Marx más allá del prejuicio
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Las líneas que siguen pretenden dar cuenta de
cómo el prejuicio convirtió a la filosofía más importante de la segunda mitad
del siglo XIX en una dogmática para uso de la vulgata; dogmática, por demás,
que la ha desfigurado hasta el adulterio, en manos de inescrupulosos ideólogos
o de simples ignorantes, que se contentan con repetir viejos estigmas. A tal
propósito conviene citar a dos autores pertenecientes a la llamada “ortodoxia
marxista”: Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin.
El Ludwig Feuerbach (1), de Engels, termina con
la siguiente frase: “El movimiento obrero alemán es el legítimo heredero de la
filosofía clásica alemana”. (2)
Es evidente que la condición de “heredero de la
filosofía clásica alemana” hace del movimiento laboral moderno un fenómeno
histórico no sólo de una significativa importancia conceptual, sino, además, de
una muy particular y específica implicación política y cultural, como Engels
intenta mostrar minuciosa y pacientemente a través de las páginas del citado
opúsculo. Pero así como en opinión de Engels el movimiento obrero es el
resultado necesario del idealismo alemán, la concepción filosófica de Marx,
según el propio Engels, no sólo es heredera directa de dicho idealismo, sino
también de las teorías políticas francesas y de la –por entonces– novísima
ciencia económica inglesa.
Esta descripción de Engels es ratificada por
Lenin: “...el genio de Marx estriba, precisamente, en haber dado solución a los
problemas planteados antes por el pensamiento avanzado de la humanidad. Su
doctrina apareció como continuación directa e inmediata de las doctrinas de los
más grandes representantes de la filosofía, la economía política y el
socialismo.” (3)
Como podrá observarse, tanto Engels como Lenin
coinciden en fundamentar el pensamiento de Marx sobre las formas más acabadas
de la experiencia de la conciencia europea moderna: la filosofía alemana, la
economía inglesa y la doctrina política francesa, el resultado de lo más
decantado de la cultura occidental: las filosofías de Kant, Fichte, Schelling y
Hegel; la National Ökonomie de Smith y Ricardo; las teorías políticas de
Saint-Simon, Fourier y Cabet.
Se trata de principios culturales, políticos y
conceptuales radicalmente antagónicos respecto de las formas propias de la
civilización oriental. Y mientras Marx definía la oposición existente entre la
burguesía y el proletariado, el modo de producción imperante en el Este –el
asiático– seguía siendo el despotismo de un amo todopoderoso con sus esclavos.
Diferencia de enormes distancias, que tiene su expresión en dos formas de
organización política diametralmente opuestas, que ya Maquiavelo, en El
Príncipe, había advertido. (4)
Para Maquiavelo el modelo de gobierno francés –y
en última instancia, occidental– se sustentaba no en el ejercicio coercitivo o
autocrático, característico del gobierno de “el Turco” –el modo de gobierno
típico de la civilización oriental–, sino en el acuerdo con los diferentes
estamentos que componen la sociedad. El modelo occidental de Estado se compone
de una sociedad política relativamente débil y de una sólida sociedad civil,
cuyo equilibrio funciona por consenso. El modelo oriental, en cambio, posee una
poderosísima sociedad política que aplasta a su débil sociedad civil, y que
funciona por coerción, imponiendo la voluntad del déspota sobre la sociedad.
Asiduo lector de Maquiavelo, Gramsci pudo
sorprender esta diferencia entre Oriente y Occidente, a la hora de concebir el
socialismo de Marx: “En Oriente el Estado lo es todo, la sociedad civil es
primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, entre Estado y sociedad civil
existe una justa relación, y frente al trémulo Estado se observa inmediatamente
la robusta estructura de la sociedad civil. El Estado es sólo una trinchera
avanzada, detrás de la cual se halla una robusta cadena de fortalezas y
casamatas.”(5)
Era este
el modelo que Marx había concebido: radical expresión de racionalidad
filosófica, de libertades individuales y
de la organización política. Razón, autonomía y derecho, según el modelo de
República que, desde el siglo V antes de Cristo, forma parte del concepto de
vida propio de la cultura occidental, prescindiendo de todas las formas de
coerción, explotación y dominio: más y mejor democracia. No hay “doctrina”
marxista, porque el término mismo es incompatible con la concepción de razón y libertad
que inspira a Occidente.
Es cierto que Lenin y Mao Tse Tung se formaron en
Occidente, y que en Occidente fueron cautivados por el pensamiento de Marx.
Pero, al incorporarlo a sus respectivas formaciones sociales, les impuso la
extravagante tarea de tener que revestirlo o bien con la casaca de los zares o
bien con la toga de los emperadores. La patética experiencia es bien conocida:
el socialismo de Marx terminó por no ser socialista sino la aberrante
conformación de un capitalismo de Estado erigido sobre las espaldas de los
hijos y los nietos de los antiguos siervos de los zares, con acentuadas
reminiscencias del modo de producción asiático –al cual Marx equiparaba con la
barbarie–, y a la cabeza del cual se halla un déspota, una suerte de “Gran timonel”
que lo controla todo y que decide por todos: la figura fenomenológica del
fatídico Big Brother, según la conocida definición de Orwell: “El Gran Hermano
te vigila”. Es a lo que Marcuse designó con el nombre de Marxismo soviético.
Ese fue el “marxismo” que la conciencia
latinoamericana reconoció: el ortodoxo, bizantino, promotor de odio y
resentimiento, sumiso al “camarada-líder”, devoto de la mediocridad. No se leyó
a Marx, sino a los deformados “resúmenes” de la Academia de Ciencias de Moscú.
Bastará un ejemplo para evidenciar el fraude:
En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx
señala lo siguiente: “En este sentido, los comunistas pueden resumir su teoría
en esta única expresión: la superación y conservación de la propiedad privada,
simultáneamente comprendidas” (6). La expresión alemana utilizada por Marx es:
Aufhebung des Privateigentums, zusammenfassen. Como se sabe, el término
Aufhebung, de origen hegeliano, significa literalmente “superar conservando”.
Ahora, ¿cómo fue traducida esta frase de Marx en Moscú o Pekín? Los unos:
abolición de la propiedad privada. Los otros: liquidación de la propiedad
privada. En estos tiempos, de presuntas “revoluciones” y “proyectos” que nadie
ha leído, una de los empeños consiste en abolir o liquidar la propiedad
privada. En el fondo, es Marx quien ha sido abolido y liquidado. La mente
filosófica más brillante del siglo XIX europeo, ha sido convertido en un
Rasputin del quehacer filosófico.
El despotismo transfiguró la filosofía de Marx en
dogma. Se leyó a Stalin, no Gramsci o Marcuse. Los no leídos fueron prohibidos
y execrados. Curiosamente, algunos de ellos debieron vivir como lo hiciera Marx
durante los años de la Santa Alianza.
Mejor hubiese sido leer Sujeto-Objeto de Bloch
que las Cinco tesis filosóficas de Mao. La conciencia invertida y el
desgarramiento propician esta contradicción, que ha terminado por desdibujar,
hasta la certeza sensible, a la más occidental de las filosofías modernas.
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