17 años de democracia, 500 de
exclusivismo
Forbes -jueves, 7 de agosto
de 2014
Las instituciones inclusivas
garantizan la prosperidad y el desarrollo; las exclusivas lo eclipsan. He ahí
la importancia de la democracia.
Aprovechando el éxito editorial
de Por qué fracasan las naciones: los orígenes del poder, la prosperidad y la
pobreza, escrito por el economista del MIT Daron Acemoglu, y el politólogo de
Harvard James Robinson, me hice la misma pregunta sobre nuestras inmediaciones:
¿por qué México no es exitoso?
Desde luego que el éxito –como
concepto teleológico– es demasiado ambiguo. México es un gran país bajo muchas
lupas, pero para efectos prácticos de este artículo, me refiero a la óptica más
holística –aunque quizá superficial– de la diferencia entre naciones: ¿por qué
somos un país subdesarrollado?
Descontando las limitaciones
naturales de un bestseller gringo sobre economía política, el libro ofrece una
hipótesis interesante que, me parece, podría responder parcialmente la
pregunta. Cabe mencionar que en varias de sus páginas el libro mismo pone a México
como ejemplo de subdesarrollo.
El estudio empieza por
desmitificar algunas de las tradicionales –y, según los autores, desatinadas–
causas del subdesarrollo. Se ha dicho, por ejemplo, que el clima juega un papel
importante en el desarrollo de las naciones. El supuesto clásico es que los
países tropicales y cercanos al ecuador no se han desarrollado porque el calor
inhibe el esfuerzo y la fertilidad agrícola posterga la necesidad industrial.
Lejos de haberse demostrado esa conjetura, países como Australia, Botswana,
Israel, Hong Kong y zonas de otros países como California, Florida y Texas en
EU, son prueba de lo contrario.
Por otro lado, se ha dicho que el
problema es cultural: que algunas culturas –especialmente las de raíz
protestante anglosajona– propician el florecimiento del capitalismo y la
democracia, mientras que otras lo estorban. En el caso de México, por ejemplo,
que la fiesta y la siesta, con todas sus virtudes en otros sentidos, son
flagrantes impedimentos al desarrollo. Sin embargo, Corea del Norte y Corea del
Sur, o Costa Rica y Nicaragua, incluso las comunidades fronterizas de un lado y
otro del río Bravo, tienen ostensiblemente las mismas culturas. ¿Por qué,
entonces, unos son desarrollados y otros no?
Finalmente, el libro desmiente la
teoría de que algunos países ignoran cómo desarrollarse: que para prosperar
bastaría con saber el camino correcto –como si se tratara de una revelación de
la Divina Providencia. Sin embargo está claro, por un lado, que ningún país
nació sabiendo desarrollarse, sino más bien, como dijo el poeta Machado,
hicieron su camino al andar, y por otro, que a los países hoy les sobran
diagnósticos, análisis y prescripciones: en un mundo globalizado se sabe bien
lo que se requiere para el desarrollo. La cosa es ponerlo en práctica.
Bien. Según los autores, todas
estas hipótesis –la geografía, la cultura y la ignorancia de un camino, entre
otras– son meras excusas. La verdadera diferencia entre las naciones
desarrolladas y las subdesarrolladas es que las primeras tienen instituciones
inclusivas, mientras que las segundas tienen instituciones exclusivas. Eso es
todo. Y esta verdad yace en el corazón del subdesarrollo. El problema es que
para las naciones subdesarrolladas es difícil –quizá doloroso– reconocerlo,
porque hacerlo implicaría, por un lado, admitir que existe un arreglo político
e institucional injusto, y por otro, porque exigiría un ajuste forzoso en las
estructuras de poder.
¿Cuál es la diferencia entre las
instituciones inclusivas y las exclusivas? El nombre lo dice: unas incluyen y
las otras excluyen. Unas representan al grueso de la población, las otras a
unos cuantos. Nada mejor para ejemplificar una institución inclusiva que la
vieja fórmula proferida por Abraham Lincoln en el Discurso de Gettysburg: “Un
gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.”
Por el contrario, nada mejor para
ejemplificar una institución exclusiva que el régimen de la Revolución
Mexicana.
Ahora bien, se pregunta uno: ¿por
qué las instituciones inclusivas garantizan la prosperidad y el desarrollo,
mientras que las exclusivas lo eclipsan? Porque las primeras distribuyen el
poder político de manera horizontal, y así garantizan una regulación balanceada
del mercado, es decir, aseguran la igualdad de oportunidades, la protección de
la propiedad privada, el cumplimiento de contratos, la legitimidad de la
riqueza, la libre producción, etcétera. En pocas palabras, si el poder político
está bien distribuido, las reglas del mercado son utilitarias. He ahí la
importancia de la democracia.
En cambio, las instituciones
exclusivas hacen lo contrario: dividen y extraen. Concentran el poder político
en el menor número posible de personas para que las reglas del mercado operen a
su favor y puedan extraerle riqueza a la mayoría.
Una breve lectura de la historia
mexicana y sus instituciones –desde la Colonia y la incipiente República, hasta
el siglo XIX y el régimen de la Revolución; desde las encomiendas novohispanas
y las haciendas decimonónicas, hasta los gabinetes porfiristas y el corporativismo
priista– confirma que nuestras instituciones siempre han sido exclusivas:
mecanismos organizados para la extracción sistemática de la riqueza.
Si te preguntas ¿por qué a pesar
de ser la decimocuarta economía del mundo, la mitad de los mexicanos no han
alcanzado la prosperidad?, Acemoglu y Robinson te dirían que restes 17 años de
democracia a 500 de exclusivismo.
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