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miércoles, 15 de octubre de 2014

Garganta Profunda

MÁS ALLÁ DE GARGANTA PROFUNDA


   www.newsweek.mx
Reveladas por primera vez: las muchas fuentes usadas por Bob Woodward y Carl Bernstein para derribar a todos los hombres del presidente.

En 2005, W. Mark Felt apareció en Vanity Fair para revelarse como la fuente secreta más famosa del periodismo. El ex ejecutivo del FBI de 91 años de edad admitió —con un poco de presión de su familia— ser Garganta Profunda, la fuente anónima cuya información cuya información fue vital para numerosas primicias del escándalo Watergate escritas por Bob Woodward y Carl Bernstein, reporteros del Washington Post, en 1972 y 1973. Parecía haber terminado un juego nacional de adivinanzas que se había jugado por 31 años.

Pero la aparición de Garganta Profunda en persona creó nuevas complicaciones, cómo lo observó el erudito en medios de comunicación Matt Carlson en 2010. Felt, afectado por una apoplejía, fue incapaz de hablar por sí mismo; simultáneamente, “Woodstein” (como se conocía internamente al dúo de reporteros en el Post) ya no podían dictar los términos de cómo pensar sobre Garganta Profunda. La especulación persistió, no sólo sobre cómo Woodward y Bernstein habían usado las fuentes sino también sobre lo que Carlson llamó “la precisión en general de la narrativa de Watergate como la informaron los periodistas”, quienes tienen un interés personal en una versión glorificadora para sí mismos.

Nada atizó más estas dudas que una biografía de 2012 de Ben Bradlee, el legendario editor de Woodward y Bernstein en el Post. En Yours in Truth, el autor Jeff Himmelman, un ex discípulo de Woodward, describió cómo encontró una entrevista grabada mientras Bradlee preparaba su autobiografía a principios de la década de 1990. En ella, el editor del Post expresó sus dudas con respecto al retrato que Woodstein hizo de Garganta Profunda en su libro sobre la investigación, Todos los hombres del presidente.
“Hay un miedo residual en mi alma que no está del todo claro”, dijo Bradlee al entrevistador en 1990. Himmelman también descubrió entre los papeles de Bradlee un memorándum de Bernstein que describía su encuentro clandestino en diciembre de 1972 con una fuente identificada sólo con el nombre clave “Z”. En Todos los hombres del presidente, la información que proveyó “Z” estaba a la par que las revelaciones hechas por Garganta Profunda. Himmelman unió los puntos y cayó en cuenta de que “Z” era un miembro del gran jurado que había otorgado la acusación original en contra de los ladrones de Watergate en septiembre de 1972, aunque en su libro, Woodstein negó expresamente haber obtenido información de alguien del gran jurado. Uno no tenía que ser escéptico para creer que Woodward y Bernstein todavía retenían la verdad completa de sus hazañas.

Ahora ha surgido un documento en un lugar poco probable que da una luz sumamente necesaria sobre el reporteo de Woodstein a la par que da algo de perspectiva al papel de la prensa en el descubrimiento del escándalo.

Por si no fuera lo bastante extraño, el documento —un borrador de un artículo de Woodstein de enero de 1973— estaba enterrado profundamente entre los papeles de Alan J. Pakula, director de la película hollywoodense de 1976 basada en el libro de Woodstein y del mismo nombre. Pakula, quien murió en 1998, cedió todos sus papeles a la Biblioteca Margaret Herrick de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, la gente que da los Oscar. La colección incluye su copiosa investigación para Todos los hombres del presidente, y en muchos aspectos, los papeles de Pakula son mucho más esclarecedores sobre el libro y la película que los propios papeles de Woodward y Bernstein, los cuales están almacenados en el Centro Harry Ransom en Austin, Texas.

Las 15 páginas del borrador del artículo es una guía sin precedentes de cómo el dúo de reporteros del Post utilizó las muchas fuentes anónimas que había cultivado cuidadosamente. Por razones desconocidas —Woodward y Bernstein se han negado a comentar al respecto— los reporteros le revelaron a Pakula las identidades de algunas de estas fuentes preciadas. Los nombres están garabateados en los márgenes correspondientes del borrador y listados en una hoja de papel separada.
Una de las seis fuentes anónimas es el legendario Garganta Profunda, y no es un personaje compuesto, como a menudo han alegado los escépticos. Otro es “Z”, el miembro del gran jurado. Tres de las otras cuatro son una sorpresa. Incluyen a uno de los tres fiscales originales del hurto de Watergate, un otrora abogado de los acusados, y un agente republicano cuyo nombre probablemente sea desconocido incluso para quienes están sumergidos en el conocimiento de Watergate. Si se los junta y pone en contexto, estas fuentes no sólo revelan la verdadera anatomía de un artículo de Woodstein sino también una verdad importante del reporteo que le dio un Premio Pulitzer a The Washington Post en 1973.

“¿Va a salir todo a la luz?”

Es necesario entender los complejos antecedentes de este borrador de un artículo antes de llegar a las fuentes anónimas de Woodstein y cómo fueron empleadas.

Por varios meses después del allanamiento de las oficinas centrales del Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés) en su complejo de oficinas en Watergate el 17 de junio de 1972, todos los que el difunto David Halberstam otrora llamó “poderes fácticos” mediáticos cubrieron este crimen inusual. Time, Newsweek, Los Angeles Times, The New York Times y CBS Evening News dedicaron recursos significativos a la historia, aunque ninguno fue más obstinado que The Washington Post. Aun así, la prensa no tenía mucho más éxito que el FBI y los fiscales federales en cuanto a demostrar que alguien más arriba que los siete hombres acusados del allanamiento estaba implicado en el crimen, aun cuando tres de ellos (E. Howard Hunt, G. Gordon Liddy y James McCord) habían trabajado directamente para la administración de Nixon o su equipo de campaña.

Incluso para los estadounidenses inclinados a tomar con seriedad el crimen —y muchos lo desdeñaron como una travesura en año electoral— el allanamiento no parecía tener sentido. ¿Por qué la Casa Blanca sancionaría el acopio ilegal de inteligencia cuando Nixon gozaba de una amplia ventaja en las encuestas? En cualquier caso, la travesura (todavía no era un escándalo) no estaba teniendo un efecto en la elección.

Después de la victoria aplastante de Nixon en noviembre, la cobertura mediática se redujo al mínimo, incluida la del Post. Los reporteros todavía interesados en la historia anticiparon que la siguiente primicia provendría durante el juicio de los siete conspiradores, el cual estaba programado para empezar el 8 de enero. Si no había un testimonio notable o un descubrimiento en la corte del juez John J. Sirica, el interés en la historia como noticia parecía que se extinguiría por completo.

A la mitad del juicio que tomaría 16 días, quedó en claro que ni un atisbo de información nueva iba a salir. Cinco de los acusados (Hunt y cuatro miamenses de origen cubano) se declararon culpables desde el principio, y el no presentar una defensa significaba que no tendrían que dar una explicación. Mientras tanto, McCord y Lilly, quienes eligieron someterse a un juicio, fueron poco comunicativos después de declarar su inocencia, una declaración que fue especialmente desconcertante en el caso de McCord, pues estaba entre quienes fueron atrapados con las manos en la masa en el DNC.
Había toda razón para creer que las preguntas más serias —la principal entre ellas: ¿quién ordenó el allanamiento y por qué? — nunca serían respondidas. En medio del juicio, Katharine Graham, dueña del Post, invitó a Woodward a almorzar, un encuentro descrito con gran detalle en Todos los hombres del presidente, porque fue el primer encuentro de ella con uno de los reporteros que estaba metiendo en un lío a su periódico. Con una voz que apenas ocultaba su aprehensión, ella le preguntó a Woodward: “¿Va a salir todo a la luz? O sea, ¿vamos a saber todo sobre esto?” Woodward tuvo que admitir que él y Bernstein no estaban seguros de que el misterio de Watergate algún día se aclararía.

El 24 de enero, el día después de que Woodward oyó a Jeb Magruder testificar en la corte —el único alto funcionario de campaña de Nixon que lo hizo— el reportero del Post le hizo una señal a Garganta Profunda de que era hora de su primera reunión sustanciosa desde finales de octubre. Ya desesperado por cuán pocos frutos daría el juicio, Woodstein había decidido escribir un artículo que agitaría el avispero, revelaría nombres e imprimiría lo que no se dijo en el juicio: a saber, que altas figuras de la campaña/administración de Nixon saldrían impunes.

Según el recuento en Todos los hombres del presidente, la reunión de esa tarde con Felt fue inusualmente frustrante. A pesar de la caricatura de justicia evidente en la corte de Sirica, Garganta Profunda parecía displicente y exasperantemente vago, tomando una vez más la postura de que sólo respondería a la nueva información y no ofrecería alguna. Woodward condujo la conversación hacia el ex fiscal general John Mitchell y Charles Colson, asesor de la Casa Blanca, dos altas figuras que habían librado la acusación y nombres que Woodstein pretendía revelar en el párrafo introductorio de su futuro artículo.

Felt, según las notas escritas a máquina de Woodward, dijo que “no [había] algo que él siquiera consideraría como evidencia circunstancial la cual mostrase que Colson y Mitchell [estaban] involucrados. Sin embargo, [era] el parecer de los jefes del FBI y [el director L. Patrick] Gray que Colson y Mitchell estaban detrás de la operación, en especial Colson, cuyo papel fue activo. La postura de Mitchell fue más ‘amoral’,” dijo Felt, consistiendo en “dar el visto bueno pero no concibiendo el plan”. Si el FBI no podía demostrar esta “conjetura de investigación”, opinó después Garganta Profunda, tampoco pensaba que el Post pudiera hacerlo.

Desesperados por no salir del garaje con las manos vacías, Woodward resumió el futuro artículo sobre Mitchell y Colson y preguntó sin rodeos a Felt si él pensaba que el Post había acopiado lo suficiente para un artículo. Eso debía decidirlo el periódico, respondió Garganta Profunda, pero Woodward notó que Felt “no parecía impresionado con el artículo”.

Después de consultar con Bernstein —por entonces, la única otra persona que conocía la identidad de Garganta Profunda y la posición extremadamente sensible que tenía— Woodward siguió adelante, ignorado la reacción poco entusiasta de Felt. Bernstein luego rehízo el borrador tres veces. El párrafo introductorio fue tomado directamente del encuentro de Woodward en el garaje con Felt el 24 de enero.

Los investigadores federales concluyeron que el ex fiscal general John N. Mitchell y Charles W. Colson, consejero especial del presidente, tuvieron conocimiento directo de la operación de espionaje político en general efectuado por los hombres acusados en el caso Watergate, según fuentes confiables.

La “fuente confiable” más fundamental en esta entrega fue Garganta Profunda, pero Woodstein también entrelazaron citas de otras cinco fuentes confidenciales y anónimas en el esfuerzo de los reporteros por producir un recuento convincente de los papeles de Mitchell y Colson.
La primera fuente anónima (aparte de Felt) mencionó en el borrador a alguien “cuyo nombre aparecía en la lista de testigos” del juicio en marcha. A esta persona se la citó diciendo que E. Howard Hunt le dijo que “informes a máquina [de los micrófonos ocultos] iban a Mitchell” y que Colson había aprobado el allanamiento “porque él es un agente y se percató de que estas son necesarias”.

Esta fuente anónima, según la guía dada a Pakula, era Robert F. Bennett, por entonces dueño de Robert R. Mullen Co., una compañía de elite de relaciones públicas en Washington. Hunt había trabajado en Mullen medio tiempo mientras también trabajaba en la Casa Blanca como uno de los “plomeros”, el nombre gracioso que se daba a una unidad secreta que investigaba filtraciones de información clasificada.

Ese Bennett (quien luego fue senador federal por Utah) era una fuente secreta que Woodstein conocía de tiempo atrás. Las audiencias mucho menos conocidas en la Cámara de Representantes sobre Watergate ubicaron un memorándum de la CIA de 1973 revelando que Bennett “ha estado proveyendo historias a Woodward de The Washington Post con el entendimiento de que no habría atribuciones a Bennett. Woodward está adecuadamente agradecido por las buenas historias y los artículos firmados que consigue y protege a Bennett (y la Mullen Company)”.

Una segunda fuente anónima, descrita como alguien “que conoce a los cuatro acusados de Miami”, es citado luego en el borrador del artículo para corroborar el punto de que Hunt dijo a los acusados de origen cubano que la operación de micrófonos ocultos “era para Mitchell” y que “Hunt [le había] reportado a Colson”.

Esta fuente fue identificada en el margen como “Roth”, también conocido como Henry B. Rothblatt, quien al principio defendió a los cuatro acusados avecindados en Miami y arrestados en las oficinas centrales del DNC en Watergate.
En retrospectiva, la cooperación de Rothblatt con Woodstein no fue tan sorprendente, ya que los abogados defensores a menudo tratan de armar su caso en la corte de la opinión pública. Pero es más significativo que para entonces Rothblatt era el ex abogado de los acusados avecindados en Miami. Ellos lo despidieron semanas antes, con base en que él se negó a cambiar sus declaraciones por las de culpables. Rothblatt, quien murió en 1985, luego afirmó que los cuatro hombres fueron inducidos a cambiar sus declaraciones, y al final él sirvió como testigo de la fiscalía durante el juicio de los acusados de encubrir Watergate.

La siguiente fuente anónima citada en el borrador —descrita como alguien “familiarizado con la investigación federal”— es citada diciendo que Mitchell y Colson “obtuvieron información sobre lo que se recibió” de las conversaciones intervenidas.

Woodstein reveló que esta fuente era “EE”, las iniciales de Elayne Edlund, miembro del gran jurado de Watergate que fue entrevistada en secreto por Bernstein en diciembre.

Se suponía que la identidad de Edlund estaba tan recelosamente guardada como la de Felt. Ello se debe a que los miembros del gran jurado hacen el juramento de mantener en secreto los testimonios que se dan ante ellos y sus deliberaciones. Como se señaló antes, en Todos los hombres del presidente Woodstein confundió deliberadamente el hecho de que “Z” era un miembro del gran jurado, fingiendo que ella era una fuente convencional y afirmando que no habían recibido “ninguna información” de alguno de los miembros del gran jurado. El papel real de ella sólo se conoció en 2012, cuando Jeff Himmelman encontró el memorándum de la entrevista de Bernstein con ella en los papeles de Bradlee. Incluso entonces, Himmelman se abstuvo de nombrar a Edlund, sin saber que ella había muerto en 1991.

En este punto del borrador, Woodstein recurrió a Garganta Profunda otra vez —descrito como alguien “que está familiarizado con la investigación del FBI”— para reiterar su párrafo introductorio: a saber, que “información en los archivos del FBI muestran que ‘Mitchell estaba involucrado y sabía’” del allanamiento, pero que todavía había un “debate importante” dentro de la oficina sobre el involucramiento de Mitchell y “si él había hecho algo ilegal”.

Felt/Garganta Profunda fue identificado como el “Chico de Bob” (en la hoja de papel separada) o “Amigo” (en el margen) para Pakula. Así, Felt fue la única fuente cuya verdadera identidad se mantuvo en secreto del director de cine.

La cuarta fuente anónima utilizada es descrita en el borrador como “una entre un puñado de personas enteramente conocedora de los hechos del caso”. Esta fuente es citada diciendo que “mucho de la investigación federal se concentró en Colson”, ampliamente reputado como el verdugo político de Nixon, y que si se hubiera acusado a una octava persona, “esa persona hubiera sido Colson”.

Esta fuente, identificada en el margen como “Glan”, y en la hoja separada como “Glanzer”, era, por supuesto, Seymour Glanzer, uno de los tres fiscales federales que procesaron a los siete acusados originales de Watergate.

Los fiscales son conocidos por poner a prueba sus casos en la prensa antes o después de ponerlos a prueba en la corte. Pero hasta ahora, no se había sabido (aunque algunos lo sospechaban) que uno de los fiscales de Watergate aparentemente estaba filtrando a Woodstein. Glanzer, según dice un colega, negaría vehementemente haber hecho esas declaraciones al dúo del Post, y hay amplias razones para creer que ellos exageraron sus palabras.

La última fuente anónima empleada por Woodstein nunca ha sido vinculada a los reporteros. Incluso para las personas empapadas en las minucias de Watergate, su papel como una fuente de Woodstein será una sorpresa. Él es descrito en el borrador como “un funcionario de la Casa Blanca que pidió no ser nombrado”, y fue citado para apoyar la opinión de que “se entendía generalmente en la Mansión Ejecutiva que Hunt trabajaba en proyectos secretos para Colson que tenían que ver con la reelección del presidente”.
El nombre “Fleming” está garabateado en el margen, y “Flemming” está listado en la hoja de papel separada. Según John Dean, ex consejero de la Casa Blanca, eso significa que era Harry S. Flemming. Su padre, Arthur S. Flemming, era un reconocido educador y servidor público que fungió como secretario de salud, educación y bienestar de Eisenhower de 1958 a 1961. Pero el perfil de Harry era mucho más bajo. Durante la campaña de Nixon en 1968, él fue el nexo entre la campaña y el Comité Nacional Republicano. Después de la elección, él se unió al equipo de la Casa Blanca como un asistente especial del personal del presidente, yéndose a los dos años. Durante la campaña de 1972, Flemming, quien murió en 2003, trabajó medio tiempo en la campaña y conocía a muchos de los actores claves de Watergate. Pero, como funcionario de segundo nivel, fue excluido de las reuniones cuando se discutían temas como la “vigilancia electrónica”, y su conocimiento por lo regular era de segunda mano.

El mayor escándalo

¿Por qué estaba Pakula, conocido en Hollywood como un perfeccionista que investigaba sus películas a profundidad, tan intrigado por este artículo, entre las docenas escritas por Woodstein durante el otoño e invierno de 1972 y 1973? ¿Por qué Woodstein no sólo le mostró al director el borrador sino que compartió las identidades de todas menos una de sus fuentes confidenciales? Irónicamente, todo esto sucedió porque el borrador del artículo nunca fue publicado en el Post.

Como se narra en Todos los hombres del presidente, el borrador “produjo el desacuerdo más serio entre Bernstein y Woodward desde que empezaron a trabajar juntos siete meses atrás”. No importaba cuántas veces Bernstein pasó el artículo por su máquina de escribir, Woodward expresaba sus reservas, diciendo que “él no pensaba que debería publicarse antes de tener mejores pruebas”.

Las dudas de Woodward probablemente se derivaban de la reacción poco entusiasta de Garganta Profunda, y su comentario de que el Post tenía pocas posibilidades de tener éxito donde fracasó el FBI. También, en dos o tres artículos sobre Watergate atrás Woodstein cometió un error dañino en un artículo sobre H.R. “Bob” Haldeman, jefe de personal de la Casa Blanca. La Casa Blanca había aprovechado ese error, y la sombra que produjo sobre el reporteo de Woodstein dejó al dúo pensando que quizá incluso tendrían que renunciar al periódico.

Bernstein no tenía reservas, argumentando que el Post no tenía que ofrecer evidencia definitiva. El artículo era lo que “pensaban” los investigadores, no lo que mostraba la evidencia dura, y con base en ello el artículo merecía publicarse. La discusión entre los dos reporteros se acaloró tanto que en más de una ocasión se retiraron de la sala de redacción hacia el área de las máquinas expendedoras para que pudieran gritarse uno al otro.

Su sociedad —la cual J. Anthony Lukas luego denominó “una especie de centauro periodístico con una aristocrática cabeza republicana y escuálidos cuartos traseros judíos”— nunca pareció más ceca de romperse. Bernstein acusó a Woodward de jugar siguiendo la mano de la Casa Blanca, mientras que Woodward acusó a Bernstein de tratar de pasar un artículo por el periódico que podría llevar a otro ataque, todavía más dañino, contra el Post de parte de Ron Ziegler, secretario de prensa de Nixon. Woodward no quería repetir ese episodio, sobre todo después de su conversación con Katharine Graham en el almuerzo.

Pakula hacía una película de “amigos” —la naturaleza de pareja dispareja de Woodstein fue lo que motivó al actor Robert Redford a comprar los derechos de transmisión— y el director de Hollywood sin duda quería saber por qué discutieron tan amargamente a finales de enero de 1973. En retrospectiva, Watergate estaba a punto de convertirse en el mayor escándalo presidencial desde los sobornos petroleros de Teapot Dome y, pronto, el primer intento de impugnar a un presidente en 100 años. Así, los reporteros del Post le dieron a Pakula el tipo de acceso que normalmente se reserva sólo para los editores de los periódicos.
Después de que Newsweek les mostró una copia del borrador del artículo, Woodward y Bernstein aceptaron que era “obviamente auténtico”. Pero dijeron que ellos no sabían cómo Pakula consiguió su borrador nunca publicado, y por qué (o si acaso) él se había interesado especialmente en ello.

Ellos no quisieron discutir la revelación de las identidades verdaderas de sus fuentes, en parte porque la letra en los márgenes del borrador del artículo no era claramente legible y usó abreviaturas: por ejemplo, “Ben” (por Robert F. Bennett) y “EE” (por Elayne Edlund). “Porque no está claro de quién es la letra en los márgenes (no necesariamente nuestra) y el artículo podría involucrar a fuentes que todavía viven”, escribió Woodstein en un correo electrónico, “simplemente no podemos comentar”.

Por supuesto, no importa un ápice quién garabateó las identidades en los márgenes. Sólo había dos personas que pudieron haber revelado esa información: una de ellas es Woodward, y la otra, Bernstein. Probablemente ellos tenían poca dificultad para recordar a quién se referían las abreviaturas, ya que también le dijeron a Newsweek que el borrador del artículo “muestra una vez más que teníamos varias fuentes para nuestro trabajo sobre Watergate, dentro y fuera del gobierno, de muchas y diferentes instituciones, individuos y posiciones privilegiadas”.

Además de este atisbo a cómo Woodstein construía un artículo sobre Watergate, el borrador transmite una importante verdad histórica que frecuentemente se olvida. El escándalo Watergate, que se desarrolló por 26 meses desde su comienzo (el allanamiento) hasta su final (la renuncia de Nixon en agosto de 1974), fue una saga extraordinariamente compleja. Pero a causa de Todos los hombres del presidente y en especial su adaptación fílmica, la historia a menudo es reducida a una fábula conveniente y atractiva, la historia de dos reporteros jóvenes y ansiosos que derribaron a un presidente, blandiendo la verdad como su única arma. O, como lo dice el crítico Wilfrid Sheed, “a la gente tal vez se le estén borrando los detalles de Watergate, pero por lo menos recuerda la película: un par de periodistas metiches y un informante, ¿no fue así?”

El borrador desbarata este mito. El documento entre los papeles de Pakula, junto con los antecedentes, demuestra que siete meses después de que los ladrones de Watergate fueron aprehendidos, la prensa todavía estaba en una posición similar a la de la parábola de los ciegos y el elefante: todavía batallando para entender qué tenían en las manos. Woodward y Bernstein no estaban más cerca de revelar quién aprobó el allanamiento de lo que estaban en junio, y todavía más lejos de exponer la obstrucción de la justicia que siguió al allanamiento. Y fue el encubrimiento, después de todo, lo que atrapó a Nixon y puso en marcha la máxima sanción política de la impugnación.
Si hay más premios que otorgar por resolver el caso, éstos pertenecen al sistema legal, en especial los tres fiscales —el antes mencionado Glanzer, Earl J. Silbert y Donald E. Campbell— quienes implacablemente cerraron las pinzas legales hasta que uno de los acusados originales de Watergate, James McCord, finalmente rompió filas poco después de su condena del 30 de enero. La carta de McCord del 23 de marzo al juez Sirica afirmando que había ocurrido perjurio, entre otros crímenes, durante el juicio fue un golpe devastador del que la administración nunca se recuperó. Pronto, todos los involucrados en el encubrimiento empezaron a contratar abogados —siendo el más significativo John W. Dean, el consejero legal de la Casa Blanca— y comenzó la carrera para confesar con los fiscales.

Los medios de comunicación, y más prominentemente Woodstein, merecen un crédito enorme por mantener viva la historia, sobre todo después de la elección de 1972, cuando el allanamiento fue tomado con una mezcla de apatía y despreocupación. La disonancia entre los artículos sugerentes en la prensa y las desdeñosas “negaciones sin negar” de la Casa Blanca antes de la elección crearon una enorme laguna de credibilidad. La cobertura de la prensa sirvió como un profiláctico para los fiscales, permitiéndoles proceder de continuo y sin interferencias, para mantener el viejo adagio legal de que las “ruedas de la fortuna giran con lentitud, pero muelen con finura excesiva”. A fin de cuentas, fue la labor del gran jurado de Watergate y estos fiscales —no la prensa— lo que produjo un mapa de ruta para todos los casos criminales para cuando se designó un fiscal especial en mayo de 1973.

Bob Woodward y Carl Bernstein sólo fueron dos entre muchos actores en el drama de Watergate, y tal vez ni siquiera los más importantes, a pesar de los vastos esfuerzos de Robert Redford en su idolatría. (El año pasado él produjo otra película de Watergate, esta vez un documental, All the President’s Men Revisited, que en realidad fue All the President’s Men Repeated, como lo señaló Beverly Gage, historiadora de Yale, en Slate.)

Watergate siempre sobresaldrá como uno de los momentos cumbres de los medios noticiosos. Pero como lo demuestra el borrador entre los papeles de Pakula, incluso con todas las fuentes anónimas que Woodstein utilizó, el crédito de que se haya justicia debe compartirse con los procesos legal y congresista. A la era de la adoración al reporteo de Woodward y Bernstein ya debería ponérsele un final piadoso, y decisivo.

Una nota al pie: “Woodward ahora acepta que el artículo debió publicarse”, dijeron Bernstein y Woodward en su respuesta después de ver el borrador del artículo. Sin embargo, de haber sido tal el caso, The Washington Post hubiera sido avergonzado dolorosamente. En su número del 29 de enero, la revista Time publicó prácticamente la misma acusación sobre Mitchell y Colson, lo cual difícilmente sorprende, ya que Mark Felt también filtraba como un colador a Sandy Smith de Time. Después de que Colson amenazó con presentar una demanda por difamación por varios millones de dólares, Time rápidamente se disculpó y se retractó del artículo. Colson hizo muchas cosas, incluido el participar en el encubrimiento. Pero nunca hubo prueba alguna de que aprobase el allanamiento con antelación.


En cuanto a por qué Mark Felt era tan indiferente a esparcir mala información, por ejemplo, hacer parecer a Colson como la principal alta figura en vez de Mitchell... esa es otra historia.

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