El ejecutivo completo
América Economía - lunes, 24
de noviembre de 2014
Los ejecutivos exitosos y
completos tienen claras sus prioridades en la vida.
Balancean su ambicioso desarrollo
profesional con su vida personal y familiar, su salud física y mental y sus
intereses complementarios. No descuidan el equilibrio en una fórmula que parece
difícil, pero que es la clave para su éxito como profesional, pero más
importante aún, como ser humano espiritual.
Hace unos años la vida personal,
las actividades gremiales u otros intereses de fuera de oficina no eran
siquiera considerados en las evaluaciones a ejecutivos. El “trabajólico” era
visto como el modelo de ejecutivo ideal: siempre dispuesto a trabajar mas que
nadie, siempre presente y totalmente dedicado. La lealtad se definía además en
función de entregar casi la vida entera a la empresa.
Todo eso cambió. Hoy sabemos que
la única manera de tener éxito es haciendo lo que nos gusta hacer y para lo que
tenemos facilidad o aptitud natural. Que el trabajo que hacemos le haga bien a
nuestro espíritu porque es compatible con quienes somos en esencia y con
nuestros valores fundamentales.
Esto puede sonar utópico, pero es
clave para un trabajo que genere valor, resultados y además satisfacción
personal. La variable satisfacción personal en el trabajo hoy encaja dentro del
perfil del ejecutivo capaz de entregar pasión en el trabajo, participar
activamente en otros temas ojalá en beneficio de muchos otros y mantener aún
una vida personal y espiritual equilibrada y saludable.
La satisfacción en el trabajo
deja de ser un lujo y pasa a ser una precondición para el éxito profesional. De
ahí la importancia de crear, planear y balancear un plan de carrera que
contemple las variables del análisis de perfil profesional, las fortalezas y
debilidades, los factores de satisfacción y de satisfacción, posicionamiento y
ventaja competitiva personal y claramente, la misión personal.
Esta misión personal, alineada
con un plan que nos permite monitorear los avances de la carrera y medir el precio
de los “sacrificios” personales, nos permite mantenernos enfocados y firmes en
épocas difíciles, mantenernos lúcidos de “acuerdo al plan”. Nuestra misión bien
establecida nos permite tratar de conjugar todo lo que es verdaderamente
importante para nosotros sin descuidar ningún aspecto demasiado. Típico ejemplo
de quien trabaja a tiempo completo, hace una maestría y además tiene familia
joven a la cual atender. O quien está buscando trabajo y debe todavía invertir
parte de sus escasos recursos en mejorar sus habilidades de cómputo o inglés, o
para sacar finalmente el título, además de cuidar de su salud y de su vida
espiritual para lograr sobrellevar el estrés.
Todos tenemos momentos de
“lucidez ejecutiva” donde nos cuestionamos adonde vamos en la vida, evaluando
el precio que estamos pagando por llegar allí. Esos momentos son los que sirven
para darnos perspectiva y recordar que el trabajo es importante, pero no es lo
único que cuenta. Allí es cuando nos reconectamos con nuestra esencia. Allí
sentimos que nuestros hijos no nos ven tanto como deberían, que tenemos
olvidados a los amigos, que abusamos de nuestra salud y que no damos de
nosotros a otros tanto como les pedimos que nos den. Y eso sin empezar siquiera
a pensar en devolver a la sociedad lo mucho que tomamos de ella o en nuestra
responsabilidad real con nuestra gente que espera no solo guía, mentoría, sino
también reconocimiento o a veces simplemente más calidez y cercanía.
En tiempos de cambio o
incertidumbre las empresas requieren no solo de gerentes involucrados en
cumplir las metas, sino de líderes capaces de guiar al equipo, inspirar sueños
y facilitar a otros cumplir sus misiones personales, con amplitud de mente y de
espíritu. Y para lograr cumplir todos esos roles y responsabilidades, los ejecutivos
necesitan fundamentalmente del equilibrio, la calidez y la paz interna que trae
una vida completa y enriquecida por valores humanos, familiares y espirituales.
Sin ellos, y sólo la ambición o el dinero como factores de motivación en el
trabajo, nos encontramos con “ejecutivos-cascara”, luchadores pero vacíos por
dentro, y sobre todo, sumamente vulnerables ante el estrés, a las crisis o los
“fracasos”.
Entonces, el ejecutivo “completo”
es aquél que es leal consigo mismo, con su carrera, con su misión personal, con
sus valores, y fundamentalmente, con su dimensión humana. Es el mejor activo de
una empresa, especialmente en su rol de desarrollador de ideas, de líder
inspirador, de mentor y modelo. Y es una persona balanceada, confiable ¡y
feliz!
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