El pescador de atún más necio del
mundo
Forbes - martes, 20 de mayo
de 2014
Tenía un negocio de pieles finas en Madrid,
pero conoció a una mexicana y decidió pescar tortugas y tiburones en Oaxaca.
Levantó una empresa, pero se la quitaron. Invirtió todo su capital en dos
barcos atuneros, pero tuvo que irse a África para sobrevivir. Finalmente,
regresó y construyó una compañía que vende 5,000 mdp al año. Ésta es la
historia del hombre que, a sus 72 años, quiere reconquistar los mares.
Eran otros tiempos. En aquel
entonces, la pesca de la tortuga marina era una actividad que se realizaba
salvajemente en las playas de Oaxaca. Antonio Suárez Gutiérrez es un español
que visitó México por primera vez en 1966,
por un evento estrictamente circunstancial. Después de varias visitas,
este personaje decidió radicar en México, cambiar de giro y tomar el timón de
una vieja empresa estatal llamada Industria Pesquera de Oaxaca (IPO).
“Yo comencé a distribuirles en
Europa. Empezamos a distribuir pieles. En ese entonces se pescaba la tortuga
marina, y distribuía pieles de tiburón. Luego, en 1968, me quedé con las
instalaciones de IPO. Fue así que la compré y me dediqué a la pesca.”
—¿Vio la oportunidad de negocio?
—Sí, sí. Dos años después [en
1970] me casé y me desprendí de lo que tenía en España.
—¿En aquellos años todavía
existían los rastros de tortugas en Mazunte, Oaxaca?
—Bueno, aquello era una pesca
muy, muy de selva.
Ya instalado en México, cuando su
empresa crecía en Oaxaca, tuvo otro punto de inflexión: el gobierno lo obligó a
venderle su negocio a Productos Pesqueros Mexicanos.
“La tortuga era una especie
reservada para las cooperativas; también el camarón, el ostión, la langosta y
varias especies más. El gobierno compró las plantas procesadoras, los barcos y
todo lo que tuviese que ver con las cooperativas. Nosotros vendimos en 1980.”
Se acabó el negocio de las pieles. Se acabó el negocio de la pesca.
La llamada
Un día de 1980, cuando Antonio
Suárez iba a cobrar el fruto de años de trabajo, recibió una llamada; era
Fernando Rafful Miguel, el titular de la Secretaría de Pesca.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó
el secretario de José López Portillo.
—Pues, no sé —respondió Antonio
Suárez—. Voy a dedicarme a alguna cosa, eso seguro, pero ya no quiero estar en
la pesca.
—¡No! Queremos que sigas en la
pesca. Necesitamos a alguien como tú en la pesca.
—¡No, no! A mí no me apetece
estar en la pesca.
Fue entonces cuando Fernando
Rafful Miguel le habló del atún, que estaban creando una flota atunera en
México y que querían que él estuviera en el negocio.
Él quería dejar la pesca porque
consideraba que estaba muy politizada. “Uno quiere crecer en su empresa, no
tanto ganar dinero. Lo bonito es ver crecer una empresa.” Entonces no quería
regresar al ambiente que le había arrebatado su negocio.
Coincidió que en esas fechas fue
a España y habló con algunos amigos que se dedicaban a la captura del atún. Le
dijeron que era un gran negocio. Él dudaba, pero al final lo animaron y regresó
a México con la intención de invertir todo lo que había recibido en el negocio
del atún que le recomendó el titular de Pesca.
—¿Ahí era millonario ya?
—Bueno, hombre, algo tenía, algo
tenía.
Con eso que “tenía” mandó a
construir dos barcos grandes, de 1,000 toneladas.
Al poco tiempo de firmar el
contrato, en julio de 1980, seis barcos atuneros estadounidenses fueron
detenidos pescando sin permiso dentro de la zona exclusiva de México. El
gobierno de Estados Unidos respondió con furia: dejaron de comprar.
“Cuando sorprendió a México el
primer embargo dependíamos casi totalmente de las ventas de atún al mercado
norteamericano”, explican Irma Delgado Martínez y Cuauhtémoc González Pacheco,
del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma
de México, en El atún, el embargo y el Tratadode Libre Comercio.
Suárez Gutiérrez sonríe al evocar
el momento en que invirtió su fortuna en dos barcos atuneros precisamente en
1980:
Se fue con sus barcos recién
comprados a África; no quería venir a amarrarlos a algún puerto mexicano.
“Llevé tripulación de Oaxaca. Tenía vascos, oaxaqueños, negros de Senegal”.
—¿Usted andaba en medio de los
marinos?
—¡Yo era el jefe de la orquesta!
Ahí yo comencé a relacionarme con el mercado europeo.
—¿Se iba al mar un mes, dos
meses, tres?
—No, yo iba y venía. Yo estaba
aquí, el barco estaba afuera, y cuando iban a descargar los barcos yo tomaba un
avión y nos íbamos a las descargas en Abiyán (corazón comercial de Costa de
Marfil) y a Dakar (la capital de Senegal). Ahí descargaban.
Con sus amigos españoles
transportaban atún a Italia, Francia y España. Era 1984 y Antonio Suárez
Gutiérrez salía de sus angustias, mientras aquí en México los barcos seguían
anclados. De pronto, una buena señal apareció en el horizonte: el gobierno de
Miguel de la Madrid se había comprometido a comprar todo el atún.
“Entonces yo no quise quedarme
solamente allá; vine para acá y me traje a los brokers, los grandes brokers
europeos que había, y aquí empezamos a organizarnos. Se constituyó la
Asociación Nacional de Productos de Atún.”
De acuerdo con la Organización
Mundial del Comercio (OMC), entre 1980 y 1987 México desarrolló una flota con
capacidad para transportar 85,000 toneladas de atún. Otros mercados eran
conquistados.
Un día de 1986, Estados Unidos
decidió quitar el embargo. “A pesar de que se levantó el embargo, Estados
Unidos encontró una nueva manera de prevenir que el atún mexicano compitiera en
su mercado”, explica la OMC.
Culparon a los mexicanos de matar
delfines. California dictó en octubre de 1990 un embargo, se levantó
provisionalmente en noviembre y en febrero de 1991 lo ratificaron. Se
establecía la prohibición de comprar atún mexicano y represalias comerciales a
los países que lo hicieran. Sus ventas cayeron. Se hundían.
Un día, Antonio Suárez Gutiérrez
estaba con el entonces presidente de México, Carlos Salinas de Gortari, y era
el momento perfecto para soltarle el problema que tenían con Estados Unidos.
Sin rodeos, le pidió que fuera el abogado de la industria atunera ante su
homólogo, Bill Clinton, pues muy pronto se reunirían. “Yo veo una luz en el
camino, señor presidente”, le dijo a Salinas, quien le pidió que no se
confundiera:
“Suárez, puede ser otro tren que
viene de frente. Y a Clinton, como a mí, le importan los votos, y como vea que
los delfines quitan votos, olvídese.”
Fue hasta el gobierno de Ernesto
Zedillo en que las cosas cambiaron y el embargo fue retirado. Para entonces,
Antonio Suárez se había desecho de sus grandes barcos, con los que casi logra
tener la flota atunera más poderosa del mundo. Pero se resistía a renunciar. “O
nos integrábamos o ya no pintábamos en este negocio. Empezamos a adquirir
barcos y terminamos interesándonos en una planta que adquirimos en Manzanillo.
Una planta que había construido el gobierno, que estaba inactiva. Nos
integramos y ahí surgió la marca Tuny”.
—¿Le gusta que le digan que es el
“Rey del Atún”?
—No, ésa es una tontería. Soy el
decano de los atuneros de México.
Horizonte despejado
En marzo de este año hubo una
gran fiesta en Manzanillo. Ahí estaba el presidente Enrique Peña Nieto y toda
la industria pesquera festejaba la llegada del “Gijón”, el primero de tres
nuevos barcos atuneros que compró Grupo Marítimo Industrial (Grupomar).
“Compramos tres buques por un
monto de 75 millones de dólares (mdd). El ‘Gijón’ llegó a Manzanillo desde
España, y ésa fue la oportunidad para que el presidente le diera el banderazo
de salida”, recuerda Antonio Suárez, el fundador y presidente del Consejo de
Administración de Grupomar.
El segundo se llamará “Oaxaca”,
en honor a su mujer y su única hija (que ahí nacieron), y el tercero
“Manzanillo”, en agradecimiento al puerto que lo cobijó.
“Estos que estamos comprando son
de los más grandes y modernos de nuestra flota. A cada uno le caben 1,200
toneladas de atún.” Hoy, Grupomar tiene 10 barcos.
—¿Por qué cuentan que Enrique
Peña Nieto lo trata con mucho respeto?
—Hemos tenido la oportunidad de
conocernos y él sabe que somos gente de bien, empresarios que vamos para adelante.
Somos, aunque suene feo, héroes. Grupomar es una empresa mártir, que lleva 30
años bloqueada por el mundo y hemos subsistido y todavía nos siguen teniendo
miedo.
—Esta ocasión, ¿sí hay
condiciones para asegurar que se aproxima el relanzamiento de la pesca
mexicana?
—Yo creo que viene el nuevo
lanzamiento de la industria pesquera. El presidente dijo que él se encargaría y
yo le pedí que fuese el abanderado de nuestra actividad, por todos los daños
que nos han causado.
A sus 72 años de edad, y con 47
años residiendo en México, Antonio Suárez se ve satisfecho. “Estamos haciendo
ahora más de un millón de latas al día de distintos productos, facturamos más
de 300 mdd al año y empleamos a más de 2,000 personas directamente.”
—¿Está pensando en el retiro?
—No, no, no, no… A mí me retira
el Señor; ése es el día que me retirarán. Retirarse es… ¿qué hago! Me gusta ir
a mi rancho, pero no voy a estar todo el día allí. Me gusta pescar, pero no
todos los días. Me puede gustar, no sé, el golf, pero ya no juego. Te digo: el
trabajo es bonito, ¡hombre!
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