Si la justicia es ciega, ¿ha llegado la hora de
los jueces robot?
El Confidencial - julio de 2015
“El juez John Roberts es un robot”. Este es el
titular con el que decenas de medios de comunicación de diferentes países han
anunciado la increíble noticia. El descubrimiento de la verdadera naturaleza de
Roberts, nombrado en 2005 presidente del Tribunal Supremo de los Estados
Unidos, ha sido casual. Las mismas personas que le secuestraron en la Cámara de
los Lores dejaron al hombre inconsciente a las puertas del hospital Royal
London. Los médicos que intentaron reanimarlo en tan extrañas circunstancias se
han encontrado con un chasis metálico.
Las pesquisas sobre el caso han revelado que su
carrera legal no es una farsa: Roberts se graduó en la Universidad de Harvard
en 1979 y ha ejercido la profesión hasta su fallecimiento como máquina. Sin
embargo, el juez era en realidad un prototipo fabricado por la empresa Robots
and Mechanical Men Corporation para experimentar con un robot indistinguible de
los humanos, autónomo y social.
“Nos hemos puesto en la situación más extrema y
futurista”, explica a Teknautas Ian Kerr, investigador de la Universidad de
Ottawa (Canadá). Kerr está especializado en la relación entre derecho y
tecnología y las cuestiones éticas que se derivan de esta intersección. Es
también el autor del artículo ‘El jefe de justicia John Roberts es un robot’,
donde él y su colega Carissima Mathen plantean este escenario futurista de un
magistrado artificial.
No es que se hayan propuesto dirigir una
película de ciencia ficción: han utilizado esta estrategia para argumentar
sobre el uso de la inteligencia artificial en el ejercicio del derecho, tanto
por abogados como por jueces. Admite que “estamos lejos de que una máquina
pueda reemplazar a un letrado o un magistrado”, pero estos profesionales ya
pueden delegar algunas de sus tareas en los algoritmos.
Rapidez, eficiencia y objetividad
“La inteligencia artificial y la robótica no
solo representan un buen instrumento para abogados y jueces, sino que pueden
realizar ciertas tareas incluso mejor que ellos”, indica Kerr. Un ejemplo es
ROSS, un programa creado por investigadores de la Universidad de Toronto
gracias a las capacidades de Watson, el superordenador desarrollado por IBM que
en 2011 derrotó a los mejores participantes humanos del concurso de televisión
Jeopardy!
Actualmente, la inteligencia de Watson está
disponible en una plataforma en la nube para que empresas e investigadores
puedan crear herramientas aplicadas a distintos campos. El programa consulta
millones de datos, aprende con cada nueva búsqueda y es capaz de reconocer a un
ser humano e interactuar con él utilizando un lenguaje natural.
Cuando un jurista pregunta a ROSS sobre un
asunto legal, el software rastrea 10.000 páginas por segundo antes de dar una
respuesta mucho más rápido que cualquier abogado humano, revisando documentos a
los que no recurriría una persona. El resultado incluye citas legales, sugiere
más artículos para estudiar e incluso calcula una tasa de confianza para ayudar
a los abogados a preparar los casos. Cuantas más consultas recibe, más aprende.
Su eficacia siempre va en aumento.
También basándose en veredictos previos,
distintos investigadores han desarrollado modelos estadísticos capaces de
predecir la decisión de un jurado. Uno de los más recientes es el de un equipo
de expertos de la Universidad de Derecho del sur de Texas, capaz de predecir el
resultado del 70% de los casos llevados al Tribunal Supremo de los Estados
Unidos entre 1953 y 2013.
El algoritmo considera más de 90 variables.
Tiene en cuenta la ideología del juez, las partes implicadas en el juicio y los
tribunales de menor rango desde los que llegan las causas. Una vez asimilada la
información, ha estimado con acierto el 71% de los votos individuales de los
jueces del Tribunal Supremo estadounidense.
“Algunos sistemas de prisiones utilizan
algoritmos para determinar qué presos se merecen la libertad condicional”,
asegura Ryan Calo, investigador en robótica y derecho de la Universidad de
Washington. Y quizá lo hagan mejor que los tribunales formados por personas:
“Se ha demostrado que tienden a ser más indulgentes después de haber comido”,
explica el profesor.
Family Winner y Asset Divider son dos
herramientas de software que combinan la inteligencia artificial y la teoría de
juegos para ayudar a los mediadores legales en divorcios o a las propias
parejas con las negociaciones. Su trabajo es indicar las soluciones óptimas
para repartir los bienes sin que se produzcan injerencias externas.
Al fin y al cabo, si la decisión de los
magistrados depende solo de la interpretación de estatutos, leyes y casos
anteriores, ¿qué mejor que una máquina eficiente y neutral, sin influencias
políticas o personales, para aplicar las normas de forma imparcial y objetiva?
¿Puede una maquina juzgar?
“No es difícil imaginar que un ordenador pueda
decidir mejor que una persona el veredicto de un juicio”, opina Kerr. Según el
investigador, la cuestión no es si una inteligencia artificial podría juzgar a
una persona, sino si la sociedad debe permitirlo.
Los programas se basan en el reconocimiento de
patrones, lo que no significa que entiendan una situación, las circunstancias
de un problema. Kerr compara la predicción de un algoritmo con lanzar una
moneda al aire, “¿cómo sabemos que la decisión que toma el software no es
arbitraria?”, se pregunta.
Además, “un juicio es intrínseco al
razonamiento humano, en él intervienen la experiencia y la condición de las
personas”. Pese a que algunos expertos defienden la aplicación de las leyes de
manera totalmente objetiva (se llama formalismo en filosofía del derecho),
otros admiten que la influencia de las emociones y otros factores es inevitable
y, al mismo tiempo, necesaria (está corriente es el realismo). “Un programa no
tiene empatía”, apunta Kerr. Tampoco forma parte de la sociedad. “Un juez debe
convivir con la comunidad en la que ejerce su labor, sino todo el proceso
carecería de sentido”.
El investigador cree que delegar todo el peso
de una decisión jurídica en una máquina sería una gran equivocación. Su
utilidad como instrumento es innegable, pero “que un algoritmo consiga algo de
manera más eficiente que las personas no significa que tengamos que eliminar el
elemento humano”. ¿Y tú? ¿Aceptarías ser juzgado por alguien como Roberts
conociendo su auténtica naturaleza?
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