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lunes, 21 de enero de 2008

Garrincha


La eterna alegría de pueblo

Un día de verano de 1983, miles de personas se apostaron a lo largo de las calles de Río de Janeiro. Henchida por una emoción indescriptible, una marea humana trepaba a las copas de los árboles, tomaba al asalto los puentes y se batía a empujones por un lugar desde el que contemplar aquel automóvil grande y rojo que avanzaba lentamente por el centro de la ciudad.

No era carnaval ni el vehículo paseaba un número espectacular al estilo de los que desfilan en la cabalgata anual de Río. Contenía otra fuente legendaria de entretenimiento, de índole muy distinta. Aquel automóvil transportaba los restos mortales de Manoel Francisco dos Santos, Garrincha, en su último viaje desde el estadio de Maracaná hasta Pau Grande, la pequeña ciudad en la que había nacido el héroe.

Sus admiradores habían llegado desde muy lejos para presentar sus últimos respetos al hombre que había propulsado a Brasil hasta la conquista del título en la Copa Mundial de la FIFA de 1958 y 1962, y debido a la enorme afluencia de gente, se habían formado grandes atascos en todas las carreteras de acceso a Río de Janeiro. Tal era la magnitud del acontecimiento, que muchos abandonaron sus automóviles y anduvieron muchos kilómetros para estar presentes al paso del cortejo fúnebre.

El entierro de Garrincha fue tan extravagante como lo habían sido su vida y su carrera. Brasil se volcó para brindar una despedida incomparable a uno de sus artistas más amados.

En su lápida hay grabado el siguiente epitafio: "Aquí descansa en paz el hombre que fue la alegría del pueblo: Mané Garrincha". Todavía hoy, transcurridos 25 años de su muerte a la edad de 49 años, la popularidad de aquel gran extremo sigue intacta, incluso entre quienes nacieron después del trágico final del astro, que siguen extasiándose con las imágenes de los estragos que causaba en las defensas rivales o con las anécdotas de su estrambótico estilo de vida.

Popularidad
A su popularidad contribuyeron varios factores que nada tenían que ver con su virtuosismo sobre el césped; aunque, qué duda cabe, fue el estilo de juego fascinante e inimitable de Garrincha lo que cautivó los corazones de sus compatriotas. Sus supersónicos cambios de ritmo, su hipnotizador juego de cintura, sus atrevidos malabarismos con el balón y sus amenazantes regates hacían de él el ídolo de las gradas y la pesadilla de todos sus contrincantes, a quienes él siempre se refería pícaramente con el nombre colectivo de "Juan" (João).

Los marcadores de Garrincha solían pedir que los sustituyeran en pleno partido. En la final del Campeonato Carioca de 1957, cuando el Botafogo había ninguneado a placer a un Fluminense cuajado de estrellas, llevaba una ventaja de 6-2 y estaba a punto de conquistar el título, se dice que Tele Santana suplicó a Nilton Santos: "Ya sois campeones. Haz el favor de decirle a Garrincha que deje de poner en evidencia a nuestros hombres".

Por extraño que parezca, Garrincha tuvo que superar una lacra física (nació con las piernas muy torcidas, hasta el punto de que los médicos anunciaron a su madre que el niño nunca llegaría a andar) para convertirse en un artífice de goles incomparable, que también poseía el don de la puntería y una irrefrenable potencia de tiro. En 579 partidos con el Botafogo, marcó 249 tantos, una cifra increíble para un extremo derecho, y se proclamó además máximo goleador ex aequo de la Copa Mundial de la FIFA Chile 1962, donde llevó a la Seleção hasta la gloria en ausencia de Pelé (lesionado en su segundo partido del campeonato).

Cuando coincidía en el combinado nacional, la pareja de ases no solía pasar gran parte de su tiempo libre en mutua compañía. Garrincha era un bromista empedernido, que se perdía tras las faldas y el alcohol. Pelé, en cambio, era un profesional modélico. Lo único que tenían en común era ese excepcional talento para el fútbol. Brasil jamás perdió un partido en el que ambos hubieran compartido el terreno de juego.

"Pelé era un deportista nato y Garrincha era un artista", comenta el periodista Armando Nogueira. "Coloquen al uno junto al otro y habrán dado con la pareja perfecta, con una combinación imparable".

Al otro lado de las fronteras de Brasil, Pelé es venerado como el futbolista más excelso de la historia. En el interior del país más vasto de Sudamérica, sin embargo, se sigue debatiendo apasionadamente si ese título corresponde a él o más bien a Garrincha.

O Rei en persona es uno de los mayores admiradores de su antiguo compañero. "Garrincha era un futbolista increíble, uno de los mejores que he visto en mi vida", asegura. "Era capaz de hacer cosas con el balón que ningún otro jugador podía hacer. Sin Garrincha, yo nunca me habría convertido en tricampeón del mundo".

Pelé y Garrincha se llevaban a las mil maravillas. La última vez que estuvieron juntos fue a finales de 1982, bromeando y recordando los viejos tiempos. Al final, se abrazaron con cariño y se prometieron mutuamente que se reunirían de nuevo al año siguiente. No lo quiso el destino.

"La alegría del pueblo" sigue viviendo en el alma de su gente. Los brasileños tienen a gala los propios éxitos y esa capacidad tan suya de extasiar al prójimo. Ningún otro jugador ha hecho enloquecer a sus semejantes (y quizá ningún otro lo haga jamás) como lo hizo Garrincha.

Se cumplen veinticinco años de su muerte y, todavía hoy, la sola mención de su nombre consigue dibujar una sonrisa en los rostros de los brasileños, henchir de orgullo sus corazones y modular sus voces con el timbre del entusiasmo.

Garrincha, sencillamente, sigue siendo la infinita alegría del pueblo.
Recordando al genio Garrincha

A primera vista, lucía como que difícilmente sería capaz de caminar.
Con su pierna derecha apuntando hacia adentro y la izquierda hacia afuera, Manuel Fransisco dos Santos se veía más destinado a terminar en un circo que en una cancha de fútbol.

Pero, una vez puesto el balón en sus pies, el hombre que llamaban Garrincha (la pequeña ave), podía hacer cualquier cosa.
En el aniversario número 25 de su muerte, es importante recordar, primero, cuánto placer Garrincha le dio a los amantes del fútbol y, segundo, su falta de conformismo a la hora de jugar el deporte que tanto amó.
La artística forma de driblar pudo haber sido inventada por Garrincha, quien jugó con libertad de espíritu y, en ocasiones, con indiferencia hacia el producto final, lo cual es difícil de descifrar en un deporte dominado, ahora, por resultados.
Se dice que en un partido, Garrincha amagó tanto a sus marcadores, que uno de los ellos se cayó y, en cambio de continuar, se devolvió, levantó a su contrincante y, entonces, bajó por la punta.
Su biografo, Rui Castro, describió al hombre que los aficionados llamaban "el ángel con piernas torcidas" como "el más amateur de los futbolistas profesionales jamás producido".

Desorden
Tristemente para Garrincha, quien nació en Pau Grande, una provincia de Río de Janeiro el 28 de octubre de 1933, su actitud despreocupada hacia el fútbol y hacia la vida en general, le causó muchos más problemas que sus contricantes.
Garrincha cayó en la redes del alcoholismo.
Como su padre, quien perdió la vida por la bebida, Garrincha era una aficionado a la Cachaça.
Garrincha se casó con su amor de la infancia, Nair, con quien tuvo ocho hijas. Pero, la abandonó en 1965.
Se mudó con Elza Soares, una famosa cantante de samba, quien también había estado casada.
Tras esa decisión, Garrincha fue catalogado como un villano por la misma prensa que una vez lo alabó.
Son incontables las otras relaciones sentimentales que Garrincha sostuvo y se cree que tuvo, al menos, 14 hijos.

Éxitos
Pese a su incapacidad para mantener su vida en orden, Garrincha disfrutó de un notable éxito en su carrera futbolística.
Fue clave para que Brasil ganara sus dos primeros mundiales, en 1958 y en 1962, edición ésta en la que resultó el goleador (con seis tantos) y en la que fue nombrado como el mejor jugador del torneo.
A sus hazañas deportivas, se suman tres campeonatos brasileños con el Botafogo.
Pero, Garrincha fue más que trofeos. Él ayudó a crear la leyenda del "jogo bonito", el mítico estatus al que se ha elevado el balompié brasileño en el mundo.
Antes de que Garrincha y sus compañeros llegaran a las instancias finales de la Copa de 1958 en Suecia, el fútbol brasileño, en términos globales, no era tomado muy en serio.
Era considerado de segunda categoría por su propio continente, donde Uruguay era la fuerza dominante, tras ganar el primer Mundial en 1930 y después de humillar a la canarinha en el Maracaná en 1950 y hacerse con su segunda corona.
El Maracanazo provocó un efecto de miedo en la selección brasileña. La canarinha llegó a Suecia con una presión psicológica que había que remolcar.
Pero no había porque estar preocupados. Garrincha estuvo oculto hasta el tercer partido, el cual Brasil disputó contra la poderosa maquinaria rusa. Junto a Didi, Vavá y Pelé, él se encargó de destruirla.

Súper estrella
El ex internacional de Gales, Mel Hopkins, quien jugó contra Garrincha en Gothenburg, en los cuartos de final del Mundial de 1958, le dijo a la BBC, que la fuerza de la naturaleza estaba en su contra ese 19 de junio.
"Cuando él se paraba al frente de ti y veías sus piernas que apuntaban hacia un lado y su cuerpo hacia otro, no había duda que él podía ser declarado un lisiado. Pero, mi Dios, cómo jugaba", dijo Hopkins.
"Con semejante ritmo, Garrincha iba al ataque y creo que, en su momento, fue más peligroso que Pelé. Fue un fenómeno, capaz de hacer pura magia".
"Era difícil saber para que lado iba a correr, no sólo por sus piernas, sino porque se sentía igualmente cómodo con su pie derecho como con el izquierdo. De ahí que pudiese driblar hacia cualquier lado. A eso se suma su chute feroz", dijo Hopkins.
"Garrincha pudiera ser una real estrella hoy, no hay duda de eso, una súper estrella".
Uno de los momentos de mayor supremacía de Garrincha fue alcanzado en las instancias finales del Mundial de Chile de 1962.
Asumió el liderazgo de la escuadra, cuando Pelé se lesionó en el segundo partido, e inspiró a la canarinha a conquistar su segunda corona. Garrincha anotó en dos oportunidades contra Inglaterra, hizo un doblete en las semifinales ante los anfitriones y, pese a tener fiebre, ayudó a la verdeamarela a imponerse 3-1 frente a la entonces selección de Checoslovaquia en la final.

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