Murió García Márquez, el escritor
que supo embellecer el fútbol con su pluma
Infobae - abril de 2014
Algunos futbolistas, con la
pelota en sus pies, crean obras de arte que terminan marcando una era. Diego
Armando Maradona, máximo exponente del fútbol-arte, generó que miles de hinchas
queden pasmados con sus movimientos y consideren al deporte de la redonda como
una expresión artística.
Ese balón que se traslada entre
22 jugadores y que revoluciona a las masas, fue alabado y criticado por los más
encumbrados escritores.
Pero hubo un novelista que supo
plasmar en palabras el sentimiento más profundo del simpatizante visceral, que
cambia todo por darle apoyo a su equipo.
El colombiano Gabriel García
Márquez, a través de su texto el "Juramento", que fue publicado en El
Heraldo, medio para el cual trabajaba a fines de los 40' y comienzos de los 50'
en Barranquilla.
En unos pocos párrafos,
"Gabo", con mucho humor, reflejó su debut como "comentarista de
fútbol" e "hincha intempestivo". Su 'bautismo' en el mundo
futbolero fue en un triunfo del Junior 2-1 sobre el Millonarios que contaba en
sus filas con el argentino Alfredo Di Stéfano.
A su modo, se encargó de comparar
a los futbolistas más destacados del partido con los géneros literarios y dónde
podrían 'ubicarse' dentro de la escritura. A Di Stéfano, a pesar de ser del
rival, lo elogió mencionando que "si de algo sabe, es de retórica",
gracias a la corrección y eficacia de los movimientos del atacante que es
considerado uno de los más jugadores importantes de la historia del fútbol.
Premio Nobel de Literatura en
1982, ese hombre que con su pluma fue uno de los protagonistas principales del
"Boom latinoaméricano" y que cuenta entre sus obras más importantes
con "100 años de soledad", "Crónica de una muerte
anunciada", "El amor en los tiempos del cólera" y "Relato
de un náufrago", entre otros, falleció hoy en su casa en México a los 87
años.
Había sido internado a fines de
marzo producto de una neumonía y a pesar de abandonar la clínica a comienzos de
abril, su delicado estado de salud terminó ganándole. Aunque nada logrará
eliminar su obra y su influencia.
"El Juramento", por
Gabriel García Márquez (publicado en El Heraldo el 5 de junio de 1950)
Y entonces resolví asistir al
estadio. Como era un encuentro más sonado que todos los anteriores, tuve que
irme temprano. Confieso que nunca en mi vida he llegado tan temprano a ninguna
parte y que de ninguna tampoco he salido tan agotado. Alfonso y Germán no
tomaron nunca la iniciativa de convertirme a esa religión dominical del fútbol,
con todo y que ellos debieron sospechar que alguna vez me iba a convertir en
ese energúmeno, limpio de cualquier barniz que pueda ser considerado como el
último rastro de civilización, que fui ayer en las graderías del Municipal. El
primer instante de lucidez en que caí en la cuenta de que estaba convertido en
un hincha intempestivo, fue cuando advertí que durante toda mi vida había
tenido algo de que muchas veces me había ufanado y que ayer me estorbaba de una
manera inaceptable: el sentido del ridículo. Ahora me explico por qué esos
caballeros habitualmente tan almidonados, se sienten como un calamar en su
tinta cuando se colocan, con todas las de la ley, su gorrita a varios colores.
Es que con ese solo gesto, quedan automáticamente convertidos en otras
personas, como si la gorrita no fuera sino el uniforme de una nueva
personalidad. No sé si mi matrícula de hincha esté todavía demasiado fresca
para permitirme ciertas observaciones personales acerca del partido de ayer,
pero como ya hemos quedado de acuerdo en que una de las condiciones esenciales
del hinchaje es la pérdida absoluta y aceptada del sentido del ridículo, voy a
decir lo que vi –o lo que creí ver ayer tarde– para darme el lujo de empezar
bien temprano a meter esas patas deportivas que bien guardadas me tenía. En
primer término, me pareció que el Junior dominó a Millonarios desde el primer
momento. Si la línea blanca que divide la cancha en dos mitades significa algo,
mi afirmación anterior es cierta, puesto que muy pocas veces pudo estar la
bola, en el primer tiempo, dentro de la mitad correspondiente a la portería del
Junior. (¿Qué tal va mi debut como comentarista de fútbol?). Por otra parte, si
los jugadores del Junior no hubieran sido ciertamente jugadores sino
escritores, me parece que el maestro Heleno habría sido un extraordinario autor
de novelas policíacas. Su sentido del cálculo, sus reposados movimientos de
investigador y finalmente sus desenlaces rápidos y sorpresivos le otorgan
suficientes méritos para ser el creador de un nuevo detective para la
novelística de policía. Haroldo, por su parte, habría sido una especie de
Marcelino Menéndez y Pelayo, con esa facilidad que tiene el brasileño para
estar en todas partes a la vez y en todas ellas trabajando, atendiendo
simultáneamente a once señores, como si de lo que se tratara no fuera de
colocar un gol sino de escribir todos los mamotretos que don Marcelino
escribiera. Berascochea habría sido, ni más ni menos, un autor fecundo, pero
así hubiera escrito setecientos tomos, todos ellos habrían sido acerca de la
importancia de las cabezas de alfiler. Y qué gran crítico de artes habría sido
Dos Santos –que ayer se portó como cuatro– cortándole el paso a todos los
escribidorcillos que pretendieran llegar, así fuera con los mayores esfuerzos,
a la portería de la inmortalidad. De Latour habría escrito versos. Inspirados
poemas de largometraje, cosa que no podría decirse de Ary. Porque de Ary no
puede decirse nada, ya que sus compañeros del Junior no le dieron oportunidad
de demostrar al menos sus más modestas condiciones literarias. Y esto por no
entrar con los Millonarios, cuyo gran Di Stéfano, si de algo sabe, es de
retórica. No creo haber perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago
–públicamente– a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora,
es convertir a alguien. Y creo que va a ser a mi distinguido amigo, el doctor
Adalberto Reyes, a quien voy a convidar a las graderías del Municipal en el
primer partido de la segunda vuelta, con el propósito de que no siga siendo
–desde el punto de vista deportivo– la oveja descarriada.
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