LAS UTILIDADES DE UN BUEN GOLPE
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La industria hace lo posible para
generar ingresos con una nueva prueba para contusiones, pero los científicos
están nerviosos.
El 24 de octubre de 1896, los
Maroons de Lafayette College entraron en el campo Franklin de Filadelfia como
visitantes de un encuentro de fútbol contra la poderosa Universidad de
Pensilvania. Fue una contienda difícil, la típica escaramuza cuerpo a cuerpo
antes que se legalizara el pase largo. Lafayette ganó 6-4, lo que molestó mucho
a los de Pensilvania, pese a que después ganaron el campeonato nacional. Sin
embargo, lo que hizo noticia en aquellos días tenía que ver con lo que iba
sujeto a la cabeza del medio de Lafayette.
Llamado “la Rosa” en un boletín
de exalumnos –debido a la “preocupación por su aspecto y su gusto por las
damas”-, George Barclay medía 1.70 metros, pesaba menos de 73 kilogramos y al
parecer, se había hartado de chocar cabezas contra jugadores más grandes.
Cuando jugó contra Pensilvania decidió sujetar tres piezas de cuero arriba de
sus orejas y fue así como lanzó una carrera armamentista en la que cada jugador
creaba su propio equipo protector hasta que, en 1941, esa práctica condujo al
uso obligatorio de cascos tanto en partidos profesionales como universitarios.
Debieron transcurrir otros 70
años para que entrenadores, jugadores, aficionados y hasta médicos se
percataran de que el problema de las colisiones en el fútbol no era el mareo
inmediatamente posterior al golpe, sino las contusiones que causaban daños
duraderos e irreparables. Cada año, Centros para Control y Prevención de
Enfermedades registra más de 1.6 millones de lesiones cerebrales de índole
deportiva, así que existe un enorme mercado para productos preventivos. Los
equipos de fútbol pueden adquirir Brain Pads —diademas
“impacto-protectoras”— por un precio unitario de 10.95 dólares; aunque
también hay complementos alimentarios que, supuestamente, reducen el riesgo de
las contusiones y se comercializan con nombres como Klean Cognitive o Brain
Armor sin necesidad de aprobación de la Administración de Alimentos y
Medicamentos, ya que no son productos farmacéuticos.
Los cascos de fútbol se han
convertido en símbolo de promesas y fracasos en el manejo de las contusiones, y
en un juzgado federal de Nueva Jersey, el entrenador de un equipo de
bachillerato pretende obtener una acción judicial nacional contra los
fabricantes. Douglas Aronson asegura que esas compañías aprovecharon la
avalancha de publicidad negativa de la década pasada para publicitar sus cascos
más allá de lo científicamente defendible. “En su sed de utilidades”, dice la
demanda, las compañías “han dirigido su mercadotecnia sobre reducción de
contusiones a las ligas juveniles de fútbol y los equipos escolares, muchas
veces ofreciendo cascos Riddell Football con descuentos para equipos de
bachillerato de alto perfil, a fin de incrementar su exposición y sus
ganancias”.
Riddell, que aún no comparece en
la corte, se negó a comentar para Newsweek, pero cualquiera que sea el resultado
de la demanda de Aronson, finalmente se ha preparado el terreno para una
estampida en lo que, actualmente, es el gran negocio del manejo de contusiones.
A casi 120 años de su debut en el casco de fútbol, el manejo de contusiones al
fin se encuentra a punto de dar el siguiente gran paso, ahora que la comunidad
científica conoce mucho mejor nuestros cerebros y también el papel de una
misteriosa sustancia llamada tau.
EN BUSCA DE TAU
No hace mucho, la detección de
contusiones consistía en pasar los dedos por la cabeza para ubicar chichones.
Hoy día, el procedimiento es un poco más complejo y conlleva evaluaciones de
las respuestas cognitiva y física; y por supuesto, hay una app para ello. Por
4.50 dólares por alumno-atleta, la compañía Concussion Vital Signs ofrece a
directores de atletismo un sistema diagnóstico que incluye la herramienta
“Mobile-Enabled Pocket SCAT2 Sideline Assessment Tool” que, como otros
productos equivalentes del mercado, no es más que un sofisticado martillo de
reflejos que compara respuestas cognitivas contra una basal definida antes de
iniciar la temporada.
En cambio, tau promete
diagnósticos mucho más eficaces y utilidades mucho más amplias para empresas
que puedan explotar su potencial. Una compañía de investigaciones empresariales
vaticina que el mercado de evaluación cognitiva, que incluye la detección de
contusiones, crecerá del nivel de 1.7 mil millones de dólares alcanzado en 2012
a 5.7 mil millones en 2018.
Esto es lo que los científicos
saben de Tau: es una especie de proteína que no debe flotar libremente en la
cabeza. En un sistema neurológico complejo, a menudo comparado con un sistema
ferroviario, las proteínas tau actúan como “enlaces” entre “vías”. Es decir,
cuando todo marcha como debe, las proteínas tau mantienen unidas las células
nerviosas del cerebro y facilitan la comunicación entre las distintas regiones
cerebrales. En cambio, los investigadores informan que cuantas más tau se
liberan en las primeras 12 horas posteriores a un traumatismo cefálico, mayor
es la probabilidad de que la Escala de Coma Glasgow Extendida termine por pasar
de una calificación 8 (buena recuperación) a un resultado 2 (estado vegetativo)
o incluso 1 (muerte).
Luego de suficientes golpes o
tiempo (y tal vez algún otro factor; los médicos aún no están seguros), las
proteínas tau experimentan un cambio químico y se vuelven incapaces de mantener
la cohesión de las células; empiezan a sufrir daños y enredarse, y dejan de contribuir
a la comunicación de distintas partes del cerebro. Es más, se vuelven un
estorbo y hasta se ha sugerido que las tau dañadas intervienen en los síntomas
relacionados con las enfermedades de Parkinson o Alzheimer. Algunos
investigadores sugieren también que las tau desorganizadas pueden indicar el
inicio de la encefalopatía traumática crónica (ETC), trastorno degenerativo
relacionado con demencia, depresión y pérdida de memoria, malestares comunes en
una creciente población de exjugadores de fútbol.
En 2011, investigadores de la
Universidad de Milán y la Universidad Washington en St. Louis colaboraron en un
estudio que correlacionó niveles elevados de tau con “resultados clínicos
adversos posteriores a una grave lesión cerebral traumática”. Los científicos
argumentaron que la medición de tau podría producir resultados más fácilmente
cuantificables que, por ejemplo, las pruebas de memoria, la velocidad de
reacción y el control motor fino; mas su técnica de estudio no era, digamos,
práctica: exigía introducir un catéter en el líquido cerebral. En los años
siguientes, el único lugar donde podía diagnosticarse ETC era el depósito de
cadáveres, y fue allí donde los patólogos encontraron niveles tau elevados en
las necropsias de varios exjugadores NFL recién fallecidos, incluidos David
Duerson y Junior Seau.
Investigadores de todo el mundo
se dieron prisa en buscar la manera de utilizar los niveles tau para
diagnosticar pacientes vivos. Un grupo del Instituto Nacional de Ciencias
Radiológicas de Japón desarrolló una sustancia química que se ligaba con las
proteínas tau y aparecía en los escaneos cerebrales; entre tanto, un equipo
sueco (en estrecha afiliación con una empresa llamada Quanterix) se puso a
desarrollar una prueba de sangre para medir los niveles tau en jugadores de
hockey.
En noviembre de 2013 se alcanzó
un hito en la investigación tau cuando un equipo médico vinculado con UCLA,
utilizando escaneos cerebrales que revelaron altas concentraciones de la
proteína, diagnosticó ETC a Tony Dorsett, excorredor de fondo de los Vaqueros
de Dallas (entonces de 59 años). Fue la primera vez que un paciente vivo
recibía el diagnóstico de ETC degenerativa. “No me pregunten qué es la proteína
tau, porque no lo sé”, dijo Dorsett a The Dallas Morning News. “Lo único que me
queda claro es que, anteriormente, [los doctores] solo podían detectar tau
cuando la persona moría y le sacaban el cerebro”.
Dorsett sufrió de depresión y
pérdida de memoria durante muchos años, y fue uno de casi 4500 exjugadores NFL
que, en 2011, firmaron una acción judicial nacional –aún en proceso- contra la
liga, por daños relacionados con contusiones en el campo. El antiguo Vaquero
fue a UCLA buscando respuestas: ¿Cuál era la relación entre los violentos
golpes de cabeza que resistió en las décadas de 1970 y 1980, y los
incapacitantes síntomas que estaba padeciendo?
Luego de examinarlo, el grupo de
investigadores universitarios afirmó haber sido el primero en vincular las
contusiones múltiples con la acumulación de tau, la posterior ETC y todos los
síntomas acompañantes. El médico que realizó el diagnóstico de Dorsett, Gary
Small, anunció sus hallazgos en ESPN, llamando la atención de casi todos los
futbolistas, progenitores, cuidadores y aficionados.
Small, quien se negó a hablar con
Newsweek, es profesor de psiquiatría en UCLA, director fundador de la Clínica
de Memoria de dicha universidad y director del Centro sobre Envejecimiento de
UCLA. Pero según registros que constan en la secretaría del estado de Virginia
del Oeste, también tiene intereses comerciales en una organización llamada
TauMark, cuyo material promocional, publicado en línea, afirma que “el escáner
TAC de TauMark es el único método no invasivo disponible para medir la
distribución y el nivel de tau cerebral (su “número T”), a fin de que los
médicos puedan detectar problemas oportunamente y monitorear el tratamiento”.
El 5 de noviembre, el mismo día
de su anuncio en ESPN, Small presentó una solicitud para un nuevo ensayo
clínico ante los institutos nacionales de salud de Estados Unidos. Con objeto
de expandir su investigación con atletas, el nuevo estudio busca “detectar
depósitos cerebrales de tau en sujetos vivos con riesgo de ETC… El proyecto
pretende extender los hallazgos a la población general”, concluyó.
En otras palabras, el equipo de
fútbol infantil de su hijo podría recibir el mismo tratamiento ofrecido a
individuos como Tony Dorsett.
La propuesta de Small no menciona
el mercado potencial de TauMark, pero en su material publicitario, la compañía
afirma que puede “ayudar a los atletas a tomar decisiones informadas sobre sus
opciones terapéuticas y de estilo de vida, y optimizar su salud cerebral aunque
pasen los años”.
¿LLEVAN PRISA?
El mes pasado, el título de una
columna del médico de moda en Estados Unidos (y megaestrella televisiva),
Mehmet Oz, anunciaba: “La determinación tau puede salvar su cerebro”.
Tal vez. En abril, Bristol-Myers
Squibb desembolsó, disimuladamente, 725 millones de dólares para adquirir
iPierian, compañía de biotecnología de San Francisco, cuyo fondo de anticuerpos
podría servirle para tratar enfermedades relacionadas con tau. Y ese es solo
uno de muchos esfuerzos para crear el primer fármaco tau exitoso. NeuroPhage
Pharmaceuticals (Cambridge, Massachusetts) recién anunció que intentará tratar
trastornos neurológicos con moléculas modificadas que atacarán el tau
degenerado y otras “proteínas mal dobladas”.
Parece inminente el surgimiento
del equipo tau para el vestuario. ¿Y por qué no? Si fuera posible diagnosticar
problemas tau rápidamente, en teoría podríamos tomar decisiones más informadas
sobre los jugadores que enviamos o no al campo. Con todo, muchos expertos
consideran que la mercadotecnia va muy por delante de la ciencia. “Falta mucho
para entender la relación causal”, señala Jacob Resch, quinesiólogo de la
Universidad de Texas-Arlington. “Progenitores, atletas y entrenadores deben
tener cuidado de las afirmaciones que se escuchan por todas partes. Hay muchas
cosas que desconocemos”.
Esa inquietud persistirá aunque
pueda demostrarse la relación causal. El doctor Michael Collins, del muy
prestigioso Programa de Contusión en Medicina Deportiva, del Centro Médico de
la Universidad de Pittsburgh, teme que los entrenadores presencien un violento
encontronazo en el campo, tomen sus escáneres, practiquen una rápida lectura
tau en la banda y si resulta negativo, envíen al jugador de vuelta al campo. Y
es que, por lo pronto, el conocimiento científico no respalda semejante
decisión.
Una decisión indudablemente
crítica, pues solo tenemos un cerebro, alojado en un cascarón de enorme
fragilidad y dependiente, en cierta medida, de una sustancia llamada tau. Si
fuéramos inteligentes, dirían los expertos, tendríamos que actuar con humildad,
cautela y temor.
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