De hombres comunes y grandes héroes
Forbes - viernes, 24 de julio de 2015
Al igual que en Ant-Man, en
Pixeles la trama entiende la ridiculez de alienígenas tomando forma de
videojuegos para dominar el planeta. Buscar errores de lógica o disciplina
narrativa sería exigirle a la película algo que no es.
Son tiempos de mallas y grandes
hazañas. Alienígenas con un martillos salvan la galaxia y super humanos evitan
que ciudades caigan del cielo. Pareciera no haber lugar para el hombre común,
ese que brinca del anonimato al heroísmo sin pedirlo ni buscarlo. Dos películas
de reciente estreno buscan darle oportunidad de brillar: Ant-Man: El hombre
hormiga (Ant-Man, 2015) y Pixeles (Pixels, 2015).
El universo de Marvel creció poco
a poco, primero como un sueño mercantil que sonaba ambicioso, aunque poco
probable, y luego se convirtió en el modelo a imitar por todos los demás
estudios. El éxito se convirtió en una desventaja, al aumentar de tamaño el espacio
para maniobra se reduce, hay millones de dólares en juego y planeación a futuro
que no debe/puede naufragar. El castigo cae en el autor, las visiones
personales no tienen lugar, el maquilador por encima del cineasta.
Es imposible no ver Ant-Man y pensar
en Edgar Wright (El desesperar de los muertos, Super policías), el auteur
inglés que pasó poco más de una década desarrollando el proyecto sólo para
alejarse del mismo por diferencias irreconciliables con la casa productora. En
su lugar llegó un buen soldado, obediente, trabajador y genérico: Peyton Reed
(¡Sí señor!, Triunfos robados). Con ese antecedente, eliminar toda
predisposición hacia el producto es complicado. La sorpresa recae en la manera
en que la película las rompe.
Scott Lang (Paul Rudd) es un
hombre alejado de su familia, sobre todo, de su pequeña hija. Recién salió de
prisión y el panorama luce complicado, ¿cómo conseguir un trabajo honrado con
antecedentes penales? Sin dinero, no hay manutención, sin manutención, no hay
visitas con su chiquilla. Orillado por las circunstancias, decide regresar a
sus antiguos modos y ejecutar un robo en contra de un excéntrico y retirado
millonario, Hank Pym (Michael Douglas). Sin embargo el anciano tiene un secreto
y planea usar a Scott para detener al conflictuado CEO (Corey Stoll) de una
millonaria compañía que planea vender el secreto de la miniaturización a Hydra.
A lo largo de Ant-Man el tema de
la paternidad se convierte en el centro emocional de la cinta. Así Scott se ve
obligado a aceptar por no fallarle a su hija; además desarrolla una relación
similar con su nuevo mentor, Hank; por otra parte el millonario intenta
restaurar el contacto con su propio retoño, Hope (Evangeline Lilly); y, para
terminar, las motivaciones del villano se fundamentan en querer superar lo
hecho por su padre putativo, de nuevo Hank, y los celos que desata la presencia
de un nuevo protegido.
Reed y el equipo de guionistas
(cuatro listados: Wright, Rudd, Joe Cornish y Adam Mckay) entienden que el concepto
de un hombre con la capacidad de hacerse pequeño, golpear como bala y que se
entiende con las hormigas es ridículo por ello nunca intentan abordarlo
seriamente. Todas las acciones de la cinta están imbuidas por un humor casi
absurdo, desde la forma en que un latino (excelente Michael Peña como alivio
cómico) cuenta cómo le llegó un chisme, hasta la pelea cumbre con juguetes y un
tren miniatura como magno escenario. Incluso se dan tiempo de experimentar un
poco cuando el universo se encoge poco a poco, recordando el clásico El
increíble hombre menguante (The Incredible Shrinking Man, 1957) o la estética
experimental de las visiones de El
hombre con los ojos de rayos x (X, 1963).
Ant-Man/Scott no es un héroe
bendecido por los dioses, portador de grandes poderes mutantes o con millones
de dólares en el banco y una compañía a su nombre. No, es un tipo deseoso de
ser el mejor padre para su hija, es como cualquiera.
Siguiendo la línea de la
comicidad que poco se toma en serio y del hombre común enfrentado al destino
del mundo, Pixeles propone una comedia ligera con grandes dosis de nostalgia.
Uno de los tópicos recurrentes en la filmografía de Adam Sandler es el del
niño/adolescente que vivió el mejor momento de su existencia en dicha época y
gasta sus días lamentando no poder revivirlo. Es un pobre diablo que mira al
pasado con permanente añoranza (su otro tema favorito es el del imbécil que
nunca madura, pero ese es asunto de otro texto) y recibe la oportunidad de
redimirse.
En esta ocasión el protagonista
es Brenner, quien siendo un infante descubrió tener un talento especial cuando
se trataba de jugar en las maquinitas. Sin embargo su derrota en las finales
del campeonato mundial de la especialidad lo dejaron resentido y temeroso de
alcanzar su potencial, como adulto vive soñando con glorias pasadas e
instalando equipo de audio. Es un verdadero fracaso. Pero una invasión
extraterrestre lo cambiará todo, los conquistadores han tomado la forma y
métodos de los videojuegos más populares de los 80, quedará en las manos de
unos pocos salvar al mundo.
Los trabajos más recientes de
Sandler habían fallado en encontrar apoyo entre el público y la crítica, antes
contaba con audiencia así que poco importaba la segunda. No hay necesidad de
ser adivino para encontrar las razones de dicho alejamiento: fórmulas
repetitivas y genéricas sumadas a un lógico desgaste después de tantos años en
la cima cobrando por chistes de pedos. Pixeles se beneficia de reducir las
flatulencias al mínimo junto a la efectiva mano de Chris Columbus, quien sabe
un poco sobre llevar a buen puerto comedias familiares (Mi pobre angelito, Los
Goonies, Papá por siempre).
Al igual que Ant-Man la trama
entiende la ridiculez de alienígenas tomando forma de videojuegos para dominar
el planeta. Buscar errores de lógica o disciplina narrativa sería exigirle a la
película algo que no es.
El hombre común salva a la Tierra… al menos
este fin de semana.
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