Brasileños están decepcionados
por pobres inversiones para el Mundial
Reuters - domingo, 18 de
mayo de 2014
Cuando Brasil diseñó su plan para
organizar el Mundial, esta ciudad de playa sobre el Atlántico era exactamente
el tipo de lugar que quería mostrar.
El boom económico sumado a
generosos programas de bienestar social estaba transformando el somnoliento
lugar en una ciudad en rápida expansión, la cara de un nuevo Brasil que,
finalmente, estaba dando un salto hacia el mundo desarrollado.
Qué importa que Natal, en el
nordeste históricamente pobre, estuviera rezagada en relación a centros
neurálgicos como Río de Janeiro o Sao Paulo. O que su estadio fuera utilizado
por clubes regionales de poca monta.
Natal construirá una nueva arena
de vanguardia, dijeron las autoridades, y también toda las infraestructura que
haga falta. Prometieron una red de ferrocarriles ligeros, un nuevo hospital,
remozar el paseo marítimo y construir accesos para personas en sillas de rueda
en toda la ciudad.
Cinco años después y apenas
cuatro semanas antes del inicio del Mundial, poco más que el estadio y un
remoto aeropuerto han sido terminados.
Casi la mitad de los más de 1.300
millones de dólares en obras prometidas nunca salieron del papel. Y las que
comenzaron languidecieron, incluyendo una importante carretera que convirtió
las inmediaciones del estadio en una explanada de varillas de metal, polvo y
concreto.
"Es una oportunidad
perdida", dice Fernando Mineiro, un legislador local del izquierdista
Partido de los Trabajadores, que lleva 12 años en el poder en Brasil.
"Natal no entregó lo que prometió a sus ciudadanos".
Las ciudades se pelean por organizar
el Mundial, los Juegos Olímpicos y otros grandes eventos porque, en teoría, el
turismo, la exposición mediática y otros ingresos justifican las enormes
inversiones en infraestructura, como ocurrió con Barcelona con las Olimpiadas
de 1992.
Pero los desperdicios son
habituales, a menudo dejando como legado infraestructura inútil como los
estadios construidos para el Mundial de Sudáfrica 2010.
Y justo cuando Brasil debe
mostrar su renovada cara para el Mundial, la gente se queja de los altos costos,
los retrasos y las inversiones que nacieron muertas.
La burocracia, corrupción y
disputas políticas, dicen, condujeron una vez más al tipo de incumplimientos
que han limitado durante años el desarrollo de la mayor nación de América
Latina.
Un tren bala de 16.000 millones
de dólares para conectar Río de Janeiro y Sao Paulo, por ejemplo, nunca salió
de los planos. En vez de un nuevo terminal, los pasajeros que aterrizan en la
ciudad de Fortaleza son recibidos bajo un toldo.
Y un tren de pasajeros de 700
millones de dólares en la ciudad agrícola de Cuaibá sólo estará listo mucho
después del Mundial.
A nivel nacional apenas 36 de los
93 grandes proyectos, o un 39 por ciento de las obras prometidas, fueron
concluidos, según un estudio de Sinaenco, un sindicato de ingenieros y
arquitectos en Sao Paulo.
Cuando Brasil fue elegido para
organizar el torneo, en el 2007, el entonces presidente Luiz Inácio Lula da
Silva, apeló a la rivalidad regional y prometió "una Copa que ningún
argentino pueda criticar".
Pero su sucesora, la presidenta
Dilma Rousseff, no está logrando muchos elogios.
Enormes protestas estallaron el
año pasado en todo Brasil durante la Copa Confederaciones, una especie de
ensayo general del Mundial, y manifestaciones menores continuaron, las últimas
el jueves.
En lugar de mostrar los avances
del país, muchos en Brasil sienten que el torneo revela las divisiones aún
grandes en un país bueno para el espectáculo, pero todavía atrasado en salud
pública, infraestructura, educación y otros servicios cruciales.
Las deficiencias son
especialmente irritantes ahora que la economía, tras una década de crecimiento
por encima de un 4 por ciento anual, frenó a menos de la mitad de ese promedio
desde que Rousseff llegó al poder en el 2011.
PRETENSIONES PRIMERMUNDISTAS
Para los preparativos del Mundial
en Brasil se están invirtiendo cerca de 11.000 millones de dólares, según
cifras del Gobierno, en ítems desde mejoras a estadios y aeropuertos hasta
trabajos en caminos y seguridad.
Quitando unos 2.000 millones de
dólares, el resto viene de las arcas públicas.
"Será un torneo hermoso,
estoy segura", dice Maria Santos, de 29 años, mientras hace una fila de
una cuadra de largo para tomar el autobús hacia el hospital donde trabaja como
enfermera.
En el hospital, Maria y sus
compañeros muchas veces trabajan sin guantes de látex, jeringas ni otros
implementos básicos.
"Pero lo que sea que
gastaron habría sido mejor que lo usaran en otra cosa", añadió.
Los habitantes de Natal lamentan
que la ciudad, tal como Brasil, no haya podido estar a la altura de sus
pretensiones primermundistas.
Con poco menos de 1 millón de
habitantes, Natal es afligida por una creciente ola de delitos, congestiones de
tránsito, finanzas públicas erráticas y políticas locales tan barrocas -y
presuntamente corruptas- que un alcalde fue expulsado en medio de los
preparativos para el Mundial y la actual gobernadora del estado enfrenta un
posible juicio político.
"Las cosas no han resultado
como dijeron", dijo José Aldemir Freire, economista jefe de la oficina
local de la agencia nacional de estadística de Brasil, IBGE. "Hay algunas
inversiones por causa del Mundial, pero no a la escala que se esperaba".
Originalmente la FIFA esperaba
que hubiera sólo ocho ciudades sedes en Brasil. Pero los funcionarios en
Brasilia, la capital, y los dirigentes deportivos del país querían presumir de
más.
Y de paso anotarse puntos
políticos a nivel regional en el proceso.
Le dijeron a la FIFA que
prepararían 12 sedes. Eso desató una contienda entre ciudades medianas -desde
el puerto de Belém en la Amazonía, hasta el balnerario surfista de
Florianópolis en el sur del país-, ninguna de las cuales fue seleccionada.
"¿Un Mundial aquí?", se
pregunta Fernando Fernandes, empresario de Natal que en aquella época dirigía
una secretaría estatal para el evento. "Somos un patito feo".
Pero Natal tenía ventajas.
En la mitad de América del Sur,
está más cerca de Europa que otros destinos turísticos en Brasil y cuenta con
vuelos regulares a Amsterdam, Madrid y otras capitales de fanáticos del fútbol.
Además, en la costa de Natal,
junto a las imponentes dunas que le dan forma a su montañoso y cálido paisaje,
hay más capacidad hotelera que en cualquier otra ciudad sede, excepto Río de
Janeiro, Sao Paulo y Salvador.
Cuando la FIFA anunció el nombre
de Natal en su ceremonia de selección, en mayo del 2009, los residentes se
agolparon en la playa para ver la transmisión en vivo en una pantalla gigante.
Hubo fuegos artificiales en medio
de los vítores de la multitud, seguidos por las felicitaciones entre los
funcionarios locales, que empezaron a hacer las promesas que finalmente no
pudieron cumplir.
Su primer desafío era el nuevo
estadio.
La FIFA exigía una arena que
pudiera albergar al menos a 42.000 personas -10 veces la asistencia promedio
para los partidos normales en Natal-. Los funcionarios locales acordaron
derribar el estadio existente, situado junto con una carretera central, y levantar
un nuevo.
Contrataron a un equipo de
arquitectos brasileños y extranjeros para diseñar el nuevo estadio por un costo
de 180 millones de dólares. Pero al licitar las obras, en noviembre del 2010,
los contratistas dijeron que no podrían realizar la construcción por ese
precio.
Tras una serie de reuniones de
emergencia, las autoridades locales hicieron reducciones en los planos.
Simplificaron el diseño de un ondulado toldo sobre el estadio -una referencia a
las dunas del lugar- y eliminaron 600 espacios de estacionamiento.
El número de asientos permanentes
se bajó a 32.000, con otros 10.000 adicionales colocados provisionalmente para
el Mundial.
En febrero del 2011, OAS SA, una
constructora de Sao Paulo, se adjudicó las obras.
El Gobierno federal, en tanto,
acordó el financiamiento de un aeropuerto nuevo.
Aunque el aeropuerto existente
gestiona con facilidad el tráfico normal de pasajeros en Natal, la industria
local llevaba mucho tiempo anhelando un terminal mayor para aumentar la
capacidad de carga.
El Gobierno federal invertiría
casi 260 millones de dólares, pero las obras correrían por cuenta de un
contratista privado. El estado de Río Grande do Norte, del cual Natal es la
capital, construiría por su parte dos vías de acceso.
La ciudad acordó mejorar el
tráfico y el alcantarillado cerca del estadio. Se construirían seis puentes y
dos túneles para aliviar los cuellos de botella en las congestionadas
autopistas.
PROYECTOS FRENADOS, POLITICA
ENREDADA
Mientras que el estadio y el
aeropuerto avanzaron, proyectos en la ciudad se estancaron.
Los residentes presionaron a la
entonces alcalde Micarla de Sousa por resultados.
"Ella no hizo absolutamente
nada", dice Carlos Eduardo Alves, actual alcalde de Natal y miembro de la
familia política más poderosa del estado. Uno de sus primos es el presidente de
la Cámara de Diputados de Brasil, otro integra el gabinete de Rousseff y su
apellido es común en al asamblea del estado.
De Sousa dijo que no logró
obtener financiamiento federal, especialmente por su mala relación con Brasilia
después de que Lula respaldó a su rival en las elecciones municipales. Además
tuvo problemas de salud durante su mandato, que la llevaron a anunciar a
comienzos del 2012 que no buscaría la reelección.
Hubiera dado lo mismo.
En octubre del 2012, dos meses
antes del fin de su mandato, un tribunal estatal la destituyó después de que un
fiscal alegara irregularidades en contratos de salud pública. De Sousa negó en
una entrevista cualquier tipo de comportamiento erróneo. Y dijo que su salida
fue orquestada por sus rivales, señalando que aún no presentaron cargos contra
ella.
Como sea, en el 2013 había pocas
obras en marcha en Natal.
Alves dice que relanzó los planes
y recién pudo empezar la construcción a inicios de este año, por un costo de
290 millones de dólares. Según el alcalde, la mayoría de las obras estarán
terminadas o despejadas cuando comience el Mundial.
Durante una tensa reunión
sostenida recientemente por Alves y los contratistas, varios usaron la
expresión "pos Copa" para aludir a los plazos de entrega. Uno dijo
que el robo de materiales, incluyendo cables de cobre, causó retrasos. Otro se
quejó del olor a cloaca a lo largo del paseo marítimo, donde las obras están
lejos de estar terminadas.
Los vecinos del estadio son
escépticos.
"Menos mal que la gente no
puede ir en automóvil a los partidos", bromea Rodrigo Pereira, propietario
de una tienda cerca de uno de los túneles, citando las reglas de la FIFA que
imponen un gran perímetro de seguridad en las inmediaciones de los estadios que
obligan a la mayoría a caminar. "Mis clientes ni siquiera pueden llegar
hasta mi".
Y también el estado está bajo
fuego.
El contrato del estadio, una
asociación público-privada con una constructora, obliga al estado a reembolsar
los préstamos para la construcción y pagar tasas de administración por hasta
dos décadas. Al final terminará pagando más de 900 millones de dólares, o casi
cinco veces el costo del trabajo.
Aunque la mayoría de los
residentes dicen que les gusta la apariencia del nuevo estadio, con su techo
ondulante, le temen a la factura. "Tenemos verdaderas preocupaciones sobre
el precio final", dice Luciano Ramos, un auditor de un tribunal estatal que
está investigando el contrato.
El estado también ha sido
criticado porque recién ahora está terminando la primera de dos carreteras
desde el aeropuerto que había prometido. No está claro si el aeropuerto estará
operando para el Mundial. La fecha tentativa de inauguración es el 22 de mayo.
La gobernadora del estado,
Rosalba Ciarlini, culpa a la burocracia y a los altos costos de personal, una
"herencia" de administraciones anteriores que, dice, limitan la
capacidad de inversión del estado.
Las nóminas están tan infladas
que el estado acaba pagando muchos salarios con retraso. Algunos contratistas,
incluyendo proveedores de hospitales, dejaron de hacer negocios con el estado.
Ciarlini enfrenta pedidos de
interpelación en la asamblea del estado, luego de que una corte determinó este
año que había favorecido a sus aliados con gastos proselitistas. El tribunal
trató de destituirla, pero una corte superior, sin anular los hallazgos, la
mantuvo en el cargo en base a un tecnicismo.
La gobernadora dice que el fallo
y las acusaciones tienen motivaciones políticas.
El costo del estadio, dice, va a
ser amortizado con los ingresos de futuros eventos en la arena, aunque los
críticos dicen que Natal ni tiene un fútbol potente ni está tampoco en un
circuito de conciertos que garantice su rentabilidad.
El precio de participar, dice la
gobernadora, es el costo del financiamiento de largo plazo. "Esto es como
comprar un auto", dice Ciarlini. "Uno no paga el precio
nominal".
Además, agrega, "tenemos la
arena nueva más bonita de Brasil".
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