Viaje al estado más ruso de EEUU
El Confidencial - martes, 14 de julio de
2015
En marzo de 2014, cuando la península de Crimea
acababa de ser anexionada, incorporada o reconquistada por Moscú (depende del
interlocutor con quien se converse), el embajador ruso ante la Unión Europea,
Vladimir Chizhov, rechazó con sorna en el conocido programa de la BBC One,
Andrew Marr Talk Show, que la decisión formase parte de un arrebato
expansionista por parte de Moscú.
“¿Debería decir que vigilasen Alaska, entonces?
–ironizó Chizhov–. Solía ser parte de Rusia”. El diplomático mantuvo la
seriedad unos segundos, ante la estupefacción del presentador, y a continuación
añadió con amplia sonrisa: "Estoy bromeando, desde luego”.
O no tanto.
Chizhov se refería indirectamente a la compra
del territorio de Alaska por parte del Gobierno de EEUU en 1867 por 7,2
millones de dólares al Imperio Ruso, que había reclamado su posesión desde
comienzos de 1700.
Hoy en día, Ninilski, Kenai, Seldovia,
Nicholaevsk, Soldotna son algunos de los nombres de localidades que sorprenden
durante un recorrido por la península de Kenai, en el suroeste de Alaska. Es
obvio que no fueron fundadas por emigrantes europeos, como gran parte de
Estados Unidos. Son, por el contrario, el testamento de la persistente
influencia rusa en el estado más septentrional de EEUU.
Aunque los alaskeños se jactan de tener poco
que ver con el resto de estadounidenses, a quienes se refieren con desidia como
"lower 48" (los "48 de abajo", dado que fue el estado 49º
en incorporarse formalmente a EEUU en 1959), también abundan las banderas de
barras y estrellas y el orgullo por la llamada “Tierra de la Libertad” sigue
intacto.
Pero si la historia de Estados Unidos no es más
que la de sucesivas olas de inmigrantes, la de Alaska es además el cóctel
resultante de la influencia rusa, los pueblos nativos (los inuit, aleutianos y
atabascanos, entre otros) y los aventureros estadounidenses que siguen tratando
de vivir como lo hacían los antiguos pioneros, a su manera.
La soledad, por ello, es uno de los elementos
más reivindicados por los alaskeños. "Nos gusta tener vecinos, lo que no
nos gusta es verlos", cuenta a El Confidencial Dylan, quien trabaja en el
pueblo de Wasilla, en una empresa de alquiler de caravanas en los cuatro meses
(mayo-agosto) que conforman la temporada turística en Alaska, cuando el sol de
medianoche y las cálidas temperaturas hacen que la naturaleza estalle y este
confín del mundo se vuelva accesible.
Wasilla, que obtuvo fama mundial cuando su alcaldesa
Sarah Palin intentó convertirse en vicepresidenta de EEUU en 2008, es un pueblo
de menos de 10.000 habitantes utilizado como punto de abastecimiento para los
que quieren adentrarse en el interior rumbo al deslumbrante Parque Nacional del
Denali, el monte McKinley (el más alto de Norteamérica, con 6.022 metros) o la
carretera que lleva al Círculo Ártico.
Durante la campaña electoral, Palin hizo gala
del hecho de que Rusia y Alaska compartan frontera, y el conocimiento mutuo que
ello genera, como uno de los argumentos a favor de su experiencia en política
exterior en una de sus frases más conocidas: “Son nuestros vecinos puerta con
puerta. De hecho, puedes ver Rusia desde Alaska”, dijo en 2008 la exgobernadora
republicana del estado. Todo el mundo se rio de ella; menos en Alaska, claro.
Los 50.000 habitantes de origen ruso
Aquí viven cerca de 50.000 habitantes con, al
menos, parte de origen ruso, lo que supone cerca del 8% de la población total
del estado. La gran mayoría es fruto de los matrimonios mixtos entre rusos y
nativos del occidente, los aleutianos. “La diferencia entre la conquista de los
rusos y la nuestra es que los rusos favorecieron la mezcla racial y la
integración, y se llevaron a muchos nativos de las Aleutianas a estudiar a San
Petersburgo o Moscú en 1700 y 1800”, explica Brad, natural de Minnesota, pero
que lleva tres décadas en Alaska trabajando como guía turístico y profesor de
escuela.
“Si buscas en los archivos gran parte de la
cartografía original de Alaska está en cirílico y fue realizada por los nativos
alaskeños que volvieron de cursar estudios en Rusia”, remarca en una playa de
la bahía de Kachemak, donde Brad tiene su cabaña. “Los mejores pescadores del
puerto, aquí en Homer, son rusos”, agrega sobre la que es considerada capital
mundial de la pesca del fletán.
Es en este complejo panorama histórico donde
proliferan distintas comunidades rusas. Desde las más puristas de los
"Antiguos Creyentes" de la Iglesia Ortodoxa –cerca de un millar de
personas que subsisten en un régimen de aislamiento autoimpuesto y que llegaron
a Alaska a comienzos del siglo XX escapando de la persecución religiosa– hasta
las más integradas, que llevan viviendo en esta zona desde hace casi 300 años.
“Mejor no se detengan en ese pueblo”
En Homer, en la punta sur de la península de
Kenai, Allison O'Hara, de la empresa de Kayak True North Aventures, explica que
es mejor no acercarse mucho a los habitantes de Voznesenka, una pequeña
localidad al final de una enrevesada carretera sin asfaltar donde viven cerca
de dos centenares de "Antiguos Creyentes", cuyas mujeres aún visten
con largas faldas y se cubren el pelo con un pañuelo. Los hombres destacan por
sus pobladas barbas.
“No les gusta mucho la gente nueva. Verán
jóvenes a toda velocidad con las motos cuatro por cuatro. No se detengan en el
pueblo. Continúen, las vistas de la bahía son hermosas ", advierte O'Hara.
No obstante, mucho más numerosos que los
“Antiguos Creyentes” son los descendientes de los primeros rusos que llegaron a
Alaska antes de la compraventa de 1867, parte del linaje de los comerciantes de
pieles y pescadores que se instalaron en la región tras su periplo hacia el
Oeste desde Siberia a través de las islas Aleutianas, en 1740.
Son ellos quienes han mantenido algunas de las
iglesias ortodoxas que constituyen la herencia histórica de esta parte de
Alaska. Hermosos edificios de pequeño tamaño y con las características bóvedas
en forma de cebolla, como las de la “Sagrada Asunción de la Virgen María” de
Kenai, recientemente renovada y que data de 1847.
Curiosamente, Dorothy Gray, que asiste en las
visitas a la iglesia, explica que la parroquia se mantuvo, tras la compraventa,
como el centro de educación local financiado por el Gobierno ruso, unos fondos
que se detuvieron con la llegada de los bolcheviques al poder en 1917.
Pese a reconocer las “despreciables” costumbres
de los cazadores y comerciantes originales, y señalar que algunos de ellos
actuaban como “piratas”, Gray defiende que “la historia es parte de lo que
somos”. “Mirar al pasado nos ayuda a entender mejor dónde estamos y nuestro
lugar en la comunidad”, concluye.
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