LA SELECCIÓN DEL CHANFLE
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Jugar en Europa seguirá siendo lo
mejor que puede pasarle a cualquier futbolista. A pesar del desprecio que
selección y afición les habían demostrado, no lo duden, los mejores jugadores
mexicanos son los que compiten en ligas europeas. Hay una lógica para entender
la aberración en que se convirtió ese temporal destierro a los “europeos”: la
escasa evolución del entrenador mexicano es dramática. Cualquiera de ellos se
encuentra lejos de marcar una tendencia o influir positivamente en el
desarrollo del futbolista mexicano. Es obvio que cuando los “europeos” vuelven
al vestuario de México comparen los discursos tácticos, recursos o ideas de sus
entrenadores en clubes con los de selección y comprueben que no les aportan
nada nuevo, al contrario, terminan confundidos y enfrentados.
El futbolista “europeo” se ha ido
por encima de todos los técnicos mexicanos, es normal, tanto Hernández como
Vela, Dos Santos y el que sea, han crecido y aprendido bajo las órdenes de entrenadores
que entienden y aprovechan su fútbol mucho mejor que los nuestros. Les enseñan.
Si decíamos que el jugador mexicano era cómodo y casero, de los técnicos hoy
debemos decir que son el eslabón más débil en la cadena evolutiva del fútbol
mexicano. Los formatos de trabajo, preparación de partidos, estudio científico
de rivales, necesidad de jugar tres veces por semana, la riqueza de planteles y
nacionalidades, la competencia internacional constante, el roce con equipos
grandes, la cercanía con tantas ligas y culturas y, sobre todo, la ambición por
llegar a torneos continentales cada temporada, hacen de los entrenadores que
trabajan en Europa verdaderos artesanos del fútbol.
En México sufren por jugar algo
más que una liga donde se conocen todos de memoria. Durante las últimas semanas
el técnico de la Selección Nacional encabezó la operación cicatrización. Miguel
Herrera aprovechó Twitter como lo que es, una herramienta para evadir a la
prensa y tener redifusión automática. Sin entrevistas, hizo un resumen puntual
de su gira de trabajo por Europa. Las fotos de Herrera en Twitter documentando
el “sí quiero” de los “europeos”, menos Vela, atendieron más a una estrategia
de comunicación que deportiva. Cerrar la herida abierta en eliminatoria con
estos jugadores que reforzarán al América y León, era fundamental.
Así, el iPhone de Herrera y su
cuenta funcionaron mejor que la burocrática oficina de prensa de la Federación.
Dio dinamismo a los medios. Sin embargo, el otro viaje europeo, el más
futbolero, debió servirle para estudiar, como mínimo asomarse, al juego de
algunos croatas. Para mi gusto los rivales con que México decide el grupo.
Croacia es una selección donde la mayoría de sus jugadores, entonces
infantiles, vivían en una zona que la guerra terminó decidiendo a quién
pertenecía políticamente. Modric y sus amigos salen muy jóvenes de los Balcanes
y, cuando regresan, les confirmaron su nacionalidad: no eran yugoslavos, sino
los croatas de siempre. Eso explica la poca integración que Croacia ha tenido como
equipo.
A pesar de ello, en Francia 1998
fueron terceros. De Croacia se dice que es un equipo de individualidades, es
verdad. Cada uno triunfa por su lado, suelen vestirse de selección y desconocer
la consonancia de sus apellidos: Modric, Pranjic, Strinic, Milic, Rakitic,
Presic, Kovacic, Ilicevic, Vukojevic, Mandzukic, Olic, Jelavic o Rebic. A
Croacia y sus hijos, que la raspan, les hacía falta un hermano que les llamara
por teléfono y los familiarizara con su enorme talento. El jugador bandera se llama
Modric.
Al Twitter de Herrera le faltó
una buena foto del rival. Sin embargo, la comunicación Herrera-Peláez es fluida
y garantiza una buena planeación premundial. Lo interesante es ver a Peláez
ejerciendo de director deportivo y no como otro empleado comercial del Tri; un
office boy, vaya. Desde esta semana y hasta el juego inaugural de México en
Brasil contra Camerún, el viernes 13 de junio, habrá partidos para rodar al
equipo, otros para calarlo, darle confianza y, también, para hacer caja. No es pecado.
Lo preocupante es que a cuatro meses del Mundial y visto el hexagonal, alguien
se atreva a dar mayor importancia al puesto de tesorero que al de Peláez. La
importancia de un director deportivo en el fútbol es relativa, depende de la
solidez de cada institución o la debilidad del entrenador en turno. En el caso
de Ricardo Peláez, la institución que representa es débil, ya que la selección
nacional perdió credibilidad, pero su entrenador, Miguel Herrera, es fuerte y
tiene personalidad. Así, la tarea de Peláez parece ser más necesaria en la
función corporativa, más desgastada que la deportiva, la cual tiene absoluta
responsabilidad de técnico y jugadores.
Peláez ejercerá de aquí a junio
como vocero, pondrá la cara, evitará que la figura de Justino sea el “meme”
favorito en redes sociales, tranquilizará al Piojo Herrera en situaciones
críticas y descargará presión a jugadores frente a la prensa. Fuera de eso,
Peláez no puede hacer mucho más. Procurará que el calendario de preparación y
las concentraciones sean dignas compaginando las prioridades de patrocinadores
con el descanso y entrenamiento de jugadores dándole todas las facilidades y
lujos a la selección, lo cual no es complicado facturando lo que factura este
equipo. Un buen director deportivo es el que logra aislar a su equipo de
entornos explosivos, ayuda a regenerar el estado de ánimo de futbolistas
sensibles a la crítica y entiende que, aunque en el organigrama no aparezca, su
jefe inmediato siempre es el entrenador; ni Justino, ni González Iñárritu, ni
la televisión. Peláez trabaja para Miguel Herrera, el hombre clave de la
selección.
Frente a un proyecto de seis
meses como en el que se convirtió el camino al Mundial, el director deportivo
no es clave, pero ayuda a decorar los interiores del triunfo o la derrota.
Rumbo a Sudáfrica 2010 el Tri jugó 12 partidos previos: seis en Estados Unidos,
dos en México y cuatro en Europa (seis de ellos ante selecciones mundialistas).
A la selección de Aguirre le montaron una gran escenografía para la televisión.
Hoy, ningún cuadro de nivel salvo Portugal, cruzará el Atlántico o el
continente para jugar con México entre marzo y junio. Tras el juego contra
Nigeria, México visitará Phoenix para jugar contra Estados Unidos, después ya
con una lista de jugadores prácticamente cerrada, despedirse en el Azteca
contra un rival por definir y enfrentar a Bosnia, Ecuador y el citado Portugal
en Boston con Cristiano Ronaldo. La última convocatoria de México ha incluido
ocho futbolistas de los llamados “europeos”: Guillermo Ochoa del Ajaccio;
Héctor Moreno, del Español de Barcelona; Diego de Reyes y Héctor Herrera, del
Porto; Andrés Guardado, del Bayer Leverkusen; Javier Aquino y Giovanni, del
Villarreal, y Javier Hernández, del United.
Sin embargo, el medio mexicano
parece encomendarse a Oribe Peralta, una plegaria tardía. La canonización le
llega con 29 años. Una pena que se haya perdido la inocencia de este jugador
con Morelia, Monterrey, el mismo Santos y Jaguares. Antes de su revelación como
goleador televisivo, Oribe fue regenteado por Romano dos veces, Antonio
Mohamed, Miguel Herrera, Wilson Graniolatti, Daniel Guzmán, Miguel Ángel
Brindisi, Luis Fernando Tena y Diego Cocca, con quien empieza a destacar, hasta
consolidarse con Benjamín Galindo y convertirse en el referente de Pedro
Caixinha en Santos. Son 10 técnicos los que ha tenido en 10 años de carrera en
primera división. Es lógico que entre tanto cambio su talento se haya diluido
de una temporada a otra, siempre al servicio del entrenador en turno, que
prefería cuidar la cabeza antes que formar jugadores. A Oribe le queda una
Libertadores por delante, donde esta obligado a acaudillarse en Torreón, y
medio torneo corto para desarrollarse y, después, los amistosos con selección.
Es todo lo que México puede ofrecerle a la que algunos consideran la máxima
promesa rumbo a Brasil.
Condiciones para jugar en Europa
nunca las tuvo, o ninguno de sus entrenadores supo encontrarlas, incluido el
Miguel Herrera de Monterrey, porque allí se llega con menos de 25 años o lo
mejor es quedarse en casa a ver al United de Chicharito por Sky. Pero a esa
edad, Oribe era otro talento acorralado, preso de los torneos cortos y la
estúpida teoría del campeonato. El suyo, como el de muchos futbolistas mexicanos,
empezando por los Sub-17, es otro caso para denunciar el secuestro de jóvenes
talentos con grandes cualidades que juegan dentro de una liga en cautiverio.
Quizá sean los casos de Oribe Peralta, que nunca ha salido de México, y el de
Javier Hernández, que sigue luchando en el gigantesco Manchetser United, los
que mejor explican la confusión que al aficionado mexicano causa la Selección
Nacional, un producto de televisión.
Cuando el fútbol mexicano empezó
a entrecomillar la palabra “europeos” en tono despectivo, como si México
hubiese sido un eterno proveedor de jugadores, el medio decidió culpar al
futbolista de exportación de todos los males en la selección. Javier Hernández
se ha convertido en el ícono de la crítica urbana que en un análisis cervecero
cuestiona su rendimiento sin reparar en la pobreza del planteamiento. El juicio
se popularizó: nuestros mejores futbolistas de repente no eran los que jugaban
fuera, sino los que seguían allí, en la Liga MX. El caso de Oribe Peralta, del
que se han dicho locuras, incluso que sería capaz de triunfar en cualquier
equipo de Liga o Premier, nos sirve para entender lo poco analizado que está el
fútbol europeo en México.
Jugar en Europa parece fácil
cuando se mira por televisión. Pero el colmo llega cuando la carrera de
Hernández con el United se considera un hecho al alcance de cualquiera. Todos
los mexicanos opinan de su juego y una singular mayoría desató durante la
eliminatoria sus complejos más llaneros contra él. Tronco, cazagoles,
oportunista, suertudo, torpe, y el mejor de todos los análisis, el más popular,
lo identifica como la reencarnación del Chanfle. Este último es bueno, típico
de una generación que creció viendo Odisea Burbujas, a continuación En familia
con Chabelo y cerraba la mañana del domingo con el partido de las 12 en el
Azteca y Pituka y Petaka en el espectáculo de medio tiempo. La generación del
Chanfle, una franja de edad entre los 30 y 45 años, tuvo en Valenzuela y Hugo
Sánchez a sus auténticos caballeros Jedi. Por ahora insuperables y convertidos
en monumentos de una cultura deportiva televisiva que tiene a los Dodgers, al
Madrid —Lakers y Vaqueros de Dallas—, como equipos de referencia.
Desde entonces no veíamos otro
mexicano vestir con seriedad la camiseta de un club grande; sin embargo, el
Chicharito del United parece no encajar en el refinado gusto de la afición
mexicana. A pesar de no formar parte del cuadro titular de David Moyes, su
trayectoria en Inglaterra es impecable, y mejor en momentos críticos. Las
rachas malas o buenas no deberían incidir en el juicio general. En México
endiosamos o enterramos dependiendo del partido, es malísimo, es buenísimo. Los
aficionados del humilde Manchester United (55 títulos británicos y siete
internacionales), que pasan terribles mañanas de domingo alrededor del pequeño
y lluvioso Old Trafford, deben ser poco exigentes, porque guardan un gran
respeto por nuestro querido Chanfle.
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