Alta costura: el imperio de lo
efímero
Forbes - viernes, 21 de
marzo de 2014
“La alta costura es, ante todo,
la constitución de un poder especializado que ejerce una autoridad propia en
nombre de la elegancia, de la imaginación creadora y del cambio”, decía Gilles
Lipovetsky. ¿Frivolidad, arte, negocio? Las colecciones de Elie Saab, Chanel,
Armani o Valentino —además de ser rematadamente bellas— son mágicamente
rentables.
Un elegante hombre francés
mantiene el control de las firmas que el pasado mes de enero recibieron
autorización —sí, autorización— para presentar su trabajo en la Semana de la
Moda de París. Su nombre es Didier Grumbach y funge como presidente de la
Fédération Française de la Couture, du Prêt-à-Porter des Couturiers et des
Créateurs de Mode, que comenzó en 1868 como Chambre Syndicale de la Haute
Couture. Y es que la Ciudad de la Luz es el escenario más codiciado en cuanto a
moda se refiere. Cada año, en enero y julio, París es la sede para 30 desfiles
de alta costura y 40 desfiles orientados a moda masculina. En marzo y octubre
se llevan a cabo 150 pasarelas dedicadas al ready-to-wear femenino. ¿La
diferencia? Para ser calificada como alta costura, una prenda debe suponer
entre 100 y 1.000 horas de trabajo artesanal (bordados, joyería, bisutería o
pasamanería, casi siempre elaborados en la casa Lesage de París) y estar
completamente hecha a mano. Además, cada firma debe emplear al menos a 20
personas y presentar dos veces al año una colección de mínimo 50 trajes (día y
noche). La Fédération Française de la Couture, du Prêt-à-Porter des Couturiers
et des Créateurs de Mode instó al Instituto francés de la Moda (IFM) a
realizar un estudio sobre el impacto económico que suponían 30 firmas de alta
costura. El resultado, publicado en julio de 2013, fue que —sin contar los
ingresos correspondientes al jugoso mercado de las fragancias— las maisons
generan un beneficio de 15 billones de euros y dan empleo a 35,000 personas en
todo el mundo. Estas cifras suponen el 94% de los ingresos que suman todos los
miembros de la Federación.
De acuerdo a la crítica de moda
de The New York Times, Cathy Horyn, París debe la privilegiada posición en el
circuito creativo a una combinación única de historia y tradición. “Si nos
remontamos al siglo xix, veremos que aquí estaban los artesanos, y tanto
estadounidenses como británicos acaudalados venían a comprar ropa y pedir
asesoría”. Es un dominio que ha perdurado en la memoria colectiva hasta el día
de hoy.
La tormenta creativa inicia
Charles Frederick Worth fue el
artífice del big bang creativo que se repite dos veces al año. Sólo que ahora
las sosias se llaman modelos. Bajo la iniciativa de Worth (cuya maison se
estableció en 1858), la moda se convierte en empresa pero también en
espectáculo de marketing. En torno a 1900 se establecieron varias casas de alta
costura: Paquin (1891), Callot Hermanas (1895), Doucet (1871), que más tarde
empleará a Poiret (1903), Lanvin (1909), Chanel (1918) y Patou (1919). Y la
exposición de Artes Decorativas de 1925 ya acoge a 72 casas.
En El imperio de lo efímero
(Anagrama, 1990), Gilles Lipovetsky se pregunta cómo una institución
esencialmente estructurada por lo efímero y la fantasía estética ha conseguido
un lugar en la historia. Sin embargo, señala que “es necesario comprender el
auge de la moda en las sociedades contemporáneas, el lugar central e inédito
que ocupa en las democracias comprometidas con la vía del consumo y la
comunicación de masas. Estructuralmente, la moda ha acabado su carrera
histórica, ha llegado a la cima de su poder y ha conseguido remodelar la
sociedad entera a su imagen: era periférica y ahora es hegemónica”. El filósofo
define la moda como el agente por excelencia de la espiral individualista y de
la consolidación de las sociedades liberales. John Locke se estará revolviendo
en su tumba…
Pero para el autor, la mayor y
más interesante lección histórica de la moda es que lo artificial favorece el
acceso a lo real, lo superficial permite un mayor uso de la razón y lo lúdico
es un trampolín hacia el juicio subjetivo. “Con la constitución de la alta
costura, las imitaciones y las influencias se multiplicaron ampliamente.
La alta costura monopoliza la
innovación, lanza la tendencia del año. Las otras industrias la siguen,
inspirándose más o menos en ella, con más o menos retraso, a precios
incomparables. Así pues, la moda moderna se vuelve radicalmente monocéfala”.
El dinero viene de parís
No hablamos sólo de un complejo
alarde de creatividad y fantasía. La demanda refleja la realidad económica
actual: la polarización de la riqueza. Los países emergentes gestan nuevos
ricos espléndidos y generosos con sus pasiones. Para muchos la exagerada
grandilocuencia de estas prendas es perfectamente lógica.
“La alta costura es lo que da a
nuestro negocio la esencia imprescindible del lujo”, comentó hace tiempo
Bernard Arnault, cabeza del gigante lvmh, bajo el que se cobijan Givenchy y
Dior. “El dinero que genera es irrelevante. Lo que importa es el valor que nos
aporta”. Y tiene razón. Los consumidores te mi ran si generas ideas. Se
sienten atraídos por la magia que mantiene vivo un halo de eterno misterio. En
la alta costura es donde se sientan las bases para que el resto de firmas
generen ingresos: es el name association, motivo por el que Chanel vende
números astronómicos de bases de maquillaje o Dior cantidades ingentes de
vernis à ongles, típicas y comunes lacas de uñas que bajo el adjetivo “rojo
Dior” anulan cualquier raciocinio. Todas las maisons, sin excepción, utilizan
cada vez más la alta costura como un detonador de marketing para rentabilizar
las líneas de prêt-à-porter, perfumes y accesorios. Y los consumidores
aparcamos nuestro sentido común en el primer lugar disponible y nos entregamos
diligentes al cautivador argumento.
Además del crecimiento del empleo
interno de las empresas de moda francesas, hay que considerar el impacto que
suponen estos bienes en la cadena de producción en Francia y en toda Europa. En
promedio, estas empresas generan el 48% de su ready-to-wear en Francia y el 44%
en el resto del Viejo Continente. Si tenemos en cuenta el número de puestos de
trabajo creados que se vinculan a las órdenes de producción, se puede concluir
que al menos el 41% de los empleos en la industria del vestido están ligados a
las órdenes generadas por las marcas de moda, como afirma el estudio de La
Fédération française de la Couture, du Prêt-à-Porter des Couturiers et des
Créateurs de Mode y el Instituto Francés de la Moda (ifm).
En 1989 —hace ya 25 años—,
Nicholas Coleridge señalaba en The Fashion Conspiracy (Mandarin) cómo la moda
había generado una poderosa fuerza en la economía mundial llamada designer
money. Los gurús, las ubicuas socialités y ciertas figuras de la prensa
especializada —no todas, aunque lo intenten— decidían conscientemente o no
hacia qué bolsillos se movían los cientos de millones de dólares de esa
temporada. ¿Acaso hay un juego más divertido y glamoroso para ganar dinero?
Anticipando el futuro
Como ya anticipó la consultora
Bain & Company, las empresas de lujo tienen que diferenciar sus productos
y/o la forma en la que los venden, o corren el riesgo de no ser los elegidos.
El mercado del lujo —y, por ende,
la alta costura— ya ha comenzado a insuflar nuevos bríos a su caminar. María
Eugenia Girón, directora del Observatorio del Mercado Premium y Prestigio del
ie y Mastercard, afirma que “el lujo bate récords en las bolsas de valores.
Fueron Prada y Brunello Cucinelli en 2011, y Salvatore Ferragamo en 2012, los
que iniciaron este camino. Prada eligió ofrecer sus acciones en la bolsa de
Hong Kong. Ferragamo y Cucinelli lo hicieron en la bolsa milanesa, en su país
de origen.
Todos ellos obtuvieron resultados
por encima de las expectativas”. También comenta que la casa italiana Versace,
ha reclutado a Goldman Sachs como asesor, pero todavía no confirma si busca un
inversor o prepara una salida a bolsa.
Tal como la directora del
Observatorio señala, “Latinoamérica es un nuevo jugador a tener en cuenta en el
tablero”. Pero Brasil y México lideran la partida por encima de otros países.
La facturación de las marcas de lujo personal (moda, accesorios, joyería y
relojería, además de perfumes y cosmética) alcanzaron en el continente los
5,000 millones de euros en 2013, según Girón.
Una de las firmas mimadas por
estos consumidores es Chanel. No en vano, Karl Lagerfeld, se aferra a su trono
como emperador de la “reinvención” para así dominar a sus súbditos temporada
tras temporada. Suzy Menkes, conocida gurú de moda de The New York Times,
reseñaba en dicho periódico tras acudir al desfile del Káiser en enero: “Mr.
Lagerfeld, que lleva diseñando para Chanel cuatro décadas, realizó una
colección tan encantadora y liviana como profunda. No más sufrimiento para ser
bella. Adiós a los vertiginosos stilettos y las plataformas club sándwich. Hola
al calzado deportivo y la libertad femenina que viene implícita a ellos”. Como
el propio Karl comentó, se puede ir a la moda sin ser una víctima. Pero eso sí,
con sneakers de alta costura realizadas por Massaro.
Espectadores en todo el mundo
pudieron ser partícipes de los desfiles de Valentino, Giambatista Valli o
Armani Prive gracias a las redes sociales. Sin embargo, poder apreciar la
fluidez de las telas, el ondear de vaporosos tules, el zigzageo de comprimidos
plisados o la succión de apretados corsés sobre las exiguas cinturas de las
musas, es un espectáculo invaluable.
Entonces, ¿la alta costura tiene
futuro? Según el diseñador libanés Elie Saab, le espera un porvenir prometedor.
“El ready-to-wear nunca podrá reemplazar a la alta costura. Son dos formas
completamente diferentes de aproximarse a la moda. Ni los clientes, ni el tipo
de diseño o producción son los mismos. La alta costura no son sólo vestidos y
trajes, se trata de crear una silueta única que sea exclusiva, por eso
existirá siempre de una forma u otra, evolucionando y adaptándose al estilo de
vida cada vez más internacional de la mujer”. Y aunque entre la intelectualidad
el tema de la moda no esté en boga, siempre existirá el deseo por lo
inaccesible, puesto que es lo más difícilmente imitable. Así pues, larga vida a los couturiers.
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