¿Puede este hombre alimentar al mundo?
Forbes - lunes, 19 de mayo
de 2014
Harry Stine construyó un imperio
de 3,000 mdd al desarrollar una mejor semilla de soya. Ahora, el hombre más
rico de Iowa cree que ha revolucionado el maíz, el grano más popular de la
Tierra.
Harry Stine,estira el cuello para examinar el
hueco del ascensor en el interior de la torre de observación, una mole de acero
de 33 metros. Es fundador y propietario de Seed Stine, la mayor empresa privada
de semillas del mundo y construyó esta torre en 1987 para tener una buena vista
de su imperio, unas 6,000 hectáreas de tierras de cultivo en Iowa.
Con más de 900 patentes, vende su
codiciada genética de semillas de maíz y soya a gigantes como Monsanto y
Syngenta, obteniendo ventas anuales estimadas en más de 1,000 millones de
dólares (mdd), con márgenes superiores a 10%. Junto con sus cuatro hijos, Stine
posee casi 100% de la compañía.
Se espera que el mercado de
semillas —una industria mundial de 44,000 mdd que otorga a los agricultores el
elemento esencial que usan para sembrar, cosechar y mantener el suministro
global de alimentos— se duplique en cinco años, a medida que los cultivos
enriquecidos con mejoras genéticas, más resistentes eleven el rendimiento y la
eficiencia.
Es una buena noticia ya que la
población mundial sigue creciendo alrededor de 85 millones cada año, mientras
que las tierras de cultivo siguen siendo escasas. Con un valor de mercado
combinado de 320,000 mdd, cinco conglomerados poseen la mayor parte del
negocio: Monsanto, DuPont, Syngenta, Dow y Bayer. Luego está Stine.
Stine Seed hace negocios con
todos los pesos pesados y lo ha hecho por más de tres décadas, sobre todo
porque tiene algo que todo el mundo necesita: las mejores semillas de soya en
el mercado. Por medio del fitomejoramiento, una técnica de más o menos 10,000
años de edad, que no es diferente a la crianza de caballos pura sangre, Stine
ha perfeccionado la composición genética de las semillas de soya. “Nuestra
germoplasma, nuestra base genética, es la mejor del mundo”, afirma Stine.
“Dominamos la genética en la industria.”
Hoy, 60% de toda la superficie
con soya de Estados Unidos es cultivada utilizando desarrollos genéticos de las
empresas de Stine, que también tiene una fuerte presencia en América del Sur y
otros mercados internacionales. Forbes estima que la compañía —que también
desarrolla genética del maíz— vale cerca de 3,000 mdd.
Actualmente cree que puede
duplicar la producción mundial de maíz, el cultivo más popular en la Tierra. A
través del fitomejoramiento de semillas de maíz genéticamente predispuestas a
crecer cuando se plantan en altas densidades, él cree que puede sobrecargar el
motor generando comida para animales, biocombustibles y alimento para todo el
planeta.
Si funciona, no será la primera
vez que este granjero, desconocido fuera de su industria, haya cambiado al
mundo.
El secreto
¿Cuál es el secreto detrás del
maíz dorado de Stine? La eficiencia. A principios de la década de 1930, se
cultivaban 15,000 plantas de maíz por hectárea en Estados Unidos, produciendo
cerca de 60 bushels (30.3 libras) por hectárea. Ahora 35,000 plantas y 330
bushels por hectárea son algo común, unas cinco veces el rendimiento, gracias a
los modernos tractores, fertilizantes, pesticidas y semillas modificadas
genéticamente para resistir a insectos y herbicidas. Pero mientras que la
modificación genética acapara titulares (y atiza los temores de salud), los
programas de mejoramiento tradicionales de los desarrolladores de semillas han
hecho lo suyo para aumentar los rendimientos.
Stine notó que las plantas de
maíz no han cambiado mucho en generaciones y puso de cabeza las preconcepciones
en la materia. Comenzó a desarrollar maíz para que se diera en una mayor
densidad de plantación: plantas más cortas con flecos más pequeños y más hojas
verticales que atraigan más luz solar. Una planta más delgada y eficiente.
Después de sembrar muchas descendientes de las semillas con esa mejora
genética, ha desarrollado maíz que puede ser plantado en filas mucho más
estrechas —de 30 centímetros o a veces hasta 15—, aumentando el número de
plantas por hectárea hasta un máximo de 170,000. Y, de gran importancia,
aumentando sustancialmente la cosecha de un agricultor.
Pero no todo el mundo compra lo
que Stine vende. Un estudio de DuPont Pioneer de 2012 llegó a la conclusión de
que para la mayoría del Corn Belt (una franja de estados productores del norte
de Estados Unidos) las hileras estrechas hacen poco por aumentar el
rendimiento. “Los cambios futuros en las prácticas de producción podrían favorecer
los surcos estrechos en algún momento”, dice Mark Jeschke, gerente de
Investigación de Agronomía en DuPont Pioneer. “Pero ningún estudio ha
demostrado que las poblaciones ultra altas combinadas con surcos estrechos
aumenten de manera significativa el rendimiento del maíz”.
Para los agricultores, hay un
considerable riesgo financiero en el cambio. La compra de más semillas por
hectárea es costosa. También requiere más fertilizantes y nuevas plantaciones y
maquinaria de recolección especialmente equipada para filas más estrechas. Para
pagar por el cambio, se necesita por lo menos una mejora inmediata de 10% en el
rendimiento y de entre 20% y 30% para beneficiar realmente el balance final de
una granja, estima Bruce Rastetter, CEO de Summit Group, que cultiva maíz y
soya en 8,000 hectáreas en Iowa y Nebraska.
Stine no está solo en su misión.
Monsanto está haciendo un trabajo similar, y tendrá que luchar con él por la
participación de mercado una vez que los productores pasen de forma masiva a la
siembra de alta densidad.
El beneficio de la duda
Estamos dispuestos a dar a Stine
el beneficio de la duda por una simple razón: él ya ha revolucionado la
agricultura. Dos veces.
En 1994, el gobierno de Estados
Unidos concedió sus primeras patentes sobre la composición genética completa de
un grano de soya. Anteriormente, sólo las plantas asexuales como rosales o
manzanos podían ser patentadas, no los cultivos autopolinizables como el maíz y
la soya. La semilla de Stine fue la primera en la fila para conseguir una
patente para sus variedades mejoradas. No fue una coincidencia: desde la década
de 1970, Stine, quien había tomado una clase de Derecho Corporativo en
McPherson College, una pequeña escuela de artes liberales en Kansas, estipuló
en los contratos las regalías que las empresas tenían que pagar por el uso de
su semilla y establecía una prohibición para el uso de las semillas de su
cosecha para plantar la temporada siguiente. De forma crucial, también les
prohibió el uso de sus semillas para hacer una fitomejora por cuenta propia.
“La suya fue la primera compañía
en la industria de la soya en estructurar acuerdos de licencia de modo que,
cuando las empresas tuvieran un contrato con él, no pudieran reproducir las
semillas”, dice Philippe Dumont, abogado y veterano de la industria de
semillas, que ha pasado la última década trabajando para Bayer. “Eso demuestra
una enorme capacidad de previsión”.
También ayudó a Stine a asegurar,
en 1997, uno de los negocios más cruciales y lucrativos en la historia
agrícola. En ese momento Monsanto —con Fraley, entonces presidente del grupo de
genómica de la empresa, a la cabeza— había desarrollado la biotecnología para
insertar genes en semillas, haciéndolas resistentes al glifosato, el herbicida
para maleza producido por Roundup, que además mata los cultivos.
Para los agricultores, las
semillas de soya “a prueba de Roundup” serían una innovación que cambiaría la
industria, ya que reduce el tiempo y el esfuerzo de lidiar con la hierba mala.
Cuando un batallón de abogados de Monsanto se precipitó sobre Stine Seed para
finalizar el acuerdo, encontraron a Stine solo en la sala de conferencias de la
compañía en su mesa de ping pong (Stine aún rara vez pierde). “Si de verdad
quieren ser justos, tienen que ir a buscar dos [abogados] más”, dijo sonriendo.
Ninguna de las partes revelará
los términos del acuerdo, pero éste ha contribuido al fenomenal éxito de la
semilla de soya Roundup Ready, una tecnología que ahora se usa en 96% de la
superficie cultivada con soya en Estados Unidos, generando probablemente más de
10,000 mdd para Monsanto desde 1997. Stine sólo dice que una pequeña parte de
los ingresos de su Ready, y su relación con Monsanto se extiende hacia el
futuro.
El secreto
Después de aprender acerca de
algunas plantas de soya anómalas con semillas extra en un campo cercano, Stine
se obsesionó con el desarrollo de semillas para aumentar las ganancias a través
de un mayor rendimiento. Incluso si el proceso se ha vuelto más complicado y
avanzado, la estrategia detrás del fitomejoramiento ha cambiado poco en diez
milenios.
“Soy una persona de datos y
hechos. No soy sociable. No entiendo cómo funcionan los cerebros de las
personas y por qué hacen lo que hacen”, dice Stine.
Fundó la primera empresa privada
de investigación y desarrollo de soya en Estados Unidos en 1968. A mediados de
la década de 1970, bajo una nueva compañía llamada Midwest Oilseeds, Stine
operaba la empresa de genética de soya más usada en Estados Unidos, licenciando
las robustas semillas que fitomejoraba a cambio del pago de regalías. Aunque la
compañía también comenzó la fitomejora genética de semillas de maíz, la soya se
mantuvo como su nicho más rentable.
Fue en esta época que Stine
reconoció la necesidad de proteger su valiosa genética. Si un agricultor podía
comprar su semilla y al año siguiente sólo tenía que usar su descendencia,
podría sacar al desarrollador de semillas de la jugada, conservando la genética
de gran alcance. Por otra parte, podría comenzar su propio programa de
fitomejoramiento utilizando esas semillas. Los contratos de Stine prohibieron
terminantemente esas prácticas.
Algunos todavía infringen los
acuerdos y son enfrentados legalmente cuando son detectados, pero en gran
medida la estrategia funcionó. La compañía se expandió a lo largo de la década
de 1980, engullendo compañías de semillas más pequeñas y realizando
investigación de soya en otros climas de todo el país. El proceso de
mejoramiento creció, se volvió más avanzado y automatizado y para la década de
1990 la compañía estaba probando 150,000 variedades de soya al año y
produciendo la semilla de más alto rendimiento en el mercado.
Así, Harry Stine, el granjero
disléxico que se volvió un negociador astuto, un experto de los datos y un
visionario de la agricultura, está en la cima del mundo.
Y planea quedarse allí.
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