
muchas operaciones grandes se cierran sin que el comprador utilice ningún banco
de inversión en absoluto.
Estamos ante una noticia
alentadora para todos los que pensamos que las empresas de servicios financieros
en general, y los bancos de inversión en particular, son demasiado grandes y
demasiado importantes. Ser banquero de inversión dejó de ser visto como la
mejor manera de que un recién graduado joven y talentoso haga mucho dinero y
alcance un gran éxito en el mundo. Los niños inteligentes se están radicando en
San Francisco en lugar de Nueva York o Londres. Financian sus emprendimientos
con dinero de la costa oeste, construyen sus empresas con talento de la costa
oeste y ven ofertas multimillonarias que se realizan entre miembros de su grupo
de pares de la costa oeste. No tiene mucho sentido recurrir a un banquero de
inversión de la costa este a pedirle asesoramiento sobre decisiones
estratégicas relacionadas con la definición de una carrera cuando no hay razón
para creer que el experto tiene un conocimiento más profundo de su industria
que uno.
No es casualidad que el auge de
las mega-fusiones auto-asesoradas haya coincidido con el auge de la industria
de capital de riesgo, con sede en California, como la única fuente de
financiación más importante para las empresas de tecnología. Todavía hay
ofertas públicas iniciales, por supuesto, y gigantescas empresas públicas:
Google y Apple tienen una capitalización de mercado combinada de u$s 1 billón.
Pero Silicon Valley, por regla general, ya no se financia sí mismo en el
mercado de valores. La salida a bolsa de Apple en 1980 y de Microsoft en 1986
se produjo en un momento en que esas empresas estaban invirtiendo fuertemente
en el desarrollo de los sistemas Macintosh y Windows.
Pero las oficinas de propiedad
intelectual abiertas por Google y Facebook en 2004 y 2012 no le dieron a estas
empresas dinero que precisaran en absoluto. Ya tenían montones de efectivo, e
hicieron mucho más dinero desde entonces. Cotizar en bolsa fue una manera de
permitir que los accionistas cobraran en efectivo, no un medio de invertir para
el futuro. Hoy en día, si una empresa de tecnología quiere recaudar dinero para
invertir en la generación de crecimiento, buscará capitalistas de riesgo bien
conectados que ofrezcan algo más que dinero en efectivo. Silicon Valley tiene
dinero de sobra para financiarse a nivel local. Los banqueros y los mercados de
capitales no son el único partido en casa.
De hecho, muchas empresas de
tecnología se están dando cuenta de que los bancos ni hacen falta, según
informo el diario The New York Times esta semana. Un analista de Morgan Stanley
munido de una proyección de flujo de caja descontado con un precioso formato no
podría ayudar a Mark Zuckerberg, el director ejecutivo de Facebook, a descifrar
si Snapchat vale u$s 1000 o 10.000 millones, ni si WhatsApp vale u$s 2000 o
20.000 millones. Al fin y al cabo, Zuckerberg sabe mejor que nadie que una
operación que hoy parece ventajosa mañana puede transformarse en la ganga del
siglo.
Las grandes operaciones actuales
de Silicon Valley no se basan en sinergias corporativas ni en el nivel en que
las utilidades por acción aumentarán después del cierre de la transacción. Por
consiguiente, no se basan en el tipo de cosa que los bancos pueden modelar.
(Muy pocas de las empresas adquiridas tienen siquiera ganancias; algunas ni
tienen ingresos.)
Por el contrario, se basan en
atributos mucho más difíciles de cuantificar. ¿El producto de esta empresa
cambiará el modo en que miles de millones de personas interactúan? ¿Lo maneja
un tipo de visionario que sería un competidor letal si no se lo suma hoy a la
empresa?
En situaciones como estas, poco
importa si la empresa adquirente paga de más. Después de todo, las grandes
empresas de tecnología nunca tuvieron más efectivo del que tienen en la
actualidad y poner a trabajar el dinero les está costando tanto como a
cualquier otro. La lógica de la adquisición de WhatsApp, una plataforma de chat
más o menos gratis, por parte de Facebook es simple: captar parte del tiempo
que las personas pasan usando su celular es más importante que el dinero.
Quiere convertirse en la empresa de tecnología dominante en la era de los
teléfonos celulares. Esta no es un área en la que los bancos puedan ayudar. En
verdad, traerían más problemas que otra cosa, agregando más reuniones y
planillas de cálculo que solo sirven para desalentar un objetivo potencial. Los
fundadores no quieren negociar con ejecutivos de banco: quieren negociar con
pares fundadores, tales como Larry Page o Zuckerberg.
Un ejecutivo de banco con gemelos
de oro y un traje caro podría ser útil si se quiere comprar una empresa pública
dirigida por un directorio de peces gordos y un director ejecutivo contratado.
Pero este tipo de transacciones ahora son muy poco comunes. En un Silicon
Valley dedicado a transformar el modo en que vivimos, los bancos quedaron al
margen: dejaron de ser un mal necesario para convertirse en un mal innecesario.
Y a nadie se le cae una lágrima.
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