Capitanes: sospechosos habituales
Forbes - miércoles, 26 de
marzo de 2014
Todo capitán o directivo está bajo sospecha, y
con él, la propia compañía. El “sospechoso habitual” debe reaccionar para
evitar el deterioro de su imagen personal y el de la empresa, prestándose a la batalla.
Hay una conciencia general de que
la profundidad de la crisis que vivimos –por duración, intensidad y
complejidad- ha provocado daños que trascienden lo meramente económico. Los
ciudadanos, y con ello los medios de comunicación, enjuician actitudes y
comportamientos desde exigencias éticas nuevas, a veces improvisadas en función
de los sucesos, que chocan en muchas ocasiones con los que, hasta ahora, se
tenían como principios válidos de actuación.
Este escenario es a la vez causa
y consecuencia de la quiebra de la confianza en los líderes, ya sean estos
políticos, sociales o empresariales, convertidos para muchos en responsables de
los males que nos aquejan.
Cualquiera de los capitanes o
directivos está bajo sospecha, y con él,
la propia compañía. En medio de este panorama, la tesitura a la que se enfrenta
un sospechoso habitual es especialmente dura. No importa el grado de exposición
mediática que lo acompañe: incluso cuando ésta no existe, son casi inevitables
las referencias en redes sociales y, con ello, el riesgo de una penitencia
dolorosa en Google. El entorno más cercano del directivo se ve afectado, y las
dudas, desafecciones personales o profesionales y tomas de posición –a favor o
en contra- marcan su día a día. En definitiva, el aislamiento es imposible.
El “sospechoso habitual” debe
reaccionar para evitar el deterioro de su imagen personal –y por ende, la de su
compañía- prestándose a la batalla, afrontando cada hito o circunstancia del proceso
que se abre ante él o ella.
Lo primero que le toca hacer es
cambiar el paradigma de la comunicación: frente al silencio, la respuesta
medida y adecuada; frente al aislamiento, la relación directa y franca con los
grupos de interés; frente a los rumores, la propia versión de los hechos. Se
hace precisa una estrategia de comunicación personal que identifique los
escenarios de riesgo, anticipe su evolución, y ajuste las reacciones en tiempo,
forma y tono, sin dejar nada al azar.
Hemos llegado al punto de que
incluso la “verdad jurídica” (lo que determinan los jueces) se pone en duda si
no se amolda a la expectativa “popular”. En esas circunstancias, y aunque pueda
sonar cínico, el objetivo será defender la propia imagen hasta la resolución
definitiva del problema. En ese momento, cuando tal vez ya importe a pocos la
verdad de lo ocurrido, quedará sin embargo grabado en la memoria implacable de
Google buena parte de lo que haya acontecido en el camino. Si se han ganado
esas batallas, bien podrá afirmarse que la guerra también.
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