Algún día nos tragaremos un robot
El País - domingo, 5 de octubre de 2014
A primera vista no parece gran cosa y, desde
luego, resulta difícil imaginar que detrás de unos pequeños y ruidosos robots
que se mueven torpemente sobre una mesa blanca para agruparse por colores se
encuentra un experimento que puede cambiar la historia de la medicina. El
futuro ya no es lo que era porque la ciencia ficción se olvidó de Internet. Sin
embargo, sí describió una sociedad en la que los robots forman parte de la vida
cotidiana. En todo el mundo se multiplican las empresas y universidades con
programas para investigar las posibilidades de la robótica y los avances que se
han conseguido son extraordinarios. El objetivo de los grupos de robots que
acabamos de describir, llamados enjambres porque su modelo es el comportamiento
gregario de algunos animales como las termitas, va de lo más grande a lo más
pequeño: desde permitir que máquinas colaboren juntas en tareas complejas –como
la limpieza de una central tras un accidente nuclear o la circulación de miles
de coches sin conductor– hasta, en un futuro que los científicos ven a 20 o 30
años vista, que existan robots minúsculos que podamos tragarnos, se unan solos
dentro de nuestro cuerpo y realicen tareas médicas.
“Los robots humanoides capaces de hacer todo
nuestro trabajo, tal y como los hemos visto en las películas, están a muchos
años de distancia, si llegan alguna vez. Sin embargo, creo que los robots son
cada vez más eficaces en pequeñas tareas muy importantes. Por ejemplo, estoy
seguro de que dentro de 50 años nadie conducirá un coche y parecerá un
disparate que miles de personas muriesen en las carreteras por accidente
evitables”, explica Tony Prescot, director del Sheffield Center for Robotics,
uno de los institutos de investigación punteros en Europa, que depende de las
dos universidades de esta ciudad del norte de Inglaterra y que coopera con
centros de todo el mundo, como la Pompeu Fabra de Barcelona. El pasado fin de
semana dentro del encuentro Festival of the mind, este laboratorio en el que
trabajan unos 150 científicos de diferentes campos y nacionalidades realizó dos
demostraciones de robots, que permitieron entrever el increíble futuro que
espera a este campo; pero también su extraordinario presente.
Detrás de una puerta en la que se lee
Laboratorio de Interacción entre Robots y Humanos se esconde un peluche blanco
con forma de bebé foca llamado Yoko: un robot Paro de fabricación japonesa
–Obama se fotografió con uno de su especie en Yokohama–. La habitación está
llena de cámaras, que filman las reacciones ante un robot que mira, responde a
su nombre y a los impulsos como las caricias (cuesta 7.000 euros y existen unos
1.000 ejemplares). En el laboratorio, el objetivo es analizar las relaciones de
los humanos antes los robots, que van desde el temor hasta la curiosidad.
"Es una pena que la ciencia ficción haya ofrecido una imagen tan negativa
de los robots", explica Emily Collins, estudiante de posgrado en el centro
de investigación y experta en las relaciones entre robots y humanos. "Son
como cualquier otro instrumento y tienen aplicaciones muy importantes".
¿La utilidad del Paro en la vida real? Cada vez se usan más como terapia para
los enfermos de demencia senil o alzheimer, como si fuesen animales de compañía
sin los problemas que estos plantean en un entorno hospitalario. Otro robot,
Zeno, con forma humana y con una gran capacidad para reproducir gestos, parece
un juguete sofisticado (y caro). Pero, sobre todo, se utiliza para tratar niños
autistas.
Durante la muestra, también se exhibe un robot
drone que, gracias a un programa de reconocimiento facial, puede seguir a una
persona (afortunadamente, las baterías no duran demasiado). Hay robots con
brazos programados para agarrar un determinado objeto o que aprenden a
detenerse ante una línea blanca antes de chocarse (sirven para estudiar los
mecanismos neuronales). Mantienen abierta, además, una línea de investigación
que simplificaría mucho la vida de los pacientes: un robot que es una mesa de
hospital que responde a la voz.
Sin embargo, al final, lo más extraordinario
resulta lo aparentemente más sencillo: los enjambres. La Universidad de
Harvard, que es quien fabrica estos aparatos de 3 centímetros de ancho llamados
kilobots, logró agrupar este verano 1.000 robots en el mayor movimiento
colectivo de máquinas realizado hasta el momento. Cuestan 100 euros cada uno y
Sheffield es el centro que más kilobots tiene –900– tras la universidad
estadounidense. Roderich Gross, el responsable de este proyecto, explica:
"Puedes hacer eso sin memoria y sin computación. Son sensores e
infrarrojos que les dicen si hay un robot cerca o no". El profesor Gross
explica que la idea es imitar a la naturaleza, a las formaciones que crean las
bandadas de pájaros o los bancos de peces o los montículos que construyen las
termitas, en las que la suma de decisiones muy sencillas de muchos individuos
(a veces millones en el caso de los insectos) llegan a producir estructuras muy
complejas, como las termiteras.
Dentro del mismo laboratorio, un español, Juan
A. Escalera, ha desarrollado unos robots que se unen con imanes y se pasan
energía, otra de las claves para ese futuro en el que nos tragaremos una
pastilla que se convertirá en un robot dentro de nuestro cuerpo. "El mundo
de la robótica es mucho más diverso de lo que pensamos. Pero no hay que
dejarnos cegar por el tamaño, lo importante es la organización. La idea es
crear una mente genérica que pueda funcionar para organizar tanto una ciudad
como un nanorobot", afirma Verschure.
El laboratorio de la universidad de Sheffield
aparece vacío porque la mayoría de los robots han sido trasladados para su
exhibición. Solitario, como un personaje de Inteligencia Artificial, se
encuentra sin embargo el Icub, un robot humanoide creado por el Instituto
Italiano de Tecnología de Génova y que forma parte de un proyecto europeo, en
el que trabaja también la Pompeu Fabra. Actualmente hay unos 30 Icub en el
mundo y cada uno cuesta 250.000 euros. Esta máquina muestra los avances de la
robótica y la inteligencia artificial, pero también el largo camino que tienen
por delante. "Nosotros utilizamos el robot no como un fin en sí, sino para
entender cómo funciona la mente, como una herramienta para comprender la
arquitectura de las emociones y las percepciones", explica desde Barcelona
Paul Verschure, director de Specs, el grupo de trabajo en inteligencia
artificial de la Pompeu Fabra, que colabora con Sheffield. Tony Prescot asegura
que el objetivo de su grupo de trabajo es que sea capaz de ser consciente de su
cuerpo, de reconocer objetos con los dedos, de tener sensibilidad en la piel.
También se está trabajando en la construcción de una memoria autobiográfica -se
han logrado avances importantes en Lyon- y en el estudio de cómo aprendemos una
lengua.
Los robots representan una creciente industria
–la UE anunció este verano una inversión de 2.800 millones de euros para un
sector en el que Europa tiene un 32% de cuota de mercado, mientras que Google
ha comprado ocho compañías de robótica en los últimos dos años–. Según datos
del sector, los robots mueven ya 19.000 millones de euros al año. "La
robótica es un mundo fantástico. Por eso no debemos exagerar. Resultan muy
útiles por ejemplo para cuidar ancianos; pero no hay que utilizarlos por
motivos económicos, no pueden reemplazar a las personas", explica el
profesor de Inteligencia Artificial en Sheffield, Noel Sharkey, experto en
ética robótica, que encabeza una campaña mundial que ha llegado hasta la ONU
para prohibir los robots militares (o por los menos regular para que no tomen
solos la decisión de matar). ¿Estamos en las puertas de una revolución similar
a la que representaron los ordenadores personales, Internet o los móviles?
"Sin duda, aunque nos encontramos en el principio", responde Prescot.
"Las máquinas son mucho mejores que
nosotros en algunas cosas; pero hay problemas simples que todavía resultan muy
difíciles de resolver". Paul Verschure, director de Specs, el grupo de
trabajo en inteligencia artificial de la Pompeu Fabra, explica por su parte
desde Barcelona: "Pensar es lo sencillo: los grandes retos son la
conciencia, la creatividad, las emociones". Y los problemas no solo vienen
de la tecnología: ¿Quién es legalmente responsable si un coche robotizado
provoca un accidente? Ningún jurista ha encontrado una respuesta lo
suficientemente convincente como para que los coches que se conducen solos
puedan circular sin problemas. Los científicos no sólo imaginan androides que
sueñan con ovejas eléctricas o que hablen seis millones de formas de comunicación;
imaginan robots útiles para cada rincón de la vida cotidiana.
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