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jueves, 31 de julio de 2014

hiperpolíticos

De apolíticos a hiperpolíticos: la revolución social de las nuevas generaciones


elconfidencial.com
  Si en 2007 vivíamos en una sociedad en la que los jóvenes se autodenominaban apolíticos, en la que incluso pervivía la advertencia del ‘no te metas en política’ de sus abuelos, siete años después el panorama es radicalmente diferente. En 2014, "los jóvenes son hiperpolíticos", afirma Inma Aguilar, asesora de comunicación de Entesa y jefa de campaña de Eduardo Madina en las primarias socialistas. Un "fenómeno de hiperpolitización en el ámbito juvenil" que, según la experta en comunicación política, es una suerte de "estado de ánimo" al que denomina quincemayismo, pues asentaría sus raíces en el surgimiento del 15-M.

Las tertulias del bar sobre fútbol han dado paso a las discusiones sobre las sicav, mediante las que numerosos políticos tributan su plan de pensiones, mientras que los programas televisivos sobre política han ganado terreno a los realities, en pleno prime time y en todos los canales. Politólogos y sociólogos no tienen dudas de que el interés por la política ha crecido exponencialmente desde el inicio de la crisis, sobre todo entre las nuevas generaciones, la capa de la población que más está sufriendo las consecuencias de la Gran Recesión. Para Juan Carlos Jiménez, politólogo y profesor de Sociología en la Universidad CEU-San Pablo de Madrid, la principal explicación de esta toma de conciencia social sobre los asuntos políticos tiene que ver con que “ahora la gente percibe los efectos de la crisis, y por tanto de la política, en términos personales y no en abstracto”.

Quien más y quien menos ha sentido en sus propias carnes las consecuencias de la actual situación económica, por lo que “se discute mucho más tratando de buscar culpables”, apunta Jiménez. Esta tesis explicaría también el paso al frente dado por los jóvenes en lo referente a su actividad política. “Las nuevas generaciones son las más perjudicadas por la crisis debido a la quiebra de sus expectativas, y su mayor afán ahora consiste en tratar de cambiar las cosas, aunque muchas veces sea sin ni siquiera saber hacia qué dirección”, lamenta el politólogo. 


Lo cierto es que estas nuevas generaciones, ya sea porque sienten su futuro hipotecado por la crisis o porque han sabido aprovechar mejor las posibilidades de las nuevas tecnologías digitales, están tomando las riendas en la arena política, hasta el punto de poner al sistema contra las cuerdas. El director de campaña de Podemos, Íñigo Errejón, tiene 31 años, mientras que el responsable de redes sociales de la formación, Eduardo F. Rubiño, uno de los elementos que más están contribuyendo a visibilizar sus mensajes, tiene 22. Con 19, ya fue uno de los impulsores del 15M, de la mano del colectivo Juventud Sin Futuro.

Un relevo generacional cuyos efectos han dejado sentirse en la estructura organizativa de Izquierda Unida, que ha confiado al diputado malagueño de 28 años, Alberto Garzón, el control estratégico de la coalición. Junto a él, Clara Alonso, de 30 años, coordinará toda la comunicación de la coalición, de sus federaciones y de sus distintos gabinetes, en un intento de debilitar paulatinamente el liderazgo de Cayo Lara, el actual coordinador federal de 62 años. Sin embargo, como destaca Julián Santamaría, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense y presidente de Noxa Consulting, "la limpieza generacional no será representativa hasta que se produzca en una mayoría de partidos, y de momento esto no está ocurriendo, ni tiene visos de que ocurra, en formaciones como el PP, UPyD o el PSOE, por mucho que Pedro Sánchez haya dicho que quiere rejuvenecer la dirección".
Quien más y quien menos ha sentido en sus propias carnes las consecuencias de la actual situación económica, por lo que “se discute mucho más tratando de buscar culpables”, apunta Jiménez. Esta tesis explicaría también el paso al frente dado por los jóvenes en lo referente a su actividad política. “Las nuevas generaciones son las más perjudicadas por la crisis debido a la quiebra de sus expectativas, y su mayor afán ahora consiste en tratar de cambiar las cosas, aunque muchas veces sea sin ni siquiera saber hacia qué dirección”, lamenta el politólogo.


Lo cierto es que estas nuevas generaciones, ya sea porque sienten su futuro hipotecado por la crisis o porque han sabido aprovechar mejor las posibilidades de las nuevas tecnologías digitales, están tomando las riendas en la arena política, hasta el punto de poner al sistema contra las cuerdas. El director de campaña de Podemos, Íñigo Errejón, tiene 31 años, mientras que el responsable de redes sociales de la formación, Eduardo F. Rubiño, uno de los elementos que más están contribuyendo a visibilizar sus mensajes, tiene 22. Con 19, ya fue uno de los impulsores del 15M, de la mano del colectivo Juventud Sin Futuro.

Un relevo generacional cuyos efectos han dejado sentirse en la estructura organizativa de Izquierda Unida, que ha confiado al diputado malagueño de 28 años, Alberto Garzón, el control estratégico de la coalición. Junto a él, Clara Alonso, de 30 años, coordinará toda la comunicación de la coalición, de sus federaciones y de sus distintos gabinetes, en un intento de debilitar paulatinamente el liderazgo de Cayo Lara, el actual coordinador federal de 62 años. Sin embargo, como destaca Julián Santamaría, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense y presidente de Noxa Consulting, "la limpieza generacional no será representativa hasta que se produzca en una mayoría de partidos, y de momento esto no está ocurriendo, ni tiene visos de que ocurra, en formaciones como el PP, UPyD o el PSOE, por mucho que Pedro Sánchez haya dicho que quiere rejuvenecer la dirección".
Sin embargo, muchos de estos jóvenes han establecido una clara distinción entre la vieja y la nueva política. No sólo en lo referente a los partidos, sino también en lo que tiene que ver con los sindicatos o las asociaciones vecinales. Unos espacios de militancia clásica que parecen haber cambiado por otros más novedosos. Siguiendo el orden de los actores mencionados, sus sustitutos serían los movimientos sociales, las mareas ciudadanas y los centros sociales autogestionados. Los mecanismos para la acción política han mutado, pero los espacios y las formas con la que se ejercen también. Como ha apuntado el sociólogo y director del Internet Interdisciplinary Institute de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Manuel Castells, "los movimientos sociales no son partidos ni generan partidos", lo que Aguilar matiza insistiendo en que generan estados de ánimo y actúan como lobbies ciudadanos.

 “Hay miles de militantes de partidos cuyo nivel de compromiso con la política es mucho menor que, por ejemplo, el de un activista que está en un grupo de consumo, va a manifestaciones, escribe a los medios o para desahucios”, explica un joven de 29 muy involucrado en el movimiento Scout. Para él, su nivel de participación política, desarrollada en las asociaciones, es mucho mayor “que el de muchos militantes de las organizaciones juveniles de un partido tradicional, cuya única labor se limita a pegar carteles cuando toca campaña electoral”.

Una posición que entronca con el factor ‘cool’, es decir, la moda y la cada vez mayor aceptación social que tienen los jóvenes que participan en estos nuevos espacios de acción política. “Yo milito en IU y también participo en el proyecto del centro social La Tabacalera de Madrid, y te puedo asegurar que la gente te mira un poco mal cuando les dices que estás en un partido, pero no cuando le mencionas lo del centro social”.

El monstruo que acabará devorando a sus propios padres

A pesar de que la intensificación de la crisis ha coincidido en el tiempo con la repolitización de los jóvenes, para algunos sociólogos se trata más bien de un factor que ha acelerado la aparición de este fenómeno que de una única causa aislada. Para el periodista, sociólogo y doctor en Ciencias Económicas Salvador Cardús, existe un caldo de cultivo previo que explica el creciente interés de los jóvenes en los asuntos públicos.

“Siempre se afirmó que los jóvenes y la sociedad en general tendía hacia el apoliticismo, que los altos niveles de abstención, la falta de participación y de cultura democrática se debían a una desafección de la ciudadanía hacia las instituciones y sus representantes. Sin embargo, mi tesis siempre fue que se trataba justo de lo contrario, que la desafección era de la clase política hacia la ciudadanía, y ahora creo que se ha demostrado”, aclara el sociólogo.
Para Cardús, el sistema político nunca se preocupó de hacer inteligibles los asuntos públicos o la economía. “Todo lo contrario, se esconden en un lenguaje técnico o argot para evitar la transparencia, tratan de vivir deliberadamente de forma autónoma, de espaldas a la ciudadanía y no juegan limpio con los medios de comunicación, incluso tratando de manipularlos”. El sociólogo no niega que la crisis no haya ayudado a incrementar el interés hacia la política, pero insiste en que se deben tener en cuenta otros elementos de análisis, como es el caso de que “han surgido canales y formas de expresar este interés que antes no existían”.

Un nuevo ecosistema, estructurado mediante las herramientas de comunicación digital, que “potencia la voz de nuevos actores políticos”. Éstos, añade Cardús, han canalizado el interés de la sociedad con un discurso más fresco, inteligible y con voluntad de conectar. “A veces pudiendo pecar de populismo”, reconoce, “pero capaces de dar las claves de lo que está ocurriendo y ofreciendo a la gente recursos para poder hablar de política. Si esto sigue así, ya no a largo plazo, sino a medio, se producirá una transformación del sistema político”.

Pedagogía, vigilancia, denuncia y… acción

Ahora, la deuda pública, la prima de riesgo, los paraísos fiscales, las sicav o la ley D’Hondt ya no son conceptos que suenen a chino. Al igual que es imposible opinar de fútbol sin saber lo que es un fuera de juego, lo mismo ocurre con la política si se desconocen ciertos conceptos básicos, accesibles al intelecto de la mayoría, pero deliberadamente cifrados. “La pretendida opacidad en la que se movía la acción política está desapareciendo gracias a las nuevos canales de expresión, como son los medios digitales y las redes sociales”, asegura Cardús.

José Manuel Sánchez también apoya la tesis de que existe un caldo de cultivo previo para explicar el “empoderamiento de la sociedad”, y rebaja las expectativas depositadas en las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) como elementos autónomos de empoderamiento. “Hay que tener en cuenta que la tecnología no camina separada de la cultura política de un país, ni tampoco de la acción ciudadana”, explica.
Interpretar lo contrario “es demasiado superficial” porque, según añade Sánchez, “la tecnología por sí misma no favorece la participación o el interés, en tal caso puede acelerar los procesos, pero siempre tiene que existir un contexto de algún tipo”. Y es que en sociología la espontaneidad no existe.
El contexto al que se refiere este experto en comunicación política es el hartazgo de la sociedad y la toma de conciencia de que es posible influir en la cosa pública. “Cuando la ciudadanía pasa de la indignación a la acción es cuando busca herramientas que sirvan para conseguir sus fines, para empoderarse. Por tanto, la tecnología podrá imprimir una mayor velocidad a este fenómeno, pero debemos ser conscientes de que por sí misma no crea más democracia”.

Otro de los elementos que destaca el profesor de opinión pública de la Universidad Rey Juan Carlos como favorecedores del creciente interés por la política es que “el monopolio informativo se ha desgajado. El filtro ha desaparecido y la ciudadanía se ha posicionado en el corazón de los procesos comunicativos porque puede emitir y recibir información de la manera que quiera”. Asimismo, añade, se incorpora un elemento muy importante, que el concepto de registro. “El hecho de que se puedan registrar las acciones negligentes de la clase política permite estar en la posesión de las pruebas necesarias para exigir responsabilidades”.


Una forma de vigilancia y de auditoría continua que, como ejemplifica Cardús, “provoca que si un magistrado del Tribunal Constitucional va en moto sin casco, la foto circulará por las redes a las pocas horas. Igualmente, es inútil que la presidenta de una comunidad autónoma niegue que se ha escapado con su coche de un control policial porque a los minutos tendremos las imágenes del suceso grabadas por un ciudadano”. ¿La histórica foto del rey cazando elefantes en Botsuana? Un tanto de lo mismo. En definitiva, las reglas del juego están cambiando, el interés por la política es cada vez mayor, y los jóvenes ganan en experiencia para imponer con inteligencia sus posiciones. Una dinámica imparable.

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