A EE.UU. cada vez le cuesta más
mantener el liderazgo global
El Cronista - viernes, 11 de
abril de 2014
Cuando el senador Obama habló
ante un público que lo adoraba en Berlín en 2008, prometió “rehacer un mundo
nuevo”. Hoy le cuesta trabajo convencer a los alemanes de que no está espiando
a sus líderes. Puede ser que ningún presidente de EE.UU. pueda restablecer el
liderazgo global tradicional de Norteamérica. El peligro no es que China tome
su lugar como garante de la estabilidad global; Beijing no está tratando de
conseguir ese papel. Es bajo la conducción de Obama, o quienquiera que le siga
en el poder, que a EE.UU. le será cada vez más difícil desempeñar ese rol.
Desde los Urales hasta el Mar del Sur de China, crecen las señales de que
disminuye la influencia de Norteamérica.
La última “verificación de la
realidad” de EE.UU. sucedió la semana pasada cuando estuvo cerca de fracasar el
proceso de paz árabe-israelí. Habiendo hecho lo imposible por mantenerlo en
marcha y después de 12 visitas a la región, John Kerry, el secretario de Estado
de EE.UU., no está fallando por falta de esfuerzo. Tampoco ha sido abandonado
por la Casa Blanca. La verdad es que EE.UU. tiene una influencia limitada en
ambos lados. Kerry recién dejó en evidencia la pobre influencia de EE.UU. la
semana pasada con su oferta de liberar a Jonathan Pollard, el espía israelí, a
cambio del compromiso mínimo por parte de Israel de seguir participando en el
proceso. Esa noción fue rápidamente abucheada y desechada.
El éxito de la hegemonía de
EE.UU. proviene de su capacidad de magnificar su poder a través de la amistad.
Sin embargo, ha disminuido su habilidad de apoyar a sus amigos y generar nuevas
amistades que los sustituyan. El mes pasado, Obama hizo su primera visita a
Bruselas y su discurso allí fue bien recibido, aunque en ningún momento fue
interrumpido por aplausos. Sin embargo, no hay duda de que con su viaje logró
convencer a Alemania, Inglaterra y otros países a tomar una postura más dura
frente a Rusia. La habilidad de EE.UU. para contener a Putin dependerá de que
se construya un gobierno viable en Ucrania. La probabilidad de que eso suceda
es baja. La visita de Obama tampoco brindó nueva vida a las negociaciones sobre
el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP), como muchos
esperaban. Si el lobo ruso no puede unificar Occidente, ¿quién podrá hacerlo?
Mientras sus aliados más cercanos
se debilitan, se vuelve más difícil para EE.UU. reemplazarlos por otros nuevos.
No se puede acusar a Obama de no intentarlo. Desde que asumió, hizo
acercamientos con India, Brasil e Indonesia y hasta con Rusia, durante el breve
período en el que Putin era el segundo del entonces presidente ruso Dimitri
Medvedev. En la mayoría de los casos, EE.UU. fue rechazado o ignorado. Tras
comenzar su mandato en un frenesí de idealismo, Obama lo reemplazó casi en su
totalidad por pragmatismo. Los ideales universales fueron sustituidos por un
realismo duro e inflexible. Pero ese cambio influyó poco en los resultados.
Arabia Saudita sigue
distanciándose de EE.UU. porque considera que está abdicando su liderazgo en el
Medio Oriente. India no se siente obligada a apoyar a Norteamérica en los
grandes temas. Turquía, al igual que el Golfo, está molesta con la tímida
respuesta de Washington a Siria. Y Paquistán, igual que Afganistán, que tuvo su
primera vuelta de elecciones presidenciales el fin de semana, ignora con más
facilidad las advertencias de Washington. En Brasil, Dilma Rousseff canceló la
primera visita de Estado de su país en 20 años en protesta por el escándalo de
la Agencia de Seguridad Nacional (NSA).
Parte de esto se puede atribuir
al déficit de atención en la diplomacia que padece Obama. En su discurso de
Bruselas no mencionó el escándalo de la NSA, pese a que ése haya causado en
gran parte la desconfianza europea. Sus esfuerzos para darle nuevo impulso al
TTIP fueron como mucho, nominales.
Pero el problema va más allá de
las debilidades de Obama como presidente. Hace setenta años, EE.UU. impuso un
conjunto de instituciones globales en el mundo que consagraban sus valores
universales. Hoy Bretton Woods y la ONU se resquebrajan. Ningún país, ni
siquiera Norteamérica, puede reinventarlas. No importa si EE.UU. está dirigido
por un multilateralista o unilateralista, los valores subyacentes también están
siendo desafiados. El mundo está volviendo a tener poderes regionales firmes y
una hegemonía debilitada. Es difícil creer que quien reemplace a Obama tendrá
mejor suerte para revertir esta corriente.
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