El reinado de los clásicos (o casi), y algunos
anexos maravillosos
Forbes -
viernes, 24 de julio de 2015
Bob Dylan, Neil Young, Leonard
Cohen… triada de clásicos que sigue mostrando poderes y llenando estadios, que
sigue encabezando festivales monumentales y publicando álbumes asombrosos…
Comienzo con los anexos, así que
primero garabateo un breve contexto: el primer semestre de 2015 prácticamente
está ya en el pasado, y el goteo musical sigue, no se frena. Algo es innegable:
asombra la cantidad de discos y grabaciones que ven la luz día a día, mes a
mes. Y mejor aceptar la derrota: imposible reseñarlos todos, no sólo por el número
que representan, también por la calidad de varios de ellos.
Eso sí: hasta ahora ningún disco,
que ha aparecido en 2015, sobresale de los demás. Y aquí aclaro: me limito al
ámbito del rock y sus satélites, casi todos éstos, géneros populares, masivos,
mundiales. Hay de todo: del debut a la confirmación y consagración, pasando por
joyas imperdibles, altamente recomendables.
Bautismos de fuego han habido
varios. Pienso, por ejemplo, en Natalie Prass y su asombroso disco homónimo
Natalie Prass; en Courtney Barnett y su sensacional Sometimesi sitandthink,
andsometimes ijustsit; en Leon Bridges y ese rhythm and blues en estado puro
que es Cominghome; en Viet Cong y su homónimo VietCong: post-punk volcánico y
fresco. O el debut en solitario de James Petralli, hoy Bop English, y ese
sonido añejo y clásico de Constantbop. Incluso un álbum tan tremendamente
simple y desnudo como el de Tobias Jesso Jr. y su Goon incita a su escucha y
provoca beneplácito.
Los regresos y consagraciones
también han abundado; me limito a nombrar sólo algunos: Alabama Shakes y su
inclasificable Sound & color; My Morning Jacket y la delicia que es
Thewaterfall. También se ha sumado Belle & Sebastian y su elegante
Girlsinpeacetimewanttodance. O ahí está Björk y su intenso e inmenso Vulnicura,
o Florence and The Machine y su nueva joyita llamada Howbig, howblue,
howbeautiful. Tampoco se queda rezagado Sufjan Stevens, el geniecillo de
Detroit, y ese Carrie & Lowell lleno de folk y belleza, o The Charlatans
—quienes han regresado tras el fallecimiento de su baterista oficial Jon
Brokes, en 2013— y su majestuoso Modernnature, uno de los mejores de la banda
desde hace mucho tiempo.
De igual manera ha publicado
disco un viejo conocido nuestro, Steven Wilson, y ese deleite que es
Hand.Cannot.Erase. O Tame Impala y la vuelta de tuerca que ha dado en su nueva
obra, Currents: ¡de los viajes sicodélicos a coquetear con la electrónica-disco
más sofisticada! También ha dejado su marca Panda Bear, y su ecléctico y
efervescente PandaBearmeetstheGrim Reaper. ¿Y los regresos? No hay más: Blur
con Themagic whip, así como Sleater-Kinney con No citiestolove, demuestran que
ambas bandas no han perdido un ápice de fuerza.
Mención aparte requieren tres
diamantes en bruto: el segundo trabajo de Joshua Tillman bajo su seudónimo de
Father John Misty: Iloveyou, honeybear. Se trata de un excelso material que
deja a uno perplejo por la cálida voz de Joshua, por los sobresalientes arreglos
instrumentales, y por la calidad lírica —letras auténticas e íntimas, y
cargadas de ironía y sorna—, que traza un entendimiento del amor que va (y ve)
más allá de los finales edulcorados.
Dos: la cantante y compositora
sueca Susanne Sundfør nos entrega nuevamente una obra tan sorprendente,
generosa e inventiva. Hablamos de diez canciones de amor —así se llama el
material: Tenlovesongs— llenas de electro-pop furioso, y coqueteos del techno
más bailable y baladitas de corte clásico. Y la voz, la voz de Susanne que
invita al enamoramiento: hipnotiza.
Y tres (un álbum casi perfecto,
casi histórico, eso sí: rompedor): Kendrick Lamar y su Topimpabutterfly, una
obra tan descomunal como brillante. Sí, desde hace mucho tiempo no provenía
nada tan sobresaliente, e impresionante, del hip hop; una obra que saltara
precisamente esas fronteras o definiciones de este género y se paseara o se
llenara de tanto funk, grooves, jazz, soul, R&B. Y no sólo eso: que la
lírica, la prosa, fuera tan contundente y, sobre todo, con un hilo narrativo
muy preciso y puntilloso: una radiografía, por afuera y desde dentro, de la
comunidad y cultura afroamericana.
§§§
Algo es evidente: el relevo
generacional sigue su marcha, aunque da espacio para sorpresas. Me explico:
llevamos ya tres lustros de la primera década del siglo XXI, y muchas de las
grandes figuras no sólo se mantienen activas sino que se infiltran todavía en
el territorio del rock mainstream, rock indie y rock con acné.
Es cuestión de hojear titulares,
y me limito a nombrar a tres de ellos: Bob Dylan, Neil Young, Leonard Cohen.
Resumo: esta triada sigue mostrando poderes, sigue llenando estadios, sigue
encabezando festivales tan monumentales como Rock in Rio, Coachella,
Glastonbury, y sigue publicando álbumes asombrosos. (E insisto: aquí cabe The
Rolling Stones, The Who, Bruce Springsteen, Robert Plant, incluso un fresita,
aunque excelente músico, como Paul McCartney. Tampoco olvidemos a artistas de
culto, los que prefieren recintos más íntimos, como es Tom Waits.)
Pues sí: lo que estamos viendo es
el poder de las leyendas. Es lógico: los grupos y solistas con décadas de vida
tienen un peso específico, importante, envidiable (sí: casi inalcanzable), al
que no pueden aspirar artistas más recientes. Así que llegan a esta vorágine
del Siglo XXI —así, con mayúscula— con reputaciones demasiado gigantes. Se ven
y se saben sobrevivientes. Y lo son.
Lo mejor: varios de ellos
—aclaro: no todos— han sabido envejecer con suficiente dignidad, y sin dejar de
producir. Por ejemplo, Cohen dejaba entrever hace poco que le atormenta pensar,
¡aun hoy!, que sus nuevos temas no estén a la altura. Sí: hasta en su exigencia
creativa, él sigue siendo un modelo inalcanzable.
Y me detengo aquí, para hablar
brevemente de esta triada poderosa.
§§§
En febrero de 2015, Bob Dylan
sorprendió con un disco dedicado al cancionero de Frank Sinatra. En efecto,
parecía broma: una de las voces más antiestéticas en el rock homenajeando a una
de las voces más impresionantes de la canción.
Lo increíble: el álbum es
sensacional.
Abrevio: Shadowsinthenight
contiene diez piezas, mayormente desconocidas, del cancionero del gran mito,
con un envoltorio muy distinto: Dylan prescindió de las grandes orquestaciones
originales y prácticamente las semidesnuda, casi con un toque minimalista y con
una fuerte carga al contrabajo.
Queda claro que ese Dylan es un
vivillo, un genio también; lo viene demostrando desde su advenimiento allá por
los sesenta, y desde su resurrección a partir de la década de los noventa: casi
puros discos excelentes. Y éste no es la excepción.
Es un álbum astuto, pues, además
de su derruida garganta, extrae una voz frágil y sutil y doliente y, al mismo
tiempo, reconfortante y esperanzadora y espectral… Es la voz de un hombre de 74
años que puede mirar de frente a su pasado.
Aunque quizá no lo planeó de esta
manera, Shadowsinthenight queda ya como el primer material —de 2015— que podría
tomarse como un homenaje por el centenario del natalicio de Sinatra, que se
cumple en diciembre próximo.
Eso sí: en mayo, Leonard Cohen no
quiso quedarse a la zaga: flamante álbum con dos canciones nuevas, y lo
restante —que en él esa palabra no enchufa—, versiones actuales de antiguos
temas, grabadas durante tramos de su gira de 2012-2013.
Hablo de Can’t forget:a
souvenirofthegrandtour.
No me hagan mucho caso, pero el
disco es un bálsamo. Contrarresta el mal gusto que priva hoy en la música. (¡Y
vaya que si abunda, y llega por todos lados!) Para fortuna, Leonard está exento
de eso. Aquí se cuela una versión de la amorosa “La manic”, escrita por el
quebequense Georges Dor (“algunas veces pienso en ti con tanta insistencia/ que
recreo tu alma y tu cuerpo”), así como una versión de la introspectiva
“Choices”: un escalofriante country que nos recuerda lo frágil de las
decisiones, escrito por Billy Yates.
¿Y las dos nuevas rolas? Ambas
imperdibles: en “Never gave nobody trouble”, un calidísimo blues, Cohen canta
(con esa voz tan suya, tan imponente, cincelada por la vida misma, y que en
este álbum está más seductora que nunca): “I never gave nobody trouble,/ but it
ain’t too late to start!”
Lo confieso: quién sabe cuánto
tiempo yo siga por estos rumbos, por este soplo de vida, pero qué reconfortante
es saber que ahí está Leonard Cohen. La verdad.
Concluyo: si Dylan fue en febrero
y Cohen fue en mayo, el imparable Neil Young ha escogido el penúltimo día de
junio para poner en circulación su nuevo álbum, que lleva por título
TheMonsantoyears. Y mejor sujétese: el canadiense retorna a su vena más
politizada.
Adivinó: TheMonsantoyears es un
nuevo disco conceptual de protesta contra la multinacional de los pesticidas y
los alimentos genéticamente modificados. Y no solamente contra ésta: despotrica
y denuncia, con esa lengua filosa, las prácticas abusivas y las posturas
comerciales e ideológicas de otras grandes corporaciones como Walmart o
Starbucks. Las tres compañías, por cierto, ya le han respondido con respectivos
comunicados. (El debate está abierto.)
Musicalmente, TheMonsantoyears es
Young en estado puro: guitarras afiladas, guitarras de palo, ese sonido
inconfundible de su armónica, detallitos con la steel guitar, y coros pegadizos
que dan forma a un rock agreste, de raíz, bucólico, seco y poderoso. (Cierto:
nada nuevo bajo el sol, pero ni falta que hace.) Al canadiense le acompañan
esta vez Promise of the Real, la banda conformada por los hijos del legendario
Willie Nelson, Lukas y Micah. Aquí aclaro: no es la emblemática Crazy Horse —el
grupo que ha tenido tantas aventuras con Young—; sin embargo lo hacen muy bien
los chavales.
Dos cosas quedan en claro: aunque
no es precisamente su mejor disco —digamos que está en la media—, Neil Young
sigue demostrando que con 69 años a cuestas aún se puede ser un indómito, y un
incombustible, y un férreo crítico del sistema (ya económico, ya político).
Algo más: en los tres últimos
lustros, entre esta triada han editado alrededor de 25 discos. Lo dicho:
seguimos en el reinado de los clásicos (o casi).
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