¿Por qué Rusia vendió Alaska a
EE.UU?
LaNacion - mayo de 2014
¿Cómo dejaron perder las
autoridades zaristas un bocado tan apetitoso? RBTH examina la enmarañada
historia de la venta de un territorio ahora estratégico.
El pedido de adhesión de Alaska a
Rusia, publicado en el sitio web de la Casa Blanca, ha recogido ya más de
35.000 firmas. Son muchos los que todavía creen que los norteamericanos robaron
Alaska a Rusia, que la alquilaron y no la devolvieron a sus dueños, pero en
contra de los mitos populares, la transacción fue justa y ambas partes tenían
razones de peso para llevarla a cabo.
En el siglo XIX, la Alaska rusa
era un centro de comercio internacional. En su capital, Novoarján-guelsk
(actual Sitka), se vendían telas chinas, té e incluso el hielo que se utilizaba
en los EE.UU. antes de que se inventaran los frigoríficos. Se extraía carbón y
se construyeron barcos y fábricas. Ya entonces se tenía conocimiento de los
numerosos yacimientos locales de oro. Vender algo así parecía una locura.
A los comerciantes rusos les
atraía de Alaska el marfil de morsa, cuyo precio no era inferior al de
elefante, y las preciosas pieles de nutria de mar que obtenían gracias al
true-que con los aborígenes. Estas actividades estaban concentradas en manos de
la Compañía Ruso-Norteamericana (conocida por sus si-glas en ruso, RAK). La
dirigían personas valientes, empresarios rusos del siglo XVIII, viajeros
atrevidos y otros que se dedicaban al comercio ilegal. Todos los yacimientos de
Alaska pertenecían a la compañía, que podía alcanzar de manera independiente
contratos comerciales con otros países, contaba con bandera y moneda propia
(los marcos de cuero). Los privilegios se los concedió a la RAK el gobierno
zarista que no solo cobraba unos altísimos impuestos sino que tenía entre sus
filas de accionistas a zares y miembros de su familia. El gobernador principal
de los asentamientos rusos fue un comerciante de gran talento llamado Alexánder
Baránov.
Con Baránov la Compañía
Ruso-Norteamericana gozaba de unos ingresos cuantiosos: ¡más del 1000% de
beneficios! Pero cuando, ya anciano, se apartó del negocio, su puesto fue
ocupado por el teniente comandante Gagermeister, que trajo un nuevo equipo de
empleados y accionistas procedentes de círculos militares. Desde entonces,
según un decreto oficial, la compañía solo podían dirigirla oficiales de la
Marina. Los siloviks, antiguos miembros de los servicios de seguridad, que se
hicieron con el poder de la ventajosa empresa. Sus acciones hicieron quebrar la
compañía.
Los nuevos propietarios se
asignaron salarios astronómicos: los oficiales subalternos percibían 1500
rublos al año -un sueldo comparable a los de los ministros y senadores- y el
jefe de la compañía, 150.000 rublos. Por otro lado, los precios de las pieles
compradas por la población local se redujeron a la mitad. Como resultado,
durante las dos décadas siguientes los esquimales y aleutianos exterminaron a
casi todas las nutrias, privando a Alaska de su recurso más lucrativo. Los
aborígenes cayeron en la miseria y comenzaron a sublevarse, levantamientos que
los rusos sofocaban abriendo fuego contra las aldeas ribereñas con sus buques
de guerra.
Los oficiales trataron de
encontrar otras fuentes de ingresos. Fue entonces cuando empezaron a comerciar
con hielo y té, alternativas que los empresarios no consiguieron organizar de
manera sensata, pero los directivos ni siquiera pensaron en ponerse salarios
más bajos. Finalmente a la Compañía Ruso-Norteamericana le acabaron asignando
una dotación gubernamental de 200.000 rublos al año. Pero esto tampoco la
salvó.
En ese mismo período estalló la
guerra de Crimea, en la que Rusia combatió contra Inglaterra, Francia y
Turquía. Luego quedó claro que el país no sería capaz de abastecer y proteger a
Alaska: las vías marítimas estaban controladas por los barcos de los aliados.
Incluso la perspectiva de la extracción del oro empezó a no verse clara.Temían
que una Inglaterra hostil pudiera bloquear Alaska, dejando a Rusia sin nada. A
pesar de la creciente tensión entre Moscú y Londres, las relaciones con las
autoridades norteamericanas eran cordiales, y la idea de vender Alaska surgió
casi de forma simultánea por parte de ambos lados. El barón Eduard de Stoeckl,
enviado por Rusia a Washington, entabló las negociaciones en nombre del zar,
junto con el secretario de Estado norteamericano William Seward.
Mientras las autoridades se
ponían de acuerdo, la opinión pública de ambos países se oponía a la
transacción."¿Cómo vamos a entregarles tierras en cuyo desarrollo hemos
invertido tanto tiempo y esfuerzo, donde se abrieron minas de oro y líneas
telegráficas?", escribían los periódicos rusos. "¿Para qué necesita
Estados Unidos ese cofre de hielo y 50.000 esquimales salvajes que beben aceite
de pescado para desayunar?", se escandalizaba la prensa norteamericana con
el apoyo del Senado y el Congreso.
Aún así, el 30 de marzo de 1867,
se firmó en Washington el contrato de venta de 1,5 millones de hectáreas de
posesiones rusas a Estados Unidos por US$7,2 millones, suma puramente
simbólica. No se venden tan barato ni siquiera las tierras yermas de Siberia.
Pero la situación era crítica: incluso podían quedarse con el territorio sin
percibir esa cantidad.
La transferencia oficial se celebró
en Novoarjánguelsk. Tropas estadounidenses y rusas se apostaron junto a un
mástil del que empezaron a arriar la bandera de Rusia después de una salva de
cañones. Pero la bandera se enredó en la parte superior del mástil. Un marinero
que se encaramó a la bandera la arrojó y por casualidad cayó directamente sobre
las bayonetas rusas. ¡Una mala señal! Después, los norteamericanos comenzaron a
requisar los edificios de la ciudad, que fue rebautizada con el nombre de
Sitka. Varios centenares de rusos, decididos a no aceptar la ciudadanía
norteamericana, fueron obligados a evacuar la zona a bordo de barcos mercantes
y no pudieron volver a sus casas hasta pasado un año.No tardó mucho en llegar
la fiebre del oro de Klondike al "cofre de hielo": este frenesí de
inmigración en pos de prospecciones auríferas aportó a EE.UU. cientos de
millones de dólares. Cabe preguntarse entonces cómo habrían sido las relaciones
entre las principales potencias del mundo si Rusia no se hubiera librado en su
momento de una región problemática y deficitaria, de la cual solo podían
obtener ingresos comerciantes talentosos y audaces, pero de ningún modo
oficiales de la Marina.
Alexánder Baránov, al que le
gustaba que se refiriesen a él como el Pizarro ruso, construyó escuelas y fábricas,
además de una fortaleza y un astillero. También introdujo a los aborígenes en
el cultivo de nabos y papas. Extendió en el territorio la práctica de la pesca
de las nutrias de mar. Con Baránov la Compañía Ruso-Norteamericana gozó de
ingresos astronómicos. El amor de Baránov por Alaska iba más allá de las
razones puramente económicas, ya que se enamoró de la hija de un caudillo
aleutiano, con la que se casó. Se apartó del lucrativo negocio, que él mismo
hizo florecer, ya anciano, siendo sustituido por el teniente comandante
Gagermeister, que trajo un nuevo equipo de empleados y accionistas procedentes
de círculos militares. Desde entonces, según un decreto oficial, la compañía
sólo podían dirigirla oficiales de la Marina. Estos terminaron por acaparar todas
las acciones de la compañía, llevándola finalmente a la quiebra y luego a su
desaparición.
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