Los otros desastres económicos de Europa
El País - julio de 2015
Resulta deprimente pensar en Grecia ahora
mismo, así que vamos a hablar de otra cosa, ¿vale? Hablemos, para empezar, de
Finlandia, que no podría parecerse menos a ese otro país corrupto e
irresponsable del sur. Finlandia es un ciudadano europeo modélico; tiene un
Gobierno honrado, unas finanzas sólidas y una buena calificación crediticia, lo
que le permite adquirir préstamos con tipos de interés increíblemente bajos.
También se encuentra en el octavo año de una
recesión que ha reducido el producto interior bruto per cápita un 10% y que no
da muestras de remitir. De hecho, si no fuese por la pesadilla del sur de
Europa, los problemas a los que se enfrenta la economía finlandesa podrían
considerarse sin duda un desastre colosal.
Y Finlandia no es la única. Forma parte de un
arco de declive económico que se extiende por todo el norte de Europa hasta
Dinamarca —que no está en el euro, pero gestiona su dinero como si lo
estuviese— y llega hasta Holanda. A todos estos países les va, por cierto,
mucho peor que a Francia, cuyo sistema económico critican muchísimo los
periodistas que detestan su sólida red de seguridad social, pero que de hecho
ha aguantado mejor que el de casi cualquier otro país europeo, salvo Alemania.
¿Y qué hay del sur de Europa, aparte de Grecia?
Los funcionarios europeos han anunciado a bombo y platillo la recuperación de
España, que hizo todo lo que se suponía que debía hacer, y cuya economía por
fin ha empezado a crecer otra vez e incluso a generar empleo. Pero el éxito, al
estilo europeo, es una tasa de paro que sigue estando cerca del 23% y una renta
real per cápita que sigue estando un 7% por debajo de los niveles anteriores a
la crisis. Portugal también ha aplicado obedientemente las drásticas medidas de
austeridad (y sigue siendo un 6% más pobre que antes).
¿Por qué hay tantos desastres económicos en
Europa? En realidad, lo sorprendente en este momento es lo mucho que difieren
los orígenes de las crisis europeas. Sí, el Gobierno griego se endeudó
demasiado. Pero el español no lo hizo; la historia de España únicamente tiene
que ver con los préstamos privados y la burbuja inmobiliaria. Y la de Finlandia
no tiene nada que ver con la deuda. Se debe más bien a la escasa demanda de
productos forestales, que siguen siendo una importante exportación nacional, y
los traspiés de la fabricación finlandesa, en especial el de su antiguo adalid
nacional, Nokia.
Lo que todas estas economías tienen en común,
sin embargo, es que al formar parte de la eurozona, se han puesto a sí mismas
una camisa de fuerza económica. Finlandia sufrió una crisis económica muy grave
a finales de la década de 1980 (mucho peor, al principio, que la que padece
ahora). Pero fue capaz de orquestar una recuperación bastante rápida, en gran
medida porque devaluó drásticamente su moneda, y sus exportaciones se volvieron
más competitivas. Esta vez, por desgracia, no tenía moneda que devaluar. Y lo
mismo puede decirse de los demás países problemáticos de Europa.
¿Significa esto que la creación del euro fue un
error? Bueno, sí. Pero esto no equivale a decir que debería eliminarse ahora
que ya existe. Ahora, lo urgente es aflojar esa camisa de fuerza. Esto
supondría actuar en distintos frentes, desde la unificación del sistema de
garantías bancarias hasta la disposición a aliviar la carga de la deuda de los
países donde la deuda es el problema. También supondría la creación de un
entorno general más favorable para los países que tratan de sobrellevar la mala
suerte, renunciando a una austeridad excesiva y haciendo todo lo posible por
aumentar la tasa de inflación de Europa —ahora inferior al 1 %— hasta que
vuelva al menos al objetivo oficial del 2 %.
Pero hay muchos funcionarios y políticos
europeos que se oponen a todas y cada una de las propuestas que podrían hacer
viable el euro y siguen creyendo que todo iría bien si cada cual mostrase la
suficiente disciplina. Esta es la razón por la que en el referéndum griego de
hoy hay todavía más en juego de lo que supone la mayoría de los observadores.
Uno de los grandes riesgos de que la ciudadanía
griega vote que sí —es decir, vote a favor de aceptar las demandas de los
acreedores y, por tanto, rechace la postura del Gobierno griego y probablemente
lo hunda— es que fortalecerá y alentará a los causantes del fracaso europeo.
Los acreedores habrán demostrado su fuerza, su capacidad para humillar a
cualquiera que cuestione las exigencias de austeridad sin fin. Y seguirán
afirmando que imponer un desempleo masivo es la única estrategia responsable.
¿Y si Grecia vota que no? Esto nos llevaría a
un terreno amenazador y desconocido. Es perfectamente possible que Grecia
abandone el euro, lo que resultaría tremendamente perjudicial a corto plazo.
Pero esto también le brindaría al propio país una oportunidad de recuperación real.
Y supondría un saludable sobresalto para la complacencia de las élites de
Europa.
O, dicho de una manera un poco diferente,
resulta razonable tener miedo a las consecuencias de un voto negativo, porque
nadie sabe lo que sucedería después. Pero deberíamos temer aún más las
consecuencias de un voto afirmativo, porque en este caso sí que sabemos lo que
vendría después: más austeridad, más desastres y, al final, una crisis mucho
peor que todo lo que hemos conocido hasta ahora.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de
2008.
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