Mala medicina
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En la mañana del 2 de marzo de 2005, una muchacha
japonesa de 14 años despertó asustada. Al principio pensó que alguien estaba
afuera de su casa observándola, pero luego decidió que el extraño debía estar
adentro. Ella deambuló inquietamente y, a pesar del clima frío, abrió todas las
ventanas. Luego, durante una comida, ella declaró: La ensalada está envenenada”. Dos días después, ella dijo
que quería suicidarse.
Esta adolescente sin un historial de
enfermedades mentales fue diagnosticada con delirio. La noche anterior a que
comenzaran las alucinaciones, ella empezó a tomar un medicamento contra la
influenza llamado Tamiflu (nombre genérico: oseltamivir), en el cual los
gobiernos alrededor del mundo han gastado miles de millones en reservas para el
próximo brote de gripe.
Pero la evidencia publicada previamente este
año por Cochrane Collaboration, una organización sin fines de lucro con
oficinas en Londres, muestra que al público se le ocultó una cantidad
significativa de información negativa de las pruebas clínicas del medicamento.
La Administración de Alimentos y Medicamentos de EE UU (FDA, por sus siglas en
inglés) sabía de ello, pero la comunidad médica no; los Centros para el Control
y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de EE UU, que no
tienen el mismo tipo de acceso a la información no publicada que los
reguladores, habían recomendado el medicamento sin la posibilidad de ver el
panorama completo. Cuando los resultados de esas pruebas no publicadas
surgieron finalmente, pusieron en duda si Tamiflu es tan efectivo como lo dice
el fabricante.
La revelación de la información oculta
fortaleció un movimiento creciente en contra de lo que es conocido dentro de la
comunidad de investigadores como publicación sesgada, en la que los científicos esconden
la mayoría de los
hallazgos negativos o no concluyentes y transmiten solo los positivos. Ocultar
la información de las pruebas para las cuales los pacientes aceptan los riesgos
de tratamientos no probados en aras del bien común es algo rutinario. Alrededor de la mitad de las pruebas clínicas nunca es publicada, reportó
PLOS Medicine el año pasado.
Esa muchacha japonesa, cuyo caso fue descrito
en un informe de la FDA, no se suicidó. Pero por lo menos 70 personas han
muerto, muchas de ellas por suicidio, después de episodios inducidos por el
Tamiflu. Las muertes fueron casi surrealistas: una persona de 14 años tomó
Tamiflu y saltó de un balcón; una persona de 17 años que consumió el
medicamento se lanzó contra un camión. Los científicos documentaron otros casos
de eventos psicopáticos,
incluidos los de una muchacha sudcoreana que desarrolló temporalmente un
trastorno bipolar y un niño japonés de ocho años que no respondía a su nombre y
empezó a gruñir.
Decenas de millones de personas han tomado
Tamiflu sin incidentes, y usted tiene muchas más probabilidades de morir de la
gripe que de tener una reacción peligrosa al medicamento. Y es cierto que con
muchas medicinas por lo regular se tolera una posibilidad minúscula de muerte,
siempre y cuando los beneficios superen por mucho ese riesgo.
Pero si el Tamiflu no hace nada, y hay siquiera
una leve posibilidad de efectos secundarios fatales, ¿por qué fue aprobado? ¿Y
por qué se sigue recetando? Eso es lo que argumentó Cochrane Collaboration en
un informe que publicó en abril. Cochrane es considerado ampliamente como uno
de los revisores más rigurosos de la información en ciencias de la salud. Toma
resultados de múltiples pruebas, ve las fallas y saca conclusiones. Y en abril,
Cochrane retó al fabricante de Tamiflu, Roche, a que verificase muchas de sus
afirmaciones.
Hallazgos cuestionables
El virus de la influenza infecta al invadir
células sanas del tracto respiratorio, apropiándose del núcleo el cerebro de la
célula y ordenándole que haga copias de él. Luego, estos nuevos virus rompen
la membrana celular como una horda enemiga para infectar más células. Se piensa
que el medicamento oseltamivir funciona principalmente mediante atrapar esas
copias del virus dentro de la célula. Con una menor carga viral, los síntomas no durarán tanto tiempo, y hay una menor
posibilidad de desarrollar complicaciones, como la neumonía, y de infectar a
otras personas.
Esa era la teoría. Roche pagó docenas de
pruebas clínicas para demostrar que el oseltamivir funcionaba en la práctica.
Después, los científicos produjeron extensos reportes de estudios clínicos y los presentaron a la FDA,
la cual aprobó el
medicamento en 1999. La mayoría de nosotros
solo tiene acceso a estos hallazgos publicados.
Pero los reportes de estudios clínicos
completos de estas pruebas fueron guardados bajo llave. Ni siquiera hubo una
lista de qué pruebas se realizaron. Al principio, Cochrane pensó que hubo
alrededor de 36 y buscó leerlas todas. Empezó a negociar con el fabricante,
presentando solicitudes de libertad de acceso a la información ante la FDA y la
Agencia Europea de Medicamentos (EMA, por sus siglas en inglés), el equivalente
europeo de la FDA, y apoyó campañas de presión en los medios de comunicación.
En cierto momento Roche ofreció darle a Cochrane 10 reportes, pero solo si
firmaba un acuerdo de confidencialidad para mantener todo bajo secreto,
incluida la existencia del acuerdo. Cochrane se negó a firmar.
Después de cinco años, Roche y la EMA cedieron
(la FDA no lo ha hecho, y no respondió a las solicitudes, tanto de Cochrane
como de Newsweek, de explicar por qué). Lo que Cochrane descubrió fueron más de
70 pruebas del Tamiflu y más de 100 000 páginas de reportes no publicados.
Entre ellas había muchas pruebas en las que los resultados eran negativos o no
concluyentes. Con esta imagen más completa de las pruebas, Cochrane concluyó
que las pruebas no muestran que Tamiflu prevenga hospitalizaciones, contagios o
complicaciones. Lo único que sí hace definitivamente, dijo Cochrane, es
disminuir la duración de los síntomas, por alrededor de un día.
Muchas agencias, incluidos los CDC, no
cambiaron sus posturas después del reporte. En respuesta a las preguntas de
Newsweek, una vocera de los CDC se refirió a un artículo de abril en el cual la
agencia dice que todavía se cree que Tamiflu es un auxiliar importante de la
vacuna contra la influenza. Por ejemplo, cita un largo estudio publicado en
mayo en The Lancet, el cual halló que las
posibilidades de morir de gripe aumentaban cada día sin el Tamiflu.
Mientras Cochrane Collaboration llevaba a cabo
su investigación, el BMJ llevaba a cabo una propia. Descubrió que ni la FDA ni
la EMA registraron daños psiquiátricos específicos cuando dieron la licencia al
oseltamivir. Nadie hubiera podido predecir los suicidios extraños, pero las divulgaciones de
Cochrane revelaron indicios en los reportes de estudio no publicados del
potencial de efectos secundarios psiquiátricos. Roche y las agencias
reguladoras han dicho que no hay prueba de que el delirio y las alucinaciones
fuesen provocadas por el medicamento. Conforme aumentó el número de muertes,
esa postura se volvió cada vez más difícil de mantener.
Desde el reporte de Cochrane, muchos grupos han
instado a las compañías y los reguladores a abrir la información de las
pruebas, en especial si se usa dinero público. El gobierno de EE UU gastó US$1
300 millones para desarrollar y almacenar medicamentos antivirales, incluido el
Tamiflu. Todas las pruebas deberían ser
publicadas o por lo menos tener sus resultados disponibles en alguna parte,
dice Agnes Dechartres, de la Universidad Descartes de París, quien encabezó el
estudio de PLOS Medicine.
Mala ciencia
Las consecuencias de excluir o retrasar la
información de las pruebas han ido desde la frustración hasta fatalidades
masivas. Cuando un médico en Italia fue diagnosticado con cáncer óseo, quiso
saber si un trasplante de células madres le ofrecía una esperanza de cura. Se
habían realizado cuatro pruebas clínicas, pero ninguna se había publicado por
completo. ¿Por qué fui obligado a tomar mi decisión sabiendo que había información en alguna parte pero no estaba
disponible?, escribió él en el BMJ. ¿El retraso se debía a que los resultados eran menos excitantes de lo
esperado?
El caso más tristemente célebre de publicación
sesgada es un estudio de 1980 en el que pacientes de infarto de corazón fueron
divididos en dos grupos: un grupo recibió un medicamento llamado lorcainida,
mientras que el otro grupo recibió un placebo. Los investigadores querían
descubrir si la lorcainida cura los ritmos cardiacos anormales peligrosos, cosa
que sí hace. Pero durante el estudio, nueve de los pacientes con lorcainida murieron,
en comparación con solo uno de los pacientes con placebo. El fabricante de la
lorcainida detuvo la producción poco después por razones comerciales no
relacionadas, y en consecuencia los investigadores nunca publicaron su reporte.
Ellos creían que las muertes habían sido un efecto del azar.
Pero los médicos siguieron recetando
medicamentos parecidos a la lorcainida. Finalmente, en 1993, los investigadores
se disculparon por retener el estudio, el cual dijeron que hubiera dado una
alerta temprana de los problemas por venir. Pero el daño estaba hecho: a lo largo de la década de 1980, se calcula que entre 20 000 y 75 000 personas murieron
cada año en EE UU por la prescripción inapropiada de medicamentos
contra la arritmia, de acuerdo con un editorial de 2003 de Kay Dickersin y
Drummond Rennie en The Journal of the American Medical Association.
Los financiadores, investigadores y editores de
revistas que no publican hallazgos que por lo demás son publicables y están
rompiendo normas éticas y legales. La Declaración de Helsinki, la cual
establece guías mundiales de ética para las pruebas médicas en humanos, declara
que todos los resultados deben hacerse públicos. En EE UU, el no registrar los
resultados de pruebas clínicas está en contra de la ley desde 2007. Dado que el
Tamiflu fue aprobado en 1999, Roche nunca ha sido penalizada. No obstante,
incluso con los requisitos en vigor, los resultados a menudo todavía quedan sin
registrar.
A veces el sesgo es más sutil. Los resultados
se publican, pero los detalles negativos quedan fuera.
En 2001, Ellen Roche, una técnica de 24 años de
edad de la Universidad Johns Hopkins, se presentó como voluntaria de un estudio
para descubrir cómo los cuerpos de la gente sana evitan los ataques de asma.
Los médicos le darían una dosis del medicamento hexametonio para inducirle un
ataque leve, su cuerpo saludable rechazaría ese ataque, y los médicos
observarían cómo lo hizo su cuerpo. Más bien, ella empezó a toser, su tejido
pulmonar se colapsó y sus riñones fallaron. Murió al paso de un mes. Un estudio
realizado en 1978 había descubierto este tipo de reacción al hexametonio, pero
el ensayo que fue publicado no lo mencionaba.
Conocer los resultados negativos no solo es
útil, es esencial para la buena ciencia. Las pruebas clínicas al azar son
consideradas la mejor manera de probar un medicamento: consiga dos grupos de
pacientes con el mismo problema, dele a un grupo un tratamiento experimental y
vea si funciona mejor que si no hubiera tratamiento. Aun mejor, reúna los
resultados de docenas de pruebas clínicas similares, analice las diferencias y
saque mejores conclusiones de una cantidad mayor de información. A eso se le
llama una revisión sistemática.
El problema es que una revisión sistemática
solo funciona si los revisores tienen toda la información: buena, mala y no
concluyente.
En béisbol, es fácil descifrar cuán bien Cal
Ripken ha bateado contra varios pícheres en el pasado, en juegos como local o
visitante, en semanas recientes o durante su carrera, escribieron Dickersin y
Rennie. Pero en medicina, no hay una fuente que abarque todo para hallar estadísticas similares y certeras para
las intervenciones médicas. ¿Cómo puede ser que el béisbol esté mejor organizado y tenga mejores
registros que la ciencia médica?
Influencia de los fabricantes de medicamentos
Una razón es que las compañías de medicamentos
tienen muchísimo que perder. Las implicaciones económicas potenciales de publicar un estudio no favorable son en verdad
significativas para las compañías farmacéuticas, dice Christopher W. Jones,
quien estudia la publicación sesgada en
la Escuela Cooper de Medicina de la Universidad Rowan. Y es claro que estos
incentivos tienen un efecto en la manera que ellos eligen presentar su
información al público.
El año pasado, Jones revisó 585 pruebas
clínicas importantes y programadas para empezar antes de 2009. Para noviembre
de 2012, casi un tercio incluido alrededor de un cuarto de millón de pacientes de las pruebas seguía sin publicarse, reportaron Jones
y sus coautores en un artículo para BMJ. Los resultados de pruebas financiadas
por la industria tenían más probabilidades (32 por ciento) de no ser publicadas
que aquellas sin financiamiento de la industria (18 por ciento). (Otros
estudios, incluido el de Dechartres, mostraron que la proporción es más o menos
la misma).
Peor aún, incluso las revisiones sistemáticas,
que ayudan a establecer los estándares de las prácticas médicas, están sujetas
a la influencia de las compañías de medicamentos. Un ensayo del 7 de octubre en
Annals of Internal Medicine halló que los científicos contratados por el
fabricante para evaluar la eficacia de un medicamento tenían más probabilidades
de dar una imagen más bonita que los revisores independientes.
¿El sujeto de ese estudio? Los medicamentos
antivirales para la gripe, incluido el Tamiflu.
Roche, a través de su subsidiaria Genentech, no
respondió directamente a los hallazgos de ese ensayo, pero dijo en
declaraciones a Newsweek que la compañía trabaja de forma regular junto con
expertos establecidos y que las relaciones profesionales de Genentech con los
expertos están dentro de
todas las directrices existentes de la industria farmacéutica y reguladoras.
Aun cuando Roche no está de acuerdo en esencia con los
hallazgos de Cochrane, a últimas fechas
la compañía ha
comenzado a distanciarse del resto de la industria, incluso apoyando medidas de
pruebas abiertas en Europa. La asociación Investigadores y Productores Farmacéuticos de América por lo
general se ha opuesto al movimiento de las pruebas abiertas, argumentando que
se corre el riesgo de exponer secretos comerciales. Pero Austine Graff, una
vocera de Genentech, dice que un mayor acceso a la información a nivel de paciente la forma más pura de información ayuda a
asegurar que la información proveída por los participantes en la
investigación sea usada
hasta su máximo efecto en
la creación de
conocimiento y entendimiento.
Al preguntarle por qué Roche en un principio se
negó a las solicitudes de información de Cochrane tan enfáticamente, Graff
indicó que a la compañía la agarraron con la guardia baja. Ella dijo que la
reacción de Roche fue acorde con los estándares de la industria por entonces, y no [estaba] segura de que pudiéramos compartir legalmente toda la
información individual con ellos debido a la confidencialidad del paciente.
La publicación sesgada de las pruebas clínicas
fue, por mucho tiempo, algo que solo importaba a los científicos. Pero a
últimas fechas el problema ha provocado la aparición de grupos cabilderos y se
ha vuelto público. En 2005, John P.A. Ioannidis, un investigador de la Facultad
de Medicina de Stanford, publicó un ensayo científico bajo el título
provocador: Por qué la mayoría de los hallazgos publicados de las
investigaciones son falsos, y mencionó la publicación sesgada. Y el médico británico Ben Goldacre encabeza un movimiento llamado AllTrials. Su charla
TED sobre la publicación sesgada ha
sido vista 1.8 millones de veces.
Varias organizaciones y agencias nacionales de
salud están trabajando en soluciones. Ellas han creado registros en línea donde
los investigadores anuncian que están empezando una prueba y luego publican los
resultados cuando han terminado. Pero con frecuencia no hacen ni lo uno ni lo otro.
Así que ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS) está preparando una
declaración oficial diciendo que hay un imperativo ético de usar estos registros.
Es incierto si el imperativo de la OMS tendrá más fuerza que la Declaración de Helsinki
o incluso la ley de EE UU. Pero sin más consecuencias personales serias por
violaciones, no es probable.
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