Un futuro aterrador… y fascinante
Forbes - miércoles, 21 de
mayo de 2014
Hablamos de las impresoras que
fabrican casas. Imaginamos un futuro en que se pueda imprimir un hígado en casa
y llevarlo para que sea trasplantado.
Ser escritor de ciencia ficción
en estos días es casi como ser reportero. Entre el libro De la Tierra a la Luna
de Julio Verne y el histórico primer paso del hombre en la Luna transcurrieron
poco más de 100 años. Y si bien todavía no tenemos viajes interestelares,
teletransportadores y autos voladores en las calles, muchas cosas que vimos en
series y películas de ciencia ficción en los ochenta y noventa hoy son una
realidad, que en algunos casos fue superada y en otros sólo se le parece
bastante.
Apenas el fin de semana le
mostraba a unos amigos el video promocional del Myo, un brazalete que permite
manipular gadgets a distancia a través de movimientos de la mano y el
antebrazo. En el video vemos que con el invento de ThalmicLabs operan un
videojuego, una presentación, un juguete, un pequeño aparato volador y un
vehículo explorador militar no tripulado.
Primero vino la emoción, las
referencias a cintas como Minority Report y Matrix; luego hicimos el repaso de
tecnologías desde nuestro primer celular hasta los teléfonos inteligentes, cuya
última función es ser teléfonos. Le tocó turno a las impresoras 3D, y a partir
de ahí vinieron las predicciones.
Hablamos de las impresoras que
fabrican casas. Imaginamos un futuro en que se pueda imprimir un hígado en casa
y llevarlo para que sea trasplantado –sí, todos bebíamos–. Pensamos que se
podría comprar en línea el diseño, pero también sugerimos que así como los ahí
presentes trabajábamos en mayor o menor medida con software libre, películas,
música y hasta libros editados o al menos subidos a la red por algún colectivo,
no sería necesario comprar un hígado; bastaría con descargar uno del tipo
creative commons, wiki o buscar uno de marca pero cuyo código hubiera sido liberado
por algún hacker piadoso. Así podríamos incluso modificarlo a nuestro gusto.
El futuro nos alcanzó al día
siguiente de que lo soñamos. En los medios de Argentina se hablaba de Darwin
Research, una empresa de I+D que descargó de e-Nable y Robohand el diseño de
una prótesis, la ajustaron, la imprimieron y por menos de 2,000 dólares
permitieron que un niño de 11 años que nació sin dedos pudiera tener su primer
mano. La otra opción era una prótesis de 40,000. En los medios locales nadie
entendió nada; decían que la habían inventado, que debían patentarla… vivían en
otro mundo con otras reglas de mercado.
Y ¿qué tiene que ver todo esto
con las relaciones internacionales? Si creen que la carrera espacial se trataba
sólo de conquistar otros mundos, están equivocados. Cada país que logra sacar
un cohete fuera de nuestra atmósfera es capaz de mandar misiles a cualquier
parte del mundo. El Internet fue una tecnología diseñada por el Pentágono
–¿todavía se asombran del espionaje revelado por Snowden?–. El teflón es lo que
evita que las naves espaciales se incendien cuando regresan a la Tierra. Las
Hummer son vehículos de guerra.
Eso es lo que vuelve al futuro
tan aterrador y a la vez tan fascinante. Ahí es donde la discusión sobre
propiedad industrial, intelectual y patentes toma otro sentido. Se está
modificando al mercado y los medios de producción. Eso debe tener muy asustados
a diversos grupos económicos. Por ese mismo motivo, que Internet esté o no
regulado, es algo que la sociedad debe negociar con los Estados y éstos entre
ellos.
Lo que la tecnología –que puede o
no ser disruptiva– pone en manos de cualquier individuo cambia los equilibrios
de poder. Pongamos, por ejemplo, aquellos individuos con aspiraciones
políticas, legítimas o no, de cambiar el status quo, que están convencidos que
ese cambio sólo se logra por la vía violenta. En términos armamentísticos
podría ser tan democratizador como las AK-47. Del otro lado vemos que cada día
los Estados cuentan con más herramientas tecnológicas capaces de vulnerar la
privacidad de cualquier individuo e incluso su vida: los drones.
No se debe frenar el desarrollo.
Simplemente controlar sus efectos negativos evitando, por otro lado, producir
esquemas que atenten contra la libertad y que beneficien a unos cuantos. Me
emociona que cualquiera pueda bajar una prótesis con patente liberada que
funcione con software libre y al mismo tiempo me aterra la forma como la
tecnología avanza al ritmo que la Ley de Moore predecía. Lo sorprendente es que
ya quiero ver (y tener) el siguiente invento.
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