El descubrimiento científico que
demuestra que hasta Einstein podía equivocarse
eldiario.es
Galileo, Newton, Einstein o
Maxwell: analizamos el largo camino de descubrimientos que han desembocado en
el hallazgo sobre el origen del universo anunciado esta semana
Acabamos de asistir a la
presentación de los resultados del experimento BICEP2 y la onda expansiva mediática que ha generado,
dada la importancia de sus consecuencias. En breve, este experimento ha
conseguido medir el efecto de las ondas gravitatorias producidas prácticamente
en el origen del universo (en el Big Bang) en el fondo cósmico de radiación de
microondas, un fósil de las épocas primitivas del universo, en las cuales se
formaron los primeros átomos y se desacoplaron la materia y la radiación. Este
fondo fue detectado hace 50 años por Arno Penzias y Robert Wilson (ambos
obtuvieron el Nobel de Física en el año 1978 por este hallazgo) y, desde
entonces, ha sido una fuente inagotable de información sobre la historia del
universo y los procesos físicos que tuvieron lugar en sus diferentes etapas.
Ahora, la colaboración BICEP2 nos
proporciona la siguiente entrega, ni más ni menos que evidencia de las ondas gravitatorias
generadas en el inicio del universo, proporcionando más soporte a la teoría de
la inflación cosmológica, la cual nos dice que en los instantes iniciales del
universo hubo una inmensa expansión del espacio en un periodo brevísimo de
tiempo. Esto es fundamental para entender cómo diminutas fluctuaciones
cuánticas presentes en el inicio del universo pudieron ser amplificadas para
dar lugar a las semillas de las estructuras a gran escala que hoy vemos
(galaxias, cúmulos de galaxias, etc). Todo esto es muy interesante pero el punto
clave de las observaciones de BICEP2 es la evidencia de las ondas gravitatorias
primigenias. Y la pregunta que surge de forma inmediata es qué son las ondas
gravitatorias. En lo que sigue intentaré dar una respuesta a esta pregunta
repasando su historia básica y mencionando el enorme potencial que tienen para
proporcionarnos en el futuro cercano descubrimientos tan revolucionarios como
el anunciado por BICEP2 o incluso de mayor envergadura.
La historia del Big Bang
Podríamos comenzar esta historia
precisamente con el origen del estudio de otras ondas mucho más conocidas por
todos, las ondas electromagnéticas. Para ello nos hemos de remontar a la época
en la que James Clerk Maxwell
(1831-1879) sintetizó todo el conocimiento previo sobre electricidad y magnetismo
en una teoría única de la que dedujo la existencia de las ondas
electromagnéticas (oscilaciones de los campos eléctricos y magnéticos que se
viajan por el espacio). Fue incluso más allá concluyendo que la luz misma no es
más que ondas electromagnéticas.
En 1905, Albert Einstein
revolucionó la física con la publicación de la teoría especial de la
relatividad, la cual resolvía las inconsistencias entre las leyes del
movimiento de Galileo y Newton y el electromagnetismo de Maxwell, cambiando las
nociones de las relaciones entre espacio y tiempo establecidas. Einstein se dio
cuenta de que su teoría generaba, a su vez inconsistencias, con las leyes de
gravedad de Newton y se lanzó a la
búsqueda de una teoría que resolviese este problema. Fue un largo camino
de diez años que concluyó en el 1915 con la finalización de la teoría general
de la relatividad, conocida simplemente como relatividad general, un logro
intelectual inmenso. La relatividad general supone un ruptura con concepto de
la gravedad como fuerza, presentándola como la manifestación de la estructura
geométrica del espacio y del tiempo, la cual se determina por la cantidad de
masa y energía (cuya equivalencia estableció la relatividad misma) presentes.
De esta forma, el Sol deforma la geometría a su alrededor de tal forma que la
órbitas de los planetas no son más que las trayectorias de recorrido más corto
en esa geometría.
Einstein nos proporcionó, junto
con la relatividad general, tres predicciones de esta teoría: Primero, la
desviación de la luz al pasar cerca de objetos masivos. Segundo, una
explicación a la precesión anómala de Mercurio. Y tercero, la existencia de
ondas gravitatorias. Las dos primeras fueron comprobadas hace tiempo, y en
particular la primera le dio a Einstein fama mundial tras el anunció en 1919 de
que las observaciones durante un eclipse solar total confirmaban la predicción.
De la tercera predicción sólo tenemos evidencia indirecta ,aunque muy sólida,
como veremos.
¿Qué son las ondas gravitatorias?
Las ondas gravitatorias son una
consecuencia del hecho de que el espacio pase de ser un simple contenedor de
los fenómenos físicos (en la física de Galileo y Newton) a convertirse en un
objeto dinámico, en el sentido que su geometría cambia conforme a los
movimientos y distribuciones de masas y energía. Al tiempo físico le sucede
algo similar, de forma que su transcurso también depende de la distribución de
masa y energía. Una consecuencia de este carácter dinámico del espacio-tiempo
es que las oscilaciones de su geometría se propagan como ondas a la velocidad
de la luz. Las ondas gravitatorias, al cambiar la geometría local de las
regiones que atraviesan, cambian la distancia física entre objetos, siendo
dicho cambio proporcional a la distancia misma y a la amplitud de la ondas.
Aunque Einstein mismo las predijo
e incluso describió muchas de sus propiedades, es conocido que más tarde, en
dos ocasiones, declaró que no existen las ondas gravitatorias, cambiando de
opinión las dos veces. Aunque actualmente no hay dudas sobre su existencia y
sobre cómo se generan, el tema ha sido objeto histórico de grandes
controversias teóricas y debates espinosos.
En cualquier caso, las dudas se
disiparon tras el descubrimiento en 1974 del primer púlsar binario, PSR B1913+16, por Russell Hulse y Joseph Taylor (Nobel de
Física en el año 1993). Los púlsares son estrellas de neutrones que emiten
electromagnéticamente en la dirección del eje de su fuerte campo magnético, el
cual no suele estar alineado con el eje de rotación, haciendo que los pulsares
sean poderosos faros cósmicos. Los pulsos que recibimos llegan con un ritmo tan
uniforme que los convierte en relojes de precisión comparable a los relojes
atómicos.
El púlsar de Hulse y Taylor
orbita alrededor de otra estrella de neutrones de forma que el tamaño de la
órbita es suficientemente pequeño como para que estas estrellas tan compactas
(¡su masa es mayor que la del Sol pero su radio es de tan sólo unos 10
kilómetros!) se muevan de forma que los efectos relativistas importen para una
descripción precisa del sistema. En particular, el movimiento orbital periódico
de estas estrellas de neutrones produce cambios periódicos significativos en la
geometría del espacio-tiempo de su entorno, es decir, ondas gravitatorias que
se llevan energía disminuyendo el tamaño y el periodo orbital. Los casi 40 años
de observaciones del púlsar binario de Hulse y Taylor han permitido comprobar
que la evolución de su órbita coincide con la predicha por el mecanismo de
emisión de radiación gravitatoria de la relatividad general con una precisión
relativa del 0,2%.
La debilidad de la gravedad en
relación a otras interacciones físicas implica que las ondas gravitatorias
tengan una amplitud relativamente pequeñ, y que su detección sea una empresa
extremadamente complicada, sólo siendo posible detectar aquellas producidas en
grandes cataclismos cósmicos, como la colisión de dos estrellas de neutrones o
de dos agujeros negros. Aún así, las ondas gravitatorias emitidas inducirían
desplazamientos subatómicos en un detector. Por lo tanto, la construcción de un
detector de ondas gravitatorias supone un gran reto tecnológico, y tal empresa
no comenzó hasta los años 60, con el trabajo pionero de Joseph Weber en
detectores resonantes. Los detectores actuales usan la interferometría láser,
siendo la idea de funcionamiento relativamente simple: cuando una onda
gravitatoria incide perpendicularmente al plano del detector produce cambios en
la longitud de los brazos del interferómetro, de forma que mientras uno se
acorta el otro se alarga y viceversa. Estos cambios dan lugar a interferencias
de las cuales se puede inferir el patrón de las ondas gravitatorias que han
atravesado el detector.
Tras décadas de desarrollo
científico y tecnológico, nos encontramos ante la que promete ser la era de la
astronomía de ondas gravitatorias. Para ello hay varios frentes de acción en
marcha. En tierra tenemos que a finales de este año la segunda generación de
detectores interferométricos terrestres comience a operar y se espera que
anuncie las primeras detecciones en los próximos años. Este esfuerzo está
liderado por los detectores LIGO en los
Estados Unidos (de 4 kilómetros de brazo) y VIRGO en Italia con participación
de varios países europeos (3 kilómetros de brazo). Japón se unirá a esta
carrera con su futuro detector KAGRA
(bajo tierra y con criogenia), mientras que Alemania mantiene GEO600 (600
metros de brazo), el cual ha servido de prototipo para gran parte de la
tecnología involucrada en estos instrumentos.
Los detectores terrestres operan
en la banda alta de frecuencias, donde serán sensibles a las ondas
gravitatorias emitidas principalmente por colisiones de sistemas binarios
formados por agujeros negros estelares y estrellas de neutrones; oscilaciones
de estrellas de neutrones; explosiones de supernovas; y fondos cosmológicos de
diverso origen. Estas observaciones revelarán información clave para entender
la formación de objetos compactos estelares, la ecuación de estado de estrellas
de neutrones o la validez de la relatividad general.
Por otro lado, los detectores
terrestres, debido al ruido producido por gradientes en el campo gravitatorio
terrestre, no pueden acceder a la banda de bajas frecuencias, la cual es de
gran interés por el tipo de fuentes de ondas gravitatorias que contiene y el
potencial científico de estas. Por este motivo, la Agencia Europea del Espacio
(ESA) acaba recientemente de seleccionar para su futura misión L3 (clase
grande) la ciencia del detector de ondas gravitatorias espacial eLISA (con un presupuesto de has ta 1.400
millones de euros y un lanzamiento previsto para 2034). Las fuentes que eLISA
podrá detectar son colisiones de agujeros negros supermasivos (por encima del
millón de masas solares); la captura y posterior caída orbital de objetos
estelares compactos (enanas blancas, estrellas de neutrones, agujeros negros
estelares) hacia agujeros negros supermasivos; sistemas estelares binarios
ultracompactos en nuestra galaxia; fondos de radiación gravitatoria de origen
cosmológico; etc. Con las observaciones de eLISA de este tipo de sistemas se
podrán estudiar cuestiones tan importantes como el origen y crecimiento de los
agujeros negros supermasivos, así como su conexión con los procesos de
formación y evolución galáctica; entender la dinámica estelar en núcleos
galácticos; comprobar si los agujeros negros son como los describe la
relatividad general y poner a prueba teorías alternativas a la relatividad
general.
Misión de la ESA
El próximo año asistiremos al
lanzamiento de la misión LISA Pathfinder
de la ESA, la cual se encargará de demostrar la tecnología principal de eLISA,
con participación destacada del Instituto de Ciencias del Espacio (CSIC-IEEC),
que contribuye a la misión con instrumentos fundamentales como el ordenador que
controla el conjunto de experimentos que LISA Pathfinder realizará y el
subsistema de diagnósticos.
Por último, se están utilizando
las mediciones de un conjunto de púlsares con periodos del orden de
milisegundos para la detección de ondas gravitatorias en la banda de
frecuencias muy bajas. La idea básica es que cuando las ondas gravitatorias
atraviesen la región entre los púlsares y la Tierra inducirán cambios en los
tiempos de llegada de los pulsos que nos informarán de su presencia. Las
fuentes en esta banda incluyen los agujeros negros más masivos, con masas
superiores a cientos de millones de veces la masa del Sol, y fondos de
radiación gravitatoria de origen diverso.
En resumen, en los próximos años
asistiremos progresivamente al establecimiento de una nueva forma de ver y
entender el cosmos, la astronomía de ondas gravitatorias, gracias al comienzo
de operaciones de la segunda generación de observatorios terrestres, el
desarrollo de un observatorio espacial como eLISA, y la observación de alta
precisión de múltiples púlsares. Siempre que una nueva ventana para explorar el
universo se ha abierto nos hemos encontrado con grandes descubrimientos, muchos
de ellos inesperados. En este sentido, la astronomía de ondas gravitatorias nos
abre una nueva ventana de la mano de un nuevo mensajero, la gravedad, que nos
augura grandes descubrimientos que pueden revolucionar nuestro conocimiento en
astrofísica, cosmología y física fundamental.
Carlos Sopuerta es Investigador
del Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC) y participante en la misión
espacial LISA 'Pathfinder'
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