Las cinco batallas de la reconciliación
El
Confidencial - jueves, 2 de julio de 2015
Estados Unidos y Cuba reabrirán sus embajadas,
restableciendo así de forma oficial las relaciones diplomáticas congeladas
desde hace más de 50 años, el próximo 20 de julio. Un hito histórico. El
secretario de Estado, John Kerry, viajará "este verano" a La Habana
para izar la bandera en la delegación estadounidense en La Habana.
“Prosperidad con Equidad”, rezaba el lema
oficial de la Cumbre de las Américas en Panamá, un buenismo típico de las citas
presidenciales. Pero a los más de 2.000 periodistas acreditados a la reunión
interamericana poco les interesaban los subtítulos. Estaban ahí por la foto. Una
con espacio reservado en primera plana desde hacía 50 años.
La instantánea llegó como estaba previsto. El
10 de abril, Barack Obama y Raúl Castro estrecharon las manos en la recepción
de la Cumbre bajo la sonriente mirada del octavo secretario general de Naciones
Unidas, Ban Ki-moon. Un momento histórico que ponía fin a medio siglo de
inquina coreografiado por los protagonistas más inesperados: el hombre negro de
la Casa Blanca y el Castro que no es Fidel.
Pese a las carantoñas, quedan todavía demasiados
cabos sueltos. El más urgente es el fin del embargo comercial sobre Cuba, la
fase decisiva para saber si Raúl acabará siendo un Deng Xiaoping planificado
que conducirá a la isla hacia un remedo chino de partido único; o un Mijail
Gorbachov involuntario que está abriendo las grietas necesarias para que el
sistema implosione desde dentro estilo soviético.
Aquí, la doctrina está dividida y los ejemplos
abundan. Algunos sostienen que cualquier mejora en las condiciones de vida
difícilmente empujará a una ciudadanía con miedo a perder lo poco que tiene
para exigir cambios políticos. Otros piensan que la prosperidad es un
ingrediente indispensable para la madurez política de cualquier sociedad, bajo
la premisa de que con el estómago vacío se teoriza fatal sobre la democracia.
Pero los primeros pasos del sinuoso camino
hacia la reconciliación ya están saldando algunas cuentas pendientes. Lecciones
del mundo en que vivimos y destellos de ese otro que algunos dicen que es
posible, pese a que todo apunta a que es improbable. Uno en el que, aunque sea
de vez en cuando, el poder tiene ataques de cordura. La foto del “deshielo”
recorrió el mundo y el mundo, con la que está cayendo, estaba pendiente. Porque
en la dicotomía Cuba-Estados Unidos hay mucho más en juego que Cuba y Estados
Unidos.
Ganó Fidel, perdió el comunismo
Se podrán poner todos los matices pertinentes,
pero –le pese a quien le pese– ganó Fidel. Todos los que apostaron a que el
bloqueo económico obligaría al barbudo en jefe a hincar la rodilla estaban
rotundamente equivocados. Y no fueron pocos en cinco largas décadas.
Ni La Habana suplicó misericordia ni Washington
aplastó al enemigo. Y los cubanos, en vez de echarse al monte, se lanzaron al
mar. Por eso, no deja de ser paradójico que el más sonoro triunfo de los Castro
sobre el “imperialismo”, que tantos sacrificios costó al pueblo en nombre de la
causa, sea al mismo tiempo la claudicación definitiva del último gran proyecto
comunista del hemisferio.
“Que el presidente de Estados Unidos haya
tenido que decir en público ‘nuestra política ha fracasado’ es algo que pocas
veces escuchamos de un jefe de Estado, ni norteamericano ni de ningún otro
país. En ese sentido, Raúl y Fidel pueden darse el gusto de decir en público:
‘¿Ves?, teníamos razón, fue una política insensata y cruel’”, opina el
periodista estadounidense Jon Lee Anderson en una entrevista con El
Confidencial. “Pero, al mismo tiempo, es un tácito reconocimiento de sus
propios fracasos. Cuba sobrevivió, pero no logró prosperar”, agrega el
escritor, que vivió varios años en la isla.
El colapso de la Unión Soviética ya había
obligado al Partido Comunista a hacer concesiones al capitalismo para surfear
ese gran eufemismo de la miseria que fue el Período Especial. Asumidas
oficialmente como algo transitorio mientras el materialismo histórico hacía su
trabajo entre bambalinas, el objetivo era salvaguardar las conquistas de la
revolución –educación y vivienda gratuitas, sanidad universal, alimentación
mínima garantizada y un empleo estatal, así la remuneración sea ínfima– y a sus
cabecillas.
La aparición en escena de Hugo Chávez con
300.000 millones de barriles de crudo oxigenó una quimera que desde hacía años
vivía casi exclusivamente en el inflamado discurso de su único líder. Pero una
enfermedad intestinal, secreto de Estado, dio una espectacular vuelta de tuerca
a la historia y el Comandante hizo un mutis por el foro que rompió la cintura a
expertos y analistas. El ascenso de Raúl en 2008 vino acompañado de un
pragmatismo sin precedentes encapsulado en otro circunloquio de altura: la
actualización del socialismo.
“El modelo cubano ya no funciona ni siquiera
para nosotros”, sentenció Fidel en una entrevista de 2010, bendiciendo las
reformas emprendidas por su hermano menor para reflotar la maltrecha economía
nacional y que incluyeron novedades inimaginables para los ciudadanos de a pie,
como la compra-venta de casas y coches, tener móvil o trabajar por cuenta
propia sin miedo a ser encarcelado.
Aunque el levantamiento total del embargo está
en manos del Congreso, los acuerdos concertados son suficientes para terminar
de inocular el virus del capital por todos los rincones de la isla. Quitarse el
chaleco antibalas ideológico del antiimperialismo pone punto final a la
Barataria marxista del Caribe. El paraíso del proletariado ya viene con mano
invisible incluida.
Ganó Obama, perdió "el Imperio"
La voluntad política de un solo hombre va
camino de lograr lo que no pudieron 23 resoluciones consecutivas –y casi
unánimes– en Naciones Unidas: sacar a Cuba del cuarto oscuro político y
comercial. Aunque para ello haya tenido que hacer claudicar al mismísimo
“imperio”.
Con 30 veces más población, 90 veces más
territorio y casi 300 veces más riqueza, el todavía –y por los pelos– país más
poderoso de la tierra hizo las paces de buena voluntad con el diminuto enemigo
íntimo que llegó a poner en vilo todo el tinglado del “American way of life”.
“Otra concesión a la tiranía”, que diría el senador republicano Marco Rubio.
Cuando los más críticos de Obama se frotaban
las manos con su desaborida presidencia, el “pato cojo” decidió poner fin al
Vietnam diplomático que durante años fue una de las semillas del rencor
“antigringo” en la región, como haN mostrado consistentemente los sondeos del
Latinobarómetro. Todavía quedan resentimientos por décadas de tropelías de Estados
Unidos en el dichoso “patio trasero”; por eso todos los pasos cuentan. Y este
es uno grande.
En términos estratégicos, el retrato de Obama y
Castro no llega al nivel del apretón de manos de Richard Nixon con Mao Tse
Tung, pero al mandatario norteamericano todavía le quedan 20 meses para sacarse
algunas otras fotos históricas que lo hagan algo acreedor del Premio Nobel de
la Paz que tanto devaluó la Academia Sueca al otorgárselo en 2009. Próxima
estación en el eje del mal: Irán.
Ganaron los ciudadanos, perdieron los radicales
Con el primitivismo arrinconado, los ciudadanos
sólo pueden ganar. Y no es una cuestión meramente material, es que el fanatismo
es una carga muy pesada con la que vivir. Sobre todo si es heredado.
Por eso, estos días muchos gritan por las
calles de Florida: “¡Obama, traidor!”. Ahora que la teta petrolera venezolana
parecía secarse aceleradamente, el exilio radical y sus aliados estaban
convencidos de que un poquito más y seguro caían los “sátrapas del Caribe”. Lo
mismo que pensaron cuando cayó el Muro de Berlín. Y cuando los marielitos se
echaron al mar. También cuando crujieron las tripas de Fidel. “Aún queda la
hoja de parra del embargo norteamericano para que nadie pueda decir que la
resignación ha sido completa”, valoró la periodista cubana opositora Yoani
Sánchez.
No será cosa de dos días, pero el bloqueo
económico acabará cayendo por su propio peso. Mientras tanto, los puntos
anunciados para su flexibilización multiplican las oportunidades, avivan las
esperanzas y auguran una nueva era de progreso en la mayor de las Antillas.
Como pasa siempre en estos casos, no será igual para todos.
La actualización del socialismo ha llevado a
medio millón de cubanos a la agridulce realidad del mercado. Algunos prosperan
como exitosos cuentapropistas, mientras otros forcejean inútilmente con los
enigmas del capitalismo. Los naufragios personales se cuentan a millares,
mientras los triunfadores buscan discreción. Las nuevas reglas del juego tan
sólo acelerarán este proceso en el que la brecha social y las desigualdades
–existentes desde siempre en Cuba, pero bien difuminadas– se irán ampliando
hasta límites insospechados. La floreciente burguesía del turismo y las remesas
llegaron para quedarse.
Por eso, los otros radicales también gritan
–bien bajito y en la intimidad de sus hogares– “¡Raúl, traidor!”, pues las
nuevas reglas del juego acelerarán los cambios en el mapa de poder local de
forma irreversible. La pureza revolucionaria perderá enteros frente al músculo
financiero. El merecido bienestar ya no pasará obligatoriamente por las
estrictas filas del partido y eso hará a más uno empezar a añorar los viejos
tiempos desde ya.
El irreductible ingenio cubano aseguró durante
años que para sobrevivir en la isla tan sólo hacía falta tener FE: “familiar en
el extranjero”. Los creyentes se multiplican.
Ganó la integración, perdió el escepticismo
Por fin, a una Cumbre de las Américas no le
quedó grande el apellido de “histórica”. En la anterior cita interamericana, la
región había lanzado un órdago unánime a la Casa Blanca: o todos o ninguno. Con
ese gesto, la diplomacia latinoamericana llegó a la mayoría de edad, dejando
definitivamente atrás la época de los chantajes económicos, las visiones
hegemónicas y los consensos importados.
Cuba, que durante años se choteó de la
Organización de Estados Americanos (OEA), a la que llamaba “el ministerio de
las colonias de Washington”, finalmente participó en el foro regional por
excelencia. Ahora, con toda la familia sentada de nuevo a la mesa, quizás las
Américas puedan replantearse la hoja de ruta de la integración, después de que
la batalla ideológica la atomizara en una incomprensible sopa de siglas (CAN,
Caricom, Aladi, Mercosur, ALBA, Alianza Pacífico, Unasur, Celac) que sólo ha
servido para alimentar a los escépticos.
No deja de ser simbólico que el padrino de esta
nueva era de diálogo hemisférico sea precisamente el primer Papa
latinoamericano, quien fungió como mediador en los primeros compases del
acercamiento entre Cuba y Estados Unidos.
“(Esta Cumbre) es seguramente una llamada pro
mundi beneficio a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la
solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación”,
escribió el pontífice Francisco en su mensaje inaugural a los presidentes
reunidos en Panamá.
Ganó el sentido común, perdió la estupidez
“No podemos seguir haciendo lo mismo y esperar
obtener un resultado diferente”, sentenció Obama en su inesperada intervención
del 17 de diciembre para anunciar el primer acercamiento con La Habana. Si esta
fuera la definición de la locura de Albert Einstein, como algunos se afanaron
en citar, le daría una nota de deliciosa ironía al discurso. Pero la frase no
es del célebre físico alemán, sino que parece provenir del segundo paso del
texto básico de Narcóticos Anónimos. Lo que lo hace incluso más apropiado para
la ocasión.
El poder -grande o chico- es adicto a tener la
razón, no soporta ceder y odia cambiar. No fueron ni la lucha anticomunista, ni
la resistencia al capitalismo, ni la batalla por la democracia, ni el
"patria o muerte" de la revolución lo que mantuvo en pie al Muro del
Caribe estos largos lustros; sino el ego a toda costa de un puñado de hombres
contra el bienestar de sus pueblos.
El caso cubano es tan solo un minúsculo botón
en el dilatado muestrario de conflictos internacionales y flagelos globales que
gobiernos de todas las latitudes geográficas e ideológicas insisten en
combatir, una y otra vez, con los mismos métodos fracasados de siempre. El
narcotráfico, la guerra contra el terrorismo, la migración, la desigualdad…
“Coyunturas como esta me dan esperanza.
Necesitamos políticas radicales, pero en su diferencia con lo que hemos hecho
hasta ahora para enfrentar algunos de los problemas aparentemente irresolubles.
Cuba es un ejemplo de cómo comenzar a desmontar, naipe por naipe y sin
escándalos, algunos de los castillos tóxicos que quedan en el mundo”, consideró
Anderson.
Y entonces, ¿por qué no sucede esto más a
menudo? ¿Por qué se insiste con unas estrategias que nos llevan, una y otra
vez, de vuelta al paso dos de la rehabilitación? Quizás sea el momento propicio
para, esta vez sí, citar a Einstein: "Dos cosas son infinitas: la
estupidez humana y el Universo. Y no estoy seguro de lo segundo”.
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