La ‘ciberindependencia’ de las naciones
Forbes - viernes, 1 de
agosto de 2014
Pasar de un Internet centralizado
y dominado por Estados Unidos, a uno soberano y con autodeterminación nacional,
iría en contra del espíritu original y utópico de Internet: el sueño de una
comunidad cibernética global desregulada.
La hegemonía de Estados Unidos se
extiende a nuestra herramienta de comunicación primaria, Internet. Y al igual
que en el tablero geopolítico, los países de la periferia –tanto los
subversivos China, Brasil, Irán y Rusia, como los aliados intermitentes
Francia, Alemania, Italia y Escandinavia– quieren cambiar las reglas del juego.
Los primeros cumpliendo su papel desafiador tradicional; los segundos como
protección a las artimañas de espionaje cibernético reveladas por Snowden.
Ambos quieren pasar de un
Internet centralizado y dominado por Estados Unidos, a uno soberano y con
autodeterminación nacional. Un concepto que podríamos llamar cibersoberanía.
En el statu quo actual, Estados
Unidos controla el 80% de los datos que circulan en Internet. No sólo posee
físicamente la mayoría del cableado de fibra óptica y los servidores raíz, sino
que el lenguaje, la metodología, los diseños y la asignación de dominios de
toda la web son controlados por una corporación estadounidense: la Corporación
de Internet para la Asignación de Nombres y Números (ICANN), que asigna las
direcciones de protocolo IP, determina los identificadores de esos protocolos,
gestiona el sistema de dominios, y administra el sistema de servidores raíz.
Por si fuera poco, los titanes comerciales de la web (Apple, Yahoo!, Google,
Microsoft, Amazon, Facebook, etcétera) son gringos. Está bien, dirían algunos,
después de todo es una tecnología que ellos inventaron.
Pero no todos lo ven así. Lo que
pretenden los rebeldes –liderados por Alemania, Francia, Brasil, Rusia y China–
es ciberindependizarse de Estados Unidos y construir su propia infraestructura:
tener sus propios servidores raíz, manejar sus propios datos, asignar sus
propios protocolos, y regular la entrada de foráneos. En términos económicos se
podría usar la analogía del proteccionismo: cerrar fronteras a las
importaciones y sustituirlas por producción local.
Esta independencia tiene
virtudes: la más obvia es la protección de datos. Si la fibra óptica y los
servidores raíz se nacionalizaran, los gobiernos tendrían más control sobre el
flujo de información. Sería mucho más difícil, por ejemplo, que la NSA
interviniera correos electrónicos, o que los centinelas comerciales del imperio
explotaran los recursos cibernéticos de un país. Es un movimiento en favor de
la autogestión y la independencia, movimiento que, a la luz del liberalismo
democrático sobre el cual descansan los ideales del propio Estados Unidos, es
innegablemente legítimo.
Pero también tiene un costo. Para
empezar, ya no existiría un Internet global con lenguaje común como lo
conocemos, sino una suerte de continente de internets locales delimitados por
fronteras. En pocas palabras, redes nacionales conectadas a través de “tratados
o alianzas”, pero siempre protegidas por “aduanas”. Esta estructura iría en
contra del espíritu original y utópico de Internet: el sueño de una comunidad
cibernética global desregulada. Puesto que los gobiernos tendrían un control
total sobre el intercambio de datos, el flujo libre de información se acabaría.
Además, el lenguaje homogéneo de las interfaces –la world wide web, por
ejemplo– probablemente se haría heterogéneo, generando una torre de Babel: un
ciberespacio con demasiados idiomas. El comercio, el conocimiento y la
comunicación se verían seriamente afectados.
Otra desventaja de la
descentralización –por lo menos a los ojos de Estados Unidos, aunque a mí en lo
personal también me pone nervioso– es el riesgo que supone eliminar el
espionaje: la libertad que adquieren los países peligrosos de hacer lo que
quieran. Aunque el control central de Estados Unidos sobre Internet sea
unipolar, y si quieres imperial, mantiene cierto orden en el escenario
internacional, que si bien no erradica las amenazas a la civilización, por lo
menos las vigila. Descentralizar Internet sería quitar la lupa a China, Irán,
Siria, Rusia y demás regímenes antidemocráticos y antiliberales; algo que,
aunque en México suena proyanqui, a nadie le conviene.
Por el momento, la Unión Europea
avanza en sus planes de independencia. Alemania y Francia han puesto fuertes
trabas a empresas como Microsoft, Google y Amazon, advirtiendo que no piensan
perder el control sobre su ciberespacio local. Se rumorea que Brasil ya empezó
a construir servidores raíz para alojar los datos intercambiados en su
territorio, sin importar de dónde sea la empresa u organización que los genere.
China y Rusia ya mantienen un control total sobre lo que ven los usuarios, y
aunque no son dueños de todos los datos que éstos generan, no tardan en hacer
sus propios internets y ponerlos a competir con el Internet global.
He aquí, entonces, un dilema de
orden político y filosófico: ¿qué es preferible en términos utilitarios?, ¿la
soberanía cibernética a costa de la aldea global o un imperio que asegure esa
aldea a costa de la autonomía?
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