¡Cuidado!, la incompetencia puede ser peligrosa
Forbes - miércoles, 22 de julio de 2015
Dependiendo del grado de toxicidad, hay
incompetencia inocua o peligrosa, y ésta es más dañina mientras mayor sea el
poder que ostenta el incompetente. ¿Qué puedes hacer frente a un incompetente
peligroso?
Dice el dicho que la incompetencia es tanto más
dañina cuanto mayor sea el poder del incompetente. Lo sabemos: la sabiduría
popular está cargada de verdad. Un incompetente es aquel que no tiene las
facultades para resolver problemas con eficiencia. Pero hay grados: un
incompetente peligroso es una persona que presume de sus grandes dotes
directivas, que vive alardeando de los buenos negocios que ha hecho, que se
vanagloria de sus capacidades administrativas, cuando en realidad es incapaz de
sostenerse por su clara ineptitud profesional. La incompetencia es la peor
calificación que se otorga al desempeño, y se da en todos los niveles
ejecutivos, en muchos tipos de empresa, en escenarios políticos y en la
cotidianidad, y dependiendo del grado de toxicidad, se puede clasificar como
inocua o peligrosa.
En la esfera profesional es muy fácil toparse
con personas que parecen ser muy competentes y en realidad no lo son. Se trata
de personas hábiles que saben abrir puertas y entienden la forma de aderezar su
imagen para que la gente crea y les compre o les ofrezca una oportunidad de
trabajo; sin embargo, al momento de la verdad no cuentan con los elementos para
desempeñarse a la altura de lo que habían prometido. Cae el telón y la verdad
queda exhibida. La consecuencia es un despido pronto o el finiquito del
contrato o sencillamente no se vuelve a hacer negocio con esa persona. La
incompetencia inocua es de corto alcance y los efectos no son tan graves: los
castillos de naipes son frágiles y caen con rapidez.
Sin embargo, existe otro tipo de incompetencia
que rebasa los niveles de inocuidad y llega a ser peligrosa. Se trata de esos
modelos directivos que se mueven a base de caprichos, que son totalmente
erráticos e inmaduros que generan una clara inestabilidad en el equipo de
trabajo y se constituyen como un foco de riesgo para la empresa y el negocio en
marcha. Son este tipo de personajes que buscan culpables en vez de afrontar
responsabilidad, que son incapaces de resolver, de tomar decisiones y que no se
saben controlar. No sólo es eso: me refiero a ejecutivos que tienen una imagen
de sí mismos completamente errónea, distorsionada, que tienen un sesgo
cognitivo de la realidad, es decir, se creen los grandes genios de la gestión y
no son eficaces para llevar a cabo las tareas que se les encomiendan. Son
personas que comenten errores porque no tienen los conocimientos necesarios o
sencillamente porque no son aptos. El peligro empieza precisamente por esta
distorsión entre la realidad y el discurso.
Justin Kruger y David Dunning, psicólogos de la
Universidad de Cornell, han definido este sesgo cognitivo como el comportamiento
en que el incompetente se ve a sí mismo como una persona competente y piensa
que sus capacidades están por encima de la media y se encuentran
imposibilitados para ver sus fallos. Desde luego, están cegados para admitir
que otros hagan mejor que ellos las cosas. Este efecto se conoce como:
Dunning-Kruger y se sustenta en cuatro pilares:
Un ejecutivo competente es una persona capaz de
medir su propio rendimiento, se interesa por evaluar su desempeño y se siente
cómodo con la idea de aprender. Se interesa por mejorar y superarse. Reconoce
los logros de otras personas, da crédito a las ideas ajenas, está dispuesto a
enfocar diversos puntos de vista y a enfocar varias opciones.
El problema del incompetente peligroso es que
dañará más en tanto mayor sea el poder que ostenta. El radio de afectación es
amplio y los efectos pueden ser de largo plazo, y en algunos casos pueden ser
fatales e irreversibles. Es decir, pueden perjudicar a un mayor número de
personas o generar pérdidas descomunales. ¿Qué podemos hacer frente a un
incompetente peligroso? Si el jefe es uno de estos especímenes, es muy difícil
que se lo hagamos notar y, peor aún, que intentemos corregirlo. Pero, ¿qué pasa
si nosotros nos hemos convertido en uno de estos males endémicos que pueblan la
vida empresarial? Está en nuestras manos poner solución al problema.
Lo primer es hacer un análisis concienzudo de
nuestra gestión. Si creemos que estamos rodeados de inútiles, si estamos
seguros de que no podemos confiar en nadie más que en nosotros mismos, si
vivimos acusando de robo y deshonestidad a nuestro equipo de trabajo, si no
conocemos el meollo de los problemas que nos toca resolver, si le echamos la
culpa a todo el mundo de lo que nos sucede y de la falta de resultados, si
queremos ganar cada discusión, si nuestra gente de confianza ya no nos aporta
ideas: malas noticias, nos hemos transformado en incompetentes peligrosos.
¡Cuidado!, podemos estar cavando nuestra propia tumba.
Otro problema grave es cuando se albergan dudas
de que el sucesor es un incompetente peligroso. Detectar a un incompetente
peligroso es muy sencillo: son aquellos que se regodean y se ensalzan a sí
mismos, sin darse cuenta de que su comportamiento trae errores e inestabilidad.
Son estos herederos caprichosos que tratarán a la empresa como una caja chica
para satisfacer sus antojos y que harán berrinches cada que se les haga ver que
el rumbo no es el adecuado. La elección de un sucesor se debe hacer sustentado
en la meritocracia y en las competencias que aseguren la continuidad del
negocio; de lo contrario, es muy fácil terminar en el despeñadero.
El ámbito profesional está lleno de estos
personajes que no ven sus propios yeros, y por ello nunca intentan resolverlos.
Lo más triste es que sólo ellos se creen sus mentiras y para todos es evidente
la realidad del entorno. Sucede lo que en el cuento de Hans Christian Andersen
“El traje nuevo del emperador”: el monarca sale a exhibir sus miserias, feliz,
pensando que es el más admirado, y en realidad es una triste efigie que sirve
de burlas. Por lo tanto, si descubrimos estas fallas en nuestro propio estilo
de administración, hay que ponerle remedio. Lo mismo aplica al elegir a un
sucesor; es preciso anticipar una solución. Un buen comienzo es capacitar,
buscar asesoría y empezar a escuchar al entorno.
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