Icaria: la increíble isla donde
la gente se olvida de morir
La Nación - noviembre de
2014
En Grecia, a 265 kilómetros de El
Pireo y a un tiro de piedra de las costas turcas, hay una pequeña isla donde la
gente suele olvidarse de morir.
Icaria es una escarpada montaña
de 255 km2 que surge imponente de las aguas cristalinas del mar Egeo, donde sus
10.000 habitantes tienen tres veces más posibilidades de llegar a los 100 años
que cualquier otro pueblo del mundo.
Uno de cada tres icarianos llega
a los 90 años, según varios estudios científicos. También tienen 20% menos
probabilidades de padecer cáncer.
Sufren 50% menos de enfermedades
cardiovasculares, no conocen la depresión ni la demencia, tienen una activa
vida sexual y permanecen física y mentalmente ágiles hasta el último día de sus
vidas.
Icaria debe su nombre a Ícaro,
hijo de Dédalo en la mitología griega, que habría caído al mar frente a la isla
después de quemarse las alas por querer acercarse demasiado al sol.
Icaria debe su nombre a Ícaro,
hijo de Dédalo en la mitología griega, que habría caído al mar frente a la isla
después de quemarse las alas por querer acercarse demasiado al sol
Hay quienes cuentan que Dioniso,
el dios del vino, también habría nacido aquí. En todo caso, la calidad de su
vino, así como su reputación de destino benéfico para la salud, remonta al
siglo V a.C., cuando los griegos iban a bañarse a las aguas curativas de
Therma, pequeña ciudad de la costa oriental. En el siglo XVII, Joseph
Georgirenes, obispo de Icaria, describió a sus habitantes como individuos
orgullosos, independientes y ascéticos, "al punto de dormir en el suelo
con una piedra a guisa de almohada".
"El aire y el agua de Icaria
son los elementos más admirables de la isla", escribió. "Son tan salubres
que la gente vive hasta una edad muy avanzada. Lo normal es cruzar a diario
personas de más de 100 años", relató.
Si Georgirenes hubiese vivido en
la actualidad, también habría anotado el proverbio local, según el cual en la
isla hay tres husos horarios: GMT, la hora griega y la de Icaria. Porque los
icarianos simplemente no ven la necesidad de regir sus vidas con el reloj.
"Pasará cuando tenga que pasar", dicen. Y nadie se ofusca si los
invitados llegan a la boda a las 22, cuando la cita era a las 18.
Si bien la televisión, los medios
de transporte y el incipiente turismo están cambiando sensiblemente el modo
tradicional de sus vidas, en la actualidad cada familia cuenta con uno o dos
centenarios que, en general, son el centro de atención de los más jóvenes.
Ése fue el caso de Emmanuil
Kryaras, el célebre filólogo que murió en mayo pasado, a los 107 años, víctima
de una anodina caída, después de haber recorrido el mundo dispensando su saber
por cuatro continentes durante su larga vida.
Smagarda Karimali nació el 20 de
junio de 1921. Tiene cuatro hijos, 13 nietos, nueve bisnietos. Aún hoy, el
grupo sigue girando en torno de ella. "Nada se hace en la familia sin
consultarlo con yaya [abuela en griego]", reconoce Nikos Tsarnas, uno de
sus nietos. "Ella sabe todo. A veces nos preguntamos cómo hace",
confiesa.
Enérgica, ágil, atenta a todos
los detalles, cuando LA NACION la visitó, Smagarda estaba visiblemente
contrariada por un persistente resfrío que la tenía en cama desde hacía varios
días. A pesar de todo, haciendo honor a la proverbial hospitalidad icariana, la
mujer había pasado el día en la cocina, preparando dulces y postres
tradicionales, que acompañó con una deliciosa infusión de hierbas locales.
Los icarianos simplemente no ven
la necesidad de regir sus vidas con el reloj. "Pasará cuando tenga que
pasar", dicen. Y nadie se ofusca si los invitados llegan a la boda a las
22, cuando la cita era a las 18
Smagarda y su marido, un experto
productor de miel que murió en 2011 y con quien vivió durante 65 años, son el
perfecto ejemplo de la vida en Icaria. Ambos nacieron cerca de Agios Kirikos,
la capital administrativa de la isla, y se casaron a los 20 años. Desde ese
momento, compartieron todo.
"Nos levantábamos a la
madrugada, desayunábamos frugalmente y partíamos al campo a trabajar. De
regreso almorzábamos y dormíamos una siesta de media hora. Las veladas siempre
estuvieron dedicadas a reunirnos en familia, visitar amigos o recibirlos en
casa", resume.
Según Smagarda, los icarianos
"siempre comieron lo que producían". Para el desayuno, leche de
cabra, vino local, té de salvia o café griego, miel y pan casero. Al mediodía,
lentejas, garbanzos, papas, legumbres verdes (apio, diente de león y una hoja
parecida a la espinaca llamada horta) y cualquier otro vegetal de estación,
producto de la huerta familiar, siempre con aceite de oliva. Para la cena, sólo
leche de cabra y pan, acompañado con té de hierbas.
"Para Navidad y Pascuas
sacrificábamos un cerdo, que consumíamos poco a poco durante meses",
relata.
Nada muy diferente, en realidad,
de la tradicional y celebrada dieta que consumen todas las poblaciones de la
cuenca mediterránea. Sin embargo, en Icaria hay algunas excepciones.
La doctora Ioanna Chinou,
profesora en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Atenas, es una de las
mayores especialistas europeas en propiedades bioactivas de hierbas y productos
naturales. Para ella, muchos de los tés que consumen los icarianos son remedios
griegos tradicionales. La menta salvaje cura la gingivitis y los desórdenes
gastrointestinales; el romero se usa contra la gota; el estragón, para mejorar
la circulación sanguínea.
"Pero los polifenoles
presentes en las muestras provenientes de Icaria contienen propiedades
antioxidantes mucho más potentes que en el resto de la región, y diez veces más
importantes que las del vino tinto", explica. La mayoría de esa hierbas
también tienen propiedades diuréticas, excelentes contra la hipertensión.
"Es probable que, bebiendo esas infusiones por las noches, los icarianos
hayan controlado su presión sanguínea durante toda la vida", señala
Chinou.
Otra especialista de la
Universidad de Atenas, la cardióloga Christina Chrysohoou, señala que los
icarianos prácticamente no consumen carne, pescado ni azúcares refinados; beben
mucho más té de hierbas que el resto de los griegos e ingieren menos calorías
diarias.
"El escaso consumo de grasas
no saturadas de origen lácteo o cárnico ayuda a combatir las enfermedades
cardíacas. El aceite de oliva reduce el mal colesterol y aumenta el bueno. La
leche de cabra contiene triptófano, que aumenta el nivel de serotonina y es
extremadamente digestivo para la gente mayor", precisa.
Chrysohoou también cree que la
costumbre de dormir la siesta prolonga la vida. "Un reciente estudio
demostró que ese hábito reduce en 40% el riesgo de problemas
cardiovasculares", precisa. Sin contar con el ejercicio cotidiano, ya que
-dadas las condiciones topográficas de la isla- es imposible pasar allí una
jornada sin escalar por lo menos una decena de colinas.
Las características propias y el
pasado de Icaria podrían explicar esos hábitos. Los fuertes vientos que azotan
la isla -mencionados por Homero en la Ilíada- y la ausencia de puertos
naturales la mantuvieron fuera de las vías marítimas hasta no hace mucho. Esto,
sumado a la permanente invasión de piratas que asolaban las aguas del
Mediterráneo Oriental hasta el siglo XVIII, no sólo obligó a sus habitantes a
ser autosuficientes, sino que los alejó de las costas y, aunque parezca
increíble, a olvidarse prácticamente del mar, razón por la cual, rodeados de
agua, consumen tan poco pescado.
Esa tendencia al aislamiento se
cristalizó en la Edad Media, cuando los icarianos, convencidos por alguna razón
de que descendían de la familia imperial bizantina, prohibieron el casamiento
con extranjeros.
Pero esa antigua endogamia no
explica todo. Los especialistas coinciden en que el milagro también reside en
el gusto por la fiesta y la socialización.
Ya sea en la localidad de Agios
Kirikos o en Evdilos, sobre la costa occidental de la isla, los escasos bares y
restaurantes son un ejemplo perfecto de la intensa vida social de la isla. En
cada mesa, grupos de jóvenes se mezclan con ancianos y debaten durante horas, animadamente,
mientras consumen aceitunas, queso de cabra y un vino tinto producido desde
hace siglos en la zona de Oenos (actual Kampos).
Y, sin embargo, Icaria no escapó
a la crisis de Grecia, un país donde el 40% de su población activa carece de
trabajo. Una de las medidas más draconianas que tomó el gobierno central para
pagar su deuda a los acreedores internacionales incluye el inminente cierre del
único hospital de la isla. Una medida que, en realidad, preocupa mucho más a
los jóvenes que a los ancianos.
"Somos nosotros los que
vamos al hospital. No ellos", ironiza Christos Protas, que, a los 30 años,
trabaja de taxista, traductor, guía turístico y agente de locación de vehículos
para mantener a su familia.
Todos esos jóvenes pueden contar
con la profunda tradición de solidaridad de los icarianos, aunque no siempre
fue fácil para ellos. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la isla fue
ocupada por italianos y alemanes, el 20% de la población murió de hambre.
Algunos especialistas explican la asombrosa longevidad de sus habitantes
justamente a través de un fenómeno darwiniano, que habría permitido sobrevivir
a los más fuertes. Después de la guerra, miles de comunistas e izquierdistas
fueron desterrados a Icaria, dando un sustento ideológico a la natural
tendencia de los icarianos a compartir.
"Para cada habitante, ésta
no es «mi» isla; es «nuestra» isla", dijo a LA NACION la historiadora
greco-británica Topsy Douris, autora del libro Icarian Tales, sobre sus propios
orígenes.
La mayoría de los ancianos de
Icaria, testigos de un siglo de sangre y fuego, han vivido padecimientos y
privaciones que pocos aceptan rememorar. "Depresión, tristeza, soledad,
estrés...Todo eso puede quitar décadas de vida. Lo importante es esto: el
presente y una vida simple", dice Aleko Pateraki. A los 97 años, como cada
día, ese hombre increíblemente enérgico prepara su modesto barco de pesca para
hacerse a la mar.
Apuntando a la isla vecina de
Samos, Aleko reflexiona: "A apenas 15 kilómetros, enfrente, hay un mundo
totalmente diferente. Los samios son mucho más desarrollados. Tienen edificios
altos, casas que valen millones de euros. En Samos, el dinero es un asunto
serio. Aquí no. Eso nos permite vivir en paz".
Para él, el secreto de una larga
vida es "nunca freír los alimentos en manteca, dormir todo el tiempo que
sea necesario y con las ventanas abiertas, evitar la carne, beber té de menta o
de salvia y asegurarse de contar con una o dos copas de vino en cada comida, ¡y
con una buena compañera!".
Las investigaciones de Chrysohoou
revelaron justamente un dato inesperado: los hombres de Icaria siguen teniendo
una vida sexual "regular", "satisfactoria" y con
"buena duración" entre los 65 y los 100 años.
Smagarda Karimali dice lo mismo
con más pudor: "El amor y la familia es la clave de todo".
¿Quién puede vivir solo?
-argumenta la mujer, de 93 años.
-¿Usted siempre estuvo enamorada
de su marido?
Siempre. Pero él era hermoso
-confiesa, al mostrar su foto.
-¿Y usted?
¿Yo? Era la más fea del pueblo.
Pero siempre tuve otros argumentos muy buenos...
Icaria fue controlada por muchos,
pero dominada por nadie. Samos, Persia, Esparta, Macedonia, Egipto, el Imperio
Romano, Bizancio y Génova pasaron por ahí. En épocas más recientes, fue el
turno de los Caballeros de San Juan y del Imperio Otomano. Por fin, la isla se
integró a Grecia en 1912, tras vivir cuatro meses de independencia, durante los
cuales los habitantes crearon una bandera, escudo y acuñaron moneda. Aun hoy,
el minúsculo aeropuerto de la isla recibe al extranjero con la orgullosa divisa
azul marino atravesada por una cruz blanca, junto a la insignia nacional.
Otro elemento fundamental que
explica el denso tejido social icariano es la religión. "Nadie falta a
misa los domingos y se ayuna en vísperas de las celebraciones ortodoxas. La
iglesia ha sido históricamente el sitio donde se organiza la comunidad",
precisa Topsy Douris.
Por su parte, los popes
ortodoxos, probablemente más exigentes, activos y proselitistas que los
sacerdotes católicos, también participan del milagro de la longevidad.
Con casi 100 años, una esposa,
tres bellas hijas y cuatro generaciones de icarianos bautizados, "Pappas
Kastagnàs" jamás renuncia al paseo cotidiano por las empinadas callejuelas
de su feligresía. Alegre, de buen humor, disponible, se mueve con paso seguro y
aliento firme. Al atardecer, es fácil verlo bebiendo un café o una copa de vino
local, rodeado por una corte de fieles y familiares.
Con 104 años, Konstantinos
Yarinis hace tres horas que junta madera en su jardín. Sordo a las protestas de
su nieto, Kostas, su cuerpo se yergue y se vuelve a doblar con una elasticidad
que causa perplejidad.
Si yo no lo hago, ¿quién? -dice,
sin levantar la mirada.
Nosotros, pappú [abuelo].
Ya tendrán tiempo cuando yo
envejezca. Por el momento, no quiero molestar a nadie.
Eso es Icaria. Una sociedad donde
nadie se preocupa por la edad que tiene. Donde nadie sufre de marginación.
Donde la colectividad se preocupa para que cada uno tenga lo que necesita para
comer y, a cambio, todos se sienten obligados a contribuir a la vida común.
Donde no existen los robos y la gente duerme con las puertas abiertas porque
todos se conocen. Donde al final del día todos comparten un té de hierbas
porque es lo único disponible. Donde hasta los menos sociables no están solos,
porque sus vecinos los persuaden de acompañarlos a la fiesta del pueblo para
comer su parte de carne de cabra.
Después de mucho pensar, tal vez
el secreto de la vida eterna resida en que, para lograrla, haya que vivir en un
universo que lo propicie. Participar de una cultura común, estar animado por un
sentimiento de pertenencia, un objetivo preciso, social o religioso. Contar con
esos cimientos indispensables sin los cuales una larga vida y una buena salud
no tienen, finalmente, ningún sentido.
Nacida en 1921 cerca de Agios
Kirikos, la capital administrativa de Icaria, esta mujer hospitalaria y
enérgica tiene cuatro hijos, 13 nietos y nueve bisnietos, un grupo familiar que
hasta hoy aún gira en torno de ella. Su marido, un productor de miel, murió en
2011. Con él vivió durante 65 años y juntos encarnaron el perfecto ejemplo de
la vida en la isla. Desde que se casaron, cuando eran jóvenes, lo compartieron
todo.
Con casi 100 años, una esposa,
tres hijas y cuatro generaciones de icarianos bautizados, el pope ortodoxo
conocido como "Pappas Kastagnàs" jamás renuncia al paseo diario por
las empinadas callejuelas de su feligresía. Alegre, de buen humor, se mueve con
paso seguro y aliento firme. Al atardecer, es fácil verlo bebiendo una tasa de
café o una copa de vino local, rodeado por una pequeña corte de fieles y
familiares.
Ubicación
Enclavada en el Mar Egeo, la isla
griega de Icaria está a 265 km de El Pireo y muy cerca de las costas de Turquía
Ancianos
Es uno de los lugares con más
longevidad del mundo: uno de cada tres icarianos llega por lo menos a los 90
años
La receta
La alimentación mediterránea, la
actividad familiar y el ejercicio -que es parte de la vida cotidiana- son
algunas de las claves que explican el fenómeno.
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