Cuando Francisco era Jorge
Bergoglio
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Pre publicación del libro de
Libros Libres «La vida oculta de Bergoglio», el libro que recoge los
testimonios de quienes vivieron en primera persona los años que forjaron el
alma valiente del actual Papa
Un periodista que ha cubierto
desde América y Europa los grandes acontecimientos de la segunda mitad del
siglo XX corre el «riesgo» de convertirse en historiador. Es lo que le ha
sucedido al argentino Armando Rubén Puente, cuyo itinerario vital entre Buenos
Aires, Madrid y Roma se ha entrecruzado muchas veces con el de un compatriota
muy especial, que hoy es el personaje más popular del planeta. «La vida oculta
de Bergoglio» narra con precisión periodística, y una acertada selección de
fuentes de primera mano, los años duros que fueron forjando un carácter capaz
de superar todas las dificultades.
Juan Pablo II maduró bajo la
ocupación alemana y la dictadura comunista en Polonia. Benedicto XVI fue
arrancado del seminario a los 16 años para servir en la artillería antiaérea en
los estertores finales del régimen de Hitler. Francisco viene del «fin del
mundo», pero creció en un hogar de valores piamonteses, maduró el paso final de
su vocación en Alcalá de Henares, aprendió mucho del padre Arrupe y forjó un
alma valiente durante largos años de «guerra sucia» en Argentina y de resistencia
a gobernantes corruptos en Buenos Aires. El hombre que está poniendo orden en
el Vaticano es el fruto de aquellos años de «La vida oculta de Bergoglio». Y el
extracto del libro, que aquí adelantamos, lo explica:
Un tercerón en Alcalá de Henares
(1970-71)
El 4 de septiembre de aquel año,
Jorge Bergoglio llegó a Madrid. Lo esperaban en el aeropuerto de Barajas dos
miembros de la Compañía que lo llevaron a Alcalá de Henares. San Ignacio de
Loyola decía que los largos años de estudio en el seminario y en las facultades
de Filosofía y Teología podían ahogar el espíritu y por eso instituyó en la
última parte de la formación la tertiam probationem.
El padre Enrique Climent, actual superior
de la residencia alcalaína, me explicó que «todo jesuita hace los Ejercicios
Espirituales al menos dos veces en su vida, primero en el noviciado y luego en
la probación, que tiene por objeto recuperar la espiritualidad porque, como
dijo San Ignacio, el corazón se gasta después de tanto estudio. Después del
cultivo cultural llega, al final, el espiritual y contemplativo. En ese
periodo, escuela del corazón, se vuelve a las raíces, a por qué somos jesuitas;
se leen los documentos fundacionales, especialmente ciertos puntos de nuestras
constituciones, se hace un mes de Ejercicios Espirituales, se reza diariamente
el oficio de horas y se realizan algunas obras de caridad, porque San Ignacio
insistía que en ningún momento debe perderse el contacto con los pobres».
En una habitación monacal -una
cama, una silla, una mesa y suelo de ladrillo- pasó cinco meses el padre Jorge,
viviendo en un ambiente de silencio, de oración, de discernimiento y de caridad
junto con otros doce jóvenes, de los cuales ocho eran españoles, cuatro
iberoamericanos, uno estadounidense y uno japonés.
«El padre José Arroyo era nuestro
instructor. Jorge era muy piadoso, humilde y sencillo», me dice el padre Jesús
María Alemany. «Con él paseaba, unas veces en silencio, otras conversando, por
el gran pinar que rodeaba al edificio. Los tercerones hacíamos el servicio de
caridad en el hospitalillo de Antezana, cuidábamos ancianos y visitamos la
cárcel de la Galera».
Era el primer año que se hacía en
Alcalá de Henares la «tercera probación», que según el padre Climent,
recibieron en vísperas de la Navidad. «A partir de esa ceremonia, el padre
Jorge renovó la promesa de vivir y morir en la Compañía, sirviendo al Señor en
la ayuda al prójimo, fue considerado apto para ser jesuita e invitado a hacer
los últimos votos».
Un secreto de Bergoglio
El 29 de noviembre, Liliana
Esther Aimetta, misionera metodista, maestra, de 22 años de edad, y el profesor
Néstor Julio España fueron secuestrados por un «grupo de tareas» del Ejército.
Al día siguiente su hermana, Ana María Aimetta, estudiante de Filosofía en la
Universidad de El Salvador y miembro de Guardia de Hierro, recibió una llamada
telefónica del Provincial de la Compañía, que le pidió encontrarse con ella en
la Casa de Ejercicios de San Miguel. Se conocían desde hacía años porque Ana
María era una de las discípulas de Amelia Podetti, la profesora de Filosofía
cuyas ideas compartía Bergoglio. El padre Jorge le dijo que deseaba ayudarla.
Hizo gestiones y averiguó que estaba en la Escuela Mecánica de la Armada. No
consiguió hacer nada más por la maestra, hoy considerada como una de las
mártires de la fe de la Iglesia Metodista. Liliana y su compañero Néstor
pasaron a engrosar la lista desaparecidos.
En 2006, volvieron a encontrarse
con motivo de la publicación de la Introducción a la Fenomenología del
Espíritu, de Amelia Podetti, editada con una introducción de Ramiro Podetti y
un comentario de Ana María Aimetta. Ambos eran amigos de Bergoglio desde los
años 70 y coincidieron que había muchos motivos para pedirle al arzobispo que
escribiera el prólogo.
En esas reuniones hablaron de su
hermana Liliana, y Jorge Bergoglio le dijo cuánto había sufrido y le hacía
sufrir el drama de los desaparecidos, entre otras razones por una de carácter
familiar: su primo hermano el teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno fue
detenido a raíz del fracasado golpe de los generales Valle y Tanco, y fusilado
por orden del general Aramburu. «La violencia engendra violencia y eso lo hemos
padecido durante años. Nunca más», le dijo Bergoglio aquella noche.
Los asados de Villa San Ignacio
Alicia Oliveira había sido
nombrada por el gobierno de Cámpora jueza de lo penal, la primera mujer que
ocupaba ese cargo. «Cuando se inició el proceso me echaron del cargo y
Bergoglio me mandó un ramo de flores. Los militares decretaron mi captura y
fueron a detenerme, pero por suerte no me encontraron, yo zafé y me escondí»,
nos cuenta. «Estuve dos meses viviendo en la casa mi amiga Nilda Garré, que
había sido alumna en El Salvador y ahora es ministra de Seguridad en el
Gobierno de Cristina. Uno de mis hijos iba a El Salvador y yo vivía angustiada
de que no pudiera verme. Entonces, el padre Jorge Bergoglio, que era amigo mío,
me fue a buscar a casa de Nilda, me llevó en su auto y entrando en el colegio
me dejó en el patio para que pudiera reunirme con mi hijo. No una sino varias
veces».
«Ya en febrero, antes del golpe,
fue a verme al juzgado para decirme que la mano venía muy pesada. “Le pido que
se venga a vivir al Colegio Máximo, a vivir con nosotros”, me dijo. Me acuerdo
que le contesté: prefiero que me agarren los militares antes que irme a vivir
con los curas. Por entonces nos veíamos dos veces por semana. Él acompaña a los
curas de las villas y yo estaba informada de lo que sucedía en esos barrios
periféricos. En los meses que estuve escondida en la casa de Nilda Garré, más
de una vez me acordé de la advertencia y ofrecimiento que me había hecho. Luego
me levantaron la captura y se solucionó la situación, hasta por ahí nomás,
porque la dictadura era terrible. Jorge pensaba como yo».
«Yo había sido profesora en la
Universidad de El Salvador. Cuando recuperé la libertad de movimientos él me
obligó a hacer el doctorado y volver a dar clases. Yo les contaba a los alumnos
lo que hacían los chinos, las torturas y castigos atroces que se utilizaban en
el régimen de Mao, y los chicos me preguntaban cómo podía allí dormir tranquila
la gente. Yo les contestaba: lo mismo pasa hoy en Argentina».
«Jorge ayudó a mucha gente
durante el Proceso. Recuerdo el caso de un hombre al que salvó. Lo tenía
escondido, estaba muy marcado y no podía irse al extranjero. Como se parecía a
él, le dio su cédula de identidad y su clergyman y así pudo salir. Eso no lo
hace cualquiera y muchísimo menos en aquel tiempo».
«Cuando yo ya pude salir a la
calle nos reuníamos todos los domingos en Villa San Ignacio, la Casa de
Ejercicios que está frente a la gran base militar de Campo de Mayo. Allí Jorge,
el Provincial hacía un gran asado y despedía a gente que cobijaba en alguna
parte, aunque no sé dónde. Desde allí escapaban al extranjero. El hermano
Salvador Mura, que era su secretario, los llevaba hasta Ezeiza o incluso hasta
Paso de los Libres. Otras veces era Jorge quien los acompañaba hasta el
aeropuerto. Nilda Garré puede confirmarlo, porque una vez la llevé al asado.
Nunca le pregunté a Jorge cómo los sacaba y a donde iban. Mejor era ignorarlo
entonces. Lo que sé es que él se arriesgaba por ellos una y otra vez. Por eso a
mí no me pueden venir con cuentos sobre quién es Jorge Bergoglio».
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