Alegría y frustración
Associated Press
Es la historia de dos mundiales.
Uno se celebra sobre la cancha y otro fuera de ésta.
Ambos se llevan a cabo en una
nación que no está todavía convencida de que ser sede de la Copa del Mundo haya
valido el desembolso colosal que debió hacer Brasil.
El Mundial que comienza esta
semana se llevará a cabo sobre un césped cuidadosamente podado y dentro de
estadios monumentales. Como todas las ediciones anteriores, inspirará alegría o
desilusión; derivará en el surgimiento de leyendas o condenará a chivos
expiatorios, además de desatar celebraciones jubilosas.
No hay duda de que el Mundial
será un éxito, lleno de historias emotivas y desenlaces apoteósicos. ¿Podrá
Brasil vengar el inolvidable "Maracanazo", gracias al talento de
Neymar? ¿Será capaz Lionel Messi de llevar a los argentinos a la gloria en
territorio del rival más detestado? ¿Será una selección inesperada la que
cautive al mundo y se lleve la corona?
Pronto comenzarán a llegar las
respuestas. En tanto, hay otra "copa", que se disputa en las calles
de Brasil desde hace aproximadamente un año. Se realiza al compás de las
protestas casi diarias en contra de los miles de millones de dólares erogados
en este suceso, mientras los ciudadanos soportan el lastre de cuantiosos
impuestos, malos hospitales y carreteras ruinosas. Ahí están las
manifestaciones por la construcción de más escuelas, en vez de estadios
relucientes. También están las convocatorias a huelgas paralizantes en demanda
de salarios más altos para enfrentar la inflación rampante.
Ambas contiendas, la deportiva y
la social, han dejado al país hastiado de los grandes sucesos.
Los brasileños se han cansado de
las numerosas protestas, y buena parte de la opinión pública se ha vuelto en
contra de los manifestantes. Muchos están cansados de las huelgas de policías,
maestros, trabajadores del tren subterráneo y otros encargados del
funcionamiento de servicios públicos cruciales. Se muestran hartos de las 12
ciudades sede del Mundial, convertidas en zonas de construcción masiva durante
años, lo que ha vuelto desastroso el transporte para los habitantes.
Encuestas recientes muestran que
la mitad de la población está en contra de que Brasil sea sede del Mundial,
algo otrora impensable para una nación que adora el fútbol como ninguna otra.
Tres cuartas partes de los brasileños muestran convencimiento de que la
corrupción ha afectado las obras relacionadas con el Mundial, que le han
costado al país 11.500 millones de dólares. Muchos de esos proyectos han
causado indignación y se han convertido en un emblema de los males principales
de Brasil. Los ciudadanos consideran que están atados para siempre a los
políticos corruptos y a un sistema que no funciona.
La opinión de los brasileños se
divide sobre si el Mundial ayudará o manchará la reputación del país, de
acuerdo con un reporte reciente del Pew Research Center. La agencia de
encuestas Ibope difundió recientemente un sondeo que le tomó la temperatura al
humor de los brasileños en torno de la Copa del Mundo.
El 39% dijo que experimenta un
sentimiento "frío", "muy frío" o "gélido" por
este suceso, mientras que 30% señala que la sensación es "cálida",
"muy cálida" o "en ebullición". Para los demás, impera la
"tibieza".
Pero en la víspera del Mundial y
con grandes esperanzas de que Brasil conquiste su sexto Mundial, ¿no sería lo
normal que la atención se concentre pronto en el fútbol y no en las calles?
"Hay ciertamente una
sensación de 'bueno, hemos pagado ya la fiesta, así que deberíamos
disfrutarla''', dijo Juca Kfouri, uno de los comentaristas deportivos más
conocidos en Brasil. "Pero también mucha gente se siente avergonzada de
vestir la camiseta de Brasil o de colocar una bandera brasileña en la ventana
por las protestas, porque no quieren que se les relacione con el gasto
exorbitante en esta Copa".
La mandataria Dilma Rousseff,
cuya popularidad sigue cayendo en las encuestas de cara a las elecciones
presidenciales de octubre, ha invocado la naturaleza cálida de los brasileños
para que salve la cara de este Mundial.
La cortesía y las sonrisas
podrían compensar a algunas personas descontentas por las remodelaciones
incompletas en los aeropuertos, las obras de transporte que jamás comenzaron y
las preocupaciones sobre eventuales problemas para los cientos de miles de
hinchas que se desplazarán por un país del tamaño de un continente, con una
infraestructura que incluso sin Mundial se encuentra muy presionada.
"Estamos preparados para
ofrecer al mundo un espectáculo maravilloso, enriquecido aún más por la
felicidad, el respeto y la cortesía que caracterizan a los brasileños",
dijo Rousseff la semana anterior, cuando presentó el trofeo del Mundial,
exhibido públicamente en Brasilia.
Pero Kfouri y otros observadores
consideran que los dirigentes del país sobreestiman la buena voluntad de la
ciudadanía.
"Las autoridades confían en
que el 'espíritu carnavalesco' superará todos los problemas", dijo Kfouri.
"Pero creo que el ánimo de la Copa dependerá en buena medida de lo que
haga la selección nacional en la cancha. Si Brasil cae en la primera ronda y
tenemos dos semanas de Mundial en Brasil sin que la selección siga jugando,
entonces, aunque sea sólo por diversión, la gente saldrá a las calles y
ocasionará un caos. Protestará contra el hecho de que ni siquiera podemos ganar
en fútbol".
Intrínsecamente, los brasileños
están al tanto de los dos mundiales que se juegan en su nación. Y muchos tienen
sentimientos encontrados sobre este evento.
Esperan la victoria en la
competencia que se realizará con un balón sobre la cancha. Pero deben tolerar
la lucha diaria de la otra "copa", están pesimistas sobre la
posibilidad de un progreso e incluso a veces desean el fracaso de la selección,
a fin de que ello presione a los políticos para que realicen cambios auténticos
por el bien del país.
Así se siente Francisco
Nascimento.
Mientras la lluvia caía en la
zona de Copacabana, la semana anterior, Nascimento se esforzaba para colgar
serpentinas de plástico con los colores de la bandera brasileña, como lo ha
hecho en cada Mundial desde 1982. Nascimento se paró en una desvencijada
escalera de madera y colocó los adornos en un alambre que se extendía de un
lado al otro de la calle oscura.
Luego descendió, movió la
escalera unos cuantos metros y siguió colocando la ornamentación.
"Brasil sufre. Nuestra
frustración con los políticos ha apagado el entusiasmo, y ese disgusto no se
irá. Pero no conozco a alguien que no esté rezando para que nuestro equipo
muestre su calidad, su esfuerzo y gane este Mundial".
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