Argentina, a un paso de la gloria
LaNacion - domingo, 13 de
julio de 2014
Ellos saben que la memoria
colectiva distingue a los campeones y por eso, de una vez por todas, quieren
pertenecer a ese club de inmortales. La Argentina no es favorita y ellos lo
disfrutan. Se regodean. La selección siente que la histórica rivalidad con
Alemania aparece justo en la final de la Copa del Mundo, quizá, con el
oportunismo de un designio reparador. Porque la resonancia de un triunfo en
este clásico moderno tendría maravillosos efectos sanadores. Y en el Maracaná,
con bonus extra.
En el Azteca de México, en el
Olímpico de Roma. O en Río de Janeiro. Toda la mística del torneo más
trascendente del planeta se pondrá a disposición de un encuentro que entiende
como pocos de pasiones, las que entrarán en juego a partir de las 16, cuando la
Argentina y Alemania definan por tercera vez un Mundial. La selección, subida a
su voraz determinación, saldrá a la caza de un sitial extraviado. Porque nunca
perdió prestigio, pero el 86 ya quedó demasiado lejos. Tanto, que ni Messi
había nacido.
De repente, el fútbol se disfraza
de una excentricidad que muchas veces sólo busca evasión. Está tan instalado en
la conciencia colectiva de los argentinos que esta tarde el país estará
atrapado por una desproporción. Por un sentimiento incapaz de ofrecer siquiera un
boceto de explicación para esa fiebre albiceleste de aquí y allá. Es que han
sido tantas las decepciones. Estar parado a 90 minutos de ser campeón del mundo
produce vértigo, pero los futbolistas quieren ser héroes para siempre.
Y el resto de la nación, al menos
héroes por un rato. El escenario no puede ser más cautivante: Brasil. El rival
de siempre, testigo en el patio de su casa. Si entre argentinos y alemanes
ninguno está dispuesto a bajar la mirada, un empate extenderá las emociones al
tiempo extra o llegarán los penales, un escenario que los germanos dominan con
tanta autoridad que jamás perdieron una definición en su historia mundialista.
Geográficamente, el conjunto de
Sabella vuelve al punto de partida. Prácticamente otro seleccionado pisará el
Maracaná, muy distinto de aquel del debut, hace 29 días, con Bosnia. La
Argentina aterrizó con las individualidades más explosivas del certamen y se
convirtió en una formación de comprobada fortaleza. Insinuó y decepcionó en la
etapa de grupos, pero empezó a rastrear certezas desde los octavos de final.
Abandonó la exhibición que nunca llegó y se atrincheró en el equilibrio.
Lesiones y deméritos le permitieron a Sabella intervenir el equipo. Entonces
apareció la épica a medida que se redujo la audacia.
Las lágrimas en Italia 90, el
papelito de Jens Lehmann en 2006 y la paliza de 2010. Tres mazazos. Sin los
Fantásticos, Sabella apostó por los Guerreros. Y con ellos jugará el partido de
su vida. Un bloque corto y dispuesto a respaldar las marcas. Con Enzo Pérez más
contenido que Di María, un pieza irrepetible que ofrecería un cambio de ritmo
que la selección extraña. Fideo ayer probó, pero sintió molestias. Así, los
signos vitales de la selección responden a su vena competitiva y a la ilusión
que nace del crack, Messi.
Quizá Messi nunca más esté tan
cerca de convertirse en leyenda. Más allá de todos los Balones de Oro. El día
es hoy. Apenas dos goles anotó la Argentina en los últimos 330 minutos, tan
cierto como que mantiene el arco invicto desde los octavos. El cañoneo de
Messi, que había convertido cuatro al principio, se detuvo. Y no es casual. El
capitán hizo una enorme concesión en beneficio del estilo colectivo. La
recortada fluidez del juego ha comprimido a la Pulga. Necesita socios para un
mayor radio de distracción, pero él no se ha guardado ni una gota de sudor. Así
de involucrado está, mientras espera desanudar su ovillo goleador.
Alemania es el natural candidato,
es el mejor seleccionado de la Copa. Pero el fútbol se lleva mal con las
previsiones. Una final está sometida a una fuerte carga psicológica que muchas
veces condiciona los resortes futbolísticos. Sobran ejemplos en los que el que
figuraba más abajo detecta en esa subestimación la motivación para impulsarse.
La Argentina ocupará el vestuario visitante, donde anidan los recuerdos del
Negro Jefe, de don Obdulio Varela.
Conceptualmente, el conjunto de
Löw tuvo un fútbol más rico y ambicioso, mientras que la propuesta albiceleste
ha sido más plana y conservadora. En el campo individual, la Alemania
contracultural también saca una luz con el poderoso póquer ofensivo que
integran Müller, Kroos, Ozil y el hombre récord, Klose, que ya le convirtió
tres tantos entre 2006 y 2010.
También cruzó su rubicón (en los
dos últimos mundiales, tras eliminar a la Argentina, perdió en semifinales para
conformarse con el tercer puesto) y quiere el titulo. El cuarto. Construyó esta
generación para eso y está en su punto de madurez. A la "Mannschaft"
le sobran recursos, pero mostró algunas grietas: cuando pierde la posesión, si
se juega rápido y largo, es posible encontrar mano a mano y en línea a los
defensores. Le pasó contra Argelia y sufrió.
La selección, escasa en juego
pero abundante en confianza, puede sentirse orgullosa por restaurar la afrenta
de 24 años sin pisar la definición. Llega tras un tiempo extra y con un día
menos de descanso, pero el recorrido global de los alemanes fue más agotador.
Así, el impulso anímico será gravitante. Schweinsteiger no lo podía resumir
mejor: "Mascherano es el líder de una manada de lobos". En el
durísimo escollo de Alemania también está la oportunidad de darle lustre al
final de la obra. Los jugadores argentinos están agazapados, hambrientos, con
su espíritu devorador. Se ganaron el derecho de golpear las puertas de la gloria.
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