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lunes, 2 de junio de 2014

GOLPE

LAS UTILIDADES DE UN BUEN GOLPE

www.newsweek.mx
La industria hace lo posible para generar ingresos con una nueva prueba para contusiones, pero los científicos están nerviosos.

El 24 de octubre de 1896, los Maroons de Lafayette College entraron en el campo Franklin de Filadelfia como visitantes de un encuentro de fútbol contra la poderosa Universidad de Pensilvania. Fue una contienda difícil, la típica escaramuza cuerpo a cuerpo antes que se legalizara el pase largo. Lafayette ganó 6-4, lo que molestó mucho a los de Pensilvania, pese a que después ganaron el campeonato nacional. Sin embargo, lo que hizo noticia en aquellos días tenía que ver con lo que iba sujeto a la cabeza del medio de Lafayette.

Llamado “la Rosa” en un boletín de exalumnos –debido a la “preocupación por su aspecto y su gusto por las damas”-, George Barclay medía 1.70 metros, pesaba menos de 73 kilogramos y al parecer, se había hartado de chocar cabezas contra jugadores más grandes. Cuando jugó contra Pensilvania decidió sujetar tres piezas de cuero arriba de sus orejas y fue así como lanzó una carrera armamentista en la que cada jugador creaba su propio equipo protector hasta que, en 1941, esa práctica condujo al uso obligatorio de cascos tanto en partidos profesionales como universitarios.

Debieron transcurrir otros 70 años para que entrenadores, jugadores, aficionados y hasta médicos se percataran de que el problema de las colisiones en el fútbol no era el mareo inmediatamente posterior al golpe, sino las contusiones que causaban daños duraderos e irreparables. Cada año, Centros para Control y Prevención de Enfermedades registra más de 1.6 millones de lesiones cerebrales de índole deportiva, así que existe un enorme mercado para productos preventivos. Los equipos de fútbol pueden adquirir Brain Pads —­­diademas “impacto­-protectoras”­— por un precio unitario de 10.95 dólares; aunque también hay complementos alimentarios que, supuestamente, reducen el riesgo de las contusiones y se comercializan con nombres como Klean Cognitive o Brain Armor sin necesidad de aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos, ya que no son productos farmacéuticos.

Los cascos de fútbol se han convertido en símbolo de promesas y fracasos en el manejo de las contusiones, y en un juzgado federal de Nueva Jersey, el entrenador de un equipo de bachillerato pretende obtener una acción judicial nacional contra los fabricantes. Douglas Aronson asegura que esas compañías aprovecharon la avalancha de publicidad negativa de la década pasada para publicitar sus cascos más allá de lo científicamente defendible. “En su sed de utilidades”, dice la demanda, las compañías “han dirigido su mercadotecnia sobre reducción de contusiones a las ligas juveniles de fútbol y los equipos escolares, muchas veces ofreciendo cascos Riddell Football con descuentos para equipos de bachillerato de alto perfil, a fin de incrementar su exposición y sus ganancias”.

Riddell, que aún no comparece en la corte, se negó a comentar para Newsweek, pero cualquiera que sea el resultado de la demanda de Aronson, finalmente se ha preparado el terreno para una estampida en lo que, actualmente, es el gran negocio del manejo de contusiones. A casi 120 años de su debut en el casco de fútbol, el manejo de contusiones al fin se encuentra a punto de dar el siguiente gran paso, ahora que la comunidad científica conoce mucho mejor nuestros cerebros y también el papel de una misteriosa sustancia llamada tau.


EN BUSCA DE TAU

No hace mucho, la detección de contusiones consistía en pasar los dedos por la cabeza para ubicar chichones. Hoy día, el procedimiento es un poco más complejo y conlleva evaluaciones de las respuestas cognitiva y física; y por supuesto, hay una app para ello. Por 4.50 dólares por alumno-atleta, la compañía Concussion Vital Signs ofrece a directores de atletismo un sistema diagnóstico que incluye la herramienta “Mobile-Enabled Pocket SCAT2 Sideline Assessment Tool” que, como otros productos equivalentes del mercado, no es más que un sofisticado martillo de reflejos que compara respuestas cognitivas contra una basal definida antes de iniciar la temporada.

En cambio, tau promete diagnósticos mucho más eficaces y utilidades mucho más amplias para empresas que puedan explotar su potencial. Una compañía de investigaciones empresariales vaticina que el mercado de evaluación cognitiva, que incluye la detección de contusiones, crecerá del nivel de 1.7 mil millones de dólares alcanzado en 2012 a 5.7 mil millones en 2018.

Esto es lo que los científicos saben de Tau: es una especie de proteína que no debe flotar libremente en la cabeza. En un sistema neurológico complejo, a menudo comparado con un sistema ferroviario, las proteínas tau actúan como “enlaces” entre “vías”. Es decir, cuando todo marcha como debe, las proteínas tau mantienen unidas las células nerviosas del cerebro y facilitan la comunicación entre las distintas regiones cerebrales. En cambio, los investigadores informan que cuantas más tau se liberan en las primeras 12 horas posteriores a un traumatismo cefálico, mayor es la probabilidad de que la Escala de Coma Glasgow Extendida termine por pasar de una calificación 8 (buena recuperación) a un resultado 2 (estado vegetativo) o incluso 1 (muerte).

Luego de suficientes golpes o tiempo (y tal vez algún otro factor; los médicos aún no están seguros), las proteínas tau experimentan un cambio químico y se vuelven incapaces de mantener la cohesión de las células; empiezan a sufrir daños y enredarse, y dejan de contribuir a la comunicación de distintas partes del cerebro. Es más, se vuelven un estorbo y hasta se ha sugerido que las tau dañadas intervienen en los síntomas relacionados con las enfermedades de Parkinson o Alzheimer. Algunos investigadores sugieren también que las tau desorganizadas pueden indicar el inicio de la encefalopatía traumática crónica (ETC), trastorno degenerativo relacionado con demencia, depresión y pérdida de memoria, malestares comunes en una creciente población de exjugadores de fútbol.
En 2011, investigadores de la Universidad de Milán y la Universidad Washington en St. Louis colaboraron en un estudio que correlacionó niveles elevados de tau con “resultados clínicos adversos posteriores a una grave lesión cerebral traumática”. Los científicos argumentaron que la medición de tau podría producir resultados más fácilmente cuantificables que, por ejemplo, las pruebas de memoria, la velocidad de reacción y el control motor fino; mas su técnica de estudio no era, digamos, práctica: exigía introducir un catéter en el líquido cerebral. En los años siguientes, el único lugar donde podía diagnosticarse ETC era el depósito de cadáveres, y fue allí donde los patólogos encontraron niveles tau elevados en las necropsias de varios exjugadores NFL recién fallecidos, incluidos David Duerson y Junior Seau.

Investigadores de todo el mundo se dieron prisa en buscar la manera de utilizar los niveles tau para diagnosticar pacientes vivos. Un grupo del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón desarrolló una sustancia química que se ligaba con las proteínas tau y aparecía en los escaneos cerebrales; entre tanto, un equipo sueco (en estrecha afiliación con una empresa llamada Quanterix) se puso a desarrollar una prueba de sangre para medir los niveles tau en jugadores de hockey.

En noviembre de 2013 se alcanzó un hito en la investigación tau cuando un equipo médico vinculado con UCLA, utilizando escaneos cerebrales que revelaron altas concentraciones de la proteína, diagnosticó ETC a Tony Dorsett, excorredor de fondo de los Vaqueros de Dallas (entonces de 59 años). Fue la primera vez que un paciente vivo recibía el diagnóstico de ETC degenerativa. “No me pregunten qué es la proteína tau, porque no lo sé”, dijo Dorsett a The Dallas Morning News. “Lo único que me queda claro es que, anteriormente, [los doctores] solo podían detectar tau cuando la persona moría y le sacaban el cerebro”.

Dorsett sufrió de depresión y pérdida de memoria durante muchos años, y fue uno de casi 4500 exjugadores NFL que, en 2011, firmaron una acción judicial nacional –aún en proceso- contra la liga, por daños relacionados con contusiones en el campo. El antiguo Vaquero fue a UCLA buscando respuestas: ¿Cuál era la relación entre los violentos golpes de cabeza que resistió en las décadas de 1970 y 1980, y los incapacitantes síntomas que estaba padeciendo?

Luego de examinarlo, el grupo de investigadores universitarios afirmó haber sido el primero en vincular las contusiones múltiples con la acumulación de tau, la posterior ETC y todos los síntomas acompañantes. El médico que realizó el diagnóstico de Dorsett, Gary Small, anunció sus hallazgos en ESPN, llamando la atención de casi todos los futbolistas, progenitores, cuidadores y aficionados.

Small, quien se negó a hablar con Newsweek, es profesor de psiquiatría en UCLA, director fundador de la Clínica de Memoria de dicha universidad y director del Centro sobre Envejecimiento de UCLA. Pero según registros que constan en la secretaría del estado de Virginia del Oeste, también tiene intereses comerciales en una organización llamada TauMark, cuyo material promocional, publicado en línea, afirma que “el escáner TAC de TauMark es el único método no invasivo disponible para medir la distribución y el nivel de tau cerebral (su “número T”), a fin de que los médicos puedan detectar problemas oportunamente y monitorear el tratamiento”.

El 5 de noviembre, el mismo día de su anuncio en ESPN, Small presentó una solicitud para un nuevo ensayo clínico ante los institutos nacionales de salud de Estados Unidos. Con objeto de expandir su investigación con atletas, el nuevo estudio busca “detectar depósitos cerebrales de tau en sujetos vivos con riesgo de ETC… El proyecto pretende extender los hallazgos a la población general”, concluyó.

En otras palabras, el equipo de fútbol infantil de su hijo podría recibir el mismo tratamiento ofrecido a individuos como Tony Dorsett.

La propuesta de Small no menciona el mercado potencial de TauMark, pero en su material publicitario, la compañía afirma que puede “ayudar a los atletas a tomar decisiones informadas sobre sus opciones terapéuticas y de estilo de vida, y optimizar su salud cerebral aunque pasen los años”.


¿LLEVAN PRISA?

El mes pasado, el título de una columna del médico de moda en Estados Unidos (y megaestrella televisiva), Mehmet Oz, anunciaba: “La determinación tau puede salvar su cerebro”.

Tal vez. En abril, Bristol-Myers Squibb desembolsó, disimuladamente, 725 millones de dólares para adquirir iPierian, compañía de biotecnología de San Francisco, cuyo fondo de anticuerpos podría servirle para tratar enfermedades relacionadas con tau. Y ese es solo uno de muchos esfuerzos para crear el primer fármaco tau exitoso. NeuroPhage Pharmaceuticals (Cambridge, Massachusetts) recién anunció que intentará tratar trastornos neurológicos con moléculas modificadas que atacarán el tau degenerado y otras “proteínas mal dobladas”.

Parece inminente el surgimiento del equipo tau para el vestuario. ¿Y por qué no? Si fuera posible diagnosticar problemas tau rápidamente, en teoría podríamos tomar decisiones más informadas sobre los jugadores que enviamos o no al campo. Con todo, muchos expertos consideran que la mercadotecnia va muy por delante de la ciencia. “Falta mucho para entender la relación causal”, señala Jacob Resch, quinesiólogo de la Universidad de Texas-Arlington. “Progenitores, atletas y entrenadores deben tener cuidado de las afirmaciones que se escuchan por todas partes. Hay muchas cosas que desconocemos”.

Esa inquietud persistirá aunque pueda demostrarse la relación causal. El doctor Michael Collins, del muy prestigioso Programa de Contusión en Medicina Deportiva, del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh, teme que los entrenadores presencien un violento encontronazo en el campo, tomen sus escáneres, practiquen una rápida lectura tau en la banda y si resulta negativo, envíen al jugador de vuelta al campo. Y es que, por lo pronto, el conocimiento científico no respalda semejante decisión.


Una decisión indudablemente crítica, pues solo tenemos un cerebro, alojado en un cascarón de enorme fragilidad y dependiente, en cierta medida, de una sustancia llamada tau. Si fuéramos inteligentes, dirían los expertos, tendríamos que actuar con humildad, cautela y temor.  

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